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Cuando la trampa del fuera de juego cambió el fútbol para siempre (1ª parte)

Yo estuve allí. Es una calle insulsa en el barrio de Covent Garden. No muy lejos del British Museum. Hoy mantiene la esencia. Poco iluminado, decoración cargante, amplia barra de bebidas y escasa oferta de comida. Pidiera sausage and mash. Es decir, salchichas con puré de patatas. Mi esposa pidiera fish and chips. Es decir, bacalao frito con patatas. Lo típico. Tampoco había mucho más para elegir. Pues allí, en The Freemason’s Tavern, una mañana de octubre de 1863 se reunieron representantes de los centros educativos más prestigiosos de Gran Bretaña para discernir sobre cuáles eran las reglas a seguir de manera uniforme en ese nuevo deporte de pelota que estaba desarrollándose y creciendo aceleradamente por todo el país. Los partidarios de jugar con pies y manos, liderados por los religiosos de la Rugby School, no fueron capaces de convencer a los allí presentes de las bondades de sus reglas. Así que un grupo de once disidentes, enderezados por Harrow School, firmaban, esa mañana en la The Freemason’s Tavern, un documento con trece reglas entre las que destacaba la prohibición del uso de las manos para trasladar el balón. Había nacido la Football Association. Había nacido la FA.

El fútbol pasaba a ser un ente propio y reglamentado.

Porque los ingleses no inventaron el fútbol (de hecho, tuvieron mucho más peso los escoceses, pero esa es otra historia ya contada en este blog). El fútbol surgió como hijo de la Revolución Industrial ante la necesidad de ocupar un tiempo de ocio instituido al sustituir el trabajo agrario de sol a sol por el mecanizado con horario de inicio y de fin. El fútbol triunfó por su sencillez y por su capacidad para aglutinar en torno al juego un compendio de identidades culturales y sociales que sirviesen de vía de escape a aquellos que se trasladaron del campo a la ciudad y vieron saltar por los aires todas sus convicciones tradicionales. Pero al fútbol se jugaba igual en Oxford, que, en el patio de una fábrica, en la cubierta de un barco o detrás de una iglesia. Lo que se hizo aquella mañana en la The Freemason’s Tavern fue reglamentar el juego, dotarlo de unas normas y un patrón común a todos sus practicantes. El reglamento del fútbol dice claramente como debe jugarse, cuáles son los códigos de actuación y cuáles las normas de conducta.

Toda norma condiciona. La Ley de Propiedad Horizontal determina que puedes y que no puedes hacer en tu vivienda, el Código de Circulación establece como conducir y la Constitución decreta que y que no puede hacer el partido político que está en el Gobierno de la Nación. El reglamento del fútbol, las trece reglas originales, condicionaron como se iba a jugar al fútbol desde entonces hasta el presente. Condicionó la orientación del juego (ofensiva, al ataque), limito el terreno de juego al 100 x 100 (hoy la horquilla va desde el 110 x 75 al 100 x 64) y estableció elementos fijos de finalización (porterías con medidas estandarizadas). Las reglas dictaminan que para ganar hay que meter gol, lo que sugiere que el juego se practica de medio campo hacia adelante. Con los años la táctica más extendida y con más durabilidad en el tiempo será el 2-3-5 que estimuló la ocupación del ancho del campo en la búsqueda de un eje vertical de actuación que lleve a la portería, auténtico referente del juego. Más adelante la portería será sustituida por un referente móvil (el balón) y mucho más tarde, en tiempos de Cruyff, el referente del juego serán los propios jugadores a través de su movimiento.

Durante un tiempo fútbol y rugby beberán de la misma agua. El caos en el juego, las melés, el patadón, lo más puro de la diversión, formarán parte del desconcierto inicial. El origen se parecerá y mucho al patio del colegio, a las vísceras del juego donde todos corríamos sin ton ni son en busca del balón. Esos inicios tienen que ver con las reglas, y las reglas las conforman unos individuos determinados por un lugar y un hábitat concreto. Hablamos del Imperio Británico. Del Britannia Rules. De la Inglaterra Victoriana. Lo que prima es el juego directo. El yo contra todos. El juego individual, pero también caballeroso. No hay centros, no hay pases. El que coge el balón vuela hacia el horizonte como la carga de la Brigada Ligera cabalgaba hacia el abismo en la batalla de Balaclava. Lo que importaba era el romanticismo, el héroe que luchaba ante todo y salía victorioso tanto en la victoria como en la derrota. El liderazgo y la proeza individual encarnaba todo lo que un futbolista tenía que ser. No es extraño que el primer gran equipo fuese el Old Etonians, de la prestigiosa y elitista Eton, donde, evidentemente, sus jugadores ni podían ni querrían ser profesionales.

Pasar el balón estaba mal visto. Era un acto de cobardes. Una dejación de funciones. Todo se basaba en el héroe, en el único responsable. Entre los primeros partidos de los que tenemos constancia hay muertos. Cuerdos y locos, valientes que cogían el balón y recibían la envestida de otros hombres a base de golpes. Fruto de todo aquello, de aquella locura pseudoheroica, en 1891, casi tres décadas después de la fundación del fútbol reglado, tiene lugar la primera modificación del reglamento. Se prohíbe golpear al portero (hasta entonces eso no era falta) y se crea el área pequeña, también llamada área de gol. Toda infracción dentro de ese rectángulo será sancionada con un golpeo directo sin barrera. Es el penalti. También conocido como disparo de la muerte.

El disparo de la muerte

Hasta entonces se podía hacer lo que te viniera en gana para derribar al portero. Desde entonces el arquero es intocable con la pelota en su poder. Mas también lo es el delantero que consigue ser tan audaz como para adentrarse en el área rival. La creación del penalti (1891), la modificación del fuera de juego (1925, lev motiv de este artículo), la introducción de los cambios (1967) y la aparición del VAR (2016), son los cuatro grandes cambalaches que han puesto patas arribas el fútbol en más de siglo y medio de vida.

¿Cómo era entonces el juego en sus inicios? La disposición táctica habitual era el 1-1-8. Era un juego simple, basado en el individualismo, el regate, la velocidad y el buen disparo desde lejos. Todo era un caos absoluto. Era un caos promovido por un reglamento que fomentaba patear, correr y driblar. Era el velocista con buen regate el jugador más demandado. Y no hay que caer en la simpleza. Uno piensa que con 1-1-8 los goles estaban asegurados. En realidad, había un defensa y un medio fijos. Los otros ocho delanteros lo que hacían era correr a por el balón. En el momento en el que uno de ellos lo controlaba, los otros siete se hacían a un lado para ver el espectáculo. Para ver como su compañero ejercía de loco y tocaba a corneta. Mientras, esperaban a que fuese abatido y así recuperar el balón.

El 1-1-8 era la táctica habitual en Inglaterra. No así en Escocia. Allí pronto se adoptó el 1-2-7, utilizando otro medio más a imagen y semejanza del tres cuartos del rugby. La idea básica seguía siendo el juego físico, de hombres fuertes y vigorosos camino a la portería rival. Sin embargo, desde Escocia ya se intuía otra sensibilidad. El juego era ofensivo, se practica de medio campo para adelante, pero tenía un freno. Y ese freno era la regla del fuera de juego.

La regla original del fuera de juego dictaminaba que un futbolista estaba en posición antirreglamentaria si tres oponentes se encontraban entre él y la portería rival. Esto hacía que el equipo defensor, al poner a dos defensores junto al portero, siempre estaría en posición de ventaja ante el rival. De este modo, aunque sobre el papel el 1-1-8 o el 1-2-7 pareciese un suicidio defensivo, la realidad era mucho más prosaica. De igual manera, dado que el fuera de juego quedaba desactivado si el pase procedía de la línea anterior al centro del campo, se promovía el kick and run y al delantero veloz capaz de cabalgar 40 o 50 metros detrás del balón.

Es en Escocia donde tiene lugar la primera gran revolución. Su psique es opuesta a la de los mandamases del Imperio. Los futbolistas ingleses son más grandes, están mejor alimentados. Cuando en 1872 Escocia e Inglaterra se enfrenten en el primer partido internacional de la historia, los ingleses tendrán doce kilos de peso medio más elevado que los escoceses. La necesidad hace que Escocia adapte un juego de equipo, un enfoque colectivo, un sistema de pases basado en la solidaridad y la colectividad. Si en Inglaterra el fútbol es un deporte de caballeros victorianos que sueñan con ser héroes, en Escocia el fútbol es lugar para obreros y gente de humilde condición. No es extraño, pues, que hasta 1888 las victorias de Escocia a Inglaterra se cuenten por goleadas. El primer gran club británico fue el Queen’s Park de Glasgow. El inglés Preston North End gana el primer doblete liga-copa en 1889 con siete escoceses en su once. El Liverpool FC contaba en 1892 con un once inicial entero de escoceses. Con el profesionalismo riadas de futbolistas de Escocia pasaron a jugar en la caudalosa Inglaterra, suponiendo el fin para el amateurismo de los elitistas colegios ingleses.

Fue ese el tipo de juego que llegó al Río de la Plata y a orillas del Danubio. El juego de pases importado por los escoceses. Rápidamente evolucionó en un 2-2-6, que fomentaba un juego de pases basado en triángulos y dejaba de lado la velocidad, la fuerza y el regate inglés. Ese segundo mediocentro inventado por los escoceses ejercía de enlace con los delanteros cuando tras una de esas alocadas cabalgadas el punta perdía el balón. Esa dicotomía marcará el futuro del fútbol desde ese momento en adelante. En España, por ejemplo, fueron los ingleses los que trajeron el balompié por los puertos del País Vasco. El fútbol español, representado por el Athletic Club, acogerá el kick and run, el juego directo inglés como propio (la furia española) desde entonces hasta inicios del siglo XXI.

Es entonces, rondando los últimos años de 1880, cuando el fútbol se exporta por buena parte del orbe por obra y gracia del Imperio Británico y cuando el establecimiento del profesionalismo y de una liga regular estandariza definitivamente lo que es el fútbol. Se produce entonces la última gran invención táctica, una, que, con matices, será patrón común durante cerca de medio siglo. Se trata del 2-3-5, la disposición táctica por excelencia que convirtió el fútbol en el deporte atractivo de masas que conocemos en la actualidad.

Fue el equipo de fútbol de la universidad de Cambridge el primer equipo de fútbol que apostó por el 2-3-5, de ahí que a esta disposición táctica se le conoce como La pirámide de Cambridge. Y así es. Una pirámide invertida donde por vez primera el juego está diseñado en su totalidad por triángulos y donde el pase es capaz de sustituir al kick and run a lo largo de los 100 metros de longitud del campo. El 2-3-5 fue el primer sistema universal, común a todos los equipos entre 1890 y 1930, posición en el tiempo que se alargó hasta el fin de la II Guerra Mundial en muchos más.

Pirámide de Cambridge (rojos)

La idea del 2-3-5 era la de juntar a dos defensores cerca del portero (para habilitar la trampa del fuera de juego) siempre defendiendo en zona y raramente en paralelo. Lo normal es que uno de los dos, generalmente el derecho, se quedase más cerca del guardameta. Los tres del centro del campo se dividían entre el mediocentro creativo y los dos interiores que ejercían de guardaespaldas, mientras que en paralelo cohabitaban los cinco atacantes. Era un fútbol de posiciones fijas, si bien es cierto que el 2-3-5 en realidad era un 2-5-3, dado que dos de los delanteros, el número 8 y el número 10, los dos que jugaban por dentro (de ahí lo del carril del 8, el carril del 10…) funcionaban como abanicos que subían y bajaban desde el centro del campo hasta el ataque. La función de todos ellos eran enviar el balón a los extremos (carril del 7 y carril del 11) para que, a través de un centro, el ariete (el 9) rematase de cabeza, ya que generalmente era el futbolista más grande y más fuerte del equipo.

Como vemos el juego, aun rudimentario para nuestra óptica, tenía todos los elementos clásicos y contemporáneos necesarios para hacerlo efectivo. La figura esencial de esta ruptura e innovación táctica era el mediocentro, el tercer centrocampista. Ejercía de policía, bajaba a defensa a recibir el balón si era necesario y tenía libertad de movimientos para avanzar con el esférico y acercarlo a la delantera. Ejercía de bisagra entre los dos mundos.

Era el punto fuerte del esquema y, sin embargo, al mismo tiempo, era el punto débil. El mediocentro no siempre llegaba a tiempo a las ayudas y, en una época donde la preparación física era escasa y no existían los cambios, su ausencia generaba un constante agujero y multitud de espacios. Ahí reside el motivo por el que entonces había tantos goles en los partidos y no por la impresión (falsa) de que se jugaba con cinco delanteros. Eran los interiores (el carril del 8 y el carril del 10) los verdaderos protagonistas del ataque dado que se aprovechaban de la ausencia del mediocentro rival para cabalgar en transiciones rápidas y dinamitar el juego en estático.

El primer gran mediocentro del que se tiene constancia es Ernest Needham, faro del Sheffield United entre 1891 y 1909 con 160 centímetros escasos de altura, inaugurando un perfil de jugador que nos lleva desde él hasta los Xavi Hernández del presente.

Como él hubo más, pero su hegemonía se iría diluyendo poco a poco.

Ernest Needham

A sabiendas de que ese agujero en el centro del campo debía de ser explotado, se empezó a desarrollar una nueva forma de distribución en el campo. Recordemos que entonces las posiciones son fijas, cada futbolista es encargado de ocupar una parcela del campo, ni una más y ni una menos, por lo que las ayudas o los desplazamientos son inexistentes. Lo que se propone es mover ligeramente a los cinco de arriba. En vez de estar en paralelo, los cinco delanteros pueden situarse en forma de abanico, se adelanta a los extremos o en algunos casos, como sucede en Uruguay, el delantero centro pasará a retrasarse y ocupar el centro del campo. Esa innovación, la del delantero falso (el falso ‘9’) hará que Uruguay domine el fútbol mundial (con permiso de los ingleses) en el primer cuarto del siglo XX.

Así pues, asustado, el mediocentro dejó de ser tan libre y de acercarse tanto al ataque para convertirse más en un elemento defensivo que ofensivo. De repente, cuando nos acercamos a 1920, el número de goles por partido baja drásticamente. Donde antes había dos defensores ahora hay dos y medio. Los medios piensan más en defender que en atacar, el centro del campo se va rompiendo y los delanteros quedan aislados. El kick and run vuelve a coger fuerza.

Y es entonces, viendo que el fútbol se adentra en el mundo de la oscuridad, cuando en 1925 aparezca la nueva regla del fuera de juego. La norma que lo cambiará todo.

Y sin embargo lo que no sabían los que la diseñaron es que aquello que se pensó hacer para favorecer al fútbol ofensivo, acabaría siendo el caldo de cultivo de una teorización defensiva que revolucionaría el futbol para siempre.

Continuará…

“Estoy orgulloso de que Inglaterra haya ideado estas leyes y que como resultado el fútbol se haya extendido por el fútbol como lo ha hecho. Las reglas no solo permiten jugar al fútbol, encarnan el espíritu y la herencia de nuestro juego”. Sir Bobby Charlton.

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