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Giro de Lombardía. Guía de viaje

Para mucha gente el ciclismo es un deporte aburrido. Muy aburrido. Consiste en ver horas y horas de pedaladas sin ton ni son. Con gafas y casco, ni siquiera les ponemos cara a esos deportistas que aparecen en la pantalla. Horas de espera en curvas y rectas para ver volar delante de tu retina a unos ciclistas a los que eres incapaz de poner nombre. Sin embargo, lo que para unos es desdicha y aburrimiento para otros es pasión e ilusión. El ciclismo es libertad. Es viajar. Es divagar. Es descubrir la aventura del horizonte. Es recibir el viento en la cara, el olor del mar y las picaduras de los mosquitos desde el salón de tu casa. Es conocer mundo a través del televisor. Es soñar con la grandeza. Fantasear con la épica. Contemplar como el ser humano sigue siendo un retaco rodeado de montañas gulliverianas. Es la combinación indivisible entre hombre y máquina. Sin problemas éticos ni medioambientales.

Toda prueba ciclista es una guía de viaje. Y pocas guías de viaje hay tan intensas y excitantes como el Giro de Lombardía. Durante unas 6 horas los esforzados de la ruta recorren alrededor de 250 kilómetros por las carreteras de Lombardía, una de las regiones más prósperas y agraciadas sobre la faz de la tierra. Nos referimos a uno de los 5 monumentos del ciclismo, el más meridional de todos ellos.

La llamada ‘clásica de las hojas muertas’ tiene las mejores vistas de todas las carreras de un día. El recorrido comienza viendo un horizonte bañado de nieve en la lejanía para acabar bañando los ojos a orillas del Lago Como.

Tradicionalmente el Giro de Lombardía se disputaba el primer domingo de noviembre y con su disputa se daba por finalizada la temporada ciclista que, en buena lógica y por causas climatológicas, aparca la bicicleta en el garaje hasta mediados de febrero. En los últimos años, como el ciclismo se ha expandido a lugares del globo tan dispares como China, Australia o Canadá, la temporada se alarga unas cuantas semanas más, lo que ha llevado a la prueba lombarda a disputarse a principios de octubre. Ha mejorado el clima, pero sigue siendo otoño (por ahora), por lo que las hojas marchitas de color siguen embelleciendo las cunetas y el nombre de ‘clásica de las hojas muertas’ sigue manteniendo su vigencia.

A diferencia de otras clásicas, el Giro de Lombardía no se basa en unir dos localidades sino en recorrer una región de principio a fin. En sus inicios, el inicio y la meta estaban en Milán, capital de la comarca, pero otras urbes encantadoras como Varese o Cantú han tenido ese honor. En las últimas décadas lo habitual es partir de Bérgamo y concluir en Como.

Lombardía es el lugar donde los terroni del Sur de Italia depositaban sus anhelos de prosperidad, anhelos que ahora son compartidos por los hijos de África. Es la tierra de la Galia Cisalpina, de los lombardos, de los Sforza y de los Gonzaga, de los banqueros y los comerciantes, de los duques y de los obispos. Fue tierra de españoles, de austríacos y de la Francia napoleónica. Cruce de caminos entre el norte y el sur. Entre el este y el oeste. Lombardía es lujo. Es Armani, es Prada, es Ferrari, es Bugatti. Lombardía también es placer en la mesa. El queso Gorgonzola, la pasta rellena de calabaza o el delicioso panettone provienen de tan bella región.

El Giro de Lombardía combina ascensiones cortas pero terribles con largas llanuras y un esperado final al sprint si antes no revienta la carrera. Los años gloriosos de la prueba fueron los de entreguerras, con el galán y sonriente Alfredo Binda, y los años posteriores al fin de la II Guerra Mundial, con el izquierdista y rebelde Fausto Coppi. Estos dos colosos del ciclismo lograron ‘la doppietta’, es decir, vencer en el Giro de Lombardía y en la Milán-San Remo, los dos monumentos del ciclismo italiano. Pero sólo Coppi y, como no, Eddy Merckx, lograron ganar las dos clásicas y el Giro de Italia.

Saliendo de Milán, bajo la atenta mirada de la Duomo, los ciclistas se pierden por el encanto de una metrópolis sucia pero llena de vida gracias al diseño, la moda y las universidades. Desde la cúpula de Santa María de la Grazie, donde reposa ‘La última cena’ o desde la Madonna que descansa en los tejados de la Duomo, se vislumbran las nieves de los Alpes y las amplias llanuras que van a recorrer los ciclistas. Se dice que tras presentar sus respetos a la Madonna, Binda ganó la edición de 1931 tras comerse 34 huevos crudos en las casi 10 horas que pasó encima de la bicicleta.

A poco más de 40 kilómetros al nordeste se encuentra Bérgamo. Hoy redescubierta gracias a los vuelos de bajo coste, la ciudad alta de Bérgamo es un claro ejemplo del medievo, con sus palacios y sus cuadriculadas plazas renacentistas de la época en la que formaban parte de la República de Venecia. Los ciclistas deben alzar la cabeza para ver el conjunto arquitectónico, porque ellos circulan por la parte moderna, una parte baja de la ciudad que está unida a la antigua por un delicioso funicular.

La carrera cuenta con varias subidas que se modifican en cada edición, aunque 3 de ellas son de obligado cumplimiento. La primera tiene lugar al poco de salir de Bérgamo y girar en dirección noreste dirección a Como. Se trata del Colle Gallo (7,4 km al 10%) una exigente subida que concluye con un rápido descenso. A partir de ahí, son múltiples las localidades por las que puede pasar la carrera caso de Monza (catedral), Lecco (puentes de hierro) Varese (palacio Estense) o Cantú (torre del campanario). Últimamente la organización ha decidido que los ciclistas y los televidentes veamos año tras año las casas de colores y la preciosa iglesia con campanario de Varenna o el castillo de Sirmione, al que los rayos de sol que rebotan en el Lago de Gorda le confiere un color especial a la piedra.

A unos 50 kilómetros del final, la carrera deja de un lado los ‘selfies’ y se pone el mono de trabajo. En ese instante tienen lugar dos ascensiones encadenadas. La segunda de ellas es el Muro di Sormano (1,9 km al 15,8%) una pared que los ciclistas tienen que atacar con unos 200 kilómetros sobre sus espaldas. La subida cuenta con una obra de arte en forma de grafiti en la que están inscritos el nombre de los ciclistas que hicieron mejores marcas ascendiendo el muro.

Pero la selección de la carrera se hace apenas unos cuantos kilómetros más atrás.

El lago de Como tiene forma de Y invertida. Justo en la intersección se encuentra el pequeño pueblo de Bellagio, un balcón de calles empinadas pintorescas y obligado paso para excursionistas. En ese lugar están las primeras rampas de la dura subida a la basílica de Madonna del Ghisallo (3,3 km al 7,4 %). En la ermita, el catolicismo y el ciclismo se unen. De hecho, en 1948 el Papa Pio XII declaró a la Virgen patrona de los ciclistas. Junto a Jesús y los apóstoles hay un busto de Fausto Coppi (curiosamente uno de los ciclistas más anticlericales que se recuerdan) a la puerta de la ermita. Dentro de la capilla el espectáculo es asombroso. Contiguo a velas y santos hay bicicletas colgadas en el techo y maillots y otros recuerdos de ciclistas que han ganado el Giro de Lombardía. Es tal la cantidad de recuerdos de profesionales y de aficionados, que en el año 2000 se construyó a escasos metros de la ermita un museo del ciclismo, amplio y moderno. No obstante, los grandes siguen prefiriendo dejar sus pertenencias en la capilla tal y como manda la tradición.

Tras un rápido descenso se enfila el destino final a la pequeña ciudad de Como, famosa desde la época romana cuando pretores y cónsules descansaban allí en época estival. Hoy sigue siendo lugar de privilegiados acaudalados pero también de aventureros mochileros. Sus panorámicas, su catedral, su plaza central o sus paseos otoñales hacen la delicia de los visitantes. Y como no, el templo Voltiano, un curioso edificio de estilo grecoromano en honor a Alessandro Volta, el hombre que desarrollo la pila y que pasó su vida inventando a orillas del Lago de Como.

Después llega el turno del champán y del pódium. Y de uno de los más sencillos, pero a la vez más significativos trofeos en el mundo del ciclismo. Una rueda de bicicleta bañada en plata.

“Cuando el espíritu está decaído, cuando el día parece oscuro, cuando el trabajo se vuelve monótono, cuando parece que no vale la pena tener esperanza, móntate en una bicicleta y da una vuelta, sin pensar en más que el paseo que estás dando” Arthur Conan Doyle.


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