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Especial Año Nuevo: Entrevista a Napoleón

General republicano, primer cónsul de la República, cónsul vitalicio, Emperador de Francia y dueño y señor de Europa durante algo más de una década, Napoleón Bonaparte está considerado, junto al cartaginés Aníbal, como el mayor genio militar de todos los tiempos. Dirigió más de cien batallas, la mayoría de ellas en inferioridad numérica, y apenas salió derrotado en tres. Caído en desgracia, pasó a ser tildado de déspota, tirano o usurpador, pero este enjuto corso, de cabeza grande, cabello pardo y de dientes amarillentos por culpa del tabaco, es el responsable de que Europa dejase de lado el feudalismo y, a trancas y barrancas, abrazase el Código Civil, crease diferentes constituciones y permitiese que cada ciudadano tuviese acceso gratuito a una formación escolar básica.

Misterdato (P): Encantado de conocerle emperador.

Napoleón Bonaparte (R): No me extraña.

P: Fiestas navideñas es sinónimo de fin de año. Y este ha sido especial para usted. Se ha cumplido el bicentenario de su fallecimiento. Y doscientos años después su embrujo sigue presente.

Napoleón: ¿Acaso se extraña? ¡No esperaba menos! ¿Sabía usted que cada vez que los ingleses me cortaban el pelo en mi cautiverio de Santa Elena guardaban mis mechones como reliquias? El mayor peligro ocurre en el momento de la victoria, pero cuando en la derrota tu enemigo te venera…sabes que el éxito se mantendrá cuando llegue la oscuridad.

P: Recuerdo haber leído en un libro que hay más de 4.000 reseñas sobre usted repartidas por Europa. Si pasó por un lugar, allí habrá una placa. Si libró una batalla, allí habrá un museo. Usted creó una marca. La marca ‘Napoleón’.

Napoleón (R): Nadie tiene la idea de lo que es grandioso, depende de mí mostrárselo al pueblo. Yo soy un líder, y un líder es un comerciante de la esperanza. Mi triunfo está en que a pesar de ser vencido por los ingleses la historia sigue contando conmigo. Y esa es una gran victoria. Recuerde que la historia está escrita por los ganadores.

P: Usted es el verdadero padre del liberalismo. Su legado es la meritocracia, la libertad religiosa, el sistema de impuestos progresivos o la implantación del código civil. Y sin embargo para muchos otros es un loco con aires de grandeza. Usted también fue el responsable de la, hasta entonces, guerra con más muertos de la historia.

Napoleón (R): ¡Yo quería unir Europa! ¡Quería unos Estados Unidos de Europa! Y déjeme que le diga una cosa. Nada es más difícil, y por lo tanto más precioso, que poder decidir. Yo me movía por el interés propio, pero es que el pueblo o tiene miedo o no sabe decidir.

P: Caray.

Napoleón (R): ¡Mon Dieu! ¿No se habrá escandalizado? La gente de su época tiene la piel muy fina. Mire. Por un lado, el pueblo tiene miedo. Por otro están las mujeres, que no son más que máquinas para producir niños. Después los sacerdotes que repiten incesantemente que su reino no es de este mundo y sin embargo ponen mano en todo lo que pueden obtener. Y por último los intelectuales. No se razona con los intelectuales; se les dispara.

P: Caray, repito. Igual somos blandos en mi época, pero si me lo permite le voy a traducir sus palabras. Usted viene a decir que defiende los principios modernos de la Revolución Francesa, pero sólo funcionan si yo mando y yo dirijo. ¿El fin justifica los medios?

Napoleón (R): Para comprender al hombre debes saber lo que estaba sucediendo en su mundo cuando tenía veinte años. Mi juventud fue la Revolución. Si no es por Bonaparte no habría modernidad. Y punto. El problema fue Waterloo y aquellas puñeteras almorranas que me impidieron montar a caballo. ¿Sabe usted? La victoria tiene cien padres, pero la derrota es huérfana. Los ingleses se encargaron de difamarme a través de los periódicos.

P: Algo que usted inventó.

Napoleón (R): Eso es. Yo creé el Boletín del Estado que había que leer obligatoriamente en los pueblos, en las iglesias y en las escuelas para que todos conociesen las hazañas de mi ejército. ¡Y los ingleses me copiaron! Y me humillaron públicamente con mentiras tras mi derrota. ¡Dijeron que era un enano! Yo medía 1’69. En mis tiempos era una talla superior a la media, pero he quedado para la posteridad como un loco rechoncho.

P: Hablemos pues de su ejército. De la ‘Grand Armée’. Y es que, aunque no lo parezca, yo querría hablar con usted de deporte. Y algo que la mayoría de la gente no conoce es que entre otras muchas cosas usted fue impulsor del ejercicio gimnástico.

Napoleón (R): ¡Y de las latas de conserva! Se lo digo porque usted es gallego, ¿no?

P: Así es.

Napoleón (R): En mi ‘Grand Armée’ había soldados de toda Europa. En las oficinas de reclutamiento había interminables colas. Dese cuenta que estaban bien alimentados, bien vestidos, bien armados y mejor pagados que en cualquier otro ejército europeo. Como marchábamos a gran velocidad tuve que procurar la necesidad de no cargar con demasiados equipos y provisiones. Ideé un nuevo concepto en logística militar en el que las provisiones marchasen directamente con el soldado.

P: introdujo novedosas técnicas de desplazamiento y maniobra que permitieron a su ejército marchar rápidamente. ¿Fue por culpa de la velocidad por lo que fijó como obligatorio el ejercicio gimnástico?

Napoleón (R): Pauté los movimientos de mi infantería a 75 pasos por minuto y al desplegarnos aumentaba la velocidad a 120 pasos por minuto. Para eso utilizaba los tambores y por eso introduje a los músicos en el ejército y las marchas militares.

P: Anda.

Napoleón (R): Recorríamos diariamente 60 kilómetros, el doble de lo que hacían los demás. E imagínese el peso que cada soldado llevaba a sus espaldas. Había que entrenarlos. Fui el primer gobernante que introdujo la gimnasia en el sistema educativo. Mi idea era contribuir a la educación integral del niño para preparar al soldado ante la guerra. Quería darle sentido estético al cuerpo a través de un fortalecimiento corporal y de la corrección de los defectos físicos. Se introdujeron aparatos como la barra fija, las anillas, las escaleras oscilantes o la soga para trepar. Toda preparación tenía un marcado talante patriótico.

P: En esa concepción rompedora del ejercicio físico creo que tuvo un papel muy importante un español.

Napoleón (R): ¡Francisco Amorós! A Amorós lo puse yo al servicio de mi hermano José. Pepe Botella le llamaban ustedes. Cuando mi hermano cayó, los españoles echaron de Madrid a Amorós y tuve que acogerlo en Paris y darle la nacionalidad francesa. ¡Qué gran hombre! Allí fundó el ‘Gymnase normal militaire et civil’, la primera universidad gimnástica de Europa. Una pena que a mí me desterrarán a Santa Elena, pero Luis XVIII continuó con la labor…debe ser de lo poco que debemos agradecer a los Borbones.

P: Por cierto, ya que hablamos de España. Cuando usted era teniente hizo un informe en el que recomendaba no invadir nunca España por culpa de su débil red de carreteras, la extensión del territorio y una pobreza endémica que impediría conseguir suministros sobre el terreno. Década y media más tarde atravesó los Pirineos…se lo digo porque como usted nunca se equivoca…

Napoleón (R): La mejor manera de mantener la palabra es no darla.

P: Ya…Volvamos a su ‘Grand Armée’. ¿Cómo conseguía que sus hombres llegasen a desplazarse 60 kilómetros durante varios días y librar una batalla al llegar a destino? Sigue pareciendo un hecho tremendo digno de deportistas profesionales de la actualidad.

Napoleón (R): Mucho entrenamiento y autoexigencia. Le diré algo más. Los soldados se mueven por tres motivos; amor, dinero y honor. Yo conseguí que mis hombres me siguiesen por los tres motivos al mismo tiempo. De ahí mi éxito.

P: Supongo que hoy sería un gran entrenador en cualquier disciplina deportiva.

Napoleón (R): ¡Claro que sí! Además, la ‘grandeur’ de Francia sigue presente en la actualidad. Todas las grandes construcciones europeas, desde las deportivas hasta la Unión Europea, han sido capitaneadas por franceses. ¡Ese es mi legado! Vencer y convencer. No existe un único plan. Debes ser flexible y tener diferentes alternativas en tu cabeza. Todo soldado lleva en su mochila el bastón de mariscal. Fíjese que Soult y Ney, mis dos grandes mariscales, eran sargentos durante la Revolución. Recuerde siempre que si construyes un ejército de 100 leones y su líder es un perro, en cualquier pelea, los leones morirán como un perro. Pero si construyes un ejército de 100 perros y su líder es un león, todos los perros lucharán como un león.

P: La verdad es que me encantaría seguir hablando con usted, pero no tengo mucho más que preguntarle.

Napoleón (R): No hace falta. Yo le cuento. ¡Yo soy Francia! ¿Sabía usted que yo predije que China dominaría el mundo?

P: Pues no, la verdad.

Napoleón (R): Pues lo hice. También me autocoroné como emperador y le quité la corona al Papa de las manos. ¿Se acuerda? La religión es excelente para mantener a la gente en silencio. Alejandro, César, Carlomagno y yo hemos fundado imperios. Pero, ¿sobre qué descansamos las creaciones de nuestro genio? Sobre la fuerza. Jesucristo fundó su imperio sobre el amor y es más duradero. Cuando me coroné emperador creí haberlo superado.

P: El yo y el yo. Siempre el yo.

Napoleón (R): ¡Es que me lo merezco! ¿Sabe usted que también inventé el triaje? Le dije a Jean Larrey, mi cirujano jefe, que concibiese un sistema para evacuar a los heridos en combate. Creamos los hospitales de campaña, las ambulancias tiradas por caballos y un sistema de triaje donde clasificábamos a los soldados en función de sus heridas.

P: Sí ya sé que usted fue importante, pero habla y habla y habla, y se pasa de pedante. Pero ya se sabe. Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error…

Napoleón: (Risas) ¡Touché!

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