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Bahamontes vs Loroño

Ahora que discurre por las carreteras españolas la serpiente multicolor, preciosa metáfora creada por José María García, es un buen momento, como cualquier otro, para recordar la afamada rivalidad entre Federico Martín Bahamontes y Jesús Loroño. En un país hambriento y atrasado, las hazañas ciclistas de estos corredores, humildes y pobres, llenaban kilómetros de cunetas (sí, cunetas, no había arcenes) e inhóspitos caminos de montaña. La lucha entre dos hombres antagónicos, que siempre se odiaron con fiereza, tuvo su apogeo en la Vuelta a España de 1956 y en la de 1957.

Loroño era el querido por el aficionado y por sus compañeros. Vizcaíno de nacimiento, tenía un carácter cálido y amable. Bahamontes, parido en Toledo, era solitario y tacaño, lo cual en el ciclismo, un deporte en el que no se gana si no tienes una buena guardia pretoriana, es pecado mortal. El problema es que libra por libra Bahamontes era mejor. Hablamos del as en el panorama nacional y el único capaz de vencer en el Tour de Francia.

Por aquel entonces en las carreras los ciclistas competían encuadrados en bloques nacionales y no por compromisos comerciales como ocurre en la actualidad. Así que Loroño y Bahamontes compartían equipo en una carrera hecha a medida del vizcaíno ya que comenzaba y terminaba en Bilbao. Loroño lo tenía todo para ganar. Transitó segundo durante gran parte de la prueba, pero el italiano Conterno, líder hasta entonces, enfermó en la etapa clave. El espectáculo fue bochornoso. Loroño atacó en el puerto de Sollubre sin piedad, pero por detrás Bahamontes tiraba de Conterno y en ocasiones hasta lo empujaba para que no perdiera mucho tiempo. Loroño perderá la Vuelta por 13 segundos y ni él ni el resto de sus compañeros de equipo se lo perdonarán jamás a Bahamontes.

En 1957 el “Águila de Toledo” corre sólo. Todos los compañeros le hacen el vacío desde el primer día y manifiestan en público que esperan que Loroño sea el vencedor final. En la segunda etapa Jesús ataca y le saca dos minutos a Federico al que ninguno de sus camaradas de equipo quiere ayudar. Pero Bahamontes, creído e insoportable, sigue siendo el ciclista con más calidad de su generación. En Pajares da un golpe de efecto a la carrera y en una escapada épica en solitario y bajo un temporal dantesco se pone líder en la general. La Vuelta está en su mano.

Luis Puig, seleccionador nacional, no quiere que gane Bahamontes y prepara una gran emboscada. En Tortosa, en una etapa insulsa, ordena atacar a Loroño en compañía de su amigo Bernardo Ruiz. Bahamontes arranca tras ellos, pero Puig coloca el coche entre ambos y frena en seco para que el de Toledo no pueda continuar. Es algo insólito. Los jueces no pueden sancionar a Puig porque es el director del equipo. ¡Está parando a su corredor! ¡A uno de sus pupilos! Las crónicas cuentan que hasta algún compañero agarra el sillín de la bici de Bahamontes y coaccionan con tirarlo al suelo si decide dar pedales.

En la línea de meta Bahamontes aparece llorando mientras grita que le han robado la carrera. En ese momento, Loroño, hombre del norte de los pies a la cabeza, lo coge de la pechera y amenaza con partirle la cara si no calla. El toledano corre a su habitación ante las mofas de todos, pero al día siguiente vuelve a atacar con rabia aunque Loroño no se deja sorprender. Días después el vizcaíno conseguirá el triunfo en la Vuelta.

Bahamontes nunca consiguió ganar la ronda española, pero alcanzó la fama eterna un par de años después al llegar victorioso a París. Nunca se quitó la fama de egoísta y de niñato creído y siempre aprovecha, aún hoy anciano pero vital, para enaltecer sus gestas y culpar a los demás de sus fracasos. Se pondrá en duda su elegancia como persona pero jamás como ciclista. Pocos hubo con él y pocos llegará a haber. Sus hazañas enloquecieron al país y darán para escribir unos cuantos artículos.

Lamentablemente no hay imágenes de aquellas dos vueltas. Pero si del Tour de 1953, donde Loroño ganó el Premio de la Montaña y una etapa en los Pirineos.


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