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La filosofía del Athletic

Si uno entra en la página web del Athletic de Bilbao podrá echar un vistazo a un apartado bajo el título de ‘filosofía’. Una vez dentro, un corto buceo por la web y acabará encontrando una de las máximas más conocidas en el mundo del fútbol: “El Athletic Club está radicado en Bilbao, provincia de Bizkaia (País Vasco). Nuestra filosofía deportiva se rige por el principio de que pueden jugar en sus filas los jugadores que se han hecho en la propia cantera y los formados en clubes de Euskal Herria, que engloba a las siguientes demarcaciones territoriales: Bizkaia, Guipuzkoa, Araba, Nafarroa, Lapurdi, Zuberoa y Nafarroa Behera, así como, por supuesto, los jugadores y jugadoras que hayan nacido en una de ellas”.

Luego hojeas el periódico y averiguas que el Athletic acaba de fichar a Kenan Kodro. Sí, un joven delantero nacido en San Sebastián pero hijo de padres bosnios (concretamente el papá es un icono en Donostia). Lees que se ha formado en la cantera de la Real Sociedad pero que nunca ha jugado en un club de Vizcaya. Observas que ha hecho carrera en Suiza y en Dinamarca.

Y se te queda mal cuerpo.

Al igual que la inmensa mayoría de los primeros clubes de fútbol surgidos en España, en el Athletic Club de inicios del siglo XX había franca mayoría de futbolistas nacidos en Gran Bretaña. Es más, dado que había mucha población flotante en la capital de Vizcaya gracias a la pujanza industrial, había jugadores de distintas regiones españolas. Lo normal en cualquier alineación del conjunto bilbaíno de 1900 o de 1905 era encontrar a 5 o 6 oriundos de Albión, 2 o 3 vizcaínos y otros tantos castellanos.

Al parecer fue en 1911 cuando el Athletic decidió no contratar jugadores foráneos a perpetuidad. Más la causa no obedecía a ningún tipo de romanticismo. Aún no existía campeonato de Liga, y el torneo que reunía a la flor y la nata del fútbol español era la Copa del Rey. En la edición de 1911 se reglamentó que ningún equipo participante podría contratar jugadores profesionales ingleses y tan solo los extranjeros que llevasen 2 años residiendo en el país podrían ser alineados. Según las crónicas, el Athletic jugó y venció en su partido de octavos de final al Fortuna de Vigo contando en su once inicial con un tal Sloop y un tal Martin (que no Martín), dos británicos que incumplían la normativa. Curiosamente no fueron los gallegos quienes denunciaron por alineación indebida a los bilbaínos. La denuncia fue cosa de la Real Sociedad, que ni siquiera se había clasificado para las rondas finales de Copa, pero que ya por entonces mantenía fuerte rivalidad con sus vecinos provinciales. Finalmente la denuncia no prosperó debido a las agarraderas con las que contaba el Athletic en la Federación. Tal fue la cosa que los vascos se proclamaron campeones tras vencer al RCD Espanyol (de aquella aún Español) en la final. Aun así, heridos en su orgullo y ante las acusaciones de tramposos, el Athletic tomó una decisión salomónica. No volverían a fichar extranjeros. Ni siquiera españoles. Ni siquiera vascos ni navarros. Solo jugarían con vizcaínos.

Tan sólo era una declaración de intenciones. No había nada por escrito. Ni lo había, ni lo hubo, ni lo habrá. Tan sólo es una filosofía. Pero el caso es que los años pasaron y el Athletic se consolidó como el mejor equipo de España. Los jugadores vascos evolucionaron con más rapidez que sus compatriotas debido a varios factores. En primer lugar, los norteños eran más físicos y tenían una talla media más elevada. En segundo lugar, los puertos éuscaros eran lugar de entrada de innovaciones procedentes del Reino Unido, y el Athletic y demás conjuntos vascos contaron desde sus inicios con técnicos ingleses de primer nivel. Por último, los jugadores del norte estaban acostumbrados a jugar en campos encharcados y bajo la lluvia, lo que en un fútbol donde el balón, las botas o las camisetas triplicaban el peso actual, era un plus importantísimo.

Pero había algo más. La causa definitoria para mantener esa norma autoimpuesta de 1911. Las décadas iniciales del siglo XX vieron un florecer de los nacionalismos periféricos. Las ideas de Sabino Arana fluyen y se concretan en el PNV (Partido Nacionalista Vasco). La cultura del Athletic se convirtió en santo y seña de Euskadi. Si los resultados en el terreno de juego acompañaban, ¿quién podría cuestionar la filosofía? En 1911 el Athletic había ganado 4/9 de los primeros torneos coperos y cuando estalló la Guerra Civil acumulaba un total de 13/32. De las 8 Ligas disputadas hasta 1936 el Athletic había sido campeón en la mitad de ellas. En la temporada 1930/31 consiguió el doblete de Liga y Copa, perdiendo sólo 1 partido entre ambas competiciones.

Aunque en los años 40 y 50 el Athletic vio como otros conjuntos poco a poco le superaban, se mantenía como el club de referencia del fútbol español. Silenciados por el Franquismo, los vascos hubieron de buscar otras fórmulas para dar visibilidad a su forma de ser. Los vizcaínos vieron en el Athletic un instrumento de reivindicación nacionalista y convirtieron en dogma lo que era una mera tradición.

No había reglas escritas, pero cuando la década de 1950 echó a andar cualquier presidente del Athletic que pretendiese seguir en su cargo sabía que no podía sacar la escopeta de su coto de caza. Lo contrario equivaldría a un suicidio deportivo.

Cuando en 1957 el técnico Fernando Daucik le echó el ojo a un prometedor extremo de raza negra que jugaba en el Barakaldo y estudiaba en la Universidad de Deusto, inmediatamente fue a las oficinas del Athletic a solicitar su fichaje. A Daucik (que era checo, aunque llevaba años entrenando en España y conocía de sobra la filosofía de los bilbaínos) le costó comprender como un futbolista criado en Euskadi y que había jugado desde niño en equipos de la periferia de Bilbao no podía jugar en el Athletic. Miguel Jones, nombre del prometedor muchacho, acabaría siendo un pilar del Atlético de Madrid y nunca pudo jugar en el equipo de sus amores porque había nacido y vivido hasta los 6 años en Guinea Ecuatorial.

No fue el único caso. Famosos también son los de Chus Pereda y José Eulogio Gárate. El primero se formó en el Indautxu, pero dado que había nacido en un pueblo de la provincia de Burgos no pudo nunca jugar en el Athletic. Acabaría haciendo carrera en otros equipos, destacando sus años de gloria en el FC Barcelona. El caso de Gárate es mucho más sangrante. Nació en Argentina por accidente y a los 3 meses ya residía junto a sus padres en la ciudad guipuzcoana de Éibar. Jugó para los eibarreses y para el Indautxu (que era algo así como un Athletic B) pero tampoco pudo jugar como local en San Mamés y se tendría que conformar con visitar Bilbao con la camiseta del Atlético de Madrid, donde, por supuesto, es una leyenda.

Otro de los casos más conocidos por injusto y estúpido es el de los hermanos Sarabia. Manuel, el pequeño, es un icono del Athletic, el delantero goleador en su último título liguero de 1984. Lázaro, el mayor, nació en Jaén antes de que la familia emigrase a Bilbao, por lo que fue rechazado cuando quiso entrar en las recién creadas categorías inferiores rojiblancas.

Estos casos hicieron mucho daño en Bilbao que veía como poco a poco quedaba anquilosado frente a los portaviones provenientes de Madrid y Barcelona. El Athletic estuvo 11 años sin ganar ningún título (1958-1969). Algo inaudito. Hasta entonces no había pasado de un trienio sin levantar una copa. Había miedo, y la norma se hizo entonces más laxa. A mediados de los 60 se abrió la mano. Se empezaron a reclutar jugadores formados en Guipúzcoa (Guisasola o Iribar) y en los 70 la enemistad con la Real se hizo patente al cazar a otros guipuzcoanos como Irureta, Churruca o Lasa. A partir de los 80 se incorporó a alaveses como Zubizarreta y se empezó a formar en la cantera a riojanos (Valverde, Aranzubia, Ezquerro), navarros (Urzaiz, Llorente) y hasta se llegó a fichar a vascofranceses (Lizarazu).

Pero no fue suficiente. El Athletic no gana un título desde 1984 (ganar una Supercopa sin haber ganado ni la Liga ni la Copa no se puede considerar ganar un título) por lo que la norma está siendo estirada hasta extremos impensables. Jugadores nacidos en Salamanca (Patxi Ferreira), en Brasil (Biurrun) o en Venezuela (Amorebieta) han jugado en el Athletic por el simple hecho de haber pasado al menos una temporada en un club de formación vasco.

Imaginamos que con la sana envidia de todos los Gárate que quedaron por el camino.

Al igual que el mal jugador de solitarios, el Athletic ha llegado al absurdo de hacerse trampas a sí mismo. Aymeric Laporte, hoy flamante central del Manchester City, nació en Agen, localidad francesa que dista unos 250 kilómetros de Irún. Ojeadores del Athletic captaron las virtudes de Laporte, pero el joven central no había nacido ni en Lapurdi ni en Zuberoa. sino mucho más al norte. No era vascofrancés. Laporte tenía 15 años y si un jugador supera los 16 y no ha sido formado en el País Vasco (en este lado de la raya o en el otro) pasa a no ser seleccionable para ‘los leones’. Así pues, el Athletic incitó a los padres de Laporte para mudarse con el chaval a Bayona, capital del País Vasco francés. Una vez cumplida la temporada de trámite en la provincia vascofrancesa de Lapurdi, el Athletic formalizó su fichaje para su equipo juvenil.

Este galimatías crea paradojas que son difíciles de explicar. Antoine Griezmann podría jugar en el Athletic porque se formó en la cantera de la Real Sociedad a pesar de haber nacido en la poco vasca villa de Macon, a una hora en coche de Suiza. Lo mismo sucede con el hoy cedido en el Numancia Cristian Ganea, un futbolista rumano que únicamente vivió en Euskadi de los 11 a los 17 años, pero dado que esa fue la época de su formación ya es un futurible del Athletic. Sin embargo, estrellas mundiales como Gonzalo Higuaín o Marco Asensio, con padres y/o abuelos vascos, no podrían jugar en Bilbao por no haber nacido ni haberse formado en tierras vascas.

El Athletic del siglo XXI pasa por la reinvención. El Athletic tiene los medios para lograrlo. Tiene un estadio moderno y de gran capacidad, una economía saneada con el respaldo de empresas públicas y privadas y el club es un estandarte social en Vizcaya y en buena parte del País Vasco. Cuenta con unas instalaciones y una red de ojeadores de primer nivel y, por prestigio e importancia, se encuentra entre los 50 clubes de referencia en Europa. Y sigue siendo el cuarto en jerarquía en España, por mucho que le pese a Valencia CF o Sevilla FC.

Su filosofía es su seña de identidad y es lo que le hace especial en una era de globalidad. De nada le vale al Athletic traicionarse a sí mismo para clasificarse cuarto o ganar algún título menor. Tan sólo si le garantizasen el olimpo mundial podría el Athletic traicionarse a sí mismo. Pero su filosofía es su mejor garante de estabilidad y de prestigio. Es algo único y especial.

Su futuro pasa por invertir en la cantera y por ampliar las miras. El objetivo para el Athletic es seguir haciéndose trampas a sí mismo y estirar el chicle de su filosofía. El objetivo es encontrar a Messi y llevarlo a Lezama. El objetivo es buscar a un abuelo de Bermeo o a una abuela de Guernika y traer al Indautxu a un Asensio. El objetivo es buscar a cientos de Iñaki Williams que dejaron sus tierras buscando fortuna en el Gran Bilbao. El objetivo es convencer a los Iñigo Martínez de la Real, del Osasuna o del Alavés para que fichen por el Athletic.

Y ese es el gran reto del Athletic del siglo XXI; convencer. Al final la filosofía no es otra cosa que el amor a la sabiduría, y ahí radica el gran reto de los rojiblancos. No reside en captar talento y formarlo. No. Reside en darles amor. En enseñarles lo que es el amor por el Athletic. El gran reto del Athletic es que su filosofía no se muera en el camino que va de la grada al campo. El reto es que todo aquel que se ponga la camiseta del Athletic sienta el amor por su filosofía.

La diferencia entre un Athletic vivo y un Athletic muerto está en las decisiones que tomen los Fernando Llorente, Javi Martínez, Ander Herrera o Kepa Arrizabalaga del futuro. ¿De qué vale tener el Messi del futuro si no ama al Athletic?


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