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El escándalo Qatar

La FIFA decidió que, en diciembre de 2010, de una tacada, se eligiesen los países candidatos para el Mundial 2018 y el Mundial 2022. Para el primero se presentaron España y Portugal por un lado y Bélgica y Países Bajos por el otro en pretensiones conjuntas. De forma independiente también estaban Inglaterra y Rusia. Dado que se daba por hecho que el Mundial volvería a Europa y que la UEFA apoyaba abiertamente la candidatura anglosajona se contaba con que el Mundial tendría lugar en Inglaterra. Sorprendentemente el vencedor fue Rusia.

Para 2022 los elegidos eran Estados Unidos, que, con Clinton y Obama como embajadores, eran los archifavoritos, así como Australia, que jugaba la baza de llevar por vez primera el Mundial a Oceanía. No contaban las candidatas asiáticas las cuales eran Japón, Corea del Sur (ambas con escasas opciones porque en 2002 ya habían organizado un Mundial de forma conjunta) y Qatar.

Y ganó Qatar.

Si. Ganó Qatar.

La pregunta es; ¿cómo narices ganó Qatar?

Former FIFA president Sep Blatter says Qatar hosting the World Cup is a  'mistake' - ABC News
The winner is…

Para lograr ser país organizador de un Mundial debes convencer a una mayoría de miembros del comité ejecutivo de la FIFA. Dichos miembros son un total de 24. Son los 24 dioses del fútbol. Ni Pelé, ni Messi ni Zidane. Esos 24 son los verdaderos dioses. La familia de la FIFA es como la familia de ‘El Padrino’, pero con peores personas.

Uno de esos miembros del comité ejecutivo era Chuck Blazer. Neoyorkino, hombre de negocios, en 1989 accedió al cargo de presidente de la Concacaf (Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de fútbol). Fue el impulsor y creador de la Copa de Oro de selecciones, así como de la Liga de Campeones de la Concacaf. Blazer también instaló las oficinas de la organización en una planta de la torre Trump de Nueva York, la decoró con mármol e hizo alquilar una habitación a la orden de 5.500 dólares al mes a cargo de la Concacaf para cobijo de sus dos gatos. Pronto se convirtió en uno de los brazos derechos del suizo Joseph Blatter, quien en 1998 fue designado como presidente de la FIFA.

En Zúrich, en una fastuosa sala de juntas situada dos pisos bajo tierra, en el edificio de la FIFA, al menos dos veces al año esos 24 hombres, quienes se alojaban en hoteles impecables y degustaban comidas extraordinarias, se debatía sobre como expandir el fútbol por todo el planeta para seguir lucrando el negocio. Blazer, que acabaría siendo confidente del FBI, declararía que cada uno de los allí presentes salía de esas reuniones con al menos 20.000 dólares de la caja fuerte de la FIFA en metálico.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Los 24 miembros de la FIFA tienen como cometido la obligación de viajar por el mundo adelante visitando los países candidatos a albergar el Mundial y debatir con los posibles organizadores el plan de actuación. Las dádivas y agasajos forman parte del ritual. Cuando la expedición futbolística arribe en Moscú reparará en que todos los ministros rusos harán un corrillo y colmen de aplausos al personal mientras Vladimir Putin espera al otro lado de la fastuosa sala con los brazos abiertos. En Inglaterra sería la reina Isabel II la que expanda sonrisas y abandone, en cierto modo, el estricto protocolo, dejando que aquellos hombres de negocios se lleven una taza de té del Palacio de Buckingham a modo de souvenir.  

En Qatar no había paseos por museos extraordinarios ni visitas a monumentos de cientos o miles de años. En Qatar lo que había era un calor insoportable que rondaba los 50 grados en verano, kilómetros y kilómetros de arena, ausencia total de estadios de fútbol y el único monumento digno de ver eran los pozos petrolíferos. No obstante, lo que si había era dinero. Mucho dinero. La candidatura de Qatar no tenía ningún tipo de límite monetario.

La persona encargada de manejar ese fondo ilimitado era Mohammed Bin Hammam. El presidente de la Federación de Futbol de Qatar ya había logrado convencer a los asiáticos de apoyar la candidatura de Blatter a la presidencia de la FIFA en 1998, pero eso era ‘pecata minuta’ en comparación con el ingenioso proyecto que ahora tenía en mente. A través de diez testaferros diferentes se encargó de dirigir diferentes pagos para asegurarse de que la candidatura de Qatar 2022 fuese la elegida.

Bin Hammam se resigna a que FIFA lo declare culpable
Bin Hammam

En primer lugar, viajó a Angola. Era enero de 2010. Faltaban once meses para la elección de la sede mundialista. Allí se celebraba el congreso de la CAF (Confederación Africana de Fútbol). Aquel año un benefactor había donado dos millones de dólares a la CAF. Era el emirato qatarí. Luego Bin Hammam dio órdenes a sus testaferros para que le diesen un millón de dólares en metálico a cada uno de los tres miembros de la CAF que formaban parte del comité ejecutivo de la FIFA. ¿Por qué un millón y no un millón y medio?, dicen que contestó uno de los dirigentes. Y así fue. Por 4,5 millones de dólares en total Qatar se aseguró los votos de los representantes africanos.

Luego viaje a Nueva Zelanda, a visitar al único representante del comité ejecutivo de la confederación más pequeña. Trato hecho. Y después más de los mismo con la Unión Caribeña de Fútbol. Aquí se contenta a los 25 miembros, que no tienen ni voz ni voto, pero que forman frente común en la Concacaf. El pago es irrisorio. 40.000 dólares en sobres individuales a cada uno y trabajo hecho.

Pero con esto no llegaba. Para decantar la balanza hacia falta el voto a favor de los representantes europeos, la delegación más numerosa. Y había un grave problema. Existía un acuerdo tácito de que los qatarís se encargarían de mover el voto a favor de Inglaterra en 2018 si los hijos de la Gran Bretaña hacían lo propio a favor de Qatar para 2022.

El problema es que por medio estaban los rusos. Y sí, ahora Vladimir Putin es el demonio con rabo y cuernos, pero entonces era íntimo de Angela Merkel y de las demás cancillerías europeas. Y los rusos también tienen dinero. Mucho dinero. Entre bambalinas Rusia hizo los deberes y se aseguró ser sede para 2018. Caída en desgracia Inglaterra, se daba por sentado que Estados Unidos sería el ganador para 2022.

Y allí se reunieron. En Zúrich. Un 2 de diciembre de 2010. Cada comité tenía quince minutos de presentación final ante una sala repleta de personalidades, desde miembros de familias reales a mandatarios y ex mandatarios como Bill Clinton o David Cameron. Luego habría una primera votación en la que el último en número de votos quedaría eliminado y así sucesivamente hasta que quedase un mano a mano del que saldría el vencedor.

Pero la decisión ya estaba tomada antes de que tuviesen lugar las presentaciones. Todo se había decidido una semana antes.

Por entonces el presidente de la UEFA era Michel Platini. Campeón de Europa con la Juventus y de la Eurocopa con Francia, tres veces Balón de Oro, había sido enormemente aplaudido al acceder al cargo. Se decía, y no sin razón, que era un soplo de aire fresco que un exjugador fuese directivo. Platini, además, era de la vieja escuela. Un hombre que había criticado duramente a la FIFA como jugador cuando se jugaba a casi 40 grados a los dos de la tarde durante el Mundial de México. Una de sus primeras medidas como dirigente de la UEFA había sido facilitar el acceso a las competiciones europeas de los países más modestos y posicionarse abiertamente contra el VAR.

Resultó que Platini recibió una llamada. Se trataba de Nicolas Sarkozy, entonces presidente de la República Francesa. Se le citaba a una cena en el Eliseo a la que también acudiría Hamad Al Thani, emir de Qatar. En la cena se habló de fútbol, pero esencialmente de economía. Se insinuó que si la UEFA apoyase la candidatura de Qatar quizás Francia se beneficiase en el futuro garantizándose suculentos contratos de infraestructuras en Oriente Próximo.

Platini, quien tenía idea de votar a Estados Unidos, se vio obligado a cambiar el sentido de su voto. Cuando el ídolo francés Zinedine Zidane forme parte de la delegación qatarí que se presentó en Zúrich aquel 2 de diciembre, la suerte estaba echada. Joseph Blatter abrió el sobre y los allí presentes quedaron en shock. Qatar, un país de apenas dos millones de habitantes y de casi 50 grados veraniegos, acogería el Mundial de 2022. Minutos más tarde Bill Clinton rompía de un puñetazo el espejo de su lujosa suite y exigía tener una conversación privada con Michel Platini.

El otrora astro francés declinó la invitación.

La caída del rey Platini se gestó en casa de Sarkozy junto al emir de Catar  | Vanity Fair
Sarkozy, Al Thani y Platini

Lo que después se supo es que Qatar compró Airbus fabricados en la ciudad francesa de Saint Nazaire a razón de 20.000 millones de euros. Luego hubo otros 50.000 millones invertidos en infraestructuras a cargo de empresas galas.

Quizás hoy, tras la bravuconada de Putin, no se entienda este cambio de aliados, pero es que hace apenas nada, hace simplemente un lustro, la política europea miraba con ojos golosos hacia el este. A Rusia al norte, Qatar al sureste y China a lo más lejos. Hoy parece un error colosal. Ayer era un acierto estratégico.

No solo eso. La familia real qatarí decidió invertir en el decaído fútbol francés, por entonces la sexta liga en importancia de Europa. Compraron una cadena de televisión, financiaron las ligas nacionales de baloncesto y balonmano y convirtieron al Paris Saint Germain en un gigante mundial. Fruto del acuerdo, Nasser Al-Khelaifi se convirtió en presidente del PSG y desde entonces el emirato qatarí ha invertido unos 2.000 millones de euros en el club parisino.

Todo esto fue consecuencia de aquello. Y es que aquello provocó un cirio. Pero esto se supo después. Antes hubo que tirar de la manta.

La garganta profunda fue Chris Eaton, jefe de seguridad de la FIFA durante apenas un par de años. Hombre recto, integro, presentó su dimisión en cuanto imaginó todo lo que allí se cocinaba. Se puso en contacto con el FBI estadounidense sin pruebas, pero si con fundamentos. Simplemente les dijo que siguieran el rastro del dinero y les sugirió quien de los 24 miembros del comité sería tan débil como para sucumbir a un par de preguntas.

Ese hombre débil era Chuck Blazer, aquel presidente de la Concacaf del que habíamos hablado. Nunca había pagado impuestos y se llevaba en crudo el 10% de todos los contratos que negociaba. El FBI lo tuvo muy fácil para sacarle un trato. Le colocaron un micrófono en un llavero, le dijeron que soltara el llavero en una de esas reuniones rodeadas de abundante comida y así tirase de la manta.

El lugar elegido fueron los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Allí estarían todos. Y lo harían en un ambiente distendido. En los JJ. OO hay fútbol, pero es un actor secundario del evento. No fue difícil que con unas cuantas copas de más unos cuantos se soltasen la lengua. Tuvieron que pasar tres años más para que en una redada del FBI en el Hotel Bar au Lac de Zúrich fuesen detenidos seis miembros del comité ejecutivo.

Acorralada, la FIFA contrató a un investigador interno. El Informe García (Michael García era el encargado de tan sucia tarea) admitía el fraude masivo en el seno de la entidad, aunque argumentaba que nunca se habían comprado votos, que todo eran regalos y que la FIFA había sido víctima de interferencias políticas. García sostenía que la FIFA había sido fundada por voluntarios que amaban y querían proteger el juego, mientras que en los últimos años su único objetivo había sido el de amasar dinero.

Cuando Blatter tuvo acceso al Informe García se negó a hacerlo público, pero, presionado por el Comité de Ética de la FIFA, se vio incitado a dimitir. Lo hizo en 2015. Y lo hizo tras ser reelegido. Se dio el gusto de ganar las elecciones internas para luego dimitir. Una muestra más de lo podrido del sistema.

Blatter vuelve a señalar a Sarkozy como responsable de que el Mundial se  dispute en Qatar
El tío Gilito

Joseph Blatter jamás entró en la cárcel, aunque sigue inhabilitado para ocupar cualquier cargo relacionado con la FIFA. Siempre ha negado la mayor y considera una tropelía injusta que el FBI llevase una operación anticorrupción en un país europeo como Suiza. Para Blatter todo se basa en una operación de envidia y venganza estadounidense por no haber sido elegida sede del Mundial 2022. Michel Platini tampoco piso la cárcel, pero tuvo que dejar la presidencia de la UEFA y también sigue inhabilitado para ocupar cargo alguno en el mundo del fútbol. En 2018 admitió que también hubo sobornos para designar a Francia sede del Mundial 1998.

A raíz de aquello el diario ‘Der Spiegel’ sacó a la luz que tanto en Alemania 2006 como en Sudáfrica 2010 los sobornos también formaron parte del pack mundialista.

La FIFA siempre había sido capaz de controlar su destino. Bin Hamman y la delegación de Qatar no inventaron nada. Fue la FIFA la que con sus corruptelas inventó la norma. Lo que hace la elección de Qatar diferente al resto es que las injerencias no se basaron únicamente en sobornos, sino en compromisos políticos de primer nivel.

A fin de cuentas, con o sin sobornos, Francia, Alemania o Rusia tienen capacidad y tradición para albergar un Mundial. Hasta Sudáfrica puede formar parte de este saco como una operación de justicia ante la olvidada y exprimida África. La corruptela por la elección de Qatar como sede mundialista salió a la luz porque es un sin sentido mayúsculo. Un país de apenas 11.000 km cuadrados (Asturias), con 2’5 millones de habitantes de los que únicamente el 15% son nativos, donde hubo que construir estadios de fútbol ex proceso y donde hasta el año 2008 no hubo una liga de fútbol profesional.

Y lo más sangrante. Un país que ha obligado a darle una vuelta al calendario del fútbol mundial para evitar el verano y competir en los agradables 25 o 30 grados del diciembre qatarí.

Y todo gracias a Nicolas Sarkozy. El único de los tres grandes personajes de esta historia que pisó la cárcel. Acusado de tráfico de influencias e intento de soborno a un juez. Fueron tres años de condena, aunque únicamente estuvo siete meses en la cárcel. Y lo fue por aceptar dinero libio para financiar su campaña política. No fue condenado por el ‘Qatargate’. A fin de cuentas, la FIFA sabe bien como proteger a los suyos.

“La corrupción es peor que la prostitución. La prostitución pone en duda la moral del individuo, mientras que la corrupción pone en peligro la moral de todo el país”. Karl Kraus, escritor checo.

“Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”. Séneca, filósofo romano.

Otras historias rodeadas de injerencias

Auge y caída de Nikolai Starostin (como el aparato comunista quiso acabar con el padre del fútbol en Rusia a través de dos artículos)

Deportistas que se pasaron a la política (carreras de oradores de los que antes sudaban la camiseta)

Cláusula de rescisión (la historia de unos jugadores que eran propiedades de los clubes)

Lutz Eigendorf (el asesinato del Beckenbauer del Este)

Patrimonio del Estado (como a Eusebio no le dejaron salir de Portugal)

La gimnasta eterna Oksana Chusovitina (la lucha contra la leucemia de una madre coraje)

A propósito del despropósito de la vacunación (sobre el Covid y las prebendas de los deportistas)


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