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Los demonios de Ocaña (1ª parte)

1968 era el primer año como profesional de Luis. Aquel verano se dio a conocer logrando la victoria en el Campeonato de España. Obteniendo el jersey con la rojigualda, Luis volvió a cruzar los Pirineos y se encaminó a Mont de Marsan. Allí, equidistante de San Sebastián como de Burdeos, se consumía el señor Ocaña, el padre de Luis. Un cáncer lo absorbía, pero antes de hacerlo su hijo le puso en el regazo aquel maillot con la bandera española. Llorando, Luis recibió de su padre un simple gesto de afirmación con la cabeza. Era un gracias, un orgullo y una felicidad a partes iguales. Días después el padre de Luis Ocaña fallecía.

Luis Ocaña fue francés en España y español en Francia. Aquello le desquició de por vida. Había sido descubierto por Pierre Cescutti, un ex ciclista y un tipo con vida de novela. Cescutti formaba parte del batallón que entró en el Nido del Águila de Hitler escasos días antes del fin de la II Guerra Mundial. Cescutti no puso su vida en peligro, ni pegó un tiro, ni intentó quedarse para el recuerdo con algún enser del Führer. Cescutti se atrincheró en la bodega de la casita de Berchtesgaden y se pilló una cogorza de campeonato mientras los demás jugaban a ser héroes. El caso es que Cescutti habló con su amigo Antonin Magne, doble vencedor del Tour y entonces director del equipo Mercier, para meter en sus filas a Ocaña. Magne le dijo que vale, que sería gregario de Raymond Poulidor y que habría que nacionalizarlo francés. Ocaña dijo que naranjas de la china. Él no iba a ser el segundo de nadie y ni de coña se iba a nacionalizar francés. Sus otros tres hermanos acabarían haciéndolo con el tiempo. A Luis jamás se le pasó por la cabeza.

“Soy más español que Franco”, diría en cierta ocasión.

Luis Ocaña había nacido en Priego, un pueblecito del norte de Cuenca, en 1945. Tiempo de miseria y hambre. A los seis años a su padre le dan un trabajo en una central hidroeléctrica en el valle de Arán y allí se van los seis miembros de la familia. Era republicano. Y lo putearon todo lo que pudieron. Todos eran pobres, pero los Ocaña incluso eran un poco más pobres. Contaba Luis que no supo lo que era una merienda hasta que tuvo doce años, momento en el que sus padres decidieron cruzar la frontera por el puerto del Portillón y buscar una vida mejor. Luis lo cruzó con la cabeza gacha, tímida, y la mirada perdida en busca de las estrellas. Esa mirada acompañó a Luis Ocaña toda su vida. La mirada del desgraciado, del que avergonzado pide perdón allá por donde pasa. Morenísimo, su cuello era propenso a las collejas. Con los años aquella cara de lelo acabará siendo ocultada por unas soberanas patillas.

A los catorce Luis entra como aprendiz de ebanista en Mont de Marsan donde se instala la familia. Es entonces cuando dos días a la semana pasa a entrenar con una bicicleta que le compra Cescutti admirado por el talento del chaval de Priego. A Cescutti le cuesta horrores convencer a su padre para que le permita ser ciclista. Todo se definirá cuando Luis le tire un hacha a la cabeza al capataz de la carpintería al negarse a aceptar una orden. Severo, su padre jamás se lo perdonó. Ocaña nunca acató la autoridad. Ni la de sus jefes ni la de su padre. Con su progenitor nunca tuvo buena relación, aunque siempre lo admiró por su tenacidad. Lástima que el padre no viviese lo suficiente para ver que su hijo tenía el mismo par de huevos que su progenitor.

Porque Luis Ocaña no iba a aceptar la autoridad de nadie. Tampoco la de Eddy Merckx.

Tour de Francia: Victoria de Ocaña en Puy de Dome | RTVE Play
Ocaña (rojo) y Merckx (amarillo)

Luis Ocaña se hizo profesional con el equipo español Fagor. Lo hizo por razones sentimentales, pero también entendía que tenía más opciones de destacar y de progresar en el mercado hispano. En 1969 corrió su primer Tour, hecho que también haría Eddy Merckx. Como finalizó ese Tour marca lo que será una constante en la carrera de dos genios de la bicicleta. Ballon de Alsacia. Merckx ataca y se pone de líder. Primera de muchas. Ocaña se va al suelo durante el descenso, su barbilla choca contra el asfalto y su rostro sangra abundantemente. Es invitado por su director a abandonar. Se niega. Acaba haciendo unos cuantos kilómetros remolcado por sus compañeros. Inconsciente, cruza la línea de meta vomitando. Es entonces cuando cae maduro al suelo y es trasladado al hospital. Solo entonces Luis Ocaña decide abandonar. Merckx lo alaba ante la prensa. A Ocaña eso no le vale para nada.

Y Eddy sigue a lo suyo. Merckx lo que hace es ganar el Tour tal cual ganaba Atila sus batallas. Domina de principio a fin, vence en seis etapas y gana todas las clasificaciones complementarias de aquel 1969, algo que jamás se volverá a repetir. El ogro belga refrenda exhibición en 1970, donde Ocaña (que había firmado por el BIC francés) se desfonda en los Alpes y pierde sus opciones en la general, aunque logra ganar una etapa parcial en los Pirineos.

Eddy Merckx es el gran dictador del ciclismo. No es que gane, es que arrasa. Ya sean clásicas, carreras de una semana o grandes vueltas de veintiún días. Camina hacia su tercer Tour de Francia consecutivo y Luis Ocaña aparece otra vez como aspirante. El respeto hacia ‘El Caníbal’ es inmenso, pero el pelotón es consciente de que contra el crono Ocaña y Merckx son parejos, más en la montaña el español es ligeramente superior. La gran diferencia radicaba en que Eddy era un martillo pilón incasable al desaliento y Luis era al mismo tiempo genio como sumaba pájaras e infortunios de proporciones bíblicas.

Tour 1971. Tras unas etapas de fogueo por el norte de Francia se llega a la séptima jornada con Merckx de amarillo y 52’’ de ventaja sobre Ocaña. Ese día se sube el Puy de Dôme y el de Priego le saca 15’’ al bruselense tras un latigazo. Es exigua renta, pero es la primera vez en tres años que alguien logra aventajar a Merckx en una gran vuelta. Dos días después, rumbo a Grenoble, Merckx pincha, y en ese momento Ocaña aprovecha para atacar. Llegará a la meta junto a Thevenet y Zoetemelk, quien será el que se lleve el premio gordo del liderato, mientras que Merckx se dejará 1’40’’ en la meta.

Llegó entonces el 8 de julio. 134 kilómetros. Salida desde Grenoble y llegada a la estación alpina de Orcieres-Merlette.

“O yo entierro a Merckx o él me entierra a mí”, diría Ocaña.

Nadie cuenta con Zoetemelk que sale de líder. Luis Ocaña está a un segundo. Merckx es cuarto en la general a cerca de un minuto.

Era una etapa corta, cortísima para la época. Apenas dos puertos sin excesiva ostentación al poco de iniciar el día, antes de llegar a Orcieres. En la primera cota, alto de Laffrey, Ocaña ataca y se lleva con él a Van Impe, Agostinho y Zoetemelk. El que no está es Merckx. Ocaña huele la sangre y tira como un poseso. Nadie le da relevos. Tampoco los admite. En el col de Noyer se va solo. Irresistible. Camina o revienta. Quedan 60 para meta. 117 en total de escapada. Entonces no hay pinganillos, sino pizarras llevadas por motoristas que anuncian con tiza donde está el enemigo. Y el enemigo estaba lejos. Muy lejos. Merckx tiraba solo. Estaba sin equipo y nadie le ayudaba. Tanta tiranía tenía al fin cumplida venganza. Cuando la ventaja iba por los seis minutos el director de Ocaña le mandó contemporizar. “¿Por qué?”, cuentan que dijo Luis. “Si son seis, serán siete”, replicó.

Luis Ocaña dio una de las mayores exhibiciones jamás dadas en la larga y brillante historia del Tour de Francia. Con un sol abrasador, gana y se pone el maillot de líder con 8’43’’ sobre Zoetemelk. Merckx era cuarto a cerca de diez minutos. El Tour estaba sentenciado. “El más increíble alarde de poder visto. El emperador (Merckx) fusilado”, título ‘L’Equipé’. “Nos ha matado como El Cordobés mata a los toros”, diría Eddy sobre Luis. En Francia lo adoran. Es uno de los suyos.

Los seis días de Luis Ocaña, emperador del Tour de Francia
El Cordobés en bicicleta

Pero Merckx era Merckx. Y moriría matando. Al día siguiente 251 kilómetros aburridos rumbo a Marsella. Etapa llana. Ocaña firma autógrafos y atiende en la prensa a cola de pelotón, justo cuando se va a dar la salida. Se corta la cinta…y ataca Merckx. El Caníbal no olvida la afrenta de Ocaña cuando había pinchado. Fue una lucha sin cuartel en el llano y dos minutos recortados por el belga. El pelotón llego con horas de adelanto a Marsella. Fue tal el enfado que el alcalde juró que jamás volvería el Tour a tierras provenzanas. Hubo que esperar hasta 1989, justo un año después del fallecimiento del regidor marsellés. Luego viaje en avión rumbo a Albi para una contrarreloj. La organización coloca a Merckx y a Ocaña en asientos contiguos. No se hablan. Ni se miran. Merckx reduce en once lacónicos segundos la distancia.

Y se llega así al 12 de julio de 1971. Primera etapa de montaña de los Pirineos. Desde Revel a Luchon. Se sube el Aspet. Merckx ataca. El cielo es azul. Ocaña va a su estela. Se corona el puerto. Calma tensa. Toca ascender el Col de Menté. Merckx suelta otro latigazo. El cielo es gris. Ocaña se pega a su rueda. Le dicen que lo deje ir. Que queda mucho. Que la ventaja es amplia. Ocaña dice que no con la cabeza. Tiene una misión y no es el amarillo. Su misión es derrotar al hombre perfecto.

Al rebasar la cima del puerto el cielo gris se convierte en una fuerte tormenta de verano. El paraíso se torna en negro. Granizo, relámpagos y barro. Las carreteras no tienen buen asfalto. Cuando besan la cuneta pasan de pastizales a pistas de patinaje. Eddy baja jugándose la vida. Luis no iba a ser menos. Tumbados sobre la burra con los dedos pegados en las palancas de los frenos. Al poco una curva fortísima de izquierdas. Merckx pierde el equilibrio y aterriza sobre la hierba embarrada. Ocaña cae, pero lo hace sobre una piedra. Merckx se levanta y sigue la marcha. Ocaña lo intenta.

Pero entonces llega Joop Zoetemelk.

A Zoetemelk no le van los frenos y cae encima de Ocaña. Tras el neerlandés vienen en tropel Agostinho y después López Carril. Ocaña no puede mover el brazo derecho.

Saldrá del Tour en camilla y lo hará sobrevolando en helicóptero el alto del Portillón.

Precisamente el Col de Portillón.

Porque en aquella etapa camino de Luchon se subía el Portillón y se cruzaba a tierras españoles antes de volver a Francia para finalizar la jornada. Había cuarenta kilómetros de recorrido entre Menté y las primeras estribaciones del Portillón. Lo lógico era que Ocaña dejase marchar a Merckx y fuese precavido bajando por aquella pista de patinaje. Pero para Ocaña el maillot amarillo era lo secundario, lo importante era ganarle a Merckx. Demostrarle que era mejor que él.

Para Ocaña cruzar de amarillo el Portillón por delante de Merckx era enterrar sus recuerdos de la infancia. Demostrarle al Luis niño que su tormento había finalizado. Cruzar el Portillón y ser aclamado por cientos de españoles era indicarle a su padre que los tenía más grandes que él. “Merckx y yo habíamos decidido atacarnos en cada metro de la carrera. Sabíamos que uno de los dos no terminaría el Tour”, diría en la cama del hospital. Pero era mucho más que eso. Cruzar el Portillón en cabeza no era ciclismo. Era un exorcismo.

Era su vida.

Tour Look Back: Luis Ocaña - PezCycling News
C’est fini

José Manuel Fuente ‘El Tarangu’ ganó la etapa y Merckx dio un recital que le valió para recuperar el liderato. El belga recibió insultos y escupitajos subiendo el Portillón y al día siguiente decidió no vestir el maillot amarillo por respeto a Ocaña. “Yo no he ganado el Tour, lo ha perdido él”, diría a la prensa. “Yo quiero que se lo ponga”, contestará el conquense. Dos días después el Tour pasa por Mont de Marsan y Merckx es incitado por los medios para acercarse a casa de Ocaña y saludarlo. Se dan un apretón de manos y sonríen delante de los plumillas y los fotógrafos, pero ni se hablan. El odio mutuo es atroz.

Luis Ocaña fue un gran desafortunado. Como Sísifo empujaba la piedra cuesta arriba en la montaña para llegar a la cima y verla rodar hacia abajo. En 1972 da una exhibición en la Dauphiné Liberé, pero acaba enfermo. Se presenta en el Tour con una bronquitis, recuerdo de una infancia paupérrima en cuidados médicos. Aquel año llegaron primero los Pirineos antes de los Alpes. En el alto de Soulor Ocaña pincha y Merckx ataca. Recuerdos del pasado. Merckx jamás olvidaba los desagravios. Encorajinado, Ocaña inicia una feroz persecución y los riesgos hacen que en la bajada del Gran Cucheron su cuerpo se estampe contra el asfalto. Pierde dos minutos, tiene margen de mejora, pero en la primera etapa de los Alpes decide abandonar. Volverá a casa en coche conduciendo durante horas y tendrá que dar marcha atrás al darse cuenta de se ha dejado las llaves de su hogar en el hotel donde había dormido la noche anterior. Ocaña siempre genio y figura.

Porque Ocaña no se resigna a su rol secundario. Otros sí, otros limitan pérdidas, esperan que Merckx falle, aprovechan ausencias o descansos. Raymond Poulidor aguanta mecha, Bernard Thevénet tendrá el honor de tumbar al Caníbal en su ocaso y Felice Gimondi será el gran rival generacional de Merckx. Gimondi aprovechará las ausencias de Merckx para lograr un palmarés majestuoso, mucho más glorioso que el de Ocaña, pero menos brillante a la hora de juzgar con el corazón. Ocala lo intenta siempre. Siempre. Pase lo que pase.

Son cuatro Tours entre 1969 y 1972. Eddy Merckx los ha ganado todos. Luis Ocaña sólo ha logrado llegar a Paris en una ocasión de cuatro posibles.

Ocaña era un fatalista.

Y lo seguirá siendo también en la victoria.

Continuará.

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