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Cuando se cayó la portería del Bernabéu

Al Madrid sólo puedes darle por muerto cuando yace con el corazón atravesado por una estaca y cierras el ataúd con cien clavos de plata. Y ni así puedes darle por muerto. Eso es lo que todos pensamos. Pero no fue siempre así. Ahora semeja una nebulosa en el recuerdo, empero es notorio recordar que el Real Madrid estuvo treinta y dos largos años sin ganar la Copa de Europa. 32 años. Se dice pronto, mas es cansino en el pasar. Lo de la mística, el aura mágica, las remontadas y lo de que el Madrid siempre gana juegue bien o juegue mal no tiene tanto recorrido. Tras ganar la sexta en 1966 el Madrid se dio de bruces año tras año cuando disputaba la Copa de Europa. En esas tres décadas yermas el todopoderoso Real Madrid acumuló tan sólo siete decepcionantes semifinales y un doloroso subcampeonato. Cuando en el año 2000 la FIFA otorgó a los de Chamartín el título honorífico de mejor club del siglo XX mucho tuvo que ver la consecución de la Copa de Europa, la famosísima séptima, en 1998. Sin ese ansiado trofeo lo más probable es que no hubiese habido reconocimiento. Y sin ese título jamás se hubiese abierto la espita a la explosión obscena de trofeos que ha ganado el Real Madrid en los que llevamos de siglo XXI.

Así pues, cuando el Real Madrid avance a semifinales de la Copa de Europa de 1998 es de todo menos favorito. La camiseta blanca es venerada con respeto por su historia, pero ni infunde terror ni da superpoderes. Tras eliminar al Bayer Leverkusen, el Real Madrid tendrá que enfrentarse en semifinales al Borussia Dortmund. No es moco de pavo. Los germanos son los actuales campeones europeos y, en caso de lograr pasar, en la final tocará la Juventus de Turín, por entonces, y con diferencia, el mejor equipo del momento. Para añadir más dificultad al asunto, el factor campo estará en contra del Real Madrid ya que el partido de ida se jugará en el estadio Santiago Bernabéu.

Aquel 1 de abril de 1998 el Bernabéu vestía sus mejores galas para recibir al Dortmund. Lleno a reventar. Detrás de una portería, aquella a la izquierda en el tiro de cámara televisivo, los Ultra Sur. ¿Quiénes son los Ultra Sur? Se trata de unos fanáticos madridistas, con claras connotaciones fascistas, que progresaron con el beneplácito de la presidencia durante las dos últimas décadas del siglo pasado. Hoy la inmensa mayoría de estos grupos, comunes a todos los clubes, han ido perdiendo su beligerancia dado que se les han ido quitando diferentes prebendas como el pago de viajes o de entradas a la posibilidad de guardar sus enseres en los bajos del estadio. Entonces, en la primavera de 1998, los Ultra Sur eran una poderosa fuerza dentro de la familia madridista.

El caso es que mientras los últimos rezagados iban entrando al campo, los Ultra Sur ya llevaban cerca de una hora saltando y cantando detrás de una de las porterías del Bernabéu. Faltaban dos minutos para el inicio del choque, con los dos equipos formando en el círculo central preparados para escuchar el imponente himno de la Champions League, cuando la portería se vino abajo. Ambos postes cedieron por el peso y el zarandeo de un numeroso grupo de ultras que estaban subidos a la valla metálica que separaba el fondo del campo de las gradas. Por una extraña razón nunca explicada la valla soportaba el tensor de la red de portería.

Sí, han leído bien. Una de las porterías del Santiago Bernabéu se desplomó. No es ciencia ficción. Y sin dos porterías no hay partido.

Los veintidós jugadores y el trio arbitral formaban en fila en el círculo central cuando un ruido estruendoso hizo retumbar al Bernabéu. Lo primero que se vino a la cabeza fue un atentado terrorista, pero inmediatamente un giro de cabeza y unos ojos abiertos de incredulidad observan como una portería se había derrumbado ¡Menuda locura! ¿Cómo puede caerse una portería? Estaba a punto de iniciarse una película de hora y cuarto de duración que a punto estuvo de tirar el prestigio ganado durante años por el Real Madrid a la papelera de la historia.

El neerlandés Mario Van der Ende, colegiado del encuentro, caminó presto hasta el área damnificada. Se acercó a uno de los postes y vio que estaba completamente partido a una distancia próxima a los diez centímetros de la base. Todo el mundo había entrado en pánico. Utillero, jardinero, delegado…todos intentaban hablar con el colegiado para explicarle que no pasaba nada y que aquello tenía arreglo. Con rollos de cinta adhesiva se podía intentar pegar las dos partes. Van der Ende negaba con la cabeza. ¡Estaba roto! ¡Cómo se iba a arreglar! Tenía que acercarse a la banda y departir con un responsable de la UEFA para ver qué decisión tomar.

Mientras todo esto sucedía los jugadores se miraban perplejos a la vez que se preguntaban si tenían que volver o no al vestuario. Lorenzo Sanz, presidente del Real Madrid, no paraba de hablar por el móvil, presumiblemente buscando algún tipo de solución. Fernández Trigo, gerente blanco y quien hasta la llegada de Florentino Pérez fue durante décadas el hombre para todo del club, solicita a la UEFA tiempo para pensar e indica que lo mejor es que los jugadores se vayan para la caseta. Todos, españoles y alemanes, marchan a vestuarios, entre ellos Fernando Sanz, hijo del presidente y que aquella noche debutaba en partido de Copa de Europa, y quien confesaría, a posteriori, que estaba tan nervioso que ni se llegó a enterar de que se había caído la portería ni llegó a ser consciente del motivo de tener que volver a los vestuarios.

Van der Ende se tomó el asunto con humor y decidió en un aparte charlar con el madridista Manolo Sanchís y el teutón Stefan Reuter, capitanes de ambos equipos, para quitarle hierro a lo sucedido y pedirles un poco de paciencia. En esos momentos de pánico Van der Ende era el punto de información. Jugadores, directivos, periodistas…todos se acercaban a él para saber que iba a suceder. Van der Ende sonreía y pedía mesura. En unos minutos retirarían la portería rota y pondrían una nueva en su lugar. Le habían asegurado que la operación ya estaba en marcha.

Pero no. Nada estaba en marcha.

Fernández Trigo daba por hecho que alguna portería habría en el Bernabéu. Alguna de repuesto, alguna usada para algún entrenamiento.

Agustín Herrerín, delegado del Real Madrid, miró a Fernández Trigo con rictus serio.

No. No había nada.

Hubo que informar a la UEFA. Los mandamases europeos fruncían el ceño. ¡Era imposible! Por primera vez se habla de suspender el partido.

Mientras todo esto sucede en el vestuario del Real Madrid hay algo que preocupa tanto o más que saber si el partido finalmente se va a disputar. Por lo menos le preocupa a uno de sus jugadores. Clarence Seedorf cumplía ese día 22 años y había organizado una cena con compañeros y amigos en un restaurante al acabar el partido. Cada par de minutos Seedorf se acercaba a Van der Ende y le preguntaba si había alguna novedad. No la había. Y el pobre de Seedorf no sabía qué hacer. Hubo de llamar al restaurante donde, indudablemente, estaban al tanto de todo. Al final acabará habiendo cena…aunque a las tres de la mañana.

Pero esa es otra historia.

Entretanto en el seno del Borussia Dortmund se empieza a hablar de suspender el partido. Presentan una queja formal ante la UEFA y los jugadores deciden que si en cinco minutos no se arregla el problema se marchan y no juegan. Nevio Scala, entrenador del Dortmund, habla con su presidente y le dice algo así como que sus chicos ya no están enchufados y que si finalmente se juega el partido la derrota está asegurada. El Dortmund había viajado a Madrid con las bajas por lesión de Andy Möller y Jürgen Köhler, sus dos mejores hombres. Una retirada a tiempo era una victoria. Y el reglamento de la UEFA era muy claro. Si pasados 45 minutos el partido no se pone en marcha y uno de los dos equipos decide no jugarlo será derrota para el culpable por 0-3.

En román paladino. Si a las 21.45 no hay portería y el Dortmund decide marcharse del Bernabéu el Real Madrid será sancionado y perderá el partido por 0-3.

Bodo Illgner, portero alemán del Real Madrid, fue llamado al vestuario del Dortmund para ejercer de interprete. Van der Ende, en posición neutral, escuchaba atentamente y asentía con la cabeza. La posibilidad del 0-3 se tornaba una realidad.

Fue el presidente germano, Gerhard Niebaum, quien apagó el incendio. Bajó al vestuario junto a Lorenzo Sanz y no consintió que sus jugadores abandonasen el campo. Era algo que el reglamento permitía, pero no era cortés ni honrado. Lo de la portería no era una artimaña. Lo de la portería era una desgracia incontrolable. Niebaum consideraba que había que dejarle al Madrid la oportunidad de resolverlo. Así que no. No habría espantada ni 0-3. Tocaba esperar.

Al final la mística del Real Madrid siempre aparece cuando menos te lo esperas. El escudo infunde respeto. Aunque lleve 32 años sin levantar una Copa de Europa.

Mientras todos esto sucedía, Fernández Trigo puso en marcha una operación rescate. Dos empleados del club cogieron una moto mientras otros los seguían en un coche escoltados por un furgón de la Policía Nacional que les iba abriendo paso. Al frente del operativo el ex portero Miguel Ángel y Agustín Herrerín. El objetivo era llegar a la Ciudad Deportiva del Real Madrid y coger una de las porterías que allí había para luego trasladarla al Bernabéu.

El despropósito era tal que a nadie se le ocurrió como llevar la portería de marras al Bernabéu. La suerte estuvo en que por el camino vieron una camioneta que estaba descargando materiales en una tienda de telefonía. Allí fueron a solicitar ayuda a aquel camión marca Pegaso cuyo conductor imaginamos que, entre halagado y acojonado por la presencia de la policía, accedió a formar parte de la comitiva de rescate.

Aún habría que darle otra vuelta de tuerca al asunto. Hay camión y sabemos dónde hay portería. Pero cuando aquel grupo de intrépidos llega a la puerta de acceso de la Ciudad Deportiva…nadie tiene llaves….

Si. Nadie tiene llaves.

Tal cual una película de Berlanga.

Se piensa en llamar a los bomberos, pero no hay tiempo. Así que tocaba alunizaje. Marcha atrás al camión, acelerador a fondo y a golpear la puerta. Por suerte no hubo que tirarla abajo. Llegó con sacudir con fuerza la cerradura para que cediese el candado. Una vez dentro coger la portería fue relativamente sencillo, ya que contaba con ruedas. Luego hubo que quitarle la lona al camión, subir los cuatro hierros, y a toda pastilla hasta el Paseo de la Castellana.

Escoltados por los gendarmes, tardaron ocho minutos en completar un recorrido de siete kilómetros con un cuarto de portería fuera del camión. Se supone que quien más o quien menos estaba al tanto de todo gracias a la radio, pero la incredulidad de los conductores al ver saltarse semáforos en rojo y direcciones prohibidas a un camión con una portería (que ni siquiera llegaron a amarrar por culpa de las prisas) escoltada por la policía tuvo que ser harto interesante. En cada curva currada la portería amenazaba con quedarse dormitando en una acera de Madrid para desesperación de Herrerín y compañía.

Llegaron al Bernabéu entrando por la esquina donde antaño había un centro comercial porque era la única pueta por donde entraba la portería…o eso creían. El hueco era tan justo que hubo que poner en marcha a otros cuantos voluntarios más. Alguien escribiría después que las imágenes de la portería por el pasillo angosto del estadio recordaban a las de un torero, en brazos de su cuadrilla, dirigiéndose a la enfermería. Todo muy chusco. Un vodevil. Todo muy español. A las 21:45 horas, una hora después del horario previsto para el inicio del partido, la portería se manifestó sobre el césped.

¡Aleluya!

El Bernabéu la ovacionó como si de un galáctico se tratase.

No acabó ahí el asunto. Había que complicarlo aún más. Resulta que la portería de marras no tenía las medidas oficiales. Era un par de centímetros más baja de lo reglamentario. Los jugadores del Real Madrid asentían entre ellos. La habían reconocido. Entrenaban con ella todos los días y sabían que esa, justamente esa, era la portería de las medidas antirreglamentarias.

Afortunadamente para el Real Madrid Mario Van der Ende o bien no se dio cuenta o simplemente no quiso darse cuenta.

Tras un brevísimo estiramiento, a las 22:00 hora local, exactamente 75 minutos después del inicio previsto, el Real Madrid disputaba su novena semifinal de Copa de Europa en 32 años. Nevio Scala tenía razón. Sus jugadores estaban ausentes. Ante cualquier decisión arbitral, por clara que fuese, los jugadores del Dortmund saltaban en busca de Van der Ende fuera de sus casillas. Tras el partido llegarán a decir que avanzada la segunda parte a muchos les entraba el sueño. El caso es que el Madrid ganó claramente con un gol de Fernando Morientes y otro de Christian Karembeu, éste último el punterazo más famoso en la larga y frondosa historia merengue.

Tras ese partido la UEFA dictaminó que en todos los partidos de competición internacional sería obligatorio tener una portería de repuesto, obligatoriedad que aun hoy se mantiene en vigor. Cándido Gómez, el propietario y conductor del camión Pegaso que salvó la aciaga noche, recibió una gratificación de 470 euros de la época por parte del club. Días después fue llamado por Fernández Trigo a las oficinas madridistas donde le entregaron un chándal, un balón, una insignia y un joyero para su esposa. Gómez, socio del Real Madrid, quedó encantado por todo, aunque lamentaría que se le negaron las cuatro entradas que pidió para la final de Ámsterdam del 20 de mayo.

Y es que el Real Madrid salió vivo del Westfalenstadion (0-0) donde brillaron el advenedizo Fernando Sanz y la clase de Fernando Redondo. Se clasificó pues para la final de la Copa de Europa donde sorpresivamente derrotaron a la Juventus con un gol de Mijatovic que le dio la archifamosa séptima Copa de Europa al Real Madrid.

Buena parte de ello se lo deben a Gerhard Niebaum, aquel honrado presidente del Dortmund que impidió que su equipo hiciese una espantada en el Bernabéu.

El Real Madrid fue multado por la UEFA con un millón de euros y un partido de clausura del estadio en la primera ronda de la siguiente edición. A pesar de la victoria europea lo de la portería fue un dardo en la línea de la flotación blanca. Aquello fue el hazmerreír de todo el continente y Lorenzo Sanz jamás conseguirá recuperarse de ese bochorno. Sanz hubo de darle una vuelta al club para dejar de lado la estructura familiar de la entidad dando paso a una estructura profesional que después culminó Florentino Pérez con su llegada al poder. Fernández Trigo hubo de abandonar la casa blanca tras más de dos décadas y Florentino ganó las elecciones a la presidencia del verano del 2000 a pesar de que Lorenzo Sanz presumía en su gestión de la consecución de dos Copas de Europa (1998 y 2000).

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