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100 años del maillot amarillo

El Tour de Francia de 2019 que en estos momentos se está dirimiendo conmemora dos efemérides. Partió de Bruselas como homenaje al quincuagésimo aniversario de la primera victoria en el Tour del belga Eddy Merckx, uno de los escasos deportistas que tienen el quórum de público y crítica de haber sido con plena certeza el mejor en su disciplina. El segundo motivo de celebración es el centenario del maillot amarillo, el grial del ciclismo, la sagrada prenda que porta el líder de uno de los más extraordinarios acontecimientos que nos brinda el deporte.

A pesar de que la primera edición del Tour tuvo lugar en 1903 no sería hasta la edición de 1919 cuando el maillot amarillo pasaría a ser la prenda alegórica del líder de la carrera. Por entonces los ciclistas llevaban un jersey de lana con una gama de colores que iba del negro al blanco, siendo el gris y el azul oscuro los colores predominantes. Como ocurre en el presente, los ciclistas estaban patrocinados por equipos, esencialmente fabricantes de bicicletas, neumáticos, coches o componentes del motor, pero no llevaban el jersey xerografiado, si acaso un par de pegatinas en el cuadro de la bicicleta.

El Tour, al igual que cualquier otra vuelta por etapas, presenta una enorme dificultad para aquel que se adentra a la carrera con ojos de novato. Dado que el ganador final lo hace por acumulación de tiempos, el cabeza de carrera o el vencedor de la etapa provisional no es el verdadero líder de la prueba. Esa complejidad unida a que el barro y la lluvia en el rostro y en el pecho de los ciclistas los hacían irreconocibles para los aficionados, hizo que se ideara la creación de un color nuevo, de un maillot amarillo, para el líder del Tour de Francia.

Se dice que fue el ex ciclista Alphonse Baugé el que le dio la idea a Henri Desgrange, patrón del Tour, de inmortalizar con un maillot amarillo al cabecilla del Tour. Maillot ha pasado a ser sinónimo de camiseta, aunque en sus inicios el maillot amarillo fuese un jersey de lana y en la actualidad una malla ajustada. Es maillot porque Maillot era el apellido del fabricante de bonetes parisino que en el siglo XVIII inventó la camiseta. El bonete, por cierto, es la gorra de terciopelo que usan los eclesiásticos y que evolucionó en el birrete de los universitarios. Amarillo lo fue y lo es porque el Tour era organizado por el periódico deportivo `L’Auto’ que se imprimía en hojas de color amarillo. Desgrange, director del rotativo, fue el que puso en marcha el Tour en 1903 con la idea de hacer patria y aumentar la venta de diarios. Lo consiguió con creces y tras la II Guerra Mundial, y muerto ya Desgrange, `L’Auto’ pasará a ser `L’Equipé’, jornal considerado la Biblia del periodismo deportivo.

Había un motivo más para que el maillot fuese amarillo. Tras cuatro años de infierno en Europa, de lamentos, lloros, hambre y muertos, Francia afrontaba su primer Tour tras el impase de la I Guerra Mundial. Para Henri Desgrange el amarillo, el dorado, representaba “el color de la esperanza, del sol que ilumina después de la Gran Guerra las ciudades destruidas y las carreteras infames”.

Hasta el inicio de la edición de 2019 en estos 100 años de maillot amarillo tan sólo 266 corredores han portado la sagrada prenda. Como no podía ser de otra forma Eddy Merckx es el plusmarquista absoluto con 96 días llevando la mágica zamarra. Realmente fueron 95 veces, aunque el palmarés está engalanado con 96 ocasiones. En 1971 Luis Ocaña sacaba más de 7 minutos de ventaja al ogro belga cuando el infortunio se cruzó en su camino descendiendo el Col de Menté. Al día siguiente, y en señal de respeto al que consideraba su gran rival, Eddy Merckx se negó a vestir de amarillo a pesar de ser el nuevo líder de la carrera.

El francés Eugene Christophe tuvo el honor de ser el primer portador del maillot amarillo en la undécima etapa del Tour de 1919 que unía Grenoble con Ginebra. El impoluto amarillo sólo se veía alterado por las iniciales HD, bordadas en lana, en honor al patrón del Tour y que sólo fueron eliminadas en 1984 para facilitar el patrocinio. En la última década se ha recuperado la tradición colocándolas discretamente en una de las mangas.

Christophe nunca ganó el Tour. Se hizo famoso cuando, siendo líder destacado, rompió la horquilla de su bicicleta en medio de una escapada, en plena ascensión al Tourmalet. Como, a diferencia de ahora, no había coches de asistencia tuvo que descender con la bici rota, buscar un herrero en un pueblo y reparar la avería. Indudablemente perdió el Tour. Indudablemente entró en la leyenda.

Aquel jersey de lana picante y tejido rasposo es hoy un maillot de corte anatómico que garantiza la ventilación del ciclista. La lana, el algodón o la lycra han dado paso al elastano flexible, que hace que los corredores en vez de ciclistas parezcan astronautas. El maillot no tiene costuras y el flujo de aire se crea con un panel de ventilación transpirable que se instala en la espalda regulando la temperatura del ciclista y limitando su gasto de energía. El poliuretano evita que se suelte y que cree llagas. Uno hasta se sorprende de que eso sea una camiseta y de que el amarillo sea un color.

El maillot, al igual que la bicicleta, puede valer cientos o miles de euros, pero sigue siendo lo mismo. Una prenda de ropa el uno, un cuadro, un sillín, dos ruedas y un manillar el otro.

El ciclista que porta el maillot amarillo es como un rey sobre su caballo. En el medievo se decía que sólo podía haber buenas palabras para hablar del trasero de un rey. Lo mismo le ocurre al líder del Tour de Francia. El maillot amarillo, es áureo y es pajizo, es místico y es emocionante.

Como señalaba unas líneas más arriba, Eddy Merckx tiene la plusmarca de túnicas sagradas con hasta 96 días brillando de amarillo. El extraterrestre Induráin lo vivió 60 veces y el proscrito Amstrong 81 fechas hasta que fue eliminado de los libros de historia. Tan sólo en dos ocasiones (1947 con Jean Robic y 1968 con Jan Janssen) el vencedor final no se vistió de amarillo hasta la última etapa y sólo en tres oportunidades el maillot amarillo lo fue desde la primera hasta la última etapa (1924 con Ottavio Bottecchia, 1928 con Nicolas Frantz y en 1935 con Romain Maes).

Después del maillot amarillo vinieron todos los demás. El maillot blanco distingue a la mejor promesa, al ciclista menor de 25 años que más destaca. Se entrega desde 1968. Más antiguo es el maillot verde (1953) y que premia la regularidad en cada una de las etapas, normalmente a los velocistas que mejor pasan la alta montaña. Pero el más querido por aficionados y ciclistas es el maillot blanco de lunares rojos que desde 1975 premia al mejor escalador. Aunque la prenda es de fecha tardía, desde 1933 ya se premiaba al ciclista que pasaba mejor clasificado en el mayor número de picos de montaña.

Cada uno de los 20 maillots amarillos que se entregan en esta edición del Tour son distintos y originales. `Le Coq sportif’, el fabricante, ha diseñado una serie de elementos representativos de la historia de la carrera, de sus héroes, sus montañas y sus ciudades. Desde la Catedral de Reims, el Coliseo de Nimes, el Arco del Triunfo parisino, el Galibier, el Tourmalet o los retratos de Christophe, Hinault, Anquetil, Indurain o Merckx en el frontal del maillot.

“No hay que tener miedo a perder, de hecho he perdido bastante más carreras de las que he ganado” Miguel Indurain, pentacampeón del Tour de Francia.


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