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La vida alternativa de David Rivers

Verano de 1986. Antes de su tercer año universitario David Rivers encontró trabajo en Portapit Barbacue, una empresa de catering de Indiana. Una noche, después de acabar su turno, estaba sentado en el asiento del copiloto de una furgoneta conducida por un amigo y también jugador universitario de Notre Dame. Iban por la Ruta 30 cuando un coche en dirección contraria invadió su carril. Kenny Barlow, así se llamaba su compañero, giró bruscamente el volante hacia la derecha para impedir el impacto y el coche cayó rodando por un terraplén, dio varias vueltas de campana por el aire y acabó destrozado a treinta metros de la calzada. Rivers, quien no llevaba puesto el cinturón de seguridad, salió volando por el parabrisas y aterrizó a más de seis metros, en medio de un campo de maíz.

Tenía una herida de cuarenta centímetros en el estómago.

Se le salían las entrañas.

Barlow puso una camisa encima del estómago de su amigo para intentar controlar el flujo de sangre. Mientras Barlow apenas tenía un par de cortes en las piernas, RIvers era un moribundo con el torso ensangrentado. Lo llamativo es que hablaba y razonaba con normalidad y apenas tenía dolor. Cogió con las dos manos sus órganos y se dispuso a aguantarlos mientras se debatía entre la vida y la muerte.

Y fue mucho tiempo de espera.

Era un paraje desierto. No había teléfonos móviles y la circulación era escasa a esas horas de la madrugada. Barlow tardó quince minutos en encontrar ayuda y la ambulancia aún tardaría diez minutos más en llegar a la escena del accidente.

Trasladado al hospital, a David Rivers le dijeron que había sobrevivido por siete centímetros. Esa era la distancia que separaba al corte que tenía en el estómago de su corazón. Perdió un litro de sangre y, cuando tras la operación le preguntó al cirujano cuantos puntos le habían dado, éste ni se dignó en contestarle.

Pasó ocho días en el Hospital de Elkhart antes de empezar una durísima rehabilitación. Sus días de jugador de baloncesto parecían finiquitados, pero en una mezcla de determinación y cabezonería volvió con fuerza a Notre Dame promediando 15 puntos a su vuelta y 22 en su último curso.

Fue escogido en el puesto número 25 del draft de la NBA de 1988 por Los Ángeles Lakers. Pasaba de ser un moribundo a formar parte del mejor equipo de baloncesto del planeta.

Rivers en la Universidad

David Rivers era un jugador en peligro de extinción. En sus años de instituto fue elegido como uno de los mejores bases de Estados Unidos. Su futuro era prometedor. Era un base rapidísimo, con un excepcional manejo del balón y con un fantástico lanzamiento exterior. Pero era un jugador de apenas 183 centímetros y 77 kilos de peso. Eso no fue motivo para no destacar en la universidad. Su endiablada velocidad le seguía haciendo prácticamente infranqueable para cualquier defensor, pero aquel accidente de circulación pondría todo patas arriba. Rivers perdió rapidez, por lo que decidió suplirlo con fuerza y con una mayor eficacia en el lanzamiento. Aquello le valió para reinventarse y seguir progresando en la universidad. Sin embargo, fue su carta de defunción cuando dio el salto a la NBA.

Rivers botaba la pelota tan baja que no había manera de seguirlo cuando cambiaba de ritmo, pero la faltaba intensidad, instinto defensivo y la estatura necesaria para defender a bases rivales. Rivers había llegado a la NBA en un momento donde los jugadores de su estatura ya comenzaban a ser una excepción. Su gran valor radicaba en su increíble velocidad, pero al perder ese punch inicial su suerte estaba echada. David Rivers era un pequeño diablo que podía anotar cualquier tiro en suspensión…

…dependiendo quien lo defendiera.

En su primer año entre profesionales, en la temporada 1988/89, David Rivers fue base suplente de Magic Johnson. Normal, dado que el genio de los Lakers era el mejor jugador de la NBA en esos momentos. Rivers apenas jugó nueve minutos por partido. Los Lakers llegaron a la final de la NBA y se enfrentaron a los Detroit Pistons. Quiso el destino que Magic sufriese una lesión en el muslo en la disputa del segundo partido de la serie lo que limitó sus minutos en el tercer choque e imposibilitó su presencia en el cuarto duelo. David Rivers sería el base titular de los Lakers en ese cuarto partido. La cima para cualquier jugador. Titular en los Lakers en la final de la NBA. Era la oportunidad de su vida. Enfrente tendría a Isiah Thomas, el base de los Detroit Pistons. Si Johnson medía 206 centímetros, Thomas era un base de los de antes de apenas 185 centímetros. Los 183 de Rivers frente a los 185 de Thomas. El duelo era igualado. Pero sólo lo fue sobre el papel. Rivers apenas pudo anotar una canasta y los Lakers perdieron el partido para ser barridos por 0-4 ante los Pistons.

Aquel verano los Lakers decidieron prescindir de Rivers quien encontró acomodo en el otro equipo de la ciudad. Sus minutos en los Clippers, un equipo de menor entidad, fueron tan limitados como en los Lakers, por lo que en el verano de 1990 se encontró sin equipo con apenas 25 años de edad. Ficharía por un par de conjuntos de ligas semiprofesionales de Estados Unidos antes de disputar un puñado de encuentros más con los Clippers cubriendo un par de bajas por lesión. No había mucho más que rascar. Tocaba vestirse de civil y buscar trabajo.

Y entonces su agente le hizo una llamada.

Le ofrecía un contrato de una temporada en Francia. El sueldo no era nada del otro mundo, pero le permitía continuar jugando al baloncesto. Además, el Olympique Antibes, que era el club interesado, correría con los gastos de alojamiento y le ponía un coche a su disposición. Rivers se negó en primera instancia. Ir a Europa era dar carpetazo a su sueño de volver a la NBA. Él había jugado en los Lakers. Había sido el suplente de Magic Johnson ¡Por el amor de Dios! Su agente fue claro. Con sus limitaciones físicas nunca conseguiría ser un jugador triunfante en la NBA. En Europa tenía la oportunidad de ser alguien. De labrarse una carrera. Y por si los motivos baloncestísticos no fueran suficiente, su agente le habló de Antibes, de la Costa Azul, del sol perpetuo, de las botellas de vino y de las chicas francesas. Tocaba pues, subirse al avión, y empezar una vida alternativa.

Rivers en Europa

Todas las limitaciones de Rivers en la NBA quedaron ocultas en su desembarco europeo. El motivo estructural era la altura. Los 183 centímetros de Rivers aún no eran rara avis en el Viejo Continente. Aquel año el Limoges ganó la final de la Euroliga ante el Benetton Treviso. En los italianos el base titular era Chris Corchiani de 1’85 de altura. Al año siguiente ganaría la Euroliga el Joventut de Badalona con los hermanos Rafael y Tomás Jofresa de bases, ambos de 183 centímetros sobre el suelo. Y en la temporada posterior sería el turno del Real Madrid con José Miguel Antúnez (1’83) ante el Olympiakos de Milan Tomic (1’90). El motivo coyuntural era el tipo de baloncesto que se practicó en la década de los 90. Posesiones largas, juego interior y ultradefensivo. Un baloncesto lentísimo, donde Rivers iba a destacar por su rapidez. Y un baloncesto donde toda la suerte en ataque se destinaba a los hombres altos, por lo que cualquier jugador exterior con buena mano iba a destacar sobremanera.

Así pues, David Rivers promedia 22 puntos y cerca de 6 asistencias en el Antibes, números antológicos en un baloncesto donde los equipos rondan los 60 puntos al final del partido. El primer año queda subcampeón de Liga y al siguiente consigue el título francés, algo inimaginable para el pequeño equipo de la Costa Azul. Es entonces cuando le llueve un contrato millonario y es fichado por el Olympiakos.

El gigante griego quiere ganar su primera Euroliga y convertirse así en el primer conjunto heleno en conseguir la corona continental. Rivers se convierte en el faro sobre la cancha de Olympiakos y los guía en la consecución de Liga y Copa, pero fracasa en Europa al perder en cuartos de final ante el Real Madrid. Para más inri es el Panathinaikos, su odiado rival, quien logra el entorchado europeo. Para la temporada siguiente el Olympiakos dobla la apuesta con un quinteto formado por Rivers, Tomic, Sigalas, Fassoulas y Tarlac donde el norteamericano es la estrella y el jugador mejor pagado. Tras deshacerse del Olimpia Ljubliana en semifinales de la Final Four toca partido por el título ante el FC Barcelona dirigido por Aleksandar Djordjevic (188 centímetros).

El Olympiakos pasó por encima del Barça en esa final y Rivers hizo lo propio ante Djordjevic, el mejor base europeo de su generación. Rivers anotó 26 puntos, cogió seis rebotes y robó tres balones para liderar a su equipo a una victoria por quince tantos de diferencia (73-58) la más amplia en 35 años y lograr la Euroliga 1997. Rivers fue elegido MVP de la Final Four llevando a su antojo el ritmo del partido en el tramo final del choque ante la impotencia azulgrana.

David Rivers había alcanzado la gloria. No era la gloria que se imaginaba cuando jugaba en las calles de Nueva Jersey. Tampoco era la gloria que esperaba cuando era elegido uno de los mejores jugadores de instituto de Estados Unidos. Y por supuesto no era la gloria que estaba en su mente cuando compartía vestuario con Magic Johnson y el resto de leyendas vivas de Los Ángeles Lakers. Pero era la gloria al fin y al cabo lo que había encontrado. Mucho más que lo que el destino parecía haberle reservado cuando sus entrañas peleaban por no escurrirse entre sus ensangrentados dedos.

Endiosado, David Rivers aceptó una mareante oferta de la Fortitudo Bolonia que lo juntó contiguo a Dominique Wilkins, Gregor Fucka y Carlton Myers. El proyecto fracasó y Rivers se marchó a continuar con su carrera a Turquía antes de volver con 35 años a ser un jugador residual en su querido Olympiakos. Por entonces Ken Barlow, aquel amigo que hizo girar el volante camino del averno en una aciaga madrugada, ya había colgado las botas. También había sido elegido por los Lakers en el draft, aunque en su caso no pasó de un par de entrenamientos a inicios del verano. Barlow también ganó la Euroliga (en Milán) y tuvo una consistente y larga carrera deambulando por numerosos equipos italianos dejando su mejor recuerdo de rendimiento y fidelidad en el Maccabi israelita.

A diferencia de su amigo, David Rivers no manejaba la opción de volver a Estados Unidos. Había quedado enamorado del sol y del buen comer de la Costa Azul y allí es a donde se destinarían sus pasos. Regreso a Antibes, un paraíso de tranquilidad tan diferente a su Nueva Jersey natal. Entonces el Antibes Basket estaba en la segunda categoría del modesto baloncesto francés. Era lo de menos. Rivers jugó hasta los 39 años y aun le daría tiempo a coger ocho rebotes en un partido y firmar marca personal camino de la cuarentena con sus 183 centímetros de altura.

Elegido mejor jugador europeo de 1997, siendo el primer estadounidense en recibir dicha mención, Rivers se instaló en Europa para ejercer como entrenador en categorías inferiores en diferentes equipos. Mantiene también un campus veraniego donde hace especial hincapié a aquellos niños cuyas excelencias con el balón no sean acordes con los centímetros con los que fueron agasajados por la madre naturaleza.

“No tengo quejas. Todo fue a pedir de boca” David Rivers

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