Ben Barek
Nació en 1914. O en 1915. O en 1916. O en 1917. No se sabe a ciencia cierta. El mito procede en parte de la nebulosa sobre sus orígenes. El caso es que nació en Francia. En Casablanca. Y es que Casablanca era entonces protectorado francés. Abd-al-Qadir Larbi Ben Barek jugaba descalzo en la calle, en campos de tierra. De la calle pasó al US Moracaine, donde ganó una liga, igualmente descalzo e igualmente en campos de tierra.
El paso natural era coger el barco y atracar en la metrópoli. Y no hay puerto más multicultural que el de Marsella. Hoy sólo uno de cada diez nacidos en las bocas del Ródano son hijos de la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero en tiempos de la romana Massilia ya era ciudad de namibios, egipcios, fenicios y gente de todo tipo y condición.
La perla negra acaba en el Velodróme. Juega una temporada en el Olympique de Marsella y estalla la II Guerra Mundial. Vuelve a casa. Al Wydad Casablanca, club fundado en ese instante. Allí echa seis años. Son oscuros, alejados de tono honor y toda gloria. Es Casablanca lugar de intrigas, miedos y espías. De Bogart y Bergman. La perla negra pierde los mejores años de su vida. Cuando tendría que estar sentando cátedra en los mejores estadios de Europa está jugando descalzo en campos de tierra lejos de los focos del fútbol mundial. Ben Barek es un falso autónomo. No tiene sueldo y tan sólo cobra por partido jugado y ganado. A tiempo parcial también trabaja en una gasolinera.
Durante la guerra jugó muchos partidos defendiendo los intereses de Marruecos. Y es que Ben Barek fue internacional marroquí, pero de aquella manera. Marruecos no era un Estado. Tan sólo se le permitían disputar partidos amigables. Uno de ellos tiene lugar en 1945, semanas antes de que concluya la guerra. El rival es un combinado de prisioneros italianos con pasado futbolístico.
Es entonces cuando Helenio aparece en escena. Argentino criado en Marruecos, futbolista de carrera en Francia, Helenio Herrera acaba de colgar las botas y su encuentra en Casablanca haciendo un curso de la FIFA para iniciar su carrera como entrenador. Pasado el verano irá a dirigir al Stade Français en su primer reto como técnico. Se trata de un reputado club parisino de rugby con una modesta sección futbolística que milita en la segunda categoría gala.
Herrera sabe de sobra quien es Ben Barek. Coincidió con él en los ásperos campos marroquís y es consciente de sus posibilidades. Sin dudar se lo lleva de vuelta a Francia. A la segunda categoría. El primer año ascienden y en el segundo se quedan a las puertas de ganar la Copa de Francia.
Por entonces Ben Barek tiene 34 años. O 33. O 32. O 31 años. El Stade Français juega un amistoso en el Metropolitano (en el de verdad, no en el Wanda-Civitas) y deslumbra. Técnicamente es un escándalo, le pega con las dos piernas y dispara fuerte, seco y duro desde fuera del área. Tira los penaltis como los ángeles. Le pega con el exterior del pie derecho hacia el lado izquierdo del portero mientras gira su cuerpo al lado contrario. “¡Al negro! ¡Al negro! ¡Hay que fichar al negro!”, berrea desde el palco Cesáreo Galíndez, presidente del Atlético de Madrid. Pagará 17 millones de francos por su fichaje. Una pasta en la época. Al poco firma también a Helenio Herrera para el banquillo colchonero.
Y el negro se quedó en el Atlético durante seis temporadas. Hasta los 40 años si nació en 1914. Hasta los 37 años si nació en 1917. Ganó dos ligas, jugó 114 partidos y marcó 58 goles. Junto a Perez Payá, Juncosa, Carlsson y Escudero formó la llamada Delantera de Seda bautizada así por lo delicado y transparente de su juego. En un fútbol de cinco delanteros se abarrotaban los estadios para verlos. A Ben Barek y a los otros cuatro. Por este orden.
Luego, a la edad que fuese, volvió a Marsella y lo hicieron internacional de nuevo. Aun hoy sigue siendo el hombre con mayor longevidad en la historia de la tricolor francesa. Pasaron 15 años y 10 meses desde su debut en 1938 hasta su último entorchado en 1954. En el 38 jugó en Nápoles. Italia vs Francia. Fascismo vs democracia. Preludio de la guerra. Hay dos negros sobre el campo. Ben Barek y el francés de origen senegalés Diagne. La pitada es monumental. Gana Italia 1-0, pero la imagen del partido es la de Ben Barek con las venas marcadas en el cuello entonando la Marsellesa.
Al tiempo Marruecos se independizó. Era 1956. Larbi Ben Barek vuelve a casa. Juega tres temporadas en el nuevo país y se convierte en el primer seleccionador marroquí. El primer partido fue una fabulosa victoria por 2-3 en Paris a una selección B francesa. Pero no tuvo éxito. Esas piernas de ébano no tuvieron continuidad detrás de una pizarra. Cuando vestía de corto le podía haber ido mucho mejor, pero se topó con la guerra. El resto de la vida le fue mal. Nació pobre y murió más pobre aún. Sus dos esposas y sus hijos se fueron todos antes que él. Murió sólo. Cuando se encontró su cadáver una mañana de 1992 olía a podre. Llevaba varios días fallecido. Nadie reparó en su ausencia. Los homenajes llegaron después. La FIFA le otorgó la Orden del Mérito a título póstumo y el remozado estadio de Casablanca lleva su nombre.
Ben Barek hoy no es nadie. En Marruecos no se le perdonan sus 19 partidos internacionales con Francia y esas venas marcadas entonando la Marsellesa. En Francia no se le perdona su compromiso por la independencia de Marruecos. Luego vino la guerra de Argelia y acabó de rematarlo todo. En Francia no toleraron su apoyo a los argelinos y en Marruecos fue igualmente visto como el demonio con patas. Sólo en Madrid, al menos en la parte rojiblanca de la ciudad, se ganó el cariño de la gente. Pero sus hazañas, privadas de imágenes, solo son defendibles con palabras. Y las palabras, como el honor y la sinceridad, cada vez tienen menos poder entre la gente.
“Si yo soy el rey del fútbol, Ben Barek es el dios del fútbol”. Pelé.
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