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¿Se juegan más partidos hoy que antes?

Tras la rotura del ligamento cruzado sufrida por Gavi en un partido amistoso disputado el pasado mes de noviembre por la selección española en Valladolid ríos de tinta han corrido sobre la explotación de los jugadores y la presión del calendario. El FC Barcelona está de uñas con Luis de la Fuente, seleccionador nacional, por incluir a Gavi en dos partidos sin demasiada trascendencia con apenas tres días de diferencia. No es diferente el enfado del Barça al del Real Madrid respecto a Brasil con Vinicius o a Francia con Camavinga. Tampoco estaban muy contentos en las oficinas del Villarreal CF (Mandi), Real Sociedad (Oyarzábal) o Real Mallorca (Muriqi).

La culpa es del Virus FIFA dicen. ¿Qué sentido tiene jugar un Francia-Gibraltar que acaba con un 14-0 a favor de los galos? Poco sentido. Aunque quizás algo más que jugar un partido amistoso en Corea del Sur ante el Jeonbuk Motors cinco días antes de debutar en Liga ante el Lorient. Aquel día de agosto el PSG no pasó del empate en casa. Hay quien se olvida que Courtois, Militao o De Bruyne llevan lesionados desde el pasado verano, y no por culpa del Virus FIFA, sino por estúpidas, aunque lucrativas giras, alrededor del planeta. También los hay quienes silencian que Yeremy Pino también se rompió el ligamento cruzado al igual que Gavi, pero fue en un simple entrenamiento con el Villarreal. Lo de Gavi no fue muscular. No fue culpa de la sobrecarga de partidos. Al menos estrictamente. Al menos en causa-efecto. Al lesionarse De Bruyne, su técnico, Pep Guardiola, clamó contra el sinsentido del calendario. Un sinsentido que es queja habitual de entrenadores y jugadores, pero aún no se ha dado el caso de que uno de ellos decida tomar posición de fuerza y plantarse ante los organismos rectores.

La pela es la pela.

Y digo lo de la pela es la pela como topicazo catalán porque lo de Gavi ha dolido y mucho en la Ciudad Condal. Han salido informaciones varias que señalaban a Gavi como el futbolista que más partidos ha jugado con 19 años en la historia del fútbol. 136 suma en esa lista. Jude Bellingham, la juvenil estrella del Real Madrid, sumaba cuando se hizo esa lista 134. El también barcelonista Pedri agregaba 116, por los 91 de Raúl o Fernando Torres. Andrés Iniesta, con 19 castañas, tan sólo firmaba 12 partidos en la élite.

Lo cierto es que Gavi ha sido exprimido. En primer lugar, por Xavi, quien falto de estrellas decidió (con acierto) tirar de cantera cuando accedió al banquillo azulgrana. Gavi tan sólo jugó un par de partidos en el Barça B antes de estrenarse en Primera. Después debutó imberbe en la selección, culpa de Luis Enrique y su obsesiva idea de llamar a juveniles capaces de seguir pies juntillas su discurso. Mas tan evidente como que Gavi llegó a la selección absoluta antes de acumular méritos para merecerlo, también lo es que pocos partidos necesitó sobre el césped para convertirse en imprescindible.

Gavi

Para entender la acumulación de partidos del andaluz del Barça tomemos en consideración a los cinco grandes. Con 19 primaveras Leo Messi sumaba 43 partidos en la élite, exactamente los mismos que Johan Cruyff. Alfredo Di Stéfano, estrella de carburación diésel, tan sólo había jugado un partido con el primer equipo de River Plate. Casos diametralmente opuestos eran Maradona y Pelé. El Pelusa llevaba tantos encuentros como Gavi y O Rei firmaba 145 (a lo que hay que añadir una porrea de amistosos) y un Mundial ganado a sus espaldas.

Hay más. Ronaldo Nazario, el Balón de Oro más joven de la historia, sumaba 93 encuentros a los 19 años. El otro Ronaldo, Cristiano, no llegaba a la cuarentena. Jóvenes prodigios como George Best (97) o Michael Owen (58) tampoco llegaban a las tres cifras. Y las dos bestias llamadas a dominar el fútbol mundial en los próximos años tampoco igualaban los números de Gavi a su edad. Erling Haaland acababa de fichar por el Dortmund con 73 encuentros a sus espaldas y Mbappé por el PSG con 114 partidos oficiales en las piernas.

Es por tanto el caso Gavi (o el de Bellingham) excepcional, pero no por ello común. Es propio de los tiempos que corren, no obstante, igual de propio que era en otros tiempos. Empero, la corriente de opinión nos indica que cada vez los calendarios son más apretados y los futbolistas están más expuestos a más riesgos en su salud tanto física como mental.

¿Es eso cierto?

Veamos pues el ejemplo de la temporada 2022-23. El Mundial se llevó al mes de diciembre por vez primera por obra y gracias de Qatar. Los encuentros ligueros y coperos se comprimieron iniciando su andanza en el verano europeo. En el caso del FC Barcelona fueron 53 partidos oficiales y 8 amistosos.

Los futbolistas de la actualidad son superatletas. Cada detalle de su preparación física, alimentación y descanso está cuidado al máximo. Sin embargo, siguen siendo humanos y su cuerpo tiene un límite. De los 53 oficiales el más utilizado fue Ansu Fati que sumó 51 partidos. Si el Barça hubiese llegado a la ronda final de la Copa de Europa y de la Copa del Rey podría haber disputado un máximo de 62 partidos. Si España hubiese llegado a la final del Mundial habrían sido 14 partidos internacionales que Ansu Fati podría haber jugado. Por lo tanto, lo máximo que podría haber jugado un futbolista de élite azulgrana serían 76 partidos (y 8 amistosos con el Barça).

Retrocedamos en el tiempo. Temporada 1985-86. Aquel año el Barça se proclamó subcampeón de Europa al perder el partido final ante el Steaua y al llegar el verano hubo Mundial en México. Por entonces el FC Barcelona sumó un total de ocho partidos amistosos y 60 partidos oficiales. Alexanco jugó 53 de esos 60 encuentros. Fueron los máximos que podría haber disputado porque ganó la Copa del Rey y llegó a la final de la Copa de Europa. Mientras, la selección española jugó esa temporada 11 encuentros, los cuales hubiesen sido como máximo 13 de haber llegado la selección a la final del Mundial. Por lo tanto, lo máximo que podría haber jugado un internacional del Barça hubiesen sido 73 partidos (y 8 amistosos con el Barça).

Hagamos una última comparativa con tiempos más recientes. Temporada 2005/06. La de la Copa de Europa de Ronaldinho. Fueron 57 partidos oficiales y 7 amistosos. Carles Puyol disputó 52 de esos encuentros. Si el Barça hubiese llegado a la final de la Copa del Rey habrían sido un total de 60 encuentros oficiales. La selección española sumó 16 encuentros que hubiesen sido un sumatorio de 19 en caso de que hubiese llegado a la final del Mundial de Alemania. Lo máximo que Puyol podría haber disputado serían 79 encuentros.

Un máximo de 73 partidos en 1986, 79 encuentros en 2006 y 76 choques en 2023.

Para la campaña 2024/25 con la nueva Copa de Europa de 36 equipos y el Mundial de Clubes de 32 escuadras (que es cada cuatro años y que nunca coincidirá con un Mundial de selecciones), un futbolista de élite del FC Barcelona podría llegar a los 80 encuentros contando su presencia en la selección nacional.

La diferencia es inapreciable.

Puyol (593 partidos con el Barça y 100 con España)

Con la carga de partidos es habitual que aparezcan lesiones. Contracturas y desgarros musculares son los más frecuentes. El sobreesfuerzo y la repetición de movimientos agravan las dolencias de futbolistas que promedian un partido cada cinco días durante unos cuantos años. Jugar con dolor, con fibras desgarradas, es más habitual de lo que se cree y los antiinflamatorios, la cortisona y las inyecciones están a la orden del día en un deporte donde los controles antidopaje tienen vara alta.

Los huesos y las articulaciones también sufren la cantidad de partidos de los futbolistas. El esfuerzo constante puede sobrepasar la capacidad de regeneración de los tejidos óseos, de modo que se produce una fractura por estrés que obliga a una baja que se aproxima a los dos meses como regla general. El estrés también provoca cansancio, agotamiento para la mente, depresión y todo ello también facilita que haya una lesión muscular. En definitiva, nada que no ocurra en cualquier otro trabajo de ritmo elevado.

Antes de ser entrenador, Javier Clemente era un fino interior zurdo llamado a portar el ‘10’ del Athletic durante más de una década. Llevaba como titular desde los 18 años, pero una dura entrada de Marañón acabó con una de sus rodillas a los 19 años. Mal operado, pasó a romperse la tibia. Fueron cinco operaciones antes de retirarse definitivamente a los 24 tras un par de temporadas sin tocar balón. Era 1969 cuando se lesionó.

Hoy no es así. David Villa, el máximo goleador de la historia de la selección, rompió tibia y peroné antes de ganar el Mundial. A Gavi le estiman una recuperación de nueve meses. Volverá. Y debería ser jugador de élite en el Barça. Si no llega a ese nivel de excelencia, si su rodilla no vuelve a ser la misma, se refugiará en un equipo menor y tendrá una buena carrera profesional. En tiempos de Clemente no había alternativa. O el todo o la nada.

Hay más. Hasta cinco cambios se permiten en la actualidad. Eran tres hasta hace nada y dos mirando atrás en el tiempo. En época de Di Stéfano o de Pelé directamente no existían. Los más de 50 partidos de Ansu Fati están plagados de encuentros donde ha jugado 20, 30 o 40 minutos. Los más de 50 partidos de Migueli en la temporada 1985-86 son encuentros de 90 minutos.

Entonces, ¿hay tantos excesos de partidos como decimos? ¿Están explotados los futbolistas de hoy en comparación con los de antaño?

No. Realmente están mejor tratados.

La diferencia radica en dos conceptos diferentes. La exigencia y oda por la juventud y la longevidad del deportista.

Recientemente visualicé un documental sobre David Beckham. Viene al caso porque se comentaba la trayectoria del United cuando ganó la Copa de Europa en la temporada 1998/99. En el partido de ida de cuartos de final jugado en Old Trafford ante el Internazionale, David Beckham era el futbolista más joven sobre el campo con 23 años. Me dio por comparar con los 22 presentes en el FC Barcelona-Real Madrid de Liga jugado hace dos meses. En Montjuic había hasta ocho jugadores menores de 23 años en el once inicial que saltó al césped. Gavi, Fermín, Balde y Ferran Torres por parte azulgrana y Tchouameni, Rodrygo, Bellingham y Vinicius del lado merengue.

La cultura de la juventud impregna todos los ámbitos sociales. Donde antes tener años era sinónimo de sabiduría ahora lo es de decadencia. Los niños aceleran su infancia para ser adolescentes y los adultos frenan su ocaso para volver a ser jóvenes. No es ajeno el fútbol a este movimiento. Las estrellas van y vienen con una velocidad pasmosa. A golpe de tuit se cambia a un ídolo por otro. Las plantillas varían año tras año y los fichajes y las caras nuevas son exigibles aun cuando los éxitos acompañen al equipo. Donde antes una plantilla se componía de jugadores en torno a los 27-30 años, ahora se busca a adolescentes que ronden la veintena. Es un proceso común a cualquier otra disciplina y viene ayudado también por la mejora en la nutrición y el entrenamiento físico que permite formar a adolescentes y prepararlos para el deporte de élite aun estando su cuerpo en formación.

Esa búsqueda de la eterna juventud y esa necesidad de convertir en oro unas piernas frescas llevan a la sobreexposición. Los amistosos son los mismos hoy que hace medio siglo. Pero donde antes estaban el Ramón de Carranza, el Teresa Herrera o el partido de pretemporada ante un equipo de tu provincia ahora están exigentes amistosos ante campeones de Europa jugados en Japón, Singapur y Estados Unidos. Nadie se quiere perder un Madrid-Barça o un Juve-Inter aunque se disputen a finales de julio. Donde antes una Supercopa se jugaba tras un cómodo viaje en tren o en avión dentro de tus fronteras, ahora se disputa a miles de kilómetros de tu hogar tras horas y horas de vuelo. Y donde antes había 18 o 19 jugadores nacionales en una plantilla de 25 ahora apenas se llega a la decena. Donde antes un jugador sudamericano o africano jugando en Europa era la excepción, ahora es lo común. Y con ello hay interminables vuelos transoceánicos para disputar encuentros internacionales que machacan sine die al futbolista.

Los partidos son los mismos, los cambios son mayores y las plantillas más profundas. Pero las horas de exposición al riesgo son mucho mayores. El aumento de las distancias, las horas de viaje y los compromisos publicitarios reducen los entrenamientos. Los partidos no han variado, pero se entrena menos y peor. Los encuentros se alargan más allá de los 100 minutos, la intensidad y el ritmo son infinitamente más elevados. Cuando un equipo de Tercera se enfrenta a un Primera en Copa es capaz de aguantar una parte. Lo que marca la diferencia no es tanto la calidad, sino la intensidad, que se vuelve insoportable para el equipo pequeño al transcurrir los minutos. Gento, Puskás y Di Stéfano eran al menos igual de buenos que Bale, Benzema o Cristiano, pero serían incapaces de aguantar los 90 minutos de un partido con el ritmo y la intensidad de la actualidad.

Puskás (720 partidos y 709 goles -barriga incluida-)

La oda a la juventud y el acortamiento de plazos antes de llegar a la élite marcan una diferenciación fundamental entre el fútbol de antaño y el actual. Pero la gran diferencia es otra. La gran diferencia radica en la longevidad del futbolista.

Hace unos cuantos años leí en un artículo médico que un futbolista de élite puede jugar 450 partidos al máximo nivel, es decir, 45 por temporada en una carrera de una década. Es evidente que con los avances en alimentación y entrenamiento este margen se ha ampliado. Solo hay que ver la longevidad en la élite de Messi o de Cristiano Ronaldo. Pero se debe tener en cuenta que, aunque un futbolista de élite juegue en la actualidad en torno a 70 partidos al año, no quiere decir que los dispute al máximo nivel. Cuando Mbappé compite contra el Valenciennes FC, el Anderlecht o la selección de San Marino, no lo hace exprimiendo su cuerpo.

En el deporte, como en cualquier otra disciplina que requiere esfuerzo físico o mental, el tiempo máximo de excelencia está determinado. Esta plenitud se sustenta en una horquilla que oscila entre los 10 y los 15 años. En todas las disciplinas de la cultura contemporánea vemos como los más laureados o bien constriñeron su obra en un espacio corto de años o bien han alargado su obra durante décadas. Pero en este último caso, por mucho que el artista sea longevo, se puede comprobar como su plenitud y el legado que dejará para la posteridad está concentrado temporalmente.

En todos los rankings y listas elaborados por expertos musicales aparecen grupos tan variopintos y diferentes como The Beatles (1960-1970), Nirvana (1987-1994), The Doors (1965-1973) o ABBA (1972-1982). En estos grupos advertimos como la regla de los diez años también se cumple. Ya fuese por decisión propia o por causa de fallecimiento dejaron su legado en apenas una década. Otros como The Rolling Stones, AC/DC o U2 superan con creces las dos décadas sobre los escenarios, pero sus grandes éxitos están ligados a un periodo muy concreto de tiempo. Si cambiamos de registro y hablamos de cantantes en solitario tipo Julio Iglesias, Frank Sinatra o Raphael nos sucede lo mismo. Los números 1 de que encumbraron a Julio Iglesias (La vida sigue igual, Gwendolyne, Un canto a Galicia, Me olvide de vivir, Soy un truhan…) fueron compuestos en un plazo de 10-15 años.

En el cine, donde los directores pueden alargar sus carreras incluso más allá de medio siglo, sucede tres cuartas partes de lo mismo. Orson Welles dirigió Ciudadano Kane y La dama de Shanghai en espacio de cinco años. Francis Ford Coppola nunca superará sus obras de los 70 comandadas por El Padrino y Appocalypsis Now. Alfred Hitchcock, a pesar de su basta y maravillosa filmografía, realizó en el plazo de siete años obras maestras como Psicosis, Los pájaros, El hombre que sabía demasiado y Vértigo. Algo parecido le pasa a Steven Spielberg, que, aunque sigue fabricando películas por doquier, nunca igualará el binomio bélico de La lista de Schindler (1993) y Salvar al soldado Ryan (1997). Si nos vamos a la comedia, repetimos escenario. Billy Wilder triunfó en los 50 y 60, y del gran Charles Chaplin siempre gozaremos de su aptitud como director y actor entre 1925 y 1940, desde La quimera del oro a El gran dictador.

Pero es que si cambiamos de registro y si se me permite la comparación (sacrílega para muchos) entre deporte y pintura (lo cual será corriente en el futuro, de igual manera que hoy el cine se considera arte) todos los estudiosos consideran que Velázquez pintó sus obras cumbres en su última década de vida. Goya concentró en 15 años obras como La familia de Carlos IV, La Maja desnuda o Los fusilamientos del 2 de mayo. Y hasta Pablo Picasso, inventor o perfeccionista de múltiples estilos pictóricos en más de 90 años de vida, concentra sus obras maestras en algo menos de dos décadas (Maternidad, Arlequín, Las señoritas de Avignon…). La única excepción; Guernica.

Lo excepcional es tener una vida plagada de éxitos. Lo corriente es tener unos años dorados por los que ser recordado.

Pues bien, en el fútbol esa horquilla se ha ampliado. Y de una manera escandalosamente generosa. Cristiano y Messi son los ejemplos más palpables. Es cierto que ambos se han refugiado en un fútbol menor, pero siguen siendo referencia de sus selecciones nacionales. Su éxito supera los quince años y se aproxima a los veinte. Una auténtica locura. Sergio Ramos cumple 20 años en la élite, al igual que Modric o el portugués Pepe. Lewandowski va camino de su decimocuarta temporada metiendo al menos 25 goles al año entre Alemania y España. Antes ya goleaba en la modesta competición polaca. Ibrahimovic, Dani Alves, Buffon o Ribery son otros ejemplos de futbolistas recién retirados.

Vamos a Balones de Oro. Siempre jugando en elite, nada de ligas menores (Pepe ha bajado el nivel, pero sigue compitiendo en Champions anualmente como titular en el Oporto). Nos centramos en aquellos que ya comentamos, aquellos que despuntaron como jóvenes. Las carreras de Maradona y Cruyff superan por poco la decena de años (en la élite, reitero). Lo mismo le sucedió a Best, Van Basten, Owen, Beckenbauer, Ronaldo o Platini. Ejemplos de longevidad en la élite fueron Pelé o Di Stéfano con quince años a pleno rendimiento como faros del fútbol mundial. Pero eran excepciones. Lo de Messi o Cristiano es hoy norma. No son los únicos. Ellos dos son superestrellas, pero futbolistas como Claudio Bravo, Álvaro Negredo, Jesús Navas, Raúl Albiol, Radamel Falcao, Christian Stuani, Iago Aspas o Ivan Rakitic siguen jugando al máximo nivel camino de la cuarentena, un fenómeno inexplicable hace apenas un par de décadas.

Jesús Navas. Internacional con 38 años

Así luego la diferencia no radica en el calendario ni en el número de partidos. No ha habido grandes cambios. La diferencia radica en la longevidad. El que antes se rompía el cruzado, la tibia o el peroné debía olvidarse de volver a su nivel. Hoy significa un paréntesis en una carrera. El que antes debutaba en Primera a los 18 se retiraba con treinta y pocos. Hoy debuta con 18 y alarga su carrera hasta cerca de los cuarenta.

Lo que ha cambiado no es la exigencia. Lo que ha cambiado es nuestro cuerpo. En 1960 la esperanza de vida estaba en 71 años, hoy lo está en los 83 y en el futuro superará fácilmente los 90. Si antes un futbolista estaba mental y físicamente acabado a los 30, hoy lo está a los 37. El día de mañana habrá decenas de jugadores que conseguirán alargar sus carreras acercándose a los 45 años.

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