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El show de Perico

El Tour de 1989 comenzaba con un gran favorito. No era otro que Pedro Delgado. El escalador segoviano era el vigente campeón del Tour y apenas un par de meses atrás había vitoreado en la Vuelta. Había progresado notablemente en las contrarrelojes y mantenía su mística relación con la alta montaña. De hecho, su triunfo en España se finiquitó en una clara victoria en la crono final de Medina del Campo. En la lista de notorios también estaban tres campeones del Tour; Laurent Fignon (1983 y 1984), Greg Lemond (1986) y Stephen Roche (1987), pero todos ellos parecían por detrás del español porque, ya fuese de una forma u otra, las lesiones habían cercenado sus carreras. Ya más lejos quedaban el francés Charly Mottet o el irregular escalador colombiano Lucho Herrera.

Aquel año el Tour realizaba un recorrido contrario a las agujas del reloj. Se salía de Luxemburgo para pasar las primeras etapas en tierras belgas. Luego traslado aéreo hasta Normandía para recorrer la costa atlántica dirección sur hasta tropezar con los Pirineos. Transición por la Provenza, los colosos de los Alpes y fin de fiesta en Paris. La salida tendría lugar el 1 de julio en Luxemburgo. Era la primera vez que la ‘Gran Depart’ se acometería en el Gran Ducado, un minúsculo país incrustado entre Alemania, Bélgica y Francia.

Se trataba de una etapa prólogo. Una contrarreloj de 7.800 metros de longitud con salida en una rampa con cabina acristalada colocada en la Plaza de Paris y meta en la amplía Avenida de la Libertad. El cielo es gris, pero es capaz de contener la lluvia. Como vigente ganador del Tour, Pedro Delgado saldrá el último. Lo hará con el número 1 a la espalda de su maillot. Su turno será a las 17.17 hora local.

Justo antes que Perico el corredor que tiene que salir es el irlandés Sean Kelly. Lo hace un minuto antes que Delgado. En ese momento lo normal es que el ciclista del Reynolds estuviese cercano a la rampa, en la escalerilla que da acceso al soporte desde donde dos jueces lo mantendrían en vertical antes de liberarlo.

Pero Pedro no está.

En la escena se ve a un hombre haciendo aspavientos. Se trata de Carlos Vidales, su mecánico de confianza, desesperado al no encontrar por ningún lado al vigente ganador del Tour. También exasperado, pero básicamente con un cabreo de tres pares de c… está José Miguel Echávarri, director del equipo, y que espera al volante del coche que va a seguir durante toda la etapa el recorrido del ciclista segoviano.

Los segundos pasan volando.

Y Perico sigue sin aparecer.

Son las 17.17 horas. Los jueces ponen el crono en marcha. Un señor de llamativa americana de color rojo encoge los hombros en señar de incredulidad. Detrás de él otro juez de corte marcial echa un vistazo a su reloj mientras dicta sentencia con su mirada. Echávarri sale del coche como pollo sin cabeza y pega gritos a los cuatro vientos. Vidales había desaparecido de la escena mientras proclamaba el nombre de ¡Perico! con la ayuda de las decenas de periodistas que salen tras él.

El caso es tremebundo. Aparece también en escena Arturo Romaní, vicepresidente del Banco Español de Crédito (Banesto), que estaba en el Tour para firmar el acuerdo por el que Reynolds, el equipo navarro del papel de aluminio, se iba a convertir en el gigante Banesto. Romaní no entiende nada. ¡Pero es que nadie entiende nada!

De pronto una estela amarilla ilumina el plomizo día luxemburgués. Con pelo ensortijado, cinta envolviendo la cabeza y bicicleta con rueda lenticular trasera, se abre paso Pedro Delgado. Atolondrado, se enfrenta a las cámaras de televisión y a los fotógrafos de la prensa. Hay codazos, insultos y kilos y kilos de tensión hasta que Perico aparece en la rampa.

Se baja de la bici y sube con ella a cuestas la escalerilla. Se sienta. Recibe el empujón del juez principal y comienza la etapa.

Lo hace a las 17.19 horas de la tarde y 26 segundos. O lo que es lo mismo. Con dos minutos y 26 segundos de retraso.

La bronca que le cayó a Vidales debió ser de aúpa. Lo cierto es que había sido Delgado el que le había dicho al mecánico que quería estar solo, por lo que Vidales se acercó a atender a William Palacio, colombiano del equipo Reynolds. Aunque peor debió de ser la diatriba que Romaní hubo de echarle a Echávarri preguntándose donde narices estaba invirtiendo su dinero.

El neerlandés Erik Breukink ganó el prólogo y se vistió con el maillot amarillo. Entre los favoritos los mejores situados fueron Greg Lemond y Laurent Fignon, ambos a seis segundos de Breukink. A la misma distancia también quedó Sean Kelly. Mottet llegó nueve segundos más tarde e Induráin lo hizo a 10 segundos del vencedor de la etapa. Con todo lo sucedido, los nervios, la rabia y la tensión, Pedro Delgado no hizo mala contrarreloj al acabar a 14 segundos de distancia del vencedor.

A 14 segundos si no se tiene en cuenta el retraso inicial.

Pedro Delgado, el vigente ganador del Tour, comenzaba el Tour de 1989 como farolillo rojo a 2’40’’ del maillot amarillo.

Una auténtica burrada tras menos de ocho kilómetros de Tour a sus espaldas.

Delgado cruza la línea de meta y una horda de periodistas acude a su encuentro. Se muestra sonriente, sereno. Podría ser una cara de póker, pero para aquellos que conocen a Perico no es más que su pose habitual. Simpático y cercano, su éxito lleva años fraguándose tanto dentro como fuera de las carreras. Lo que en otros podría parecer impostura, en Perico es naturalidad. Atiende a Televisión Española con una media sonrisa y explica que lo sucedido ha sido un despiste. Un estúpido despiste del que sólo él tiene culpa. Mas se muestra confiado y tranquilo a pesar del tiempo perdido y argumenta que por delante hay 21 etapas y más de 3.000 kilómetros de recorrido para darle la vuelta a la situación.

Pocos hubiesen tomado con tal naturalidad semejante error. Pero así era Delgado. Jocoso, simpático, despistado y alocado. ‘Le fou’. Ese fue el apodo que años atrás le pusieron en Francia tras un descenso a tumba abierta por los Pirineos a más de 90 km/h con la cabeza besando la rueda delantera. Perico era una celebridad por su forma de correr y por valorar con la misma naturalidad las victorias y las derrotas.

Pero tan sencilla explicación no era válida en un mundo racional. ¿Cómo narices va a llegar tarde a la salida el deportista principal del mayor espectáculo ciclista jamás realizado? Lo cierto es que entonces no existía una separación estricta entre deportistas, prensa y espectadores como ocurre en la actualidad. La delimitación con vallas era precaria. Además, el caos solía ser especial cuando las etapas salían o llegaban fuera de Francia, donde los países se veían superados por el volumen de gente y mercancías que mueve el Tour. Era la primera vez que el Tour salía de Luxemburgo y no existía ni el rigor ni la disciplina ni la meticulosidad necesaria para llevar todo a buen puerto.

No obstante, la culpa era de Perico. Tampoco había que darle más vueltas. En una contrarreloj en una Paris-Niza estuvo a punto de pasarle lo mismo. Entonces no existían los rodillos para hacer calentamiento, por lo que a Delgado le gustaba estirar las piernas y forzar el tiempo al máximo. Como había hecho su tocayo, estuvo jugando con el lobo hasta que acabó comiéndose a las ovejas.

Perdidos: cuando el ciclista no llega
Inexplicable

Durante esos primeros días la prensa se hizo eco de varias posibles causas del famoso despiste intentando dar explicación a lo inexplicable. Se dijo que Perico había llegado tarde porque estaba tomando un café. También se comentó que el retraso se debía a una amenaza de atentado por parte de ETA. Fuera de España se insinuó que la tardanza había sido pactada con la organización del Tour para compensar el cerrar de ojos por un positivo por dopaje en la edición del año anterior, donde Perico había salido victorioso. Otra parte de la prensa aceptó las explicaciones de Perico y sencillamente se dedicaron a llamar tonto al segoviano. Lo cual, por cierto, no era faltar a la verdad.

Con los años la versión oficial de que simple y llanamente había sido un despiste salió victoriosa. No obstante, hubo un ‘casus belli’ que permitió a Delgado salir del paso. El día anterior Romaní había traído un obsequio en nombre de Mario Conde, director de Banesto, para todos los componentes del equipo. Se trataba de un reloj con tres agujas en forma de B, una blanca, otra azul y la última roja, cumpliendo con los colores del nuevo patrocinador. Era original, pero no era demasiado práctico para conocer la hora. Ni a Delgado ni al resto del equipo les entusiasmaba el reloj, pero se vieron en la obligación de usarlo durante el prólogo como acto de buena fe. El caso es que Delgado intuyó en esas agujas que tenía diez minutos de margen…y el resultado es historia.

Sonriente y despreocupado Delgado dejó pasar la tarde esperando que el trascurrir del tiempo volviese poner todo a su sitio. Error. Llegó el ocaso y la tensión hizo estallar todo en mil pedazos. Jodido, no pegó ojo en toda la noche. Primero serio, después triste y finalmente lloroso, se dio cuenta de que la cagada había sido hercúlea. La culpa se hizo suya. Porque jamás culpó a nadie del estropicio. Siempre se culpó a sí mismo. Aquella larguísima noche de insomnio se vio entre la espada y la pared. Se le ofreció un somnífero, pero lo rechazó. Ya había probado la medicina de Morfeo cuando abandonó el Tour de 1986 tras el fallecimiento de su madre y tras la acusación de dopaje del Tour del año anterior, pero en este caso rechazó la pastilla. Tenía que mantener hacia el exterior la imagen de que estaba bien, de que no había ningún problema.

Sin pegar ojo, un Delgado con muy mala cara se presenta la mañana del 2 de julio para disputar la segunda etapa del Tour. Nadie cuenta con que vaya a ganar la carrera, pero sí en que se convierta en el agitador oficial, en el hombre que a base de espectáculo determine quién y cómo la ganará. La prensa acorrala al segoviano, pero esta vez sin éxito. No hay sonrisas ni contestaciones dicharacheras. Solo respuestas secas y rostro circunspecto.

La segunda etapa contaba con dos sectores. Práctica habitual en el Tour de hace décadas, consistía en una etapa en línea matutina y en una contrarreloj vespertina. En este caso era una vuelta por el Gran Ducado de unos 150 kilómetros y una crono por equipos por los alrededores de la ciudad de Luxemburgo de 46 kilómetros. Y será en la crono donde se le vean las costuras a Perico. La tensión y la falta de sueño harán que a diez kilómetros del final se quede. El Reynolds tiene que aflojar el ritmo e Induráin y Gorospe se ponen a su lado para protegerlo. La carretera tiende ligeramente a bajar y parece que el problema se soluciona, pero en el siguiente repecho Delgado vuelve a quedarse. Es el quinto ciclista el que marca el tiempo en la crono por equipos y existía la opción de abandonarlo a su suerte. Pero por entonces nadie se planteaba dar todos los galones a Induráin. A fin de cuentas, Delgado seguía siendo el vigente ganador del Tour.

Parlamento Ciclista - Pedro Delgado Robledo - El Baúl de los Recuerdos
Reynolds 1989

Total, que sus compañeros le esperan y traspasan la línea de meta con Delgado formando parte de los nueve ciclistas del Reynolds. El equipo navarro es el último en la contrarreloj. A 4’32’’ del Super-U de Laurent Fignon. El francés le sacaba ya a Perico 7’20’’ en la general. Era la segunda etapa y el Tour era una quimera.

Y aun hubo más. Antes de la jornada de descanso de tres días después, el Tour tenía que afrontar dos larguísimas etapas de 250 kilómetros por tierras belgas. Fignon se encargaría de colocarse en paralelo de Delgado para hacer ‘trash-talking’ y recordarle una y otra vez al español que había tirado el Tour por la borda. Todo aquello minaba la moral de un Delgado que malgastaba fuerzas en ataques sin sentido contra el pelotón buscando la heroica ante las risas del parisino.

Tras la jornada de descanso, Delgado realizó una descomunal contrarreloj en la que prácticamente igualó los tiempos de Lemond y Fignon, dos consumados especialistas. Después llegaron los Pirineos con exhibiciones día sí y día también de Delgado y con victoria de etapa de un Induráin que pedía paso. Luego Perico se consolida como el mejor en la subida al Alpe d’Huez, culminando una prodigiosa remontada desde el último puesto de la clasificación que lo lleva al tercer lugar de la clasificación general.

Greg Lemond gana el Tour de Francia de 1989 tras una emocionante contrarreloj final por tan solo ocho segundos de ventaja a Laurent Fignon. Pedro Delgado es tercero a 3’34’’ del estadounidense. Les ha quitado más de tres minutos a ambos si descontamos lo perdido en las dos primeras etapas.

Aquel Tour tenía que haber sido de Perico.

Perico más fuerte y Lemmond más listo. Fignon el pupas - La Grada Sports
Fignon, Lemond y Delgado

Cuando al año siguiente Pedro Delgado se presente en Poitiers, en el parque temático de Futuroscope, para acometer el prólogo del Tour de 1990 las preguntas son inevitables. Con esa actitud desenfadada, delgadiana, podríamos decir, ante la vida, comenta ante los medios que había pedido salir ese año a la organización del Tour con 2’40’’ de ventaja. Con el tiempo el propio Delgado fabricará sus propios memes en cada una de las entrevistas que le hagan. Una vez diría que le había detenido la policía por culpa de una infracción de tráfico. Otra vez que se había ido a calentar con una chica. En cierta ocasión dijo que había sido abducido por un OVNI. Daba igual si tenía gracia o no, pero Pedro Delgado siempre consiguió darle normalidad a un suceso del todo anormal.

“Nunca me sentí tan bien como aquel año, ni siquiera el año que gané el Tour. Fue mi ocasión perdida. Me encontraba tan bien físicamente que andaba con una pierna”. Pedro Delgado sobre el Tour de Francia de 1989.

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