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El salto al vacío de Yago Lamela

Fue al amanecer. No era tiempo de smartphone. Fue al encender la radio. O al hojear el periódico de la mañana. 8’56 cm. Esa era la marca. Eran palabras mayores entonces y son palabras mayores ahora. Había ocurrido de madrugada en una ciudad japonesa que obedecía al nombre de Maebashi. Sucedió un 7 de marzo de 1999. Hace ahora un cuarto de siglo.

Un semidesconocido avilesino de 21 años de edad aparecía como fuerza desestabilizadora del orden atlético mundial. En la final de salto de longitud del Campeonato Mundial de Atletismo en pista cubierta había saltado 8’10 en el primer intento y voló hasta los 8’29 cm en el segundo, lo que significaba romper el récord de España que llevaba vigente desde 1980. La proeza se consumó en el tercer salto donde la marca registrada fueron 8’42.

Su rival para conseguir la medalla de oro era el cubano Iván Pedroso, uno de los mejores saltadores de longitud de todos los tiempos. Pedroso es el único ser humano que ha conseguido sobrepasar los nueve metros, aunque la marca le fue invalidada por saltar con el viento a favor. Era el archifavorito y el vigente campeón mundial, pero al llegar al sexto y último salto todos los pronósticos estaban a punto de estallar en mil pedazos. En el último vuelo Yago Lamela alcanza los 8’56 cm. Su cara al abandonar la arena reflejaba la emoción y la sorpresa por lo logrado. Sus manos en rezo denostaban inconsciencia, registro para el que su mente no estaba preparada. 8’56 era nuevo récord de Europa y virtualmente le daban el título de campeón del mundo.

Tuvo entonces el sexto y último salto Iván Pedroso. Un campeón lo es por sus títulos y sus marcas, pero esencialmente por saber competir en los grandes momentos. Pedroso realizó el mejor salto de la tarde y lograba 8’62. El cubano sería medalla de oro y el asturiano se conformaba con una espectacular presea de plata.

El recibimiento en Barajas fue apoteósico y los honores en Asturias se sucedieron semana tras semana. Yago Lamela pasó de ser un desconocido a un fenómeno popular. Es 1999. No hay Nadal, ni Alonso, ni Gasol. Induráin hace un par de años que está retirado y la selección española de fútbol sigue cayendo en cuartos de final. Lo de Yago es un logro espectacular. Nadie esperaba esa marca. Él tampoco. Es una disciplina con escasa tradición en España y tradicionalmente dominada por atletas de raza negra.

Ayuda además la imagen de Yago. Joven, fresca, siempre sonriendo. Es hijo de gente humilde, tiene carisma y luce una preciosa melena. Es un tío guapo. Empieza a aparecer en eventos, hace moda. Se convierte en el centro de atención. Algo que no le gusta. Confía en que sea suceso pasajero. No será así. El boom Lamela viene para quedarse.

Llega el verano. La pista cubierta deja paso a la pista al aire libre. Campeonato Mundial de Atletismo al aire libre de 1999. En Sevilla. La Cartuja. Aquel estadio que se había construido con la irreal pretensión de organizar unos Juegos Olímpicos hacía méritos para tener sentido de vida. Aquello fue una locura. Lamela era una de las escasísimas oportunidades que tenía España de lograr una medalla de oro. La expectación era terrible. Yago tuvo que acudir al estadio olímpico camuflado en un coche policial para que la horda de seguidores no lo reconociesen. En La Cartuja 70.000 personas golpeaban con sus manos sus asientos animando a Lamela cada vez que iniciaba la carrera hacia el salto.

Atenazado por los nervios, los dos primeros vuelos se saldaron con dos nulos. En el tercero se fue a los 8’40. Buena marca, pero no igualaba los registros logrados en Japón. Pedroso se iba hasta los 8’55 cm y con eso ya le daba para repetir triunfo mundial.

El balance era magnífico. Lamela tenía el futuro garantizado. Con 21 años era la única alternativa real de Pedroso, el cual enfilaba ya la treintena. Aquella bomba de energía que entrenaba saltando en la playa de Avilés, que sumaba marca personal año a año y que con 15 primaveras ya había sido campeón asturiano absoluto, iba camino del estrellato. Fortísimo, con cada pisada suya levantaba el tartán.

Pedroso y Lamela. 1999

El año 2000 era año olímpico. Sídney. Australia. La progresión es excelente. Se huele el oro. Pero semanas antes de viajar a las antípodas Yago se rompe al iniciar la carrera para un salto. No es nada grave. Lesión muscular en los isquiotibiales. Pero da por culo. Cualquier molestia es mortal para un saltador. Llega a Sídney con problemas, lejos de su mejor forma y no alcanza a superar los 7’98. Ni siquiera llega a clasificarse entre los ocho primeros y queda lejos de la final.

Al volver a España decide dar un cambio radical en su vida. Se marcha de Asturias rumbo a Madrid. Es incapaz de adaptarse. La gran ciudad no es para Yago. Sus resultados son pobres y resuelve dar otra vuelta de tuerca y establecerse en Valencia. Allí se pone en las manos de Rafa Blanquer, un antiguo saltador que entonces era considerado el mejor entrenador de España. Comienzan exhaustas dobles jornadas de entrenamiento y una cuidadosa y escrupulosa dieta diseñada para volver a llevar a Lamela a la élite. Los resultados vuelven a aparecer. En 2002 medallas europeas con registros modestos, pero en 2003 el gran Yago aparece. Se proclama subcampeón del mundo y firma un registro de 8’53 que lo acerca a su mejor marca.

Así pues, todos esperan que los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 sean los de Lamela. El propio Yago también lo aguarda. Así tendría que haber sido, pero el infortunio no entiende a razones. Meses antes de los Juegos Yago se lesiona el tendón de Aquiles. Volverá a acudir renqueante a una cita olímpica y nuevamente firma un insuficiente 7’98 que lo coloca en un triste undécimo puesto lejísimos de la medalla de oro firmada por el británico Dwight Phillips con 8’59.

Con miedo al ir a tabla, con el pie doliente, Yago decide marcharse a operarse a Finlandia, donde reside uno de los mejores especialistas en la materia. 2005 será un año en blanco que se agravará a finales del mismo cuando un accidente de tráfico corte su recuperación. Es entonces cuando Lamela decide volver a su Avilés natal y refugiarse en los suyos para intentar una epopeya en los Juegos de Pekín 2008.

Oficialmente Yago no está retirado, pero es como si lo estuviese. Lejos están las portadas de revistas y los campeonatos internacionales. Una lesión del tendón de Aquiles es letal para un saltador. Lamela es una sombra de lo que había sido. Alterna las idas y las venidas y es incapaz de superar los ocho metros. Es incapaz de conseguir la marca mínima necesaria para acudir a Pekín y en 2009, con apenas 31 años, anuncia su retirada. Retirada que ya era efectiva desde cuatro años antes.

Desamparado, Lamela comienza a abusar de la medicación que tiempo atrás le habían recetado para superar sus dolores en el tendón de Aquiles. Necesita apoyo psiquiátrico. Pasará una semana internado en un psiquiátrico de Oviedo. Esto se sabrá después. Entonces es tabú. Lo de la salud mental seguía siendo asunto de Estado. Sale medicado pero apto, pero con una fuerte advertencia de los médicos. La medicación es incompatible con el ejercicio físico. Aquello lo mata. No puede correr por la playa ni acercarse a su gimnasio de cabecera en Avilés.

Decide entonces retomar sus estudios de informática, aquellos que iniciara en Estados Unidos con una beca deportiva de la Universidad de Iowa cuando era un joven prometedor. Lo intenta, pero es incapaz de concentrarse e hincar los codos. Resuelve luego sacarse el título de piloto de helicópteros, algo incompatible con su historial médico. Desorientado, sus amigos le animan a que se convierta en entrenador. Que viaje a Madrid a sacarse el título nacional y que se dedique a buscar el potencial de jóvenes talentos.

En eso estaba. Decidido a viajar a Madrid. No llegó a subirse al coche. El 8 de mayo de 2014 Yago Lamela aparecía muerto en su casa de Avilés. Contaba con 36 años. La autopsia confirmó un infarto de miocardio por intoxicación medicinal.

Yago Lamela fue un atleta elegante y de una fiereza descomunal. Un deportista con luz propia. El mejor saltador español de siempre y uno de los dos o tres mejores saltadores de raza blanca del último medio siglo. Lo fue con apenas un par de años de brillo. El resto fue de total oscuridad. Con aquella marca de 8’56 lograda en Japón hace un cuarto de siglo Yago Lamela hubiese sido campeón olímpico en cinco de los últimos seis Juegos Olímpicos.

Una vida en la arena

“Pudo haber sido esto, pudo haber sido aquello, pero se le ama y se le odia por lo que es”. Rudyard Kipling.

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