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Bahamontes (1ª parte)

Al poco de fallecer, hace ahora un año, se sucedieron los homenajes, afloraron los recuerdos y brotaron los artículos periodísticos. Leídos tiempo atrás alguno siempre queda guardado en la memoria. Por bien escrito, por ameno, por saciar una necesidad cultural. Otros pueden ser divertidos. Chascarrillos. Y esos, rara vez se olvidan. Recuerdo que un periodista, si mi memoria no me falla de ‘El Mundo’, sostenía que en cierta ocasión esperaba a Fede para una entrevista en la sede principal del rotativo. Fede llegó en su Mercedes y lo aparcó en un descampado que había a escasos metros del edificio. Una vez descendió del automóvil, Fede se bajó la bragueta y se puso a miccionar en una esquina. De nada sirvió que el plumilla le incitase a entrar al calor de las oficinas y así acceder de inmediato a un urinario.

No.

Federico Martín Bahamontes mea donde le de la real gana.

La figura de Fede es tan compleja, tan poliédrica, que es difícil enclaustrarla tras unas palabras. Ni siquiera se llamaba Federico, sino Alejandro, pero comenzaron a llamarle Fede en honor a un tío suyo. Tal decisión, adoptar el nombre que le vino en gana, resume su carisma. Hizo durante toda su vida lo que salió de sus mismísimos. Corredor caótico, orgulloso, chulo, personaje irrepetible. Tuvo pocos amigos, pocos compañeros y jamás le importó lo más mínimo.

Su vida está llena de medias verdades. Caso de su amada Fermina. Matrimonio rocoso, duro como el pedernal, de los de antes, irrompible. El héroe y la amada que espera enamorada en casa. Mas al menos dos gemelas reconoció como hijas el bueno de Federico. ¿Quién podría pensar que esa soberbia con la lengua no iba a ser replicada debajo de los pantalones? Medias verdades. Como el día que se comió un helado tras coronar en solitario un puerto. Sucedió en 1954. Primer Tour de Fede. Acabará coronado como rey de la Montaña. Col de la Romeyère. En los Alpes, cerca de Grenoble. Bahamontes ataca y le saca tres minutos al pelotón. Una salvajada. Se baja de la burra y busca un pequeño bar que hay allí en el alto. Se aproxima al vendedor y exclama ¡deux boules! (¡dos bolas!). De vainilla, le dice en castellano. Y allí espera Fede a que llegue el pelotón cucurucho en mano. El pelotón llegará, bajarán juntos el col de la Romeyère y en el siguiente puerto Fede volverá a escaparse. Luego lo pagará con una pájara monumental y, por supuesto, no ganará la etapa. Ni esa ni ninguna. Acabará vigesimoquinto ese Tour. Dio igual. Su chulería, su aureola de excéntrico, su gesto deliberado de superioridad, quedará grabado para la historia.

La realidad es otra. Entonces la tierra y la gravilla son comunes a las carreteras de montaña. En medio de la subida a la Romeyère unas piedras impactan con la rueda delantera de Fede rompiéndose varios radios. Para poder mantener el ritmo, Bahamontes hubo de destensar el freno, por lo que, una vez coronado el puerto, hubiese sido una locura que Fede iniciase el descenso sin radios y sin freno delantero. Tuvo que esperar a que el coche de apoyo del equipo español apareciese con su nueva rueda. Y ahí sí, mientras esperaba, decidió tomarse deux boules de vainilla. Los periodistas inmortalizaron el momento y ni a la prensa, ni por supuesto al ego de Fede, les interesaba desmentir tan jugosa historia.

Deux boules

En Toledo no era dios. Era Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fue ‘L’Equipé’ el que le puso el apodo del Águila de Toledo tras un reportaje que le hicieron en la capital manchega. Vieron el águila bicéfala que adornaba una de las puertas que daban entrada a las murallas de la ciudad y el símil estaba hecho. A sus 90 y pico años aun cabalgaba Bahamontes por la ciudad de las tres culturas, donde era reconocido y saludado por ancianos y niños. Siendo él chiquillo colocó una caja en una bicicleta para vender fruta y verdura que previamente robaba de carros y camiones junto a otros truhanes. Otros pillastres esperaban agazapados en un cruce, en un puente, en una empinada cuesta y era Fede el que corría calle arriba o calle abajo moldeando unas piernas que años después someterían a los Pirineos. La fruta y verdura se convertirá en metal, en metralla procedente de bombas perdidas de la Guerra Civil. Bahamontes sobrevivirá a todos, fuerte, duro, alto como roble, espigado como el trigo y siempre esquivando el infortunio. Solo una vez hubo de ser cazado. Escondido en un humedal sorteando a la Guardia Civil a punto estuvo el tifus en llevárselo por delante. Por supuesto Fede consiguió el triunfo.

Pasaba también de los noventa cuando en Toledo se le descubrió una estatua. Por supuesto la figura de bronce simula ascender una cuesta y como no podía ser de otra forma Bahamontes escogió el lugar de Toledo donde quería que fuese ubicada. Está en un mirador, en lo alto de la ciudad. Ese día Bahamontes dio un discurso largo, lleno de anécdotas y chascarrillos porque como él mismo decía “es lo que quiere la gente”. Ese era Fede, al que invitaban a uno y mil saraos. Allí estaba, con traje y corbata, y con decenas de fotos suyas en el interior de la chaqueta dispuestas a ser autografiadas. Daba igual que se la pidieses o no, porque Fede te la iba a dar independientemente de que la quisieses o no la quisieses. Y si la querías, si sabias quien era Bahamontes, si pedias su autógrafo y le recordabas alguna batallita, entonces Fede se señalaba en la foto y luego señalaba al que pedaleaba detrás suya, Gaul, Anquetil, Loroño, el que fuese, para luego añadir: “¿Ves? Yo siempre iba delante subiendo, los demás iban detrás”, para luego soltar una carcajada.

Fede para la posteridad

Bahamontes ganó el Tour de 1959 y fue rey de la Montaña tanto en el Giro como en la Vuelta como en el Tour. En Francia, en la madre de todas las carreras, el de Toledo se coronó como mejor grimpeur hasta en seis ocasiones. Cuando el Tour celebró su centenario en 2013 la organización designó a Bahamontes como el mejor escalador en la historia de tan magna prueba. En su época Bahamontes rivalizó con el luxemburgués Charly Gaul, más regular que Fede, pero sin el punto de magia del toledano. Gaul ya no estaba vivo en 2013, pero si el belga Lucien Van Impe, quien en los 70 también vitoreó seis veces en la montaña y logró ganar un Tour. El belga idolatraba a Bahamontes. Eran otros tiempos. Épocas en los que los grandes se daban guantazos para ganar la clasificación de la montaña. Luego Richard Virenque superó a ambos y logró siete entorchados cuando solo los escapados y las medianías luchaban por el maillot de lunares. Aquello indignaba por igual a Van Impe que a Bahamontes.

Bahamontes decía que el hambre le hacía volar. Como cuando robaba fruta para venderla de estraperlo. Fue un niño del hambre. Nació en 1928. Su primera bici no tenía cambios. Era un medio de transporte, pero un día se apuntó una carrera y la ganó. Vio que eso le daba de comer y se dedicó a recorrer España en bici (literalmente) para ganarse unos cuartos. Subiendo no había quien le tosiera. Tenía un latigazo, un cambio de ritmo endemoniado al que nadie podía seguir. Era listo, pillo, y vio que eso le daba fama y repercusión. Atacaba en cada puerto y pronto comprobó que su popularidad se convertía en portadas de periódicos.

Tuvo muchos rivales. Bobet, Anquetil, Poulidor. Todos mejores que él. Mejores ciclistas. Más completos. Con cabeza. Bahamontes era pollo sin ella. Ni contrarelojeaba ni llaneaba. No tenía táctica. No tenía plan. Pero en la montaña solo Charly Gaul, El Ángel de las Montañas, era capaz de seguirle, especialmente bajo el agua. Y con todo el gran rival de Fede fue uno mucho más mundano, el vasco Jesús Loroño. Loroño es cálido y amable. Bahamontes es solitario y tacaño. En la Vuelta de 1956 Loroño había perdido la carrera contra un semidesconocido italiano por 13 segundos. En la etapa decisiva había conseguido dejarlo, pero Bahamontes, quien era compañero de equipo de Loroño, se puso a perseguirlo llevándose al italiano a su rueda. En su defensa dijo que lo único que buscaba era la victoria de etapa, pero aquello no tenía ni pies de cabeza.

Así que en el 57 Bahamontes corre solo. Le hacen el vacío, pero Fede es libra por libra mejor que Loroño. Ataca en Pajares, gana y se pone de líder, pero nadie quiere que gane, En Tortosa, en una etapa insulsa y llana, Loroño ataca junto a un compañero. Bahamontes salta tras él, pero Luis Puig, seleccionador nacional (entonces se corría por países) se pone con su coche delante de Fede impidiéndole el paso. No solo eso, sus compañeros toman partido por Loroño y amenazan a Fede con tirarlo al suelo si decide perseguirlo. Bahamontes perderá la Vuelta y romperá a llorar al llegar a meta. Loroño, más alto y más fuerte, lo cogerá por la pechera mientras lo amenaza con partirle la cara si sigue llorando. Fede escapará corriendo al hotel mientras sus compañeros, que son los mismos que los de Loroño, no paran de partirse el culo de risa ante lo sucedido.

Loroño siempre lo hizo mejor en la Vuelta que Bahamontes, pero siempre fracasó cuando tocaba dar la vuelta por Francia allá en el mes de julio.

Bahamontes fue un inspirador, el espejo de tantos ciclistas españoles. Fue referente de la España del hambre, de héroes hechos a sí mismos que cruzaban los Pirineos como quien antes intentaba cruzar el Atlántico. Dicharachero con sus ocurrencias, su facilidad de palabra adornaba sus hazañas, hazañas que, por supuesto, eran siempre exageradas.

Bahamontes no tenía gregarios. Era un ave solitaria. Contaba con San Emeterio y Campillo. Los demás no podían ni verle delante. Siempre se quejaba. Siempre lloraba. A veces con razón y a veces sin razón. En el 64 camino de Toulouse. Tour. El día anterior hubo jornada de descanso. Jacques Anquetil, líder de la carrera, se había pegado una mariscada de padre y muy señor mío. Bahamontes arranca nada más empezar el puerto andorrano de Envalira. Corona con varios minutos de ventaja. Pone el Tour patas arriba. Pero Anquetil tiene amigos y Bahamontes no. El pelotón tira fuerte para acercar a Jacques. Los coches de la organización hacen de pantalla para parar el viento. Llegaron todos juntos a Toulouse ante la rabia de Fede.

Fede se queja, pero no guarda rencor. Tenía una agenda telefónica con los contactos de Coppi, Anquetil, Bobet… gente fallecida hace mucho tiempo atrás. Es nostalgia. También fanfarronería. Yo conocí a tal. Yo le gane a cuál. Yo soy amigo de éste.

A Bahamontes lo nombró el Tour el mejor escalador de la historia. “Charly Gaul iba como una rana bajo la lluvia, casi subía tanto como yo”, decía siempre con una sonrisa socarrona. Bahamontes, como Gaul, como Anquetil, se dopaba. Pero no con pastillas. Eso no se llevaba. Lo de Fede era café cargado a tazas y coñac con agua del Carmen en el bidón. Bahamontes también fue el primero que dio una vuelta de honor al Bernabéu subido a una bici y eso que siempre fue seguidor del Barça.

Bahamontes, en fin, era único y su historia bien merece capítulo aparte.

Continuará.

El Águila de Toledo

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