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Tour de Flandes. Guía de viaje

En un esfuerzo conjunto entre periodistas, botánicos y meteorólogos, la Universidad de Gante lleva cerca de cuatro décadas analizando los efectos del cambio climático a través de los vídeos y las fotografías del Tour de Flandes (‘De Ronde van Vlaanderen’). Y es que la clásica belga, el más joven de los cinco monumentos del ciclismo, se disputa irremediablemente el primer domingo del mes de abril desde 1913. El paso del tiempo ha permitido observar el cambio en la llegada de la primavera y constatar como lo que antes eran brotes exiguos y escasas hojas ahora son frondosas copas y brillantes flores.

La guía de viaje del Tour de Flandes es una invitación a la llegada de la primavera. Son más de 260 kilómetros en la tierra ciclista por antonomasia. Es la cúspide de una semana de festejos que se culmina con otras pruebas de prestigio como Los tres días de la Panne o la Gante-Gevelgem. Es una ruta de callejuelas adoquinadas, canales de regadío, campanarios inmensos, suntuosos castillos y fina lluvia. Un destino romántico impregnado de una delicada capa de barro.

El Tour de Flandes no tiene un recorrido fijo, pero sus señas de identidad se han mantenido intactas durante más de un siglo. Tan sólo la I Guerra Mundial provocó un interludio en la prueba que, sin embargo, se mantuvo viva mientras el país se sometía a la ocupación nazi. Al igual que la París-Roubaix, que se disputa una semana más tarde, el Tour de Flandes vive de dos elementos fundamentales; el muro y el pavés.

Los muros son durísimas cotas pero de corta duración. Se agarran a las piernas de los ciclistas y trepan por sus músculos disparando un estallido de dolor. Son esfuerzos cortos y continuos que requieren disciplina y enorme sangre fría. Es un ejercicio de equilibrista donde se debe combinar la fuerza de la juventud con la maña de la veteranía.

El pavés no es más que una calzada de adoquines. No es más, pero no es menos. Es una zona de vibración extrema donde cada pedalada descarga un trallazo en los brazos que se traslada por todo el cuerpo. La rueda no tiene donde agarrarse y el impulso de las pedaladas se diluye entre los ojuelos del pedrusco. El pavés seco genera una niebla de polvo que se inserta en los pulmones y acaba con el más fogoso de los incautos corredores. El pavés mojado convierte la estela de adoquines en una demoniaca pista de patinaje.

Y por supuesto está ese lugar donde la espalda pierde su nombre. Una buena crema para las posaderas y abstenerse aquellos con varices en el recto. El pavés no es para los adictos al Hemoal.

El recorrido comienza en la magnífica ciudad olímpica de Amberes. El control de firmas se realiza en la Grote Markt (Gran Plaza del Mercado) una conjunción de edificios del siglo XVI coronada por el pomposo campanario del ayuntamiento. La plaza consta de una sucesión de perfectos edificios gremiales que representan la importancia de las corporaciones y la fuerza de su puerto, uno de los más importantes del mundo.

Y es que Flandes es uno de los lugares más avanzados de Europa desde que Julio César la incorporó al Imperio Romano. Flandes es lugar de telares y de tejedores, de duques, condados y reyes. Lugar de disputas entre egos. Tierra de borgoñones y de los Habsburgo. Terreno ensangrentado, donde España perdió su preeminencia como líder del orden mundial. Esfera de anhelo para católicos y protestantes. Lugar de lugares. De guerras que sobrevuelan los recuerdos de los libros de historia. Cuna de la Bélgica norteña neerlandesa, siempre en enfrentamiento con la Bélgica sureña y afrancesada. Flandes es van Eyck, Brueghel y Rubens. Son campos de amapolas. Lugar de costosos chocolates artesanos, poderosas cervezas y de mejillones con patatas fritas, aunque en esto último, como en casi todo, no hay acuerdo si nos referimos a una especialidad flamenca o a una valona.

Una vez abandonados los arrabales de Amberes el pelotón se adentra al interior en dirección sureste hasta llegar a Zottegem una típica villa flamenca donde los ciclistas se encuentran con los primeros tramos de adoquines. A partir de entonces la campiña hace su aparición y los temidos y exigentes muros hacen lo propio, provocando las escapadas de los primeros aventureros.

Con más de 100 kilómetros sobre las piernas llega el tramo más famoso del recorrido. Se trata de los muros de Oude Kwaremont y de Paterberg, una secuencia de colinas unidas por pavés y que, según la edición, se pueden llegar a repetir hasta en tres ocasiones. La segunda de ellas es la más dura (13% de desnivel) y fue diseñada en ángulo recto expresamente por un agricultor en la década de los 80 con la intención de que la carrera discurriese por sus praderías. Esta tierra de pastoreo también es conocida mundialmente como el prado de los artistas, ya que su bucólico horizonte ha sido plasmado en multitud de cuadros. El último paso por este binomio infernal se suele dar a menos de 20 kilómetros de la meta y es cuando se decide la carrera.

A diferencia de otros monumentos como el Giro de Lombardía, el Tour de Flandes no discurre por localidades de renombre. Es su carácter frugal lo que le da un encanto especial. Otro de los parajes exclusivos en el recorrido es el municipio de Maarkedal, un pequeño pueblo donde se encuentra un muro del 16%.

Pero seguramente el lugar más emblemático del Tour de Flandes es el Muro de Kapelmuur. Se trata de una ínfima pendiente que ni siquiera llega a los 100 metros y que está a la salida de una aldea de nombre impronunciable. Son 93 escasos metros de ascensión al 20% de desnivel pero sobre unos adoquines prácticamente sin retocar desde que en 1950 Fiorenzo Magni cimentó su victoria en la ascensión. Aunque en los últimos años ha sido modificado, el tamaño de los adoquines y los numerosos huecos entre ellos lo hacen terrorífico para los ciclistas.

El otro lugar mítico de la prueba, y donde aquel que aspire a la victoria debe estar atento para atacar, es el llamado ‘Monumento al ciclismo de Brakel’. Se trata de una rotonda cercana a Koppenberg, otro pueblecito que da paso a una bestial subida adoquinada (22%) que hace que incluso los ciclistas de renombre pierdan el equilibro al intentar escalarla.

Tras el último paso por Paterberg, tradicionalmente la prueba finalizaba en la villa de Ninove, aunque en las últimas ediciones lo hace en Aldenarda (Oudenaarde) ciudad famosa en los libros de historia de España por ser rendida por Alejandro Farnesio. De belleza supina, milagrosamente sobreviven su ayuntamiento gótico y su campanario tras ser arrasada la ciudad durante la I Guerra Mundial.

Después llega el turno de la gloria, del champán y del pódium. El palmarés del Tour de Flandes está liderado por un ramillete de ciclistas con tres entorchados (Buysse, Magnin, Leman, Museeuw y Cancellara). Eddy Merckx salió victorioso en un par de ocasiones. Sin embargo, el más grande ciclista de todos los tiempos no era bien recibido en tierras flamencas. Merckx era valón, una excepción en el mundo de la bicicleta en Bélgica. Todas las demás figuras de la mitología ciclista belga como Freddy Maertens, Roger de Vlaeminck, Lucien Van Impe o el citado Tom Boonen son nativos de Flandes.

“Hay belgas de Flandes dispuestos si no a dar la vida, sí al menos a dar media vida por ganar alguna vez en su vida el Tour de Flandes”. Carlos Arribas.


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