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Cuando Cruyff jugó en el Feyenoord

Para 1983 Johan Cruyff era un futbolista en desuso. A los 37 años seguía dirigiendo a sus camaradas como guardia de tráfico y golpeaba el balón con delicadeza e inteligencia de un lado al otro del campo. Su ingenio seguía tan vivo como de costumbre. Hasta le dio por inventar una nueva forma de lanzar un penalti al pasárselo a un compañero en vez de disparar a puerta en una secuencia que se mantiene fresca y viva a pesar del paso del tiempo.

Pero Cruyff había perdido totalmente su punta de velocidad. No hacía cambios de ritmo, era incapaz de presionar y su rendimiento en las segundas partes era paupérrimo. Se perdía muchos partidos aquejado de dolores invisibles para los galenos y de migrañas que sospechosamente iban y venían con el transcurrir de los partidos. Había abandonado la delantera de tal forma que llegó a ocupar hasta el puesto de líbero para vivir cómodamente alejado de las obligaciones físicas que se les suponen a los hombres de ataque.

Todo esto era irrelevante para los aficionados del Ajax que en el último partido de la temporada 1982/83 despidieron a Cruyff con honores mientras increpaban al palco en la espectacular victoria por 6-5 del Ajax ante el Fortuna Sittard. La directiva tuvo que escapar del palco protegida por la policía mientras Cruyff se despedía de la afición del De Meer bañado en un mar de lágrimas.

En realidad, no era la primera vez que Cruyff dejaba el Ajax ni tampoco la primera en la que se iba enfrentado con la directiva. El ’14’ se ganó infinidad de multas desde adolescente por negarse a jugar si no le aumentaban el sueldo. Cruyff fue el primer futbolista que se atrevió a exigir a una federación el pago por acudir a una convocatoria nacional y también fue el primero que pidió un traspaso amenazando con no renovar su contrato en caso de que no se aceptaran sus exigencias. Pudo hacer esto y mucho más, porque pocos futbolistas modificaron tanto las leyes del juego como Cruyff y menos aún dotaron al fútbol de tanta belleza. Por eso, cuando Cruyff dejó el Ajax por el FC Barcelona o cuando volvió al Ajax con el rabo entre las piernas tras su aventura estadounidense, siempre supo que hiciese lo que hiciese tendría a las masas a su favor.

Pero en 1983 y con 37 años su poder de convicción estaba en horas bajas. Muchos de sus compañeros de vestuario que antes le adoraban veían ahora en Cruyff un viejo cascarrabias que no paraba de gritar y de dar órdenes. La directiva tampoco veía la necesidad de hipotecarse cuando tras un lustro de sin sabores habían aparecido en el primer equipo talentos como Frank Rijkaard y, especialmente, un chico de 17 años llamado Marco Van Basten del que muchos decían que era mejor que el propio Cruyff, y que, sobre todo, poseía un carácter mucho más dócil.

Así que no fue sorprendente que el Ajax no renovase el contrato de Cruyff aquella primavera de 1983. Sin embargo, Cruyff no tenía intención alguna de colgar las botas. Y mucho menos de dejarlo cuando le mandasen. Su ego no se lo permitiría. Él tenía que decidir cuándo dejarlo. Y quien conociese un poco al personaje y el rencor que le recorría por el largo y ancho de su cuerpo tendría clara cuál iba a ser su decisión.

Para la temporada 1983/84, la que sería su última campaña en activo, Johan Cruyff, el niño cuya madre trabajaba en los servicios de limpieza del Ajax y que creció en una casa situada a escasos metros del estadio De Meer, fichaba por el Feyenoord de Rotterdam, el odiado rival.

El Flaco con el Feyenoord

Ejercía de entrenador dentro y fuera del campo, exigía desmarques, cambios de juego y continuos cambios de posición. Desacreditaba al entrenador siempre que podía y mandaba a los demás que corriesen cuando él jamás lo hacía. Pero el problema es que el Feyenoord no era el Ajax. El juego ofensivo y coral de los de Ámsterdam era sustituido por un juego directo en formación 4-4-2 que no encajaba en los ideales de Cruyff. El Feyenoord llevaba diez años sin ganar una liga y veía como el PSV era ahora el que rivalizaba con el Ajax. Eso era lo de menos. Lo fundamental era que el Feyenoord, a diferencia de la mayoría de clubes neerlandeses, defendía un tipo de juego distinto al de toque y posesión, principalmente con el objetivo de diferenciarse de su odiado rival de Ámsterdam.

Así que cuando apenas un par de meses después del inicio del campeonato el Ajax de Olsen, Rijkaard, Vanenburg y Van Basten le meta un ¡8-2! al Feyenoord parecía que solo faltaba poner los clavos para cerrar el ataúd de Cruyff.

Por suerte para Cruyff, su relación con el presidente del Feyenoord era excelente y no hubo problema alguno cuando Johan pidió un cambio de rumbo y exigió como segundo entrenador a van Hanegem, una antigua leyenda del Feyenoord y amigo de Cruyff en la selección. Así, cuando Cruyff desacreditaba al entrenador, van Hanegem soltaba un comentario jocoso que templaba los ánimos. Del mismo modo, van Hanegem supo convencer a Cruyff de que dejase de ser tan exigente y renunciase a su fútbol ofensivo en pos del triunfo. Cruyff, que lo que más ansiaba era ganar la liga para vengarse del Ajax, acabó claudicando, pero tan solo porque van Hanegem fue capaz de darle el jabón suficiente para mantenerlo en vereda.

De este modo, Cruyff aceptó el esquema 4-4-2 siempre y cuando el equipo se encontrase en continuo movimiento y nadie pidiese el balón al pie. Mientras hubiese dinamismo y la gente escuchase sus indicaciones sería capaz de aceptar jugar a la defensiva o buscar el contraataque.

Sin practicar un juego brillante y con Cruyff como mediocentro dando espectaculares pases con el exterior de 30 metros para que los delanteros le ganasen la espalda a las defensas contrarias, el Feyenoord cambió el rumbo. Además, si el Ajax contaba con Van Basten en Rotterdam babeaban con Ruud Gullit, una fuerza de la naturaleza de 20 años. Victoria tras victoria llego el partido de la segunda vuelta contra el Ajax que dejaba la liga sentenciada para el Feyenoord. Fue un 4-1 para los de Rotterdam en una exhibición de Cruyff en la que no escatimo alegrías tras marcar el segundo gol del partido.

En mayo de 1984 a Cruyff lo subían a hombros por última vez en su carrera tras lograr el doblete con el Feyenoord, justo doce meses después de haberlo hecho con el Ajax. A pesar de que tenía carta blanca para hacer lo que quisiera y para quedarse en Rotterdam las temporadas que le viniese en gana, Cruyff estaba satisfecho. Había cumplido con su venganza y, en el fondo, él sabía que su corazón estaba con el Ajax.

En la primavera de 1984, a los 37 años, Johan Cruyff colgaba las botas tras doce temporadas en el Ajax, cinco en el FC Barcelona y una última campaña, tan gloriosa como vengativa, en el Feyenoord de Rotterdam. Tres meses después, a inicios de agosto, ejercía de entrenador del Ajax sin haberse sacado el título. Le dijeron que antes de que acabase esa temporada tendría que sacárselo o sino nunca más podría sentarse en un banquillo.

Ejercería de entrenador en Ámsterdam y en Barcelona durante once temporadas y moriría siendo considerado uno de los mejores técnicos de todos los tiempos.

Jamás se sacó el título.

Ese era Johan Cruyff.

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