Especial Año Nuevo: Entrevista a Charles de Gaulle
196 centímetros de imponente ser humano avanzan hacía mí. Mirada fría, ojos firmes y rictus serio. Un junco tieso se afana por estrecharme la mano desde esa atalaya vestida de general, ataviada de decenas de medallas y coronada por un sencillo y elegante kepi. Charles André Joseph Marie De Gaulle me recibe en su despacho adornado con una bandera de Francia y una gigantesca Cruz de Lorena. El hombre que lideró la resistencia francesa en la II Guerra Mundial y que fundó la Quinta República bajo la máxima de que Francia es De Gaulle y De Gaulle es Francia, me recibe para charlar sobre deporte. Realmente hablaremos de lo que a él le guste, ya que lo que es seguro es que De Gaulle no se dejará vencer.
Míster Dato (P): ¡Feliz año nuevo Président!
De Gaulle (R): ¡Magnifiqué!
P: Président, géneral… ¿Cómo prefiere?
De Gaulle (R): Président de la République Française o Géneral de la France Libre. Sí quiere decirlo, dígalo usted bien. Francia no puede ser Francia sin grandeza. Recuérdelo. Y si usted es un ignorante puede llamarme simplemente Francia. ¡Yo soy Francia! Pero entiendo que usted es un ignorante así que se lo serviré en bandeja. Mi esposa siempre me llamó Mon Géneral. Mis hijos suponen que me llamaba así hasta dentro de la alcoba. Como comprenderá eso lo dejo a su libre interpretación.
P: No es necesario. Géneral entonces. Su figura ha perdurado con el paso del tiempo a pesar de ser un hombre extremadamente frío. Tanto que hasta un ego inmenso como el de Churchill tuvo que humanizarle para que fuese comprendido por el común de los franceses. Frío hacia fuera, pero me dicen que cálido en la intimidad.
De Gaulle (R): Durante mi década como presidente de la V República nunca me ausenté de una cena en casa con mi mujer por mucho trabajo que tuviese. Si mis obligaciones me hacían viajar y pernoctar en un hotel allí estaría Yvonné para acompañarme en el dormitorio. Tres veces al año organizaba en el Elíseo una cena con toda mi descendencia y prohibía tajantemente a un hijo o nieto mío faltar a la cita. Si había que tirar de Concorde, se tiraba. Sé que he tenido fama de solitario, pero mi familia lo era todo para mí. Cuando mi hija falleció al poco de cumplir veinte años fueron muchas horas de lloros, pero todos en soledad y en la intimidad de mi habitación. ¡No sería digno con mis conciudadanos si me mostrase débil! Para mí fue el fin del mundo. ¡Para Francia el fallecimiento de mi hija no fue nada!
P: Su hija tenía síndrome de Down. Dicen que ni siquiera lloró en el entierro de su hija. Pero usted me confirma entonces sus lágrimas.
De Gaulle (R): Mis hijos sólo me han visto sin uniforme militar o sin traje y corbata en la playa. Siempre me ha parecido una desvergüenza que tus hijos te vean en pijama. Sólo lo consentí cuando me operaron de la próstata y porque mi mujer me lo pidió como un favor personal. ¡Imagínese que alguien me viese llorar! La dificultad atrae al hombre de carácter, porque es en la adversidad que el verdadero hombre se conoce a sí mismo.
P: Vamos a ver si entramos en materia. En este caso el deporte. Usted es un bigardo de casi dos metros. Supongo que un privilegiado desde niño en el aspecto deportivo.
De Gaulle (R): ¿Se ha dicho la última palabra? ¿La esperanza debe desaparecer? ¿La derrota es definitiva?
P: ¿Qué dice?
De Gaulle (R): Perdone mi diatriba, pero me resulta inevitable. He sido un hombre que vivió sumido en una crisis histórica. No he parado nunca de luchar por Francia y siempre me viene a la mente aquellas palabras de aliento con las que levanté la moral de los franceses desde los micrófonos de la BBC en mi exilio londinense.
P: Ya me advirtieron que preguntase lo que le preguntase usted me iba a comentar lo que le diera la real y santa gana.
De Gaulle (R): Churchill no me soportaba, ¿sabe? Decía que detrás de mis palabras no había ejército ¡Mon Dieu! Cuando tengo razón, me enojo. Churchill se enoja cuando se equivoca. ¡Estamos enojados el uno con el otro la mayor parte del tiempo! ¡A mí me dispararon en una pierna en la Gran Guerra! ¡Estuve dos años en una prisión alemana! ¿Y Roosevelt? ¡Ese inválido presuntuoso! Él enviaba telegramas mientras yo conducía tanques ante Rommel antes del desastre de 1940.
P: Se dice que nunca le dio las gracias a nadie. Dicen que es un maniaco depresivo. Otros sugieren que es un narcisista constructivo.
De Gaulle (R): ¿Con qué fin? El general Leclerc le dijo a su esposa que bajaba a comprar tabaco y regresó cinco años después a París con una división de negros francófonos, franceses libres y republicanos españoles. ¿Y tengo que darle las gracias? ¡Jamás! ¡Lo hizo por Francia y por eso nunca hay que dar las gracias! Si ser patriota es ser arrogante lo soy. Si construir una Francia atómica, si vetar a Inglaterra para entrar en la Unión Europea, si pactar con el general Masu para controlar África o si menospreciar a los estadounidenses es ser un narcisista, pues vale, lo soy. ¡Yo soy Francia! ¿Estadounidenses? Puede estar seguro de que los estadounidenses cometerán todas las estupideces que usted pueda imaginar, además de algunas que están más allá de la imaginación.
P: ¿Racista? ¿Nacionalista exacerbado?
De Gaulle (R): ¡Cómo se atreve! Yo soy un patriota. El patriotismo es cuando el amor a tu propia gente es lo primero. El nacionalismo es cuando el odio hacia personas distintas a las tuyas es lo primero. Defiendo Francia porque no existe nada mejor que Francia. ¿Bélgica? Un país inventado por los británicos para molestar a los franceses. ¿La Unión Europea? Ningún estadista europeo conseguirá unir a Europa. Serán los chinos quienes lo hagan.
P: Lo que es innegable es su capacidad de liderazgo. Quizás uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar en la historia.
De Gaulle (R): Lo cierto es que mi francés es excepcional, con un vocabulario inabarcable.
P: Baja modesto, que sube De Gaulle.
De Gaulle (R): Yo no doy conferencias de prensa sino conferencias a la Prensa. ¡No es culpa mía! ¡Francia me adora! Y ustedes no se atreven a hacerme preguntas. Yo siempre estoy preparado para las respuestas a mis preguntas.
P: Querría hablar de una santa vez de deporte. Hacemos un trato si lo desea. Le dejo que me suelte alguna de sus soflamas y luego contesta a un par de preguntas sobre deporte. ¿Le parece bien?
De Gaulle (R): De acuerdo. Pero los tratados son como rosas y chicas jóvenes. Duran mientras duran. Así que apúrese.
P: Pues eso. Suelte un alegato final.
De Gaulle (R): Francia no tiene amigos, sólo intereses. Cuando me pregunto qué piensa Francia, me pregunto a mí mismo. Por eso llego a la conclusión de meterme en política. Es un asunto demasiado complejo y serio como para dejárselo a los políticos. Sentí la llamada de Francia y Francia necesitaba grandes hombres. Yo estaba decidido a serlo.
P: Venga. Ahora me toca a mí. En muchos aspectos usted es un pionero. No es un hombre cuyos hechos evoquen las páginas deportivas, pero en verdad usted ha contribuido a la grandeur del hecho deportivo. Explíquenos como fue aquello de recibir a los deportistas olímpicos.
De Gaulle (R): ¡Los deportistas representan la grandeur de un país! ¡La grandeur en tiempos de paz! Fue en los Juegos Olímpicos de 1964 cuando como Président de la République Française decidí condecorar a los héroes olímpicos franceses con la Orden Nacional del Mérito o con la Legión de Honor según la medalla obtenida.
P: Hecho que parece impropio de un géneral como usted.
De Gaulle (R): Los cementerios están llenos de hombres indispensables.
P: Usted también fue el primer político que se acercó a las cunetas para recibir a la caravana del Tour de Francia.
De Gaulle (R): El Tour es grandeur. Es tradición e historia. Es un elemento imprescindible de la cultura francesa que da a conocer a miles y miles de pueblos de nuestra amada tierra al resto del mundo. Mi deber como Président era estar allí y así decidí hacerlo.
P: Tengo entendido que fue fiel a su estilo. No se lo dijo a nadie y hubo que parar la carrera durante unos minutos para atenderlo.
De Gaulle (R): Fue en 1960. Creo que era la penúltima etapa. Yo estaba pasando unos días en Colombey-les-Deux-Églises donde tenía una propiedad familiar y sabía que el Tour iba a pasar por allí. Así que decidí ir al encuentro de los ciclistas. La verdad es que fue un año triste porque Anquetil no estaba y el resto de los franceses lo hicieron bastante mal. Creo que ganó un italiano sino recuerdo mal. Así que decide subir la moral de Francia con mi súbita presencia.
P: Gastone Nencini fue el vencedor.
De Gaulle (R): Nencini. Eso es. El caso es que me acerqué a una cuneta en el centro del pueblo para ver el paso del Tour. Entonces no había eso que ustedes llaman redes sociales. Faltaban unos veinte kilómetros para que pasase el pelotón cuando Jacques Goddet, que entonces era el patrón del Tour, recibe el aviso de que iba a aparecer. Y luego, en una demostración de júbilo por la presencia de su Président, el pelotón se paró y Goddet se acercó a saludarme. Yo recuerdo ir a darle un apretón de manos al señor Nencini. También vino a saludarme Darrigade, que entonces era campeón del mundo. Fue la primera vez que el Tour se paró para saludar a un espectador. Créame que la gente aplaudió más a su Président que al maillot amarillo.
P: Le crea o no lo crea, quien podría osar contradecirle. Lo cierto es que usted instauró una costumbre. Desde entonces año a año hay visita presidencial en un ritual que puede darse a pie de carretera o en un vehículo en pleno corazón de la carrera.
De Gaulle (R): Recuerdo que aquel día ganó un chico llamado Pierre Beuffeuil. Se había quedado cortado del pelotón por culpa de un pinchazo y aprovechó la parada para saludarme para regresar al pelotón. Luego, unos cuantos kilómetros más tarde, atacó y ganó la etapa en solitario en la meta de Troyes. ¡Dijo que siempre había votado por De Gaulle! Fuese cierto o no, sino llega a ser por mi aparición nunca hubiese ganado la etapa.
P: Creo que Pompidou se saltó la norma, pero luego Giscard d’Estaing fue el primero en entregar en persona el maillot amarillo al vencedor en el pódium de los Campos Elíseos.
De Gaulle (R): ¡Típico de d’Estaing! Siempre me tildaba a mí de monárquico y ¡mire! ¡Qué hay más monárquico que coronarse en los Campos Elíseos! Llegué a respetarlo, no como a Pompidou, pero tuve que acabar defenestrándolo por sus ideas europeístas. Siempre respeto a los que se me resisten, pero no puedo tolerarlos ¡La France c’est la France!
P: Tengo entendido que es buen aficionado al fútbol. Por supuesto jamás confesará sus inclinaciones. Usted es aficionado a todos los equipos de Francia. Ya me ahorro la respuesta. El caso es que usted también instauró la costumbre de acudir al palco en todas las finales de la Copa de Francia. Creo que en la final de 1967 se saltó el guion, algo impropio de usted.
De Gaulle (R): Cierto es. Y no se crea que estoy orgulloso de ello. Jugaban el Olympique de Lyon y el FC Sochaux. Ganaba el Lyon, se echaron atrás y despejaban como podían cualquier acometida del Sochaux. En uno de esos despejes el balón cayó en mi regazo. Lo recibí impasible, me puse en pie y desde mi asiento lo devolví al campo en una pose ortodoxa de saque de banda de jugador profesional. El público rompió en una ovación, reconociendo este gesto como un signo de respeto al fútbol. Mi foto lanzando el balón, con toda formalidad y seriedad, a dos manos, dio la vuelta al mundo. Mis asesores dijeron que aquello me humanizaba. Yo le diré que al día siguiente me mostré apesadumbrado por mi comportamiento.
P: Es usted más recto que la Cruz de Lorena.
De Gaulle (R): Hay que serlo. ¿Cómo puede alguien gobernar una nación que tiene doscientos cuarenta y seis tipos diferentes de queso? Le recomiendo que siempre elija la forma más difícil de hacer las cosas. En ella no encontrará oponentes. El carácter es la virtud de los tiempos difíciles.
P: Volvamos al fútbol. Una parte que no es muy recordada del mayo del 68 es que los futbolistas también se sublevaron. Hubo huelga revolucionaria secundada por centenares de futbolistas y por periodistas de la revista Miroir du football de tintes comunistas. Creo que ocuparon la sede de la Federación Francesa e intentaron montar una cooperativa.
De Gaulle (R): Se solventó con firmeza. Fue una semana. Tuve que hablar con Just Fontaine y también con Raymond Kopa para que apaciguasen los ánimos. Ya sabe usted que convoqué elecciones y desactivé el movimiento obrero y estudiantil. Luego gané las elecciones con claridad absoluta y Francia volvió a ser Francia. Le diré dos cosas para que las tenga en cuenta. La primera es que no hay arma más definitiva en el poder que el silencio. Que hablen y griten que luego yo tomaré las decisiones.
P: La segunda…
De Gaulle (R): Cuanto mejor conozco a los hombres, más me encantan los perros.
P: Vamos finalizando ya general. Tengo entendido que en sus últimos años entre los vivos se dedicó a recorrer España con la intención de escribir un libro sobre las campañas de Napoleón por la Península Ibérica. Me dicen que le encantó Galicia.
De Gaulle (R): Por mis venas corre sangre bretona y siempre había querido conocer la tierra celta de Galicia. Fui a presentarle mis respetos al Apóstol Santiago y recuerdo con gran cariño varias comidas donde el marisco era excepcional. Fui a ver a Franco también. Lo hice porque como militar le tenía profundo respeto por haber sabido mantener a España lejos de la II Guerra Mundial. Lo que me encontré fue un anciano decrépito que se aferraba en el poder. Fue decepcionante.
P: Ha sido un placer general.
De Gaulle (R): He de confesarle que para mí ha sido mejor de lo esperado. Hay que hacer tiempo hasta la tarde para ver qué espléndido fue el día. No se puede juzgar la vida hasta la muerte y no se habría podido juzgar esta entrevista hasta su final. ¡Vive la France!
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