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La decadencia de Europa (un primer comentario en relación a la Superliga)

Existe una corriente historiográfica que considera que la llegada del hombre a la Luna marca el cénit de Occidente, iniciándose a partir de entonces un periodo de decadencia en el que nos encontramos. Otros atrasan el inicio a 1973 con la crisis del petróleo y algunos a 2001 con el atentado de las Torres Gemelas. En Europa, el declive se torna en más acusado, a pesar de un paréntesis de optimismo desmesurado en los 90 tras la caída del Muro de Berlín. Conviene apuntar que decadencia no es desaparición. Decadencia es falta de crecimiento. Estancamiento. Desde que el Imperio Romano entró en decadencia pasaron cerca de cuatro siglos para qué implosionara y, realmente, su legado sigue presente en la actualidad.

Podemos considerar en cinco los factores que contribuyen a la decadencia de Europa:

1. El peso demográfico: La caída de la tasa de natalidad en Occidente (Europa, Estados Unidos, Asia Oriental) limita el futuro crecimiento del PIB y el encarecimiento de los programas sociales. La sociedad envejecida es más precavida, vive de rentas y el emprendimiento y el riesgo cae en picado. Se necesita mano de obra extranjera, generalmente poco cualificada y generalmente joven. Éstos chocan con los nativos envejecidos que, destrozados por el choque cultural, se frustran ante los cambios y observan como los beneficios del futuro serán aprovechados por los inmigrantes y no por esos hijos que no han tenido.

2. El exceso de endeudamiento: Irá a más a medida que los hijos del ‘baby boom’ envejezcan y haya que pagar las facturas sanitarias previstas. El déficit se convertirá en un obstáculo imperecedero para la inversión pública y el crecimiento será ilusorio y estará destinado a evaporarse por tipos de interés bajos. Europa pasará a ser controlada financieramente por fondos de inversión y por el nuevo imperio mundial; China.

3. Restricciones a la educación: Hace 100 años menos del 5% de la población occidental era universitaria y en el sur de Europa las tasas de analfabetismo se acercaban al 60%. Hoy las tasas de licenciados en la Unión Europea superan el 30% de la población. Esos cambios en la educación solo se pueden producir una vez. Cualquier mejora en materia educativa es un proceso arduo y además está condicionado por las propias capacidades humanas. De hecho, en el norte de Europa ya se está constatando que por vez primera el cociente intelectual se ha atascado y no aumenta generación tras generación, como ocurría antaño.

4. Las restricciones del medio ambiente: El desmesurado crecimiento de Europa en el siglo XIX, de Estados Unidos en el XX y el del Asia Oriental en lo que va de siglo XXI se debe al destrozo de la naturaleza y al aprovechamiento de terrenos improductivos. Ahora el medio ambiente es una prioridad. Todas las innovaciones referidas a energías renovables y sostenibles no suponen una innovación, sino que son un medio para mantener el nivel de vida actual. Los avances ecologistas del siglo XXI buscan conservar nuestra forma de vida, no revolucionarla. Revolución fue el automóvil y el motor de gasolina. El coche eléctrico no causará una revolución mundial.

5. El estancamiento tecnológico: Llevemos a una persona en un viaje en el tiempo de un hogar de clase media de 1900 a uno de 1960. Se quedaría de piedra al comprobar como hay luz y agua corriente, como una máquina mantiene la comida fresca en la cocina, otro artilugio lava la ropa o dentro de un aparato que está en el salón hay gente que habla y ríe. En el jardín un hombre subido a un vehículo sin caballos está cortando el césped. Dentro, aunque es invierno, se está caliente y eso que no hay ningún fuego encendido. También hay un tubo parlante desde el que se habla con otra persona a distancia. Son madre e hijo. El hijo dice que mañana estará en casa a pesar de que vive a 4.000 kilómetros de distancia.

Subamos a esa misma persona a la máquina del tiempo. Ahora de un hogar de 1960 a otro de 2020. Ve que avanzó 60 años, pero le parece imposible. Casi no ha habido cambios. El diseño se ha alterado, pero nada sustituye a la nevera, a la lavadora, al cortacésped o a la calefacción. Sí, el teléfono no tiene cable, y la gente parece mejor alimentada, con ropa más cara y es más alta. Pero poco más. Sí, en vez de ver una caja con gente en blanco y negro, puede entrar en Youtube y ver lo que le apetezca en el momento que quiera. Aparte de esto, poco más.

Se puede decir que estoy subestimando las maravillas de Internet (lo más importante es que madre e hijo pueden verse a kilómetros de distancia sin necesidad de avión). Y puede que estéis en lo cierto. Pero aunque Internet es lo más importante que ha sucedido en el último medio siglo, nadie (en su sano juicio) sacrificaría el agua corriente, la calefacción o la lavadora a cambio de tener acceso instantáneo a una enciclopedia, a una película, a un disco de música o a la posibilidad de no salir de casa para hacer la compra. A la espera de que en los próximos decenios la robótica y la genética cambien de arriba a abajo nuestras vidas, la sensación es que, aunque seguimos avanzado, se ha ralentizado la velocidad a la que cambiamos el mundo.

Traslademos estos cinco factores de decadencia europea al deporte. Concretamente al fútbol. Es interesante recordar que el fútbol es un invento creado, impulsado y explotado por los europeos. Es el eje vertebrador de la cultura de ocio nacida en la Revolución Industrial y el más global de los ‘inventos’ europeos. En parte, la decadencia del fútbol es una consecuencia de la decadencia de Europa:

1. El peso demográfico: La caída de la tasa de natalidad ha obligado a Occidente a hacer una llamada a la inmigración para paliar la falta de recursos humanos que ayuden a pagar los programas sociales. La inmensa mayoría de estos inmigrantes lo hacen sin estudios superiores y buena parte de ellos ni siquiera tienen formación básica. Para muchos de ellos el fútbol es la entrada más sencilla no sólo al mercado laboral, sino a la obtención del estatus social necesario. La libre apertura de fronteras a raíz de la creación de la Ley Bosman ha convertido el fútbol europeo en una amalgama de futbolistas de cualquier lugar del globo. Es un proceso imparable y en permanente crecimiento. El fútbol en África y en buena parte de Sudamérica es la única forma de ascender en la escala social. En Europa era cultura y entretenimiento. Ahora también es una forma de escalar.

2. El exceso de endeudamiento: Tan solo tenemos que irnos un par de décadas más atrás para ver clubes de fútbol con un puñado de empleados en los que uno de ellos tenía las llaves que daba acceso al campo de entrenamiento. Con el beneplácito de los contratos televisivos y la permisividad fiscal de los gobiernos de turno, los clubes de fútbol se han convertido en empresas gigantescas con multitud de empleados. A los consejeros, se unen cuerpos técnicos de tamaño desmesurado, plantillas con exceso de futbolistas carne de cesión y gastos variados en agentes y mercadotecnia. Al igual que ocurre con la deuda externa de los gobiernos europeos, la deuda de los clubs de fútbol está siendo asumida por inversores asiáticos, arábicos o estadounidenses.

3. Restricciones a la educación: Cualquier mejora en materia educativa es un proceso arduo y además está condicionada por las propias capacidades humanas. La evolución técnica del fútbol lleva décadas estancada. El último progreso ha sido el de los centrales que salen con el balón jugado. Todos los avances actuales y futuros del fútbol se sustentan en las capacidades físicas. De hecho, para muchos analistas, las excelentes condiciones de equipamiento (ya no hay barro, ni charcos, ni balones pesados) hacen que la técnica haya sufrido un retroceso. Además, el hecho de que los niños futbolistas estén codificados en escuelas deportivas ha dejado a un lado la inventiva y ha vuelto más predecible y aburrido el juego. El fútbol es hoy repetición. Como la música, el cine, el arte, la moda o la gastronomía, se ha vuelto repetitivo. No hay nada más que inventar.

4. Las restricciones al medio ambiente: El crecimiento del deporte en general y del fútbol en particular se ha sustentado en un avance de las infraestructuras. De descampados se pasó a coliseos romanos y de estos últimos a edificios multiusos que además de estadios también son salas de concierto, centros comerciales, museos y restaurantes. De hacer carreras campo a través se pasó a entrenar en instalaciones públicas y de éstas últimas se pasó a ciudades deportivas que son más ciudades que deportivas. Todas estas innovaciones han llegado a un punto muerto. Cualquier avance de este tipo ya no es aceptado por un aficionado que prefiere mantenerse fiel a unas tradiciones (estadios) y que está en contra de proyectos megalómanos (mundiales, juegos olímpicos) por responsabilidad económica, social y medioambiental.

5. El estancamiento tecnológico: Uno de los motivos del éxito del fútbol radica en su sencillez. Cuando en 1863 se creó el primer reglamento contaba con 18 artículos. Años más tarde sería reducido a 13 y para 1930 estaban establecidas 17 reglas básicas. Por el contrario, en las últimas dos décadas el número de reglas ha aumentado en más de un tercio. El número fijo para cada futbolista, el gol de oro, el gol de plata, el tiempo exacto del descuento, las manos voluntarias e involuntarias, el aumento en el número de sustituciones, los tiempos muertos en medio de los partidos…Son todo parches que no han producido avances. Desde que en 1992 se les prohibió a los porteros coger el balón con las manos tras el pase de un compañero, no ha habido ningún cambio en las reglas que haya hecho evolucionar al fútbol.

No sólo evolucionar, sino involucionar. A la deidad tecnológica de la modernidad y el progreso había que buscarle un lugar en el fútbol. Ese invento diabólico es el VAR. Se podrá decir que el VAR es una maravilla que reduce los fallos en los penaltis y en los fueras de juego. La realidad es que sólo lo hace en los errores de bulto y, a cambio, enmaraña más el juego, resta autoridad al árbitro principal y hace más soporífero el partido alargándolo innecesariamente. El VAR está alejando de los estadios tanto a los aficionados veteranos como a los millennials, a los que no les gusta un juego que cada vez es más lento y soporífero.

VAR: cuando ni la tecnología salva al fútbol de la polémica
El progreso…o eso dicen

—SUPERLIGA—

A través de todo este cóctel de tradición, decadencia, estancamiento y búsqueda de nuevas oportunidades, se puede comprender como un conjunto de pudientes dirigentes de los clubes más opulentos de Europa se han atrevido a lanzar lo que se ha venido en llamar Superliga. Una liga que comenzó con 12 integrantes y la promesa de ser 15, pasó a 6, luego a 4, más tarde a 3 y al final quedará, ironías del destino, en un acuerdo fallido entre Barça y Madrid.

Si llaman al Vasco de Gama, el Dépor hace un cuadrangular de aúpa. Un Teresa Herrera de los de antaño.

La bomba se ha desactivado, pero que nadie dude que acabará estallando. Han vuelto al redil, pero por poco tiempo.

Dicen los impulsores que el fútbol está arruinado. Es falso. Los arruinados son ellos. Los que en una espiral de gasto indecente pagan millonadas a intermediarios, agentes y futbolistas. Los que deciden pagar 23 kilos por despedir a Mourinho en mitad del mes de abril. “No hacen falta más ingresos. Hay que reducir gastos”. No lo dijo un aficionado de bufanda, lo dijo Karl-Heinz Rummenigge, dos veces Balón de Oro y director general del FC Bayern, cuarto club más rico del mundo, cuando le preguntaron por la Superliga.

Dicen que cuando se creó la Copa de Europa en los años 50 también se hizo de la misma forma. Es falso. Entonces se juntaron varios equipos y acordaron invitar a los campeones de todas las ligas. Una vez llegado el acuerdo, solicitaron a la UEFA su aprobación. Y sí, la UEFA vio la oportunidad y aceptó encantada. Bernabéu, al que tanto nombra Florentino, asumía que si el Madrid no ganaba la Liga española no podría jugar la Copa de Europa. Era un proyecto de construcción europea que buscaba el beneficio económico. Lo de ahora es una idea de un cártel de empresas para eliminar a la competencia.

Salvo los extraños casos de los equipos españoles y de la Juve, propiedad de la FIAT de Agnelli, el resto de equipos fundadores de la Superliga están regidos por capital estadounidense o asiático. De ahí la importancia de llegar a 5.000 millones de televidentes e internautas (Netflix, Amazon TV o Inditex TV, vete tú a saber) para que paguen la fiesta de los archimillonarios. Son éstos los clubes arruinados. Los que hace tiempo convirtieron el estadio en un teatro global donde sí se estornuda en Yakarta se coge un constipado en Londres.

Se dice que el fútbol es aburrido. Que los jóvenes no ven los partidos contra equipos menores. Es falso. Los jóvenes no ven nada. Ni los partidos importantes ni los insustanciales. Los millennials viven en la cultura de la inmediatez. Si algún millennial ha entrado en este blog habrá dejado de leer hace unos cuantos párrafos ante la falta de contenido audiovisual. Todos los deportes tradicionales están en crisis ante una juventud a la que le cuesta ver una competición que dure horas (y no digamos ya con el p*** VAR). Pero, aun así, es mucho más atractivo un Barça-Juve al año que uno cada dos semanas. Es de Perogrullo. Los millenials lo que harán es suscribirse a una plataforma de pago ‘low cost’ para ver los ‘highlights’ (sí es que no piratean la señal). Serán amplía minoría los que paguen decenas de euros para ver todos los partidos.

Se dice que el sistema es abierto, que habrá sitio para los campeones nacionales. Falso. El sistema se dice abierto porque faltaba el Bayern y el PSG. Las invitaciones libres serán al mejor postor (con preferencia para los magnates rusos o turcos). En la Euroliga de baloncesto la escisión se produjo hace unos años. Es cierto que hay plazas abiertas, pero año a año se van reduciendo. Lo que ahora es apertura de mano será cerrazón cuando la fuerza y la razón acompañen a los promotores.

Florentino se ha pasado de frenada. Los ingleses, tan ingleses ellos, no han contado con una plebe a la que repulsa todo lo que suene a Europa y minusvalore su querida Premier. Los magnates dueños del ‘Big Six’ se mueven en aviones privados, en establecimientos exclusivos y no han pisado la vieja Britania. Han tenido miedo. El miedo a la afición más fiel del continente. Si en España es el Madrid, en Italia la Juve, en Portugal el Benfica o en Alemania el Bayern, en Inglaterra es la nada. En Inglaterra eres del equipo de tu tierra, vas al campo a ver los partidos y te desplazas con tus chicos sea verano o invierno. Ganen la FA Cup o desciendan a la Championship.

La tropelía ha salido rana por un fallo de estrategia, de fondo, de forma y de contenido. No se entiende como el presidente de la Superliga sale a comunicar la noticia a las 00.00 horas en un canal minoritario español, en vez de hacer una rueda de prensa a media mañana convocando a medio mundo y junto a los otros 11 presidentes implicados. Laporta es igual de culpable que Florentino y saldrá de rositas de este jaleo. No se entiende que el responsable de comunicación del Real Madrid permita decir a su presidente “los clubes estamos arruinados” a los cuatro vientos. “Si no tienen pan que coman pasteles”, razonó María Antonieta.

Pero que nadie se confunda, tardará más o menos, pero la Superliga (o algo parecido) saldrá adelante. Boris Johnson, Emmanuel Macron y compañía ladran, pero no muerden. Los campeonatos regionales, las copas de verano, los campeonatos entre naciones limítrofes (Copa Latina, Copa Mitropa…) pasaron a mejor vida. La evolución del transporte y la apertura de fronteras hacen inevitable que unas competiciones mueran y otras nazcan. Los grandes clubes son avariciosos. La FIFA y la UEFA también. No son hermanitas de la caridad. Son un monopolio ¿Qué son sino la Liga de Naciones de la UEFA o el Mundial de Clubes de la FIFA? Nuevas y estúpidas formas de ganar más dinero. ¿Qué es sino la Supercopa de Italia en Qatar o la de España en Arabia Saudí?

Si bien la UEFA y la FIFA tienen un as en la manga. Dejar a los futbolistas sin jugar con sus selecciones. Y se lo pueden permitir. A pocos le interesaría una Copa de Europa sin Madrid, Juve o United, pero el Mundial seguiría siendo Mundial aún sin Cristiano o Messi. El Mundial de fútbol es una festividad deportiva que se celebra cada cuatro años donde, aficionado o no, el interés está en ver lo que hacen tus compatriotas. Seguimos la competición de judo de los Juegos Olímpicos donde participa un atleta del que no sabes su nombre porque defiende los colores de tu país. De igual modo, cualquier aficionado seguiría a su selección en un Mundial, jugase quien jugase.

Y ese es el futuro, guste o no guste (yo soy de estos últimos). Ahora mismo no hay Superliga porque las cosas se hicieron rematadamente mal y, ojo, porque Francia y Alemania (PSG y Bayern) no han querido. El día que se animen, se acabará el debate. Al igual que pasó con el baloncesto es posible que haya un año de transición hasta llegar a un acuerdo. Menos probable es que, como en el básket, veamos partidos de selecciones sin las grandes estrellas. Pero no es descartable. La solución de compromiso será sustituir la Copa de Europa y la Europa League por dos o tres ligas europeas que garanticen cerca de 40 partidos al año y en el que haya ascensos y descensos. Está claro que el Madrid o el Liverpool no iban a descender. Eso sería cosa de Ajax o de Tottenham. De este modo, veríamos como el Barça forma una plantilla de 35 o 40 futbolistas, con un equipo A para Europa y un equipo B para la liga nacional.

Ahora bien. Una pequeña advertencia a los millonarios. Al cabo de unos años -y no serán muchos- los futbolistas tendrán el control total del negocio, tal y como ocurre en los deportes norteamericanos. Habrá límite salarial, sí, pero también libre control de destino. Podrán declararse en huelga para reclamar más trozo del pastel y, sobretodo, podrán escoger donde y con quien jugar. Se empoderaran, se declararán en rebeldía y los agentes harán el trabajo. El Madrid tendrá músculo financiero para tener a Mbappé a Haaland o a Rita la Cantaora si le da la gana. Y ellos querrán jugar juntos. Como en la NBA.

Y aunque la NBA es una liga cerrada todo el mundo sabe que los Grizzlies nunca la ganarán.

La gente quiere jugar en los Lakers.

La gente sueña con jugar en el Real Madrid. Otros en la Juve. Menos en el Chelsea. Pocos en el Atlético.

Si yo fuese el presidente del Atlético, o del Tottenham, o del Arsenal, o incluso del actual AC Milan –que como los Celtics tiene mucho pedigrí pero poco tirón- me pensaría muy mucho entrar en la Superliga. Dentro de unos años captaran jóvenes jugadores a los que cuando les salgan los dientes estarán pidiendo el traspaso. Ganaran mucho más dinero, pero verán multiplicadas sus opciones de fracasar temporada tras temporada. Es mejor ser tercero en tu liga nacional y perder la final de copa que acabar undécimo temporada tras temporada en la Superliga.

Y esto sigue siendo la vieja Europa. Ya puede decir el presidente que el club ha ganado mucho dinero que como una turba de aficionados tome la Bastilla y se plante en el palacio real, al presidente de turno no le quedará más remedio que dimitir si no quiere acabar guillotinado.

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2 commentarios

  1. Adrián

    on

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    Espectacular artículo. Tremenda capacidad de análisis. Brillante .

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