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El portero es negro, los centrales gabachos, la estrella es un moro y el que mete los goles es un sudaca ¡Pero daría la vida por mi equipo!

Somos egoístas y vagos. Esto no lo digo yo, lo dicen los antropólogos y los biólogos. Si hubiese que calificar al ser humano con un adjetivo éste sería el de perezoso. Somos perezosos porque hemos alcanzado la excelencia y hemos superado al resto de especies gracias a nuestro cerebro. Batiremos récords mejorando el físico, pero el físico debe ser ayudado por la mente. Pero es este un bucle pernicioso cuando escudriñamos el bien común. Si un vago coincide con un trabajador, el primero se aprovechará del segundo, sobrevivirá, obtendrá todos los beneficios y pasará sus genes a la generación siguiente. Al cabo de unos cuantos cientos y miles de años quedarían en liza sólo los más perezosos.

Pese a ello, en la naturaleza vemos que la cooperación reina en todas las especies. Desde los depredadores que pueblan las selvas hasta en las liliputienses colonias de hormigas. Y lo mismo sucede con los seres humanos. Somos perezosos y egoístas, pero si hemos evolucionado y progresado es gracias a la cooperación. ¿Cómo puede ser esto posible? La respuesta de la ciencia es simple: es una cuestión genética.

Si ayudas a tus sobrinos les irá mejor en la vida, y si les va mejor en la vida les irá mejor a tus genes. Esta idea fue desarrollada por el biólogo William Hamilton en una regla que él denominó rb>c (r es la probabilidad de que compartas genes con un individuo, multiplicado por b que es el beneficio que obtiene dicho individuo al ayudarlo, dividido entre c que es lo que a ti te cuesta ayudarlo). Según Hamilton si compartes con tu hijo 1/2 de genes y con tu sobrino 1/4 significa que debes pasar el doble de tiempo ayudando al primero que con el segundo.

Por eso tenemos descendencia. “Cuando un padre da algo a su hijo ambos ríen. Cuando un hijo da algo a su padre ambos lloran”, dejó escrito Shakespeare.

Como todas las teorías, la de Hamilton choca con la realidad. Igual es mejor pasar tiempo con el hermano de tu mejor amigo que con la sobrina con que la que apenas te ha dirigido la palabra en veinte años. Pero dicha teoría sí que sirve para explicar porque nos ayudamos los seres humanos cuando por definición somos unos perezosos.

Los antropólogos consideran que nuestros ancestros nómadas luchaban en grupos para conseguir alimentos. Esa cooperación entre tribus les permitía minimizar riesgos y ayudar a los jóvenes a prosperar. En esos grupos los lazos familiares podían existir o no, pero lo que si existía era un sentimiento de comunidad, de tribu, que fue base para la evolución de la especie. Cuando la agricultura y la industria, pero sobre todo el sistema de seguridad y sanidad de los Estados modernos sustituyeron a la tribu, los lazos grupales se fueron perdiendo en una tendencia que parece imparable.

Empero, el instinto a colaborar sigue presente a través de la solidaridad (que es un resultante de la traslación de la bondad religiosa) y a que la pertenencia a una misma tribu sigue codificada en nuestros genes en pleno siglo XXI.

De todos los vencedores de Copa de Europa que ha habido y que habrá, ninguno alcanzará el clímax de orgullo que obtuvo el Celtic de Glasgow de 1967. La totalidad de los miembros del equipo habían nacido en un radio inferior a 50 kilómetros de Glasgow. Todos y cada uno de ellos compartían aficiones, recuerdos, religión, acento, humor, valores y alguno hasta era novio de la prima de la tía de su madre. Es poco probable que el Celtic vuelva a ganar la Copa de Europa, pero, si lo hiciese, jamás volvería a hacerlo de una forma tan especial.

Celtic, historia de un campeón autóctono | Negre Sobre Blanc
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Cuando el Manchester United salió victorioso en la Copa de Europa de 1999 con los ‘Fergie Boys’ (Butt, Giggs, Beckham, Neville, Scholes) o cuando el Barça arrasó como las huestes de Gengis Kan en 2009 con chicos de La Masía (Puyol, Iniesta, Xavi, Busquets, Valdés, Pedro, Messi) se celebró como una victoria de la cantera. Realmente era algo excepcional, pero ni siquiera esos chicos conformaban más de la mitad de la plantilla de sus equipos. Más aún. Muchos de ellos procedían de distintos puntos del país (o de otro continente como Messi) y sus raíces distaban mucho de ser parecidas.

Pero estos cambios en el mundo fútbol, acentuados desde la existencia de la Ley Bosman, no consiguen que nos volvamos menos forofos de nuestro equipo. Al contrario. En un mundo hiperconectado y en el que los referentes tradicionales se evaporan, un club de fútbol funciona como el eje vertebrador de la tribu. Quizás como el único eje que permite sostener a una comunidad. Son nuestros chicos. Jueguen tres partidos con nosotros, sean vendidos al cabo de una temporada o hayan militado en un odiado rival. Representan una identidad. Son chicos que debemos cuidar. Sea el portero negro, los centrales gabachos, la estrella un moro y el que mete los goles un sudaca. Defienden lo nuestro. Con genes o sin genes.

El Chelsea FC fue el primer equipo que en el año 1999 firmó una alineación sin ingleses (no ya sin canteranos londinenses). El RC Deportivo, en las catacumbas de la Segunda B, cuenta con más de 17.000 socios que ni siquiera pueden acercarse a Riazor y todo con únicamente seis canteranos de 22 fichas profesionales. A mediados del siglo XX los portugueses iban a Inglaterra a trabajar en las obras y en los hoteles, ahora van a jugar a los Wolves donde ya son mayoría. Y si Ramos no está, el brazalete de capitán del Real Madrid, santo y seña del fútbol español, lo llevan por este orden Marcelo, Benzema y Varane. Ah! Y aunque Ramos lleva una vida en la capital, conviene recordar que no es canterano.

Ni siquiera el inquebrantable y excesivamente orgulloso Athletic puede mantenerse fiel a sus  principios. Lo que antes eran vizcaínos, luego vascos y más tarde navarros pasan a ser ahora cualquier muchacho que en edad de formación grite ¡Aupa Athletic! Nunca fue tan real que los de Bilbao nacen donde quieren.

Resulta ciertamente sorprendente como hemos pasado de defender a un equipo de canteranos para luego ampliar el foco y buscar, salvaguardando nuestro compromiso, un nuevo requisito en la nacionalidad y así aceptar que un futbolista forme parte de nuestra tribu. Y aun así, si el equipo rinde, y sigue dando éxitos a la tribu, la procedencia y las raíces son indiferentes, y es entonces cuando nuestro compromiso pasa a ser multicultural.

Los seres humanos no podemos evitar establecer relaciones entre nosotros, sin tener en cuenta factores como la raza, la educación o la religión. Pero al ampliarse nuestras interacciones también lo han hecho los lazos sociales. Sigue existiendo, y existirá, el racismo y el egoísmo, pero quizás no existe mayor forma de implicación y de respeto al que no es parecido que incorporándolo a tu tribu.

Incorporándolo a tu club de fútbol.

Un día como hoy en 1999 el Chelsea jugó con 11 extranjeros e inauguró el  fútbol moderno | Deportes Premier League | TUDN Univision
De todo menos ingleses

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