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Alice Milliat

En 1896 no existía país alguno en el que las mujeres tuviesen derecho al voto. Tampoco había país del mundo en el que, una vez casadas, tuviesen potestad de gestionar alguna de las propiedades que poseían cuando estaban solteras sin el consentimiento de sus esposos. Era pues, lógico y evidente, que de los 241 atletas que participaron en los I Juegos Olímpicos de 1896 no hubiese presencia femenina. Para Pierre de Coubertin el mayor logro de una mujer sería alentar a sus hijos a ser distinguidos en el deporte y aplaudir el esfuerzo de los hombres. Y la opinión de Coubertin era la mayoritaria.

En realidad, hubo una intrépida que se saltó las reglas. Una mosca cojonera. Una griega de treinta años, de nombre Stamata Revithi, se plantó en la línea de salida en el pequeño pueblo de Maratón con la intención de cubrir los 42 kilómetros de la prueba. Oficialmente fue rechazada al no estar inscrita. Extraoficialmente un par de policías la invitaron amablemente a marcharse a su casa. Al día siguiente volvió al punto de inicio con la intención de correr el maratón por su cuenta. Consiguió que un juez firmase un documento atestiguando la hora y el lugar de salida y un cargo militar testificó la hora y el lugar de llegada a las puertas del Estadio Panathinaikó. Y digo a las puertas porque los organizadores no le dejaron entrar en el estadio olímpico. Tardó cinco horas y media, por las cerca de tres que necesitó Spiridon Louis, el campeón masculino. Habría que esperar treinta años (1926) para que dejasen a una mujer participar en un maratón cronometrado y a 1984 para que una mujer pudiese participar en un maratón olímpico.

Stamata Revithi

El caso de Stamata se perdió en el polvo de la historia, pero estuvo muy vivo y presente en el pensamiento de Alice Million. Francesa, nacida en Nantes, Alice contaba con doce años cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Atenas. Por entonces ella ya practicaba con fervor numerosos deportes como tenis, natación, vela, hípica o golf. Obviamente podía hacerlo al formar parte de una familia acomodada que le permitía privilegios vetados para muchos hombres y para muchísimas más mujeres. Casada en 1904 pasó a rebautizarse como Alice Milliat y se trasladó a Londres donde comenzó a ejercer como maestra.

Su desgracia fue que al poco de casarse enviudó. Cuatro años después de trasladarse a Inglaterra su marido falleció repentinamente. La suerte para Alice es que no tenía hijos por lo que pudo reponerse y empezar una nueva vida sin cargas ni perjuicios sociales a sus espaldas.

Y su nueva vida iba a ser el deporte. Retomó sus actividades, aunque exploró nuevas disciplinas como el hockey o el remo. Fue este último el deporte que más le enamoró y decidió dedicarse a él por completo. Pero claro, para ganarse la vida eso no era suficiente. El deporte no daba réditos económicos. Y el profesorado le impedía viajar a distintas competiciones. Así pues, decidió dejar la enseñanza y operar como traductora. Se instaló entre Estados Unidos e Inglaterra vendiendo sus servicios como traductora de francés y dedicando su vida al remo.

Poco después estalló la I Guerra Mundial. En plena contienda, en 1915, a Alice la eligen como presidenta de la Federación Francesa de Sociedades Deportivas. En esos años deja la practica activa del deporte y como tantas otras mujeres se dedica a la defensa activa del país ocupando puestos de trabajo que los hombres han dejado libres al acudir a primera línea de batalla. Es entonces, al acabar la contienda y comprobar que el esfuerzo bélico de las mujeres es olvidado y se les incita a volver a las cocinas de sus casas, cuando decide pelear con todas sus fuerzas para que las mujeres formen parte del movimiento olímpico.

Tras denodados esfuerzos consigue organizar varias reuniones con los representantes de la IAAF (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo) para conseguir que el atletismo femenino tenga la misma representación que el masculino en la competiciones nacionales e internacionales. Su propuesta es rechazada. Consigue luego una reunión con Pierre de Coubertin con la intención de que el atletismo femenino forme parte del programa olímpico. Hay vagas promesas que pronto se diluyen en vaso de agua.

Así pues, en 1921, en la acomodada Montecarlo, Alice Milliat decide organizar un certamen atlético en el que forman parte mujeres de cinco países diferentes. La iniciativa es un éxito y en 1922 se celebran los primeros Juegos Olímpicos atléticos femeninos. Aquello es una revolución. Son los años 20. Los corsés dejan paso a las faldas por encima del tobillo. La mujer es objeto político y tiene conciencia por sí misma. Lo que era impensable apenas un lustro antes se torna ahora en esperanzador futuro. Tras la victoriosa edición de Montecarlo la edición de 1926 de los Juegos atléticos femeninos tendrá lugar en Gotemburgo.

El COI entra en pánico y se aviene a negociar.

Juegos atléticos 1922

Pierre de Coubertin acaba de dejar la presidencia. Su sucesor, el belga Baillet-Latour, es igual de aristocrático, pero es más pragmático que su antecesor. Le promete a Milliat que para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 habrá cinco pruebas atléticas femeninas a cambio de que desista de celebrar esos Juegos femeninos alternativos. Milliat acepta y firma la paz no sin reservas. Incluso el Papa Pio XI bramará en contra de la posibilidad de que las mujeres pongan en peligro sus cuerpos y eso les imposibilite ser madres en el futuro.

La competición atlética femenina queda reservada para salto de altura, lanzamiento de disco, 100 metros lisos, relevo 4 x 100 y 800 metros. En esta última prueba resultó vencedora la alemana Lina Radke y varias participantes cruzarían la línea de meta con visibles muestras de fatiga. Los cambios sociales y el retiro de Coubertin habían permitido que las mujeres cruzasen una nueva frontera dejando a un lado a la natación y al tenis, considerados deportes menos masculinos. Pero las fotografías de aquellas chicas llegando exhaustas al final de los 800 metros volvieron a cambiar el statu quo. Los miembros más conservadores del COI, auspiciados por periodistas afines, fomentaron la imagen de esas mujeres cansadas tras el esfuerzo por lo que Baillet-Latour es conminado a eliminar la prueba de 800 metros del programa olímpico de tal forma que no volverá a disputarse hasta Roma 1960.

Todo era fruto de una exageración. SI bien es cierto que hubo finalistas que llegaron al límite de sus fuerzas, también lo era que lo hicieron con la misma cara de esfuerzo con la que lo hacían sus homólogos masculinos tras sobrepasar los límites de su resistencia. Milliat estalla ante la actitud del COI y vuelve a poner en marcha los Juegos atléticos femeninos. En 1930 celebra una nueva edición en Praga. El COI y la IAAF contratacan considerando ilegales todas las marcas que se consigan en esos Juegos alternativos. A Milliat le da soberanamente igual. Habrá nueva edición en Londres 1934 y lo hará con récord de participantes. Visto el éxito, Milliat sube el órdago. Para 1938 no sólo habrá Juegos atléticos femeninos sino Juegos Olímpicos femeninos. Todas las mujeres deportistas son invitadas formalmente.

El terremoto es colosal. Alice Milliat y Baillet-Latour deben negociar. Finalmente, la activista francesa se sale con la suya. La edición de los Juegos atléticos femeninos de 1938, a celebrar en Viena, pasará a ser el I Campeonato del Mundo de Atletismo. Será auspiciado por la IAAF y participarán en igual de condiciones hombres y mujeres. Además, para los JJ. OO de 1940 habrá nueve pruebas atléticas femeninas incluyendo los 200 metros, los 100 metros vallas o el lanzamiento de jabalina. Las pruebas de resistencia siguen vetadas, pero el avance es asombroso.

Por culpa de la II Guerra Mundial hubo que esperar a la edición de Londres 1948 para ver hechos realidad todos estos avances. Por entonces ya no estaba presente Alice Milliat. La IAAF y el COI aceptaron todos esos adelantos con una única condición; que Alice Milliat desapareciese de escena. Fue apartada de los focos y vivió en soledad sus últimas dos décadas de vida. Cuando murió en 1957 fue enterrada en el anonimato. En una lápida que ni siquiera tenía placa. Era mujer en el olvido. Hasta la década de 1980 no se volverá a ver a una mujer en un puesto de responsabilidad en un organismo deportivo y hasta que llegue el siglo XXI no existirá igualdad de participantes masculinos y femeninos en los Juegos Olímpicos.

En gran medida todo ello fue gracias al impulso de Alice Milliat, una mujer que se alejó de la fama para que muchas otras pudiesen optar a ella. Sólo en los últimos años su figura comienza a ser reivindicada en su Francia natal renombrando instalaciones deportivas o bautizando con su nombre becas deportivas destinadas para mujeres. Algo es, pero insuficiente para la mujer que más hizo por la paridad entre el deporte femenino y el masculino.

Alice Milliat

“Paris 2024 es una realidad gracias a dos personas. El señor Coubertin, padre fundador del olimpismo, y la señora Milliat, la gran embajadora del deporte femenino”. Dennis Masseglia, presidente del Comité Olímpico Francés, en 2021.

“La única misión de las mujeres en el deporte es coronar a los campeones con guirnaldas”. Pierre de Coubertin en 1900.

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