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Cuando Jopie conoció a Gento

“Gento era el jugador que ponía en pie al Bernabéu. Sus carreras, locas y descontroladas en un primer año en el que llegó a ser martirizado con burlas, terminaron por ser la delicia del estadio y el terror de los rivales. Di Stéfano le salvó ante Bernabéu, que al final de la primera temporada lo quería devolver al Racing de Santander (…) Fue arrollador. No era un estilista, pero su velocidad y potencia de tiro le mantuvieron por encima (…) Deja en su palmarés 23 títulos. De ellos, 12 son de Liga y 6 de Copa de Europa, récords impresionantes. Jugó el solemne partido Inglaterra-Resto del Mundo, celebración Centenario del fútbol. Dos veces mundialista. Si quieren ver una jugada que le defina, busquen en ‘google’ su carrera ante México en Chile-62; lástima que lleva el ‘9’ y no su ’11’ (…) En su tiempo fue un trueno, en el campo y fuera de él. Con razón se le apodó ‘La Galerna del Cantábrico’”. Alfredo Relaño, Diario AS.

Jopie trabajaba en una tienda de deportes. Apenas los pelos comenzaban a asomar por su cuerpo. El dinero no sobraba en casa. A papá se lo había llevado la muerte. Mamá limpiaba retretes y fregaba suelos a destajo. Jopie no era muy habitual de los libros. Aquel chaval flacucho y respondón era amigo de saltarse las clases y pasar el día en los billares o jugando con el balón.

A Jopie le aburría su trabajo. Cargar y desembalar cajas, poner etiquetas a los artículos u ordenar ropa en los estantes. Pero el dueño de la tienda era un antiguo jugador de fútbol y Jopie aprovechaba para hacerle toda clase de preguntas. Porque si algo caracterizaba a Jopie era su lengua afilada. Siempre quería hablar con gente mayor que él para aprender cosas nuevas. Nunca se cansaba de hacer preguntas. Se sabía en un estrato superior a la gente de su edad y sólo mostraba respeto por aquellos que consideraba mejores que él.

Los cuales eran la excepción.

Leo, que así se llamaba el dueño de la tienda, acudía los sábados a suministrar material nuevo a su antiguo club de fútbol. O a limpiar alguna que otra cosa. O a arreglar cualquier otra. Pronto Jopie se convertiría en el encargado de dicha tarea. Gracias a su lengua viperina, aquello rapidamente se convertiría en una oportunidad fantástica para preguntar, charlar y debatir de forma insolente con aquellos hombres hechos y derechos que se ganaban la vida pateando un balón de fútbol.

Por entonces Jopie tenía 14 años. Su talento no pasaba desapercibido y hubo de falsificar su fecha de nacimiento para ser aceptado en un equipo juvenil que sólo permitía acceso a los 16 años. Era éste un tema trascendental, porque tener ficha juvenil implicaba recibir un pequeño sueldo que, combinado con el trabajo en la tienda de deportes, le permitiría convencer a su madre de dejar de forma definitiva los estudios.

Las posibilidades de que Jopie pudiese vivir del fútbol eran ínfimas. No por su talento, descomunal para su edad, sino por las condiciones del fútbol en su país. El profesionalismo apenas había sido aprobado cinco años atrás y la selección se conformaba con ganar a Luxemburgo y buscar el milagro del empate ante los gigantes europeos. Abe Lenstra, un referente para Jopie y para todos los niños del país, tuvo que compaginar el fútbol con su trabajo como funcionario del ayuntamiento.

Pronto se vería que Jopie era diferente. Jugando con chicos que le superaban en dos años de edad apresuradamente se convirtió en el mejor jugador juvenil del momento. Una vez metió 17 goles en un partido de 40 minutos de juego. Destacaba por un regate y un cambio de ritmo nunca vistos. Con un simple giro de tobillo era capaz de parar el juego. También era veloz. Muy veloz. Al ser tan escuálido había aprendido a correr con el balón pasándoselo indistintamente de un pie a otro para evitar las patadas de los rivales.

Pero lo más sorprendente era su confianza. No paraba de gritar y ordenar a sus compañeros donde colocarse. Otras veces se acercaba a la banda para discutir la táctica a seguir con el entrenador. Era inaguantable. Deliciosamente inaguantable. Con 17 años firmará su primer contrato profesional y cambiará la vida de su equipo y del fútbol de su país para siempre.

Pero antes, apenas una semana después de que Jopie cumpliese los 15 años, un suceso iba a convencerlo definitivamente de que había nacido para jugar al fútbol.

A Jopie le encantaba acercarse a De Meer los domingos por la tarde para ver que hacían los profesionales. También acudía al Estadio Olímpico de vez en cuando para presenciar algún encuentro de la selección neerlandesa. Analizaba lo que sucedía en el campo, pero no se sentía satisfecho. De hecho, en De Meer jugaba el AFC Ajax. Ese era su equipo. El equipo de origen judío al que los sábados suministraba material y en el que los domingos se calzaba las botas para defender los intereses del juvenil. Era también el club cuyas estancias eran limpiadas y acicaladas día tras día por su abnegada madre, trabajadora del servicio de limpieza. Pero era un mal equipo. En ocasiones hasta era superado por el DWS Amsterdam, la otra escuadra de la ciudad.

Pero el caso es que el 2 de mayo de 1962 el Estadio Olímpico de Ámsterdam sería la sede de la final de la Copa de Europa que iba a enfrentar a Real Madrid y SL Benfica. Para un neerlandés era lo nunca visto. Di Stéfano contra Eusebio. El equipo de las cinco coronas frente a su heredero en el trono europeo.

Era fútbol de altísima calidad al que Jopie iba a acceder por vez primera.

Y le costó lo suyo. El Ajax jugaba en De Meer, un modesto estadio con capacidad para 19.000 espectadores, mientras que el DWS o el FC Amsterdam jugaban en el Olímpico con sus 65.000 plazas disponibles. Así que los recogepelotas de estos dos últimos equipos serían los afortunados de escoltar a las rutilantes estrellas merengues y encarnadas al círculo central. Tras dimes y diretes al Ajax le permitieron llevar a dos chavales y, uno de ellos, evidentemente, tenía que ser Jopie.

Jopie tenía claro con quien querría posar cuando sonasen los himnos. Su ídolo era el número 11 que vestía de blanco. Se trataba de un extremo zurdo de tremenda velocidad y elasticidad. Un huracán. Un vendaval. Era capaz de coger el balón en campo propio, cosérselo a la bota y pararse en seco para retornar inmediatamente la carrera. Era eso lo que más le llamaba la atención de Jopie. La parada en seco. Iba a practicarla una y otra vez hasta conseguir para el tiempo.

Para el flacucho Jopie aquel número 11 era un gigante. Y eso que Francisco Gento no era muy alto. Pero todo lo que Jopie había leído sobre Gento y todas las filmaciones que había podido ver de él lo tenían hipnotizado. Ese despliegue físico y ese ritmo endiablado lo tenían cautivado. Veía en Gento un reflejo del futbolista que quería ser él. De cómo a través de la velocidad y los desplazamientos en diagonal cara a la portería se podía sortear a rivales más grandes y fuertes.

Así que allí estaba Jopie con su sudadera de entrenamiento del AFC Ajax acompañando al legendario extremo cántabro mientras sonaban los himnos. Luego se acomodaría detrás de la portería donde se anotarían seis de los ocho goles de aquella final que el SL Benfica se llevaría por 5-3. Desde allí Jopie vio a Gento, pero también al maravilloso Puskas que anotó tres tantos, uno de ellos exquisito tras cazar un rechace, sortear a un rival y ajustar a la base del poste. Y también vio al joven Eusebio, apenas cinco años mayor que él, emerger por el ancho de la zona de ataque y soltar latigazos con su pierna derecha desde cualquier lugar del campo.

Y por supuesto vio a Alfredo Di Stefano. Pasado de kilos, y ya con 35 años, Di Stéfano seguía dirigiendo la orquesta merengue. Jopie se fijaba en como mandaba y en cómo se colocaba en el campo. Y es que mientras la mayoría adoraba al Di Stéfano goleador, Jopie se propuso analizar lo que hacía cuando no tenía el balón.

Así que Jopie lo tenía claro. Una vez acabase el partido tendría que preguntarles a esos ases como lo hacían. En 1962 el fútbol seguía siendo familiar. El partido finalizó y el público neerlandés invadió el campo de forma pacífica. A Eusebio lo llevaron a hombros al vestuario mientras agarraba como un tesoro la ‘9’ merengue de Don Alfredo.

Así que Jopie aprovechó el tumulto para colarse en los vestuarios. Por todos era conocido, a todos conocía y la pillería hizo el resto. Allí estaban todos. Santamaría, Del Sol, Puskas y, sobre todo, Alfredo Di Stéfano y Paco Gento.

Quiso Jopie hablar con ‘La Saeta’ pero le fue imposible. Un gruñido de lo más profundo de la pampa salió de la boca de Di Stéfano, que estaba tratando de digerir la que él sabía era su última oportunidad de conquistar otra Copa de Europa. Entonces los ojos sagaces de Jopie se fijaron en Gento, el cual contestó al chaval con una franca sonrisa.

Embelesado y desconocedor del castellano, Jopie trató de preguntarle a Gento como hacía para frenar en seco. Aquel huracán embravecido, aquella galerna del Cantábrico, se encogió de hombros en una respuesta con doble significado. Ni entendía lo que le preguntaban ni sabía desvelar cual era la pócima de su secreto.

Real Madrid: el mítico exfutbolista Paco Gento falleció a los 88 años de  edad | LaLiga | España | Copas de Europa | NCZD | FUTBOL-INTERNACIONAL |  DEPOR
Mr. Champions

Para Jopie aquel fue el mejor partido que vio en su vida. No muchos años después Jopie se convertirá en Johan Cruyff y se encargará de que otros chavales sueñen con ser profesionales de igual forma que el soñó el día que vio volar a ras de césped a Paco Gento.

Johan Cruyff acabará superando a Gento. No tendrá nunca la velocidad del extremo cántabro, pero mejorará tanto su capacidad de desborde como su regate con ambas piernas. De hecho, será una versión mejorada de Di Stéfano, con su misma capacidad de mando, su entendimiento del juego y con el punto de maldad necesario para emerger en los instantes decisivos de los partidos. La comparación entre Di Stéfano y Cruyff será constante, pero no será otro sino Gento el que hizo posibles los sueños de Jopie.

Algo tendría aquel alocado extremo cuando Cruyff lo convirtió en su ídolo y Di Stéfano lo catalogó como su mejor compañero.

“Tiene velocidad y le pega al balón como un cañón. Sigue, arranca y frena durante todo el partido en carreras de 50 metros. Sabe correr, pero lo más importante es que sabe interpretar el fútbol. Yo, los balones todos a Gento”. Alfredo Di Stéfano; compañero en el Real Madrid durante más de una década.

“Gento corría tan rápido que no podías cogerle nunca en fuera de juego. Técnica con velocidad, la más rápida que nunca he visto”. Bobby Charlton, ex jugador del Manchester United y Balón de Oro.

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