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La España vacía

El campo y la ciudad no son más que dos formas antagónicas de entender la vida. Una se autoproclama moderna y civilizada y a la otra la etiquetan como atrasada e ignorante. Obviamente son estereotipos. Pero los estereotipos esconden realidades. Un choque empeñado en afrontar el contraste y la asincronía. La lucha de la España vacía no es sino la lucha del reconocimiento.

Como todo gallego, y como buena parte de los españoles, no soy más que un urbanita que tiene sus raíces en el rural. Y un urbanita no es más que un pueblerino acomplejado. Hay urbanitas que trasfiguraron sus raíces para convertir los vaqueros y las botas en ropa de asfalto. En otros lugares del globo ocultaron los pololos y los bombachos en el armario pero por dignidad los sacan a relucir cuando hay que tirar de orgullo. En España los trajes regionales han sido relegados al trastero ante la vergüenza y el escarnio del urbanita retraído. Al final los zocos, las polainas o la pañoleta no son más que la imagen del mal, el arquetipo del pasado, del ser humano que hemos dejado atrás.

La que se ha dado en llamar la España vacía representa el 53% de la superficie del país en la que apenas vive el 15% de la población. Menos del 10% si se suprimen las capitales de provincia. Hablamos de poco más de 4 millones y medio de seres humanos cuando en el otro 47% del territorio habitan 43 millones. En toda Europa tan sólo el interior de Irlanda presenta una densidad de población más baja.

Para los ortodoxos la España vacía son la Castilla manchega y la Castilla leonesa, Extremadura, La Rioja y Aragón. Pero la España vacía es toda aquella que no conoce el mar. Aquella que entre duros inviernos y ásperos veranos ha asustado a los que hemos renegado del esfuerzo y hemos apostado por el adjetivo perezoso. La España vacía también es la Andalucía agreste, los pueblos de montaña del Cantábrico y de los Pirineos, y también la Galicia más íntima, la Galicia olvidada de Lugo y Orense.

El resultado es un retrato de un país acostumbrado a vivir en la particularidad y la extrañeza, que apenas se reconoce a sí mismo, repleto de zonas geográficas que comparten muy pocos elementos en común. Algunas ni siquiera el idioma. Pero tampoco su historia ni sus características climáticas, lo que propicia que arquitectónicamente los pueblos del norte no tengan nada que ver con los del sur. Una guerra con un bando que mira a Europa, a la modernidad y a las reformas, enfrentado a otro de valores tradicionales y reaccionarios que reclama solamente no ser olvidado.

Y ahí está el fútbol. El fútbol es orgullo y sentimiento de pertenencia. Incluso en comunidades fragmentadas y cosmopolitas, donde ya no existe ni la integridad ni la uniformidad, sea esta cultural, racial o hasta religiosa, el club de fútbol sigue magnificando al pueblo o a la pequeña ciudad. Cuando Guipúzcoa se resquebrajaba a gritos, golpes y a tiros, el campo de Atocha se llenaba de abrazos inconcebibles entre personas que sólo tenían en común las paradas de Arconada y los goles de Satrústegui. Pero es en las villas y en las ciudades de la España vacía donde el fútbol representa una esperanza pra salir de la podredumbre. Para lugares como León, Huesca, Jaén, Logroño o Burgos no hay mejor forma de ser escuchados y reconocidos que a través de sus años de gloria en Primera División.

El CD Orense (en adelante usaremos el hoy reconocido CD Ourense) es uno de esos equipos que durante un breve periodo de tiempo consiguió que su modesta ciudad pasase a ser centro del panorama nacional y que en Madrid o en Barcelona se prestase atención a lo que ellos consideran un villorrio de interior.

Ourense es una de esas ciudades provinciales que se ha peleado con el mar. A la sombra de las Rías Baixas, de la Galicia simpática y amable, de la soleada del buen beber y del mejor comer. Alejada de la oscuridad, la libertad, la historia, el misterio y la literatura de Santiago. Apartada de la comercial y bulliciosa Coruña. Ourense, como su hermana norteña Lugo, está en ese rincón que no viene en las guías de viaje. Ambas se tiran a brazos del Miño para precipitarse en Galicia. Pero si bien a Lugo le sobra para pertrecharse a occidente del Bierzo, a Ourense no le es suficiente. Lo que en Lugo es verde al mirar a su derecha en Ourense se va convirtiendo en marrón. Lo que en Lugo es humedad en Ourense es secarral. Ourense es la puerta a Castilla, una puerta que le beneficia y que la penaliza ¿Quién quiere conformarse con una impostora teniendo Galicia tan cerca?

Como todas las ciudades que se tiran al turismo para sobrevivir, Ourense ha diseñado millones de euros en un centro turístico amable y coqueto en el que Las Burgas saludan al paseante. Amable y acogedora, Ourense es otra de esas ciudades pequeñas o pueblos grandes, con elevada media de edad y sin el glamour del Corte Inglés.

Y como toda ciudad Ourense cuenta con un club de fútbol. Un club sin demasiado éxito, ya desaparecido y hoy refundado. Más bien mal refundado, porque en una ciudad en la que malamente sobrevivía un club profesional ahora malviven dos en la misma categoría, una pésima receta que también ha sido aplicada en lugares como Salamanca o Logroño. A diferencia de estas dos últimas, la ciudad de Ourense no ha podido nunca saborear las mieles de la Primera División. Pero en la temporada 1967/68 el CD Ourense tuvo la temporada perfecta. Nunca antes ni nunca después un equipo de fútbol de categoría nacional ha logrado algo similar. El récord del CD Ourense sigue siendo inalcanzable.

LA TEMPORADA PERFECTA

En la campaña 67/68 el CD Ourense militaba en Tercera División. Por aquel entonces era la tercera categoría del fútbol español. Para hacernos una idea de la diferencia es menester indicar que en la actualidad sumamos 122 clubes entre Primera (20), Segunda (22) y los cuatro grupos de Segunda B (80). En 1968 había 50 clubes entre Primera (16) y los dos grupos de Segunda (32) y luego ya se pasaba directamente a Tercera División. Grosso modo los grupos en Tercera se dividían por regiones autonómicas como en la actualidad, pero el menor número de equipos profesionales hace comprender como por entonces tenía más pedigrí que en el presente competir en Tercera.

Tras varias temporadas en Segunda el CD Ourense había descendido a Tercera en 1965. Desde entonces había encadenado ejercicios meritorios para acabar claudicando en la fase de ascenso. En la temporada 67/68 conformaba un grupo gallego de 16 equipos en donde destacaba la SD Compostela, el CD Lugo, los filiales del RC Deportivo y del RC Celta y equipos antaño relevantes como el CD Lemos.

La temporada comenzó un 10 de septiembre con victoria a domicilio en Monforte ante el CD Lemos por 0-2. Los ourensanos tardaron ocho jornadas en encajar su primer gol en contra para finalizar la primera vuelta con 14 victorias. Faltó un partido por disputarse, ante el CD Lugo, que hubo de suspenderse por culpa de una fuerte nevada en la ciudad amurallada.

Como no podía ser de otro modo la segunda vuelta fue mucho más complicada, porque todos sabían del récord y todos querían acabar con la famosa racha. A medida que se sucedían las victorias el equipo iba acaparando minutos en las radios nacionales y haciéndose un hueco en la prensa deportiva editada en Madrid.

Todo fue de color de rosa hasta la jornada 27, apenas cuatro antes de la conclusión del campeonato. Jugaban en Vigo ante el Rápido de Bouzas y aunque el CD Ourense dominó el choque no pudo anotar el gol de la victoria (0-1) hasta los instantes finales. Misión cumplida. 27 de 27. Lo mismo sucedió en la siguiente fecha. En el barrio de O Couto, que da nombre al estadio, el CD Ourense recibía al CD Lugo. Era el tiempo de descuento y el marcador era de empate a un gol. Córner a favor de los ourensanos que es ejecutado muy cerrado y bota entre el poste y el portero rival hasta que es sacado malamente por el guardameta lucense. El árbitro mira a su linier y concede el tanto. Gol olímpico. La afición rojilla estalla de alegría y el récord cada vez está más cerca. 28 de 28.

La penúltima fue un trámite ante el otro equipo de la ciudad, el Atlético Orense (5-0) para en la última jornada visitar el antiguo estadio de Santa Isabel de Santiago. El rival era la SD Compostela, segundo clasificado del campeonato y que tan sólo había encajado una derrota, lógicamente, ante los aurienses en la primera vuelta.

El 29 de abril de 1969 Santa Isabel estaba a rebosar con más de 2.500 aficionados llegados desde Ourense para completar la gesta. Matías Prats padre comandaba la expedición de Televisión Española encargada de filmar el partido. Fue un partido duro y tenso vigilado por la aguda lluvia que cayó en Santiago, y que no se resolvió hasta que Tunez anotaba el gol que sellaba el récord del CD Ourense (0-1). Cuando el colegiado pitó el final del partido hubo invasión de campo y los jugadores, como manda la tradición, acabaron sin camiseta. “Es un récord único, nadie lo va a igualar”, contestaba profético Carballeda a las preguntas de los periodistas. Carballeda fue el pichichi de la categoría con 38 tantos, la gran mayoría de ellos rematados de cabeza tras los centros de Pataco, el jugador de más clase de aquel conjunto que acabaría fichando por el Atlético de Madrid.

La hazaña se había consumado. 30 partidos jugados y 30 partidos ganados. 98 goles a favor (3,26 por partido) y 7 en contra (0,23 por partido). Al término del choque se leyó por megafonía un telegrama de Juan Antonio Samaranch, por entonces Delegado Nacional de Deportes, concediendo al club la Medalla de Plata al Mérito Deportivo.

Y sin embargo la temporada perfecta acabó en fracaso. Como campeones de su grupo de Tercera debían afrontar dos eliminatorias para poder ascender a Segunda. En primera ronda cayeron en Barcelona ante el Condal en lo que fue la primera derrota de la temporada, pero consiguieron darle la vuelta a la eliminatoria en el partido disputado en O Couto. En la ronda definitiva perdieron ante el Ilicitano (lo que hoy sería el Elche B) al empatar sin goles en casa y caer por 2-1 en tierras alicantinas.

Aquel equipo formado casi en exclusiva por gallegos es motivo de orgullo para los ourensanos. Destacaba el portero lucense Roca, el defensa Paredes, apodado ‘Gladiador’ y que acabó jugando en el Pontevedra CF y en el Real Valladolid en Primera. En el centro del campo estaba el vigués Pito y el extremo de Xunqueira de Espadañedo Cortés que un año después firmaría por el RC Deportivo. Las estrellas eran los ya citados Carballeda, un delantero pontevedrés que nunca volvería a rendir a tan estratosférico nivel, y Carlos Couceiro ‘Pataco’, un juvenil ourensano que llegó a formar parte de la plantilla del Atlético campeona de la Copa Intercontinental en 1974 aunque de manera testimonial.

El CD Ourense llegó a celebrar 67 partidos invicto en Liga sumando encuentros de la temporada anterior y de la posterior. Sumó además, con fases de ascensos incluidas, cuatro años sin perder en el estadio de O Couto. Fernando Bouso, el técnico en aquellos años consiguió 80 victorias en sus 98 partidos al frente del club. En todas sus temporadas el CD Ourense fue campeón de su grupo de Tercera, y después de dos liguillas sin premio logró ascender a Segunda en 1969 tras eliminar al Athletic B en San Mamés.

Fueron los años dorados de un conjunto que, al igual que el Pontevedra CF también triunfante de la época, tuvo una segunda y fugaz época gloriosa a finales de los 90. Seguramente la década de los 60 fue el cénit del fútbol gallego. Sí, es cierto, en el cambio del siglo el RC Deportivo reinaba en España y el RC Celta practicaba el juego más hermoso del momento, pero ambos lo hacían gobernados por brasileños, holandeses, rusos o argentinos. En los 60 las plantillas de coruñeses y vigueses contaban con un buen puñado de gallegos. A ellos se sumaban el Pontevedra CF del ‘hai que roelo’, las hazañas ourensanas y los grandes mitos futbolísticos del momento (Marcelino, Amancio o Luis Suárez) habían nacido en esta esquina de la Península Ibérica.

 “La palabra provincia remolca un imaginario que tiene una catedral gótica, unos soportales, un paseo arbolado, señoritas recatadas que salen de misa, salones con tapetes y casinos mercantiles donde se juega al tresillo y se lee la prensa de Madrid con un día de retraso. Escenas que pueden situarse lo mismo en Burgos que en Ceuta que en Murcia que en Cuenca que en Gerona. No importan el clima o el paisaje, que no alteran el ideal platónico. Desde las grandes ciudades las provincias son un ser y un estar uniforme e intercambiable, igual de feo, católico y sentimental en la montaña que en el llano o en la costa (…) Así las concibió Javier de Burgos y han hecho muy bien su papel de modernización y vertebración (…) Prácticamente inalteradas desde 1833 (las provincias) en un país incapaz, en doscientos años, de mantener regímenes políticos duraderos, enzarzado en cuatro guerras civiles, tres coloniales y una de liberación nacional, con siete constituciones democráticas y varios estatutos y fueros impuestos.”  Sergio del Molino en el libro ‘Lugares fuera de sitio’.


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