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Cuando un loco apuñaló a Mónica Seles

Con una demostración de poderío absoluto y desplegando su característico juego de zurda a dos manos desde ambos fondos de la pista, Mónica Seles destrozaba por agotamiento a Steffi Graf (4-6, 6-3 y 6-2) consiguiendo el que era su tercer Open de Australia y su noveno Grand Slam. Era 1993. Acababa de cumplir los 19 años y tenía el mundo a sus pies.

Nacida en Novi Sad, antes Yugoslavia y hoy Serbia, a los 14 años ya pegaba raquetazos en el circuito profesional y con 16 ya salía triunfante en Roland Garros. En aquella final venció a la entonces nº1 del ranking, Steffi Graf, anunciando el cambio de dinastía que estaba por llegar. Por si quedaran dudas, en ese mismo año logró también el Masters de la WTA derrotando en la final a otra de las grandes tenistas del momento, la argentina Gabriela Sabatini.

Hasta entonces Steffi Graf dominaba el circuito tenístico de la misma forma que Atila subyugó a Roma. Graf arrasaba con un tenis en el que dibujaba la perfección en las líneas y una gracilidad impropia de semejante fiereza. Pero entonces llegó ella. Mónica Seles era un soplo de aire fresco con sus golpes a dos manos, siempre al ataque y desconcertando a los rivales con gritos y gestos continuos. El actor Peter Ustinov, un amante del tenis, declaró con agudeza que compadecía a los vecinos de Seles en su noche de bodas.

Mientras Graf se había formado en una escuela de tenis siendo niña, Seles era producto de un padre fanático que le obligaba a golpear pelotas contra la pared del aparcamiento que había delante de su casa. Su talento era tal, que hubo que llevarla a los 13 años a Estados Unidos para pulir un juego selvático en el que huía continuamente de la red asustando los ojos de los puristas.

Así, si en 1988 y 1989 Steffi Graf ganó 7 de 8 grandes (sólo Arantxa Sánchez Vicario la derrotó en Roland Garros 89) para 1991 y 1992 Mónica Seles emulaba el logro dejando únicamente las migajas para Wimbledon 92 a favor de la alemana. 1993 comenzaba con otro triunfo de la serbia y todo indicaba que mientras Seles seguía ascendiendo Graf ya se había estancado.

Hasta que todo cambió.

Mónica Seles estaba disputando un partido de cuartos de final en Hamburgo. Un torneo previo y preparatorio para Roland Garros. En un descanso entre juego y juego, Seles se sentó en una silla y sorbió un poco de agua. Segundos después, ante los gritos de los espectadores y la incredulidad de los televidentes, se levantó, se llevó la mano a la espalda y cayó al suelo. Mónica Seles gritaba aturdida mientras un cuchillo de cocina de 23 centímetros de longitud le succionaba la espalda. Ante el desconcierto y el horror de los 7.000 espectadores presentes, la tenista se levantó, se llevó la mano al hombro, dio varios pasos y se desplomó en la arcilla.

Con Yugoslavia desmembrándose en una guerra de identidades (Seles era serbia de ascendencia húngara) se habló de atentado. Pero no. El asunto era más mundano. El tarado fue detenido al instante. Se trataba de un alemán que obedecía al nombre de Günter Parche. “Quería ver a Steffi Graf ganar otra vez”, declaró en el juicio. Quedó en libertad condicional y tuvo que someterse a tratamiento psiquiátrico. Al parecer cada vez que Seles derrotaba a Graf sufría instintos suicidas y amenazaba con quitarse la vida.

Por suerte el impacto del cuchillo fue menor del esperado y la herida cicatrizó con facilidad al no superar los dos centímetros de profundidad. Si la hondura hubiese llegado a los siete centímetros, Seles hubiese quedado paralítica. No había órganos ni tendones dañados. A la suerte también le ayudó que cuando Parche intentó clavarle el cuchillo por segunda vez, dos agentes de seguridad lo aplacaron a tiempo.

Era un milagro. Iba a estar un mes de baja. No podría competir en Roland Garros pero estaría lista para asaltar Wimbledon.

Fueron 28 los meses de ausencia. Cerca de dos años y medio sin competir.

Mientras Graf llenaba de felicidad a Parche ganando 6 torneos de Gran Slam de 8 posibles durante esos 28 meses, Mónica Seles se introducía en una espiral de miedo y terror de la que nunca llegó a salir completamente. Sus ingresos cayeron, su novio la abandonó y sus patrocinadores escaparon. Aquella chica alegre y decidida se convirtió en un ser huraño que detestaba ser vista en público. Sufría continuas pesadillas, ataques de ansiedad y comenzó a coleccionar pastillas de todo tipo para la depresión.

La WTA propuso mantenerla como número 1 adyacente hasta que regresase, pero todas las tenistas votaron en contra con la excepción de Gabriela Sabatini, que se abstuvo. De algún modo, tal falta de cariño le hizo recuperar la entereza y volver a las pistas para disputar el Open de Montreal de 1995. Su victoria fue espectacular, al ganar el trofeo sin ceder un solo set. Dos semanas más tarde disputaba la final del US Open ante Steffi Graf y, aunque acabó cediendo tras tres sets, la ovación del público a Seles (por entonces nacionalizada estadounidense tras el fin de la guerra de Yugoslavia) superó, y por mucho, a la recibida por Graf.

Parecía que Mónica Seles había vuelto.

La vida aun le tenía guardada otra sorpresa.

Su sonrisa volvió al cajón cuando su padre le contó que sufría de un cáncer de estómago terminal que no respondía al tratamiento. Para aquella muchacha de apenas 21 años fue la gota que colmó el vaso. A la ansiedad, a la depresión y al continuo cambio de su cuerpo por culpa de la adolescencia, hubo que sumar tan devastadora noticia. Se refugió en la comida y ganó cerca de 20 kilos de peso. Se despertaba de madrugada y asaltaba la nevera.

De pequeña le habían enseñado a no dejar nada en el plato. Y en Miami los platos eran mucho más abundantes que en Novi Sad. Engullía patatas fritas a cualquier momento. La prensa no ayudaba y los tabloides le llamaban gorda de cuando en cuando. Lo de la depresión en los deportistas de élite seguía siendo tema tabú. Años más tarde, cuando Seles se abrió al mundo, llegó a confesar que era capaz de decir al menos un restaurante italiano de cualquiera ciudad del orbe. Por entonces su única alegría era escoger un lugar al azar e ir a engullir comida en busca de la felicidad.

Y a pesar de todo volvió. “Cuanto más sufría Seles la conexión de los fans del tenis con ella crecía. Comparada con todos los atletas millonarios que parecen vivir en otro planeta, Seles resultaba gloriosamente mortal. Ella también estaba de luto por su padre, ella también luchaba contra sus problemas de sobrepeso, ella también lo pasaba mal en su trabajo. Ella era uno de nosotros”; escribiría el periodista Jon Werthein. La gente se volcó con Mónica como nunca antes lo había hecho. Las tenistas que le habían dado la espalda clamaron por su vuelta. Y no se sabe bien como, Mónica se levantó y a volvió a competir.

Meses más tarde reapareció en Australia. Había bajado unos cuantos kilos su peso, pero no era la misma. Tenía más cuerpo, era más lenta y poseía menos resistencia. No trasmitía energía y su movilidad era menor. Pero su clase había revivido. Su zurda a dos manos doblegó a la alemana Anke Huber para lograr su noveno Grand Slam y su cuarto título en Australia.

Fue su canto del cisne. Llegó a jugar tres finales más de Grand Slam pero no logró alzarse con el triunfo. El reinado de Graf fue sucedido efímeramente por Martina Hingis la cual pronto claudicaría ante la exuberancia de las hermanas Williams. Seles se retiró en 2003, a los 29 años, sin volver nunca a ser ella misma. Su paranoia fue tal que jamás volvió a pisar Alemania desde que Parche truncara la que era una carrera que iba camino del olimpo.

Mónica Seles forma parte de la terna de las mejores tenistas de la historia, pero quizás un loco la privó de ser considerada la mejor de todos los tiempos. Hoy Seles vive feliz en Florida y ejerce de relaciones públicas para programas que combaten la depresión y la ansiedad. Indirectamente también contribuyó a mejorar la seguridad en los torneos. Desde 1993 es obligatorio que los guardias se sienten de cara al público con el fin de prevenir cualquier altercado.

Günther Parche está internado en un psiquiátrico. Según el último artículo conocido sobre su vida, su antigua casa sigue adornada con fotografías y posters de Steffi Graf.

Stories of the Open Era- Monica Seles - YouTube
A un paso del olimpo

“Me apuñalaron, me dañaron el alma y mi carrera cambió de forma irreversible. Una fracción de segundo me convirtió en otro ser humano (…) A algunas personas les ha ido mejor que a mí y a otras les ha ido peor. En general creo que me ha ido bien, pero aunque mantengo una relación sana con el tenis, no es mi vida”. Mónica Seles.

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