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La desconocida fiebre del ciclismo en Eritrea

Según un estudio del Real Instituto Elcano lo que conocemos de África se puede resumir en diez palabras; pobres, patera, niños, negros, hambre, Nilo, Kilimanjaro, Cataratas Victoria, hachís y esclavitud. Si arqueamos las cejas y echamos un vistazo a la noticias sólo veremos desgracias. La última de ellas la de un avión que viajaba de Nigeria a Etiopía al que le echamos el ojo con escarnio. Como si en Occidente no tuviésemos accidentes aéreos y como si el Boeing 737 estrellado no hubiese sido fabricado en Estados Unidos.

Si los africanos quieren salir en las agendas de los medios por un buen motivo deben, como no, recurrir al deporte.

Es curioso comprobar como si bien el atletismo se ha convertido en una seña de identidad de muchos países africanos, no ha sucedido lo mismo con el ciclismo. Se podrá argumentar que correr es deporte de pobres. En lo único que nos diferencia de unos a otros es en el tamaño del bíceps femoral, del soleo y de los gemelos. Sí, es cierto, para andar en bicicleta hace falta una bicicleta, valga la redundancia. Utensilio asequible en Occidente y prohibitivo en lo que hemos llamado Tercer Mundo. No obstante, si en vez de bicicleta de competición nos referimos a una bici como medio de transporte constataremos como proliferan por doquier por las llanuras y estepas africanas. Y si el chico desdentado que corre descalzo se convertirá en récordman mundial calzando zapatillas Nike, ¿por qué ese mismo chico con bici sin marchas no se puede convertir en ganador del Tour de Francia con una Trek de 10.000 euros?

No ha sido el ciclismo un deporte que haya arraigado en el continente africano. Muy pocos conocían este deporte hasta que el eritreo Daniel Teklehaimanot se colocó líder de la montaña en el Tour de Francia de 2015. Ese mismo ciclista se había convertido en los Juegos Olímpicos de 2012 en el primer eritreo que representaba a su país en una disciplina que no fuese el atletismo.

Unos cuantos años antes, concretamente en 2007, se fundó en Sudáfrica el Dimension Data, el primer club africano de categoría élite dentro del ciclismo. En sus estatutos se compromete a tener la mitad de su plantilla compuesta por ciclistas africanos y a fomentar la práctica del deporte de las dos ruedas por todo el continente. Se estima que dota de unas 5.000 bicicletas anuales a diferentes clubes infantiles de norte a sur de África.

En los últimos dos decenios han proliferado distintas carreras. La más reseñable es la Vuelta a Ruanda, que sigue asombrando a propios y extraños con imágenes de miles de personas amontonadas por carreteras que combinan el asfalto con la grava y la tierra. En la citada Ruanda, en Sudáfrica o en Kenia la fiebre por el ciclismo sigue creciendo, pero no hay país donde existía mayor arraigo que en Eritrea.

Eritrea es un país perfecto para un ciclista. Bañado por el mar, en su interior está atravesado por una cadena montañosa que no baja de los 2000 metros de altitud. Entre la masa de agua salada y las altas cumbres se conforma el majestuoso Gran Valle del Rift. Para un ciclista esto es oro puro. Puede entrenarse a grandes altitudes realizando el mismo esfuerzo con menos oxígeno para luego retirarse y descansar al nivel del mar. Ni más ni menos que es el mismo truco que durante más de un siglo han utilizado los ciclistas de elite que fijan su referencia en el arco que va desde Cataluña hasta la Liguria, a escasos kilómetros de los Pirineos y de los Alpes.

Eritrea es un país de cerca de seis millones de habitantes situado al noreste de África, una de las regiones más pobres del mundo y limítrofe a Sudan y Etiopía. Como indicaba, al este está bañada por el Mar Rojo, lo que hizo que fuese apetecible para Italia cuando se anexionó la región en 1890 en plena época de carroñaría imperial.

Debido a la pobreza y a lo dificultoso del terreno, los miembros del ejército italiano se desplazaban en bicicleta de un destacamento a otro.

Existía un problema cultural. Para los africanos la bicicleta era sinónimo de pobreza y marginación. Los colonizadores franceses o británicos viajaban en motocicletas o en coches. En su defecto se desplazaban a caballo. Los italianos se lanzaron al juego de los imperios con una mano delante y otra detrás. Ellos mismos se desplazaban en bicicleta, por lo que los eritreos vieron con buenos ojos tan maravilloso medio de transporte.

Así pues, a diferencia de lo que ocurría en las colonias inglesas donde la elite se desplazaba por fuerza animal por motivos de rango, en Eritrea a los italianos no les importaba hacerlo en bicicleta. Para los eritreos fue un shock. Viajar en bicicleta no era cosa de negros pobres, era cosa de blancos ricos. No pasarían muchos años hasta que se celebrasen las primeras carreras y en 1937 tendría lugar en Asmara el primer campeonato nacional, eso sí, sin la presencia de nativos.

Al parecer, en 1939, se permite por presión popular la presencia de dos eritreos saliendo vencedor uno de ellos, un tal Ghebremariam Ghebru. Aún hoy, aquella victoria se considera un triunfo patriótico, una fiesta nacional y una muestra de igualdad racial ante los colonizadores europeos.

Finalizada la II Guerra Mundial, Eritrea pasa a formar parte del botín de guerra que el Imperio Británico arrebata a la derrotada Italia. En 1946 se celebra por primera vez el Tour de Eritrea. Es un hito morrocotudo para el África negra. La prueba consta de cinco etapas y participarán 33 ciclistas siendo la victoria para el transalpino Nunzio Barilá. A pesar del éxito y de que el ciclismo ya estaba muy arraigado entre los eritreos, los británicos cancelan la prueba y al año siguiente dejará de disputarse.

De repente el ciclismo desaparece del mapa.

En los 60, Gran Bretaña, que previamente había unido territorialmente Eritrea con Etiopía, abandona prematuramente la región. Es lo que se dio en llamar descolonización, pero si bien en los territorios donde había intereses económicos se hizo con acierto y responsabilidad, donde no había intereses se hizo con prontitud e ineptitud. Ese fue el caso de Eritrea que se sumó en guerras civiles y guerras de independencia contra Etiopía hasta 1991. Fueron décadas pérdidas en las que a nadie se lo ocurriría hablar de ciclismo.

Recobrada la independencia y las necesidades básicas, los eritreos rescataron su amor por las bicicletas. Proliferaron los clubes ciclistas (a diferencia de Kenia, Uganda o Etiopía donde hay clubes de atletismo) y el gobierno diseñó un plan de reabastecimiento de bicicletas por todo el país como medio de transporte. En el año 2001 volvió a ponerse en marcha el Tour de Eritrea, una prueba de 10 etapas y con rango de segunda categoría para la UCI. Es muy apreciada por los ciclistas de todo el mundo porque combina costa, desiertos y montañas. En el campeonato nacional compiten cada año cerca de 200 ciclistas. Y en el 2015 al ya citado Teklehaimanot se le unió Merhawi Kudus como primeros africanos negros, y por supuesto eritreos, en disputar el Tour de Francia.

Sólo es cuestión de tiempo que alguno de ellos triunfe en una de las grandes pruebas europeas. Como dijo el pentacampeón del Tour Bernard Hinault: “Los africanos son los nuevos colombianos”.


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