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El inventor de los números (1ª parte)

Se supone que en las cavernas a alguien le dio por contar el número de lobos, osos, rinocerontes o hipopótamos. Usarían los dedos. Supongo. O conchas. O piedras. O palos de madera. Suponemos. Pero el caso es que fueron los babilonios los que dejaron registro en tablillas de arcilla de unos símbolos que podríamos llamar números. Casi al mismo tiempo un pueblo próspero y comerciante necesitaba algo más que eso para plasmar las grandes transacciones que realizaban. Eran los egipcios. Y necesitaban escribir millones. Agruparon sus símbolos en base a diez y permitieron hacer grandes operaciones.

El tema es que tanto los egipcios, como luego los chinos, los griegos y los romanos usaban símbolos. Habían conseguido agrupar grandes cantidades, pero el sistema era complejo y farragoso. El método romano, aún usado hoy, se mantuvo en primacía en el mundo occidental para la contabilidad de las empresas hasta el siglo XVIII. Era simple y efectivo para sumas y restas, pero inabarcable para grandes operaciones con multiplicaciones o divisiones. Todos estos sistemas mantenían, eso sí, un símbolo común; el 1. Todas las civilizaciones representaron el 1 con un palo, pictograma universal. Pero, como comentaba, el fallo radicaba en que era un sistema farragoso para grandes operaciones. Y de ahí derivaba otro problema. La inexistencia del 0. Sin este número no existirían las operaciones algebraicas. Y no era lo único. Al colocarse el 0 a la derecha de la cantidad aumenta su valor sin tener que aumentar los grafismos.

Lo del 0 fue cosa de los hindúes. Allá por el siglo VII a los matemáticos de aquellas tierras les dio por utilizar el cero no sólo como cantidad nula sino como sumando de números positivos y negativos. Los árabes adquirieron el conocimiento y gracias a la yihad lo expandieron por los tres continentes. De este modo cuando Al-Juarismi (Alghoritmi en latín) lo introdujo en Europa a través de Al-Andalus en el siglo IX, los números, tal y como los conocemos en la actualidad, pasarán a llamarse arábigos. No obstante, tal y como señalé antes, los romanos mantuvieron su hegemonía hasta tres siglos más tarde. Fue entonces cuando Gerardo de Cremona tradujo al latín el libro matemático de Al-Juarismi y los números arábigos adquieren notoriedad. Y aun con todo, habría que esperar hasta la invención de la imprenta para que los números romanos claudicasen.

¡A contar!

El fútbol reglamentado, cuya fecha de nacimiento data de 1863, sufrió en la década de 1920 el que seguramente haya sido su cambio más trascendental. La regla del fuera de juego fue modificada pasando de ser tres los futbolistas que tenían que estar entre el atacante y la línea de fondo para señalar el fuera de juego a ser únicamente dos. Al ser uno de esos dos el portero en la práctica dejaba en uno contra uno el pitar o no pitar la infracción. La regla fue modificada para contrarrestar un juego que se había vuelto tedioso al pitarse decenas de fueras de juego por partido. Tan sólo uno de los defensores tenía que adelantarse para que el delantero cayera en la infracción.

Con la nueva regla el defensor tenía que pensarse muy y mucho en anticiparse dado que, si fallase, aunque sólo fuera por una décima de segundo, el delantero rival quedaría en un mano a mano contra el portero. La idea inicial de la FA (Football Association) era impulsar el juego ofensivo. En un primer momento lo consiguió aumentándose el número de goles por encuentro. No obstante, la alegría ofensiva tuvo su reverso tenebroso. Ante el pánico de encajar goles, varios técnicos decidieron retrasar a un mediocampista a posiciones defensivas. Por vez primera en la historia del fútbol se pasaba de luchar por la victoria a luchar por no perder. El cambio en la regla del fuera de juego le dio al balompié años de fútbol ofensivo (de 1925 a 1955 se incrementaron año a año el número de goles por partido) pero por otra parte impulsó la creación de sistemas defensivos, líberos, carrileros donde antes había extremos y cerrojazos que ya nunca nos abandonarán como teoría táctica.

El primer gran teórico defensivo que el fútbol parió fue Herbert Chapman. Hasta entonces no existían entrenadores. Eran ex futbolistas que funcionaban como preparadores físicos y que se limitaban a dar la alineación. Los jugadores eran autosuficientes y su objetivo era marcar el mayor número de goles posibles. Herbert Chapman era uno de esos ex jugadores, pero su mentalidad era distinta. Tras el fin de la I Guerra Mundial se convirtió en técnico del Huddersfield Town y pronto llamó la atención por sus innovadoras ideas que entonces eran consideradas estrafalarias. Propuso la instalación de luz artificial en los campos, se mostró a favor de que la radio entrara en los estadios de fútbol, programó partidos amistosos contra equipos europeos superando el aislacionismo inglés, introdujo los masajes en los entrenamientos y obligó a que el segundo equipo jugase con el mismo sistema táctico que el primer equipo.

Y fue lo del sistema táctico lo que cambió todo lo antes establecido. Fue el primero que dotó al fútbol de musculatura estratégica. Chapman detecta el agujero creado por el cambio en la táctica del fuera de juego y retrasa a un centrocampista pasando del 2-3-5 universal usado por todos los equipos a un 3-2-5. El sistema pasará a ser conocido como WM y cambiará de forma radical la manera de entender el fútbol. Aunque en la práctica es ofensivo, el 3-2-5 se convierte en un 3-4-3 en juego posicional y hasta en un 5-2-3 en fase defensiva. El sistema se caracterizaba por la incrustación de un central en la defensa para detener al delantero contrario, ampliando el espacio de actuación de los laterales, que podrían contener a los extremos rivales. Chapman advirtió la importancia de los espacios libres a la espalda y ensayó con la ocupación de los laterales en el mediocampo en fase de ataque y con jugar con los extremos a pierna cambiada para aprovechar los lanzamientos desde fuera del área.

La WM era rompedora, pero a ojos actuales era profundamente estática. Cada jugador ocupaba una zona determinada del terreno de juego y no podía actuar libremente fuera de ella. Por tal motivo, en Sudamérica rechazarán a la WM para primar el juego de regates y filigranas. Por ello Alfredo DI Stefano cambiará con lo conocido en gran parte de Europa al salir de su posición de delantero centro a cualquier parte del campo haciendo estallar en mil pedazos a la WM. Antes lo habían hecho austriacos o húngaros, pero con el altavoz de la Copa de Europa, Di Stéfano lo hará universal y firmará el acta de defunción de la WM.

Chapman (al centro)

Chapman gana dos ligas con el modesto Huddersfield antes de ser contratado por una millonada por el Arsenal FC en 1925. En el club londinense perfecciona sus ideas y da pábulo a alguna otras. Impulsa la instalación de un marcador en el estadio de Highbury, la dotación de megafonía en el campo o la creación de las distintivas mangas blancas que luce el Arsenal en su camiseta. Chapman consideraba que la gran mayoría de clubes jugaba de rojo (lo cual es cierto), por lo que quiso dotar al Arsenal de algo característico que los diferenciase de todos sus rivales.

Y Chapman hizo algo más. Una genialidad. Solicitó por activa y por pasiva serigrafiar números en las camisetas de los jugadores. Chapman consideraba que poner números en el dorso de las zamarras era una manera práctica y sencilla de que el espectador que acudiese al campo distinguiese a los jugadores fácilmente. Chapman se basaba en la facilidad de su sistema (sistema que ya todos imitaban desde que firmara por el Arsenal) para colocar a los jugadores en el campo. Los defensores tenían los números del 2 al 4 (central derecho, central izquierdo y defensa central), los centrocampistas el 5 y el 6 (centrocampista defensivo derecho e izquierdo) y los delanteros del 7 al 11 (extremo derecho, interior derecho, delantero centro, interior izquierdo, extremo izquierdo). El portero, lógicamente, llevaba el 1.

La FA dio su brazo a torcer para la temporada 1928/29. El 25 de agosto de 1928 el Arsenal FC se enfrentó al Sheffield Wednesday con los números bordados en la parte trasera de sus camisetas. Esa misma jornada, también en Londres, el choque entre el Chelsea FC y el Swansea City también contó con la misma innovación. Fue un éxito tremebundo. “Me imagino que la idea ha llegado para quedarse. Todo lo que se requería era un pionero y Londres lo ha suministrado”, se podía leer en el Daily Mail. En la temporada siguiente todos los clubes de la liga inglesa contaban con números en sus camisetas.

En honor a la verdad hay que hablar de otros pioneros. La primera vez que se tiene constancia del uso de los números en las camisetas de fútbol fue en un partido jugado en 1914 en un encuentro amistoso entre English Wanderers contra el Corinthians londinense. Después hay referencias de otro uso de los números en la selección argentina en un amigable en 1923 y en encuentros de una liga de Estados Unidos en 1924.

Todos ellos fuegos de artificio, banco de pruebas. Pero la revolución iba a ocurrir de manos de Chapman. Para 1930 era obligatorio en toda Inglaterra, aunque aún tardaría varios años en imponerse en el resto del mundo. En diciembre de 1932 el seleccionador Hugo Meisl rechazó portar números en un amistoso que Austria iba a jugar frente a Inglaterra en Wembley. Aquello fue visto como una descortesía en la Gran Bretaña. La FIFA recomendó el uso de números, aunque no lo haría obligatorio hasta años después. En el Mundial 1954 instauró la obligatoriedad de llevar un número fijo durante todo el torneo a los 22 seleccionados por cada equipo.

El hombre de las mil ideas aun tendría otra idea más. Entonces no existían los ojeadores. Los encuentros ante rivales se hacían muchas veces a ciegas, especialmente cuando el rival era foráneo. La mejor manera de saber cómo se organizaba tu rival era fijarte en los números. El que portaba el número 11 tenía que ser un zurdo rápido y habilidoso y el que llevaba el 2 un defensa diestro fuerte y que iba bien de cabeza. Así que Chapman decide cambiar el orden de los números de cuando en cuando para despistar al rival. Le da el 5 a un central y el 4 a un centrocampista o el 6 a un interior y el 8 a un centrocampista defensivo. De inmediato otros clubes ingleses como Everton FC y Manchester City adoptaron dicha estrategia e incluso, y en más tardías fechas, se verá hacer lo mismo al primer gran Real Madrid o a la selección de Brasil.

Los vestigios del sistema permanecen hasta el día de hoy. La formación 4-4-2, que tras la WM es la más repetida en la historia del balompié, generalmente enumera a los jugadores siguiendo el sistema estándar de derecha a izquierda. Sin embargo, mientras que en países como España, Italia o Alemania el 4 y el 5 obedecen al central en Inglaterra el 6 sustituye al 5 en la posición de central, rastro de las ideas de Chapman. Del mismo modo el 10 suele ser para uno de los delanteros, mientras que en la mayor parte de Europa el 10 es centrocampista y el delantero es el número 11.  

A partir de esa base cada país tiene sus particularidades. En Brasil triunfó el sistema 4-2-4 que acabará evolucionando en 4-3-3. El 6 en Brasil tradicionalmente es usado por un lateral izquierdo y el 3 por un defensa central. En Argentina el 4 es el centrocampista organizador. Lo que fue común a cada país fue el dar el número 12 al primer sustituto y el 13 al segundo. Esta excepción se da en los países católicos donde se considera maldito (el número de Judas) y el 13 le toca al portero suplente. Ese pobrecillo que nunca salta al campo.

Ballack…un 13 protestante

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