A los 40 años de la tragedia de Heysel
Los algoritmos fomentan la indignación en lugar de la compasión. Ni siquiera los mayores críticos de Facebook, Tik-Tok o Youtube pueden sostener que los ingenieros o directivos de esas compañías sean propensos a la violencia. La verdad es más sencilla y a la vez más preocupante. El éxito de las redes sociales implica mayor número de clics y mayor tiempo de exposición. Al aumentar la implicación, aumenta la recopilación de datos, se venden más anuncios, se adquiere mayor proporción en el mercado de la información y como resultado final se gana más dinero. De acuerdo con ese modelo los ingenieros lo que hacen es programar el algoritmo para conseguir mayor implicación del usuario. Así, tras experimentar con millones de usuarios, la IA llega a la conclusión de que a los humanos nos gusta más la indignación en vez de la compasión. Un video de una caída, de un accidente, de una explosión, de un trio sexual, de un sacrilegio o de un asesinato tiene muchos más seguidores que uno de un sermón, de una conversación, de una buena acción, de un amor casto o de un suceso cotidiano.
Cuando uno teclea “Heysel” encontrará vídeos, fotos y artículos sobre muerte y tragedia. Todo extremadamente macabro. Es lo que el algoritmo ha diseñado para nosotros dado que es lo que nosotros queremos ver. Heysel es un precioso barrio verde de Bruselas. En Heysel está el Atomium. En Heysel hay un parque acuático y una exposición permanente de Europa. Nada de eso aparece en el algoritmo. En Heysel también ganó Alemania su primera Eurocopa ante la Unión Soviética o logró el Real Madrid su tercer título europeo al derrotar en la final al AC Milan o el sexto ante el Partizán. En Heysel también fue donde el Atlético perdió una final a doble partido ante el Bayern de Beckenbauer. Tampoco aparece nada de eso.
Si uno teclea “Copa de Europa de 1985” el algoritmo le hablará de la tragedia. Intercalará imágenes de celebración por la victoria con otras de muertos y avalanchas. El cielo y el infierno. Morbo. No es lo que el algoritmo escoge. O mejor dicho, es lo que el algoritmo escoge dado que es un ser inteligente y sabe cómo obtener más clics. Es un ser inorgánico, pero es capaz de aprender. El algoritmo sabe lo que queremos ver y el algoritmo nos lo ofrece. Un peligro que se retroalimenta. Y un poder que le hemos dado a la IA y que a buen seguro acabará con el ser humano como ejecutor de la realidad.
Por eso, cuarenta años después, todo aficionado al fútbol sabe que es la Tragedia de Heysel. Y pocos, muy pocos, saben quién ganó la Copa de Europa de ese año.

29/V/85. 16:00. La policía de Bruselas sabía que iba a ser un día muy largo cuando recibió la orden para evacuar la Grand Place. Miles de hooligans ingleses habían aterrorizado a las reservas de cerveza de la capital belga. Caballos armados guiaban los pasos de aquellos bebedores de cebada que iban a ser trasladados al estadio de Heysel callejeando por la zona vieja de Bruselas antes de afrontar el paso de amplias avenidas. Por el camino varios robos, algunos empujones, otros tantos agarrones y unas cuantas navajas confiscadas. Por el suelo restos y más restos de comida y una marea de latas de agua, malta, lúpulo y levadura.
11/V/85. Bradford. Inglaterra. Partido de Tercera División. Si el Bradford gana su partido ascenderá de categoría. Minutos antes del descanso se inicia un incendio en una de las gradas. Las llamas se extendieron por toda la hilera de la grada principal a un ritmo imparable. Se perdieron 53 vidas y más de 200 personas resultaron heridas. Días más tarde, las investigaciones determinaron que el fuego había sido ocasionado por una colilla mal apagada. El estadio estaba construido sobre bases de postes de madera y debajo de la estructura había basura que se acumulaba desde hacía varios años. La caída del cigarro en la mugre inició el fuego y la facilidad de los postes de madera para arder hizo el resto. Una tragedia que podría haberse evitado y que se sumaba a otras que permanecían en el recuerdo como la de Ibrox Park 1971 (66 fallecidos) y la del Luzhnikí de Moscú en 1982 (curiosamente también 66 fallecidos).
29/V/1985. 18:15. Un hincha de la Juventus se enfrenta a otro del Liverpool. El italiano acabará hospitalizado. Será el primero de la tarde. Acabarán siendo 375. Todo ocurre fuera del estadio. Dentro, ya se roza el lleno. Se está jugando la final juvenil como antesala de la gran final de la Copa de Europa. Son 60.000 espectadores. Las entradas se han repartido equitativamente entre ingleses e italianos dejando 10.000 para venta en taquilla. En el fondo oeste, a los pies y a la vez a la sombra de los focos del Atomium, la organización ha dispuesto que se coloquen los radicales del Liverpool. Enfrente, en el fondo este, se disponen los radicales de la Juve. Ocurre que las gradas del sector X, contiguo al Z, estaban pensadas para dar cobijo a aficionados belgas. Éstos vieron el negocio, por lo que revendieron los tickets a italianos llegados a última hora. El sector X, condenado a funcionar en teoría como un cordón sanitario espontáneo, acaba siendo lugar donde se instalan aficionados italianos, muchos de ellos padres con hijos. En pocos minutos, lo que la policía consideraba el único lugar donde la gente podía respirar, y por lo tanto estaba prácticamente sin vigilancia, desapareció. Los controles son escasos, casi inexistentes. Hay muchos policías, pero todos parecen ocupados inspeccionando las zonas alrededor del estadio.
1973. El hooliganismo existe desde que hay fútbol. Enfrentamientos entre pueblos a golpe de pedradas. Pero es en 1973 cuando el fenómeno se convierte en grupal, masivo y radical. La subida de los precios por culpa de la crisis del petróleo de ese año tuvo un impacto bestial en Europa. Italia fue el primer lugar donde jóvenes y no tan jóvenes formaron grupos paramilitares para, a base de alcohol y armas blancas, hacer de su equipo de fútbol el faro de una vida que de pronto estaba vacía. Ocurre que es en el Reino Unido donde el impacto de la crisis es mucho mayor dado que a ésta se le sumó una huelga de mineros en el invierno del 73-74 que dejó al Reino Unido sin calefacción durante meses, hizo subir el paro siete puntos y puso las bases para que Margaret Thatcher sacase la rebarbadora años más tarde. Es en Inglaterra donde el hooliganismo se convierte en una religión. Desde finales de los 70 e inicios de los 80 cualquier encuentro internacional en el que formen parte equipos británicos se convertirá en una pesadilla para las fuerzas del orden.
29/V/1985. 18:30. Los británicos cantan, beben, saltan y observan con avizor la tierra de nadie entre ellos y los transalpinos. Al poco ocurre el primer incidente de importancia. Un italiano saca del bolsillo una bandera fascista y ante la reprimenda del gendarme lo golpea violentamente. No se sabe ni el cómo ni el por qué, pero eso excita al respetable que comienza a lanzar latas de cerveza al aire. Empiezan los empujones y la tierra de nadie ya es directamente territorio inglés.
16/I/85. Supercopa de Europa. Juegan el Liverpool FC, vigente campeón de la Copa de Europa, frente a la Juventus FC, vigente campeón de la Recopa. Partido único. Ganan los italianos por 2-0 con un doblete de Boniek. Meses después la Juve buscará su primera Copa de Europa frente al Liverpool que defiende un título logrado el año anterior en Roma y que ya se había saldado con incidentes entre radicales en las gradas. Los ingleses son un equipo veterano y sólidamente armado en el que destacan el capitán Phil Neal (cuatro Copas de Europa con el Liverpool) y el delantero galés Ian Rush. La Juve cuenta con el citado Boniek y con Tardelli, Cabrini, Scirea o Rossi, todos ellos campeones del mundo con Italia tres años atrás. Pero la estrella de la Juve es el francés Michel Platini. Tras perder la final de la Copa de Europa en 1983 frente al HSV Hamburgo, la Juve decidió fichar al mejor jugador del planeta, con permiso de Maradona, para alzarse de una santa vez con el trofeo de los trofeos.
29/V/1985. 19:00. Un hombre de mediana edad se desploma. Es un visto y no visto. Es belga. Podría tratarse de un desmayo provocado por la basta cantidad de gente y el calor sofocante. No. No es eso. Al poco se descubre que tiene una herida de cuchillo en el estómago. Sangra y hay que evacuarlo. Los hooligans asaltan entonces el sector Z. Son todos jóvenes. Hay menores de edad. Van armados con cuchillos y hasta portan barras de hierro. En pocos instantes la valla de separación claudica ante el envite. Comienza la batalla. Parece el medievo. Ocurre que el enfrentamiento es desigual. Son hooligans ante chavales que no están armados. Los tifosi, los radicales de la Juve, están en la otra punta del estadio. Aquí, en el sector Z, la abrumadora mayoría es pacífica. Hay familias. Sólo piensan en escapar, mas no hay escapatoria. Los rojos están desatados, avanzan en oleadas, tiran piedras, tienen garrotes metálicos y trozos de botellas. Están excitados por la huida del enemigo. La policía no es consciente de la algarabía. Con el muro no se va nada y tardarán en reaccionar. Los juventinos buscan una escapatoria. Ilusos, no saben que están llamando a las puertas del infierno.

29/V/1985. 19:24. Hay unos 5.000 italianos. Están siendo empujados y espoleados en busca de una salida. Hay vallas. Por entonces hay vallas. Separan a los aficionados del césped con el fin de evitar incidentes y ocupaciones ilegales del césped. Detrás de las vallas hay un muro de dos metros de alto. Llegado el momento se buscará la llave de la valla. No aparece. Ley de Murphy. Cuando todo sale mal, siempre puede empeorar. Hay dos puertas. Ambas están cerradas. Supuestamente por razones de seguridad. De las puertas, del muro, hasta el terreno de juego, hay otra caída de otros dos metros de altura. De repente se derrumba. El muro se derrumba. La valla cae sobre los italianos. El alambre de púas cae sobre los italianos. Los espárragos de Rommel están listos para el combate.
29/V/1985. 19:32. Silencio. Más de un centenar de personas no dan señales de vida. Gritos. Lloros. Con el muro y la valla decenas han caído a plomo. Son 39. Treinta y nueve. Por entonces poco se sabe. Pero se intuye. Serán 39 muertos. La policía detiene a un innombrable que aprovecha la tragedia para buscar carteras en los bolsillos. El ser humano es depreciable. Los ingleses, borrachos, orinan. Mean sobre los cuerpos sin vida de los juventinos. Se llama a todo médico disponible en Bruselas y los taxis hacen de ambulancias improvisadas. Es un pandemónium.
29/V/1985. 19:40. En las gradas hay caos y confusión. Aquellos con un transistor lo encienden. Los periodistas dan cuentan de lo sucedido. Lo hacen gracias a un español. Se llama Alejandro Andreu y es el responsable de comunicación de Coca-Cola, principal patrocinador de la Copa de Europa. Va arriba y abajo. Del campo a la tribuna de prensa. Los periodistas de la RAI movilizan a todo plumilla disponible para ayudar a los servicios de emergencia y llevar camillas al terreno de juego.
1989. Únicamente catorce personas fueron condenadas. Todos fueron absueltos tras recuso al entenderse que el homicidio había sido involuntario. Ni la UEFA ni los propietarios de Heysel ni las autoridades belgas fueron inculpadas. Ni el estadio de Heysel (en la actualidad profundamente remodelado) ni ningún otro recinto belga volvió a acoger una competición internacional hasta 1995. No se permitió el acceso de ningún club inglés a una pugna europea hasta 1990 y al Liverpool hasta 1991. Se consideró que el comportamiento de los hooligans no era un hecho aislado, sino un patrón que había que corregir. A finales de la década de 1980 las familias huían de los campos de futbol por miedo a la violencia, lo que fue motivo, entre otros factores, a un importante aumento en seguidores y practicantes del baloncesto. Hoy, el fútbol sigue siendo el deporte rey y vuelve a ser un evento familiar en el que se han incorporado con éxito niñas y mujeres de cualquier edad.
29/V/1985. 20:33. Se discute. Se negocia. En ningún momento se habla de la opción de suspender el partido. La policía belga se niega en rotundo. Y da sus razones. Da sus motivos. El ejército va a decretar el estadio de sitio. Se cierran bares, cines y restaurantes. Todo bruselense va de cabeza a su casa. Argumentan que necesitan entre tres y cuatro horas para mover a las 60.000 almas que hay en Heysel. Si el partido se suspende, ¿a dónde va toda esa gente? Con toda seguridad habrá vendetta y los muertos podrían ascender a miles. Son las ocho de la tarde y hasta la 01.00 de la madrugada no salen ni los vuelos chárteres rumbo a Liverpool ni los autobuses que cogerán la autopista camino de Turín. Hay que jugar el partido y luego sacar a toda esa marabunta del campo y en orden. Los últimos serán los periodistas.
29/V/1985. 21:03. Hace algo más de una hora que tenía que haber empezado el partido. No lo ha hecho todavía. Los futbolistas saben lo que sucede. En la puerta de los vestuarios hay gente ensangrentada. Otros lloran en busca de sus familias. Antonio Cabrini, futbolista de la Juve, se une a ellos. Boniek, delantero polaco blanquinegro, solloza. Pero en ese momento los jugadores se preparan para que el simulacro dé comienzo. El jefe de la policía belga, capitán Johan Mahieu, y el alcalde de Bruselas, Hervé Brouhon, apelan a jugar el partido para evitar una guerra civil. La plantilla de la Juventus y su cuerpo técnico se niegan a disputar el choque.
29/V/1985. 21:15. El partido comenzará. Lo hará por razones de orden público. Lo hará con 75 minutos de retraso. Lo hará con cerca de 400 personas hospitalizadas. Lo hará con el ejército belga movilizado por lo que pudiese suceder. Gaetano Scirea y Phil Neal, capitanes de Juventus y Liverpool respectivamente, salen micrófono en mano para leer un comunicado en medio del campo de batalla y explicar a los allí presentes que el espectáculo debía continuar. Ni Scirea ni ningún miembro de la Juventus quería jugar el partido. Nadie comprendió lo que estaba a suceder.
29/V/2025. 22:29. Minuto 58 de partido. La primera parte había sido un truño. La segunda había comenzado con la misma sensación de parálisis. Pase en largo de Platini a la carrera de Boniek. Controla de cabeza y es derribado. Cae. Penalti. Alza los brazos. No lo es ni por asomo. Ha caído a un metro del área tras la zancadilla de Gary Gillespie. Nadie protesta. El locutor de la RAI no avista emoción alguna. Todos aceptan la decisión como hecho consumado. Michel Platini engaña a Bruce Grobelaar y adelanta a la Juve. Platini corre agitando el brazo derecho con el puño cerrado al frente del sector Z. Luego se arrepentirá de aquella celebración. El hedor de la muerte flotaba en el aire. Cuarenta años después sigue arrepintiéndose. Cuatro décadas más tarde Heysel sigue hediendo a cadáver. La final, como consecuencia del trágico suceso, se disputó en un clima enrarecido y con algunos cadáveres todavía visibles desde ciertas zonas del estadio.
29/V/1985. 23:30. La Juventus ha ganado su primera Copa de Europa. Hay vuelta de honor. Es un rodeo fugaz. Hay ira, tristeza y vacío. Unos 2.300 agentes conducen a la multitud por oscuros pasillos de camiones y los escoltan bajo vigilancia camino de numerosos autobuses. De ahí no se va ni dios a pie. De allí no se forma ningún grupito con ganas de venganza bajo ningún concepto. Bruselas está bajo control del ejército. No hay un alma en las calles. Sólo sirenas. Sirenas de policía. Sirenas de ambulancia. Ocurre que la tragedia calma los ánimos. Sólo hay ocho detenciones. Todas inglesas. Hay un silencio atónito.
30/V/1984. 06:30. Amanece. Los barcos han partido del puerto de Ostende para transportar a los ingleses a su isla. Los aeropuertos ya dieron buena cuenta de unos y otros a altas horas de la madrugada. El tráfico en las autopistas vuelve a su normalidad tras acotar varios carriles que llevaban a los italianos rumbo sur a Turín. En un hospital militar de Bruselas los médicos forenses dan cuenta de las primeras autopsias. Serán 39 fallecidos. Treinta y dos italianos, cuatro belgas, dos franceses y un inglés. Nadie llegaba a los 60 años. La mayoría están en la flor de la vida. Hay un niño de diez años. Iba con su padre.
30/V/2025. Hoy Heysel no existe. O sí. Existe. Pero es otro estadio. Cuenta con capacidad para 50.000 espectadores todos con localidades de asiento. Es un coliseo de máxima categoría UEFA en términos de accesibilidad y comodidad. Se rebautizó en 1995 con el nombre de Estadio Rey Balduino, en honor al que fue rey de Bélgica durante cuatro décadas. A las afueras hay un monumento iluminado con 39 luces en conmemoración a cada uno de los fallecidos. En la grada Z hay dos vallas, ambas abiertas, para recordar aquello que nunca tendría que haber sucedido.

“El partido no debería haberse jugado. No podemos estar orgullosos de esa Copa de Europa. No repetiría el desfile de la victoria alrededor del campo. Esos 39 muertos merecen respeto”. Michel Platini, futbolista del Juventus FC.
“Solo quería acabar el partido y ver que mi familia estaba bien. Me daba igual el penalti en contra. Ganar o perder era secundario”. Ian Rush, futbolista del Liverpool FC.
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