Clásica de San Sebastián. Guía de viaje
Para conquistar Sevilla hubo que crear por vez primera una Marina Real. Era entonces Fernando III Rey de Castilla y ordenó tan magna tarea al burgalés Ramón de Bonifaz. La flota castellana fue hasta Sanlúcar de Barrameda, donde hubo de enfrentarse al ejército moro procedente de Ceuta. Allí, Bonifaz logró la victoria antes de remontar el Guadalquivir y unirse a las tropas terrestres de Fernando III en San Juan de Aznalfarache. Entonces los musulmanes de Sevilla quedaban aislados y sólo podían percibir suministros por el Puente de Barcas (hoy Puente de Triana) a los pies de la Torre de Oro. Fernando III mandó tomar dos naves a las que se les instaló una cruz en el mástil más alto. Las dos naves, armadas de cientos de incautos y valientes, fueron lanzadas contra el puente, que quebró, dejando a los musulmanes aislados y dándole la victoria a los cristianos tras una cruenta batalla. Corría el año 1248.
Aquellos marineros kamikazes procedían de dos lugares. Uno de los barcos era cántabro y estaba repleto de marineros de Laredo. El otro también era cántabro, pero los marineros procedían de San Sebastián, un joven puerto de mar fundado el siglo anterior por el rey de Navarra. Tanto Laredo como San Sebastián lograron el afecto de la Corona. Desde entonces se permitió a los barcos de ambos puertos navegar y pescar en cualquier lugar de las aguas marítimas de Castilla (en esos momentos toda la fachada atlántica de la Península) sin pagar impuestos.
Había comenzado entonces el idilio de San Sebastián con la Corona que alcanzó su esplendor cuando a finales del siglo XIX la reina María Cristina sea nombrada alcaldesa honoraria al hacer de la Bella Easo su ciudad anual de veraneo. Es entonces cuando se crea el Casino, Correos, la Catedral del Buen Pastor, el Palacio de Miramar, el Teatro Victoria Eugenia o el Hotel María Cristina. Y, esencialmente, es a partir de entonces cuando se construye un paseo en la Bahía de la Concha con un marcado acento francés que hará de San Sebastián un pequeño París y que convertirá a Donostia (que es San Sebastián en euskera) en la ciudad de provincias más señorial y rimbombante de España.
Parece mentira.
Y parece mentira porque el País Vasco, y concretamente Guipúzcoa, tiene virtudes y adjetivos cariñosos para ser calificado, pero ni señorial ni rimbombante son los más adecuados. Guipúzcoa es agreste, dura, de montañas interminables y costas perpetuas. Transitar de un pueblo a otro de Guipúzcoa es un ejercicio de paciencia que se torna en hercúleo cuando la lluvia hace aparición día sí y día también una vez finaliza el verano. En ciertas zonas no sería aconsejable que nadie oliese a español, suceso que espantaría a la antaño venerada María Cristina. Tierra ideal para visitar, de playas esplendorosas, caseríos grandilocuentes y sierras y valles apoteósicos, al forastero se le mira con inquietud y temor a la espera de que nadie sea capaz de desentrañar un misterio que aúna tranquilidad y naturaleza con fortaleza económica e industrial con la misma eficacia.
Guipúzcoa es transgresión y cambio. Única, mágica y mística. Con gente de siempre y de ahora. Con los de siempre y los de nunca. Con los que están, ya no están, y siempre estarán. De Guipúzcoa no sabes qué opinar ni qué decir. Cuál es la vida y cuál es la muerte. Donde está la verdad y quién cuenta la verdad. Ocurre que con sus múltiples defectos es una tierra maravillosa, balsámica y taquicárdica a partes iguales.

La Clásica de San Sebastián es joven. Sus andanzas se iniciaron en 1981 siempre el último sábado de julio o bien el primero de agosto. Sin embargo, se ha convertido en un éxito mayúsculo en el exigente calendario internacional. Su triunfo está ligado a la idiosincrasia de un pueblo que no admite réplicas. Con apenas el 4’5% de la población española y el 1’5% de su territorio, la preponderancia del ciclismo español del País Vasco es total. Una geografía quebrada, un paisaje fabuloso y el uso de la bicicleta como medio de locomoción para ir de pueblo en pueblo y de fábrica en fábrica hicieron del ciclismo deporte nacional en la tierra de la ikurriña. Euskadi es junto a Flandes el país ciclista por excelencia. No existe prueba donde un paisano no se desgañite corriendo a la par del pelotón con bandera en mano. Puertos abarrotados, voces que aligeran pendientes, y, sobre todo, respeto sepulcral por los corredores. Eso es el ciclismo vasco.
La Clásica parte de San Sebastián para, tras un rodeo de unos 230 kilómetros, volver a la Bella Easo. Dejando a la espalda la Bahía de la Concha el pelotón toma rumbo sur dirigiéndonos al interior de Guipúzcoa. Toca remontar el río Urumea, curso de agua que baña a la ciudad más lluviosa de España en dramática pugna con Santiago de Compostela. Lo primero con lo que el ciclista topa es Hernani, pueblo noticioso en los años de plomo y que junto a la contigua Lasarte une fábricas de electrónica o de neumáticos con brutales paisajes verdes en perfecta sintonía.
Dejando Lasarte abandonamos también el restaurante de Martín Berasategui, padre de la revolución de la cocina moderna española, poseedor de doce estrellas Michelin. Sea un local de estrella Michelin o una simple y modesta cocina de un caserío, no faltará para meterse en la buchaca un buen cocido de berzas, una sopita de puerros (la archifamosa purrusalda), un buen bacalao al pil-pil o unas anguilas a la donostiarra si arribamos a puerto de mar. De postre no hay más nada tradicional que un bizcocho de huevos duros muy habitual en las reposterías de Irún o Fuenterrabía.
En Andoaín toca seguir el curso del río Oria y contemplar la iglesia de San Martín de Tours, obra barroca del siglo XVIII de inmensas bóvedas. Es entonces cuando toca subir el puerto de Andazarrate (5,9 km al 5’7%) para luego descender y tomar camino al Mar Cantábrico dejando atrás angostos valles para contemplar el brillo del mar. La caravana ciclista se encuentra enfrente con la playa más larga de todo Euskadi. Hablamos de Zarautz. Hoy es uno de esos pueblos plagados de turistas que cada mes de agosto dobla sus habitantes, mas hace no tanto era un poderoso puerto de mar de donde partían los marineros en busca de ballenas. Aquí se construyó la nao Victoria, la embarcación pilotada por Juan Sebastián Elcano tras el fallecimiento del portugués Magallanes cuando dio la primera vuelta al globo terráqueo hace medio milenio. Es ésta zona de balleneros en busca del oro graso del gran cetáceo indispensable para encender farolas o para engrasar todo tipo de artilugios. Zarautz y su vecina Guetaria cambiaron las ballenas por la reina Isabel II y su palacio de Narros y por Jackie Kennedy y los diseños de Balenciaga.

Al seguir el curso de la costa se sigue también el Camino de Santiago. En este caso es el Camino del Norte. Quizás el más bello, por ser el único que cambia los trigales por los acantilados. En Zumaia los esforzados de la ruta podrán ver la iglesia de San Pedro y en Deba la de Santa María, una estructura gótica que adorna una imponente playa en donde los británicos desembarcaron en su lucha contra el ejército napoleónico durante la Guerra de la Independencia.
Luego toca pasar por otro de esos núcleos euskaldunes cimentados a base de aluminio y automoción y que apuestan su futuro a la biotecnología. Eso es Elgoibar. Pero antes, mucho antes de eso, Elgoibar fue uno de esos pueblos fundados por reyes castellanos en tiempos de la Reconquista. Elgoibar comparte núcleo urbano con Éibar, palabras mayores en el mundo de la bicicleta. En Éibar nació en 1840 Orbea, una empresa que fabricaba revólveres, escopetas de caza y más adelante explosivos. Tras la Guerra Civil se convertirá en una potente marca de bicicletas que tocó el cielo en los Juegos Olímpicos de 2008 donde dos de sus bicicletas lograron el oro. Orbea dejó Éibar en los 80 y es una fábrica vizcaína, como GAC es alavesa y como también lo es BH, aunque sus orígenes son guipuzcoanos. Beistegui Hermanos (BH) también nació en Éibar, en este caso a inicios del siglo XX. BH también fábrica pistolas, pero apuesta por las bicicletas ya en 1923. De BH fueron Álvaro Pino, Laudelino Cubino o Fabio Parra. En su máximo apogeo llegó a producir 200.000 bicicletas anuales.

Tras visitar el complejo religioso y la casa natal de San Ignacio de Loyola en Azpeitia, toca subir el puerto de Urraki (8’6 km al 6’9 %) en donde los primeros espadas sin complejos pueden intentar la machada. Tras el descenso toca tomar rumbo al norte en busca del mar. Cruce de caminos es Tolosa, donde las famosas alubias y donde un famoso postre de pasta seca bañado de almendras y yema que responde al nombre de Tejas. Sin tiempo a hacer la digestión, toca subir el puerto de Alkiza (4’4 km al 6’2%) para tomar rumbo a San Sebastián y entrar en los últimos cuarenta kilómetros de etapa.
A partir de entonces la Clásica de San Sebastián contiene diferentes variantes. En todas ellas toca bordear Irún y adentrarse en Fuenterrabía (Hondarribia). Si el primero es industrioso nudo ferroviario y fronterizo bañado por el río Bidasoa, el segundo es un monumental pueblo de pescadores coronado por una imponente fortaleza medieval. Dentro de sus callejuelas se encuentra el Parador de Turismo, lugar donde en su día se hospedaron Juana la Loca y Felipe el Hermoso durante su viaje de Flandes a Castilla.
La separación entre mar y montaña es entonces formidable. Se puede optar por ir por Oiartzun y subir Arkale (2’8 km al 6’1%). Ocurre que las grandes hazañas se escriben con momentos memorables y los momentos memorables en la Clásica de San Sebastián tienen lugar en Jaizkibel. Se puede subir desde Pasajes o desde Fuenterrabía, ladera más peliaguda de 9’1 km al 5’7% con picos del 14%. Es en este punto donde se suele decidir el vencedor antes de un descenso vertiginoso hasta Donostia. En mitad de la subida o en mitad de la bajada, como la organización guste, se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe edificado en el siglo XVI.
Con todo, la llegada de San Sebastián no se reduce a un paseo por la bahía de la Concha. En ocasiones se sube a Miracruz y en otras al monte Igueldo (1’8 km al 11’3%), todo con la intención, la mayor de las veces conseguida, de que la fiesta no la empañe una victoria al sprint, sino el esfuerzo de un loco de las montañas tan al gusto de un pueblo que considera el ciclismo religión y que cree en el cicloturismo como una prioridad de sus jornadas de ocio.
La Clásica de San Sebastián cuenta con ganadores ilustres como los campeones del mundo Paolo Bettini, Julian Alaphilippe, Gianni Bugno o Alejandro Valverde. También lograron el triunfo leyendas como Laurent Jalabert o Claudio Chiappucci y quíntuplos ganadores del Tour caso de Miguel Induráin o Lance Armstrong, quien puede presumir de la victoria en tierras vascas dado que ocurrió en 1995 antes de que se le quitasen casi todos sus demás laureles al haber admitido su dopaje sistemático. Sin embargo, los más laureados en la clásica guipuzcoana son el belga Remco Evenepoel (2019, 2022 y 2023), quien tiene toda una vida por delante para aumentar su palmarés, y el vasco Marino Lejarreta (1981, 1982 y 1987), sino el mejor ciclista vasco de siempre, seguramente el que más gente hizo levantar de sus asientos.

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