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Auge y caída de Nikolai Starostin (un retrato del stalinismo) 2ª parte

Dado que a través del fútbol no podía luchar contra Starostin y su Spartak, Lavrenti Beria y su NKVD decidieron cambiar de táctica. Tras unos primeros meses caóticos, la URSS consiguió frenar al ejército alemán a las puertas de Moscú en diciembre de 1941. Establecido el frente, el NKVD obtuvo vía libre para apresar, juzgar, encarcelar y ejecutar a cualquier ciudadano acusado de supuesta o real traición al régimen. El 20 de marzo de 1942 Lavrenti Beria ordenó la detención de Nikolai Starostin y de sus tres hermanos acusándolos de traición a la patria. Como dictaba la costumbre de la época, Nikolai fue llevado a la ‘Lubianka’ para un primer interrogatorio.

La escena era terrible. En un sótano, apenas iluminado y con fuerte hedor a cloaca y humedad, el acusado se sentaba tras una mesa aguardando ser interrogado. Tras una espera que podía contarse en horas y después de un tenso silencio, un comisario político preguntaba al detenido si estaba dispuesto a confesar. Muchos revelaban cualquier cosa esperando que la NKVD se mostrara compasiva. Otros callaban sabiendo del riesgo de mantener su inocencia. Nikolai Starostin fue uno de estos últimos.

Desde ese momento el acusado sabía que su suerte estaba echada. Durante semanas Nikolai estuvo subsistiendo en poco más de tres metros cuadrados. La luz estaba encendida día y noche para imposibilitar que Starostin pudiese conciliar el sueño. Desde las 22:00 horas hasta las 07:00 horas del día siguiente era llevado a una sala de interrogatorios donde únicamente le preguntaban si estaba dispuesto a confesar, mientras sus captores le sometían a golpes y patadas por todo el cuerpo que aumentaban en frecuencia en la misma medida que se multiplicaban los vasos de vodka.

Pasado un tiempo, y ante la fortaleza y fama del preso, la NKVD tuvo que buscar una acusación. Se le atribuyó la preparación de un atentado contra Stalin el día del famoso partido de exhibición de la Plaza Roja. Nikolai lo tuvo fácil para defenderse. Argumentó que era imposible que desde el terreno de juego pudiese atacar a Stalin y que bajo la camiseta y el pantalón de deportes era inverosímil que lograse esconder un arma. Además, Stalin estaba rodeado de miembros del ejército y de la NKVD, incluido Beria. Ante esos argumentos a los acusadores no les quedó más remedio que callar, porque acusar a Starostin de atentar contra Stalin equivalía a proclamar la incompetencia de la NKVD y de su líder supremo.

Al igual que Nikolai sus hermanos estaban aislados en zulos similares. No se sabe bien como, pero NIkolai consiguió hacerles llegar una nota en la que les indicaba que se mantuviesen firmes y callados y que cuando se les acusase de algo tan sólo dijesen que no tenían ni idea de nada. Lo único que tenían que decir es que quien estaba al tanto de todo era su hermano mayor. Al final, a Beria no le quedó más remedio que acusar a Nikolai Starostin y a sus hermanos de fomentar el deporte burgués. Era una acusación fácil de demostrar y ante la que no se podrían defender. Era una pena menor, si por menor se puede concebir pasar diez años de trabajos forzados en un gulag, campos de trabajo en lugares extremos de la estepa siberiana. Se habían librado de la muerte aunque iban a ser enterrados en vida. Nikolai ordenó a sus hermanos que aceptasen la condena y que manifestaran su amor por el deporte burgués como un mal menor. La acusación final alegaba que “los hermanos Starostin han vivido por encima de sus posibilidades, han recibido regalos del extranjero y han dado premios especiales para motivar a los deportistas”.

Dentro de la desgracia Nikolai Starostin fue un afortunado. Era un personaje de gran fama en toda Rusia y si no hubiese sido por el fútbol la condena hubiese sido mucho mayor. Aun así, Starostin recorrió la geografía de la URSS junto a miles de sus compatriotas ayudando a industrializar el país bajo condiciones infrahumanas. La Rusia campesina del zar Nicolás II pasó a ser una potencia industrial bajo Stalin gracias a unos planes quinquenales basados en la expropiación y en los trabajos forzados. En la ciudad siberiana de Ujta, a la que llegó tras un viaje de tres meses en tren, Nikolai Starostin tuvo la suerte de trabajar como enfermero en el hospital (forma eufemística de decir que transportaba cadáveres de la cámara mortuoria al crematorio) y allí conoció a un médico que lo reconoció y que consiguió que le dieran el encargo de crear un equipo de fútbol para mejorar la condición física de los reclusos. En su autobiografía Nikolai recordaba que veía pasar frente a sus ojos a unos cuarenta muertos al día. Pronto fue llamado de gulag a gulag para ejercer de entrenador. Con el paso de los meses los jefes de los distintos campos de trabajo se lo rifaban para tenerlo a sus órdenes.

Una noche de 1948, con seis años de condena a cuestas y con la II Guerra Mundial ya finalizada, despertaron a Starostin en plena madrugada. Tenía una llamada de teléfono de Stalin. Pero no del gran líder, sino de su hijo, Vasili Stalin, vástago del dictador. Vasili era el jefe de las Fuerzas Aéreas, un loco del fútbol, un alcohólico reconocido, y, lo más importante, mantenía una conocida rivalidad en las esferas de poder con Lavrenti Beria, quien había salido muy reforzado del conflicto bélico y era el candidato más plausible para suceder a Stalin padre. El objetivo de Vasili era contratar a Starostin como entrenador del VVS (el equipo de las fuerzas aéreas) y de paso fastidiar al Dinamo de Moscú de Beria que durante esos años de posguerra reinaba a sus anchas en la liga soviética.

A pesar del poder del hijo de Stalin la autoridad de Beria era mucho mayor, por lo que Vasili Stalin tardó dos años en sacar a Starostin del gulag de Amur (a orillas del Pacífico) en el que se encontraba para trasladarlo a Moscú. El problema es que Beria, inteligente como era, sólo le regalaría la libertad a Starostin a cambio de que no volviese nunca más a Moscú. A Stalin hijo no le valía de nada tener a Nikolai libre si no podía llevarlo a la capital para que entrenase a su equipo de fútbol.

La solución fue propia de un loco. Vasili Stalin se puso al mando de un comando de asalto formado por hombres de su regimiento, abordó el gulag, metió a Starostin en un avión del ejército y lo trasladó en secreto a su dacha de las afueras de Moscú. Lo confinó en su propia habitación. Sólo salía de allí para ir al baño. Cada vez que tenía que dirigir un entrenamiento del VVS una patrulla militar lo acompañaba para mantenerlo protegido de la NKVD de Beria. Al volver del campo de entrenamiento, Starostin tenía que regresar directamente a la habitación de Vasili. Incluso en ocasiones, cuando Vasili estaba borracho –lo cual era su estado natural- Nikolai compartía lecho con el hijo de Stalin y su arma reglamentaria (que siempre quedaba debajo de la almohada).

La situación kafkiana se sostuvo durante un par de meses. Una noche, aprovechando una de las bacanales de Vasili, Nikolai Starostin escapó por una ventana y se marchó a su casa. Por primera vez en ocho años iba a ver a su mujer y a su hijo. Es de imaginar la emoción del momento. Más quizás podría engañar al borracho de Vasili pero nunca a la sanguijuela de Beria. Al levantase, poco antes del alba, dos hombres del NKVD de Beria estaban en la puerta de su casa preparados para detenerlo. Ni tan siquiera Vasili Stalin logró contener la ira del líder de la NKVD, por lo que Starostin le pidió que no se entrometiera y le dijo a Beria que estaba dispuesto a seguir cumpliendo con su condena.

Aun así la victoria del líder de la NKVD no pudo ser plena. Intentó enviarlo nuevamente a un gulag pero ya no fue posible. A pesar del control estatal la gente de Moscú seguía teniendo vivo el recuerdo de Starostin. Los últimos años de condena de Nikolai fueron más llevaderos. Los pasó en una cárcel de Alma Ata (Kazajstan) viviendo en un régimen de semiarresto, durmiendo en una celda, pero ejerciendo de entrenador del equipo de la población local.

Nikolai se encontraba en su celda de Alma Ata cuando el 5 de marzo de 1953 Iosef Stalin moría víctima de una insuficiencia cardiaca. Durante las siguientes semanas hubo una lucha por el control del Partido Comunista entre Molotov, Malenkov, Kruschev y Beria. A pesar de que éste último se hizo con el mando en un primer momento, Kruschev supo ganarse a los dos primeros y acusó a Beria de traición y de actividades capitalistas (malversación de fondos y cohecho). Lavrenti Beria probó de su propia medicina y fue ejecutado en junio de aquel año. Nikita Kruschev inició entonces su mandato, una década de medrosas aperturas y búsqueda de las esencias del comunismo. Un proceso que se dio a conocer como desestalinización, o lo que es lo mismo, la eliminación del culto a Stalin.

Así, en 1955, los cuatro hermanos Starostin, al igual que miles de soviéticos, fueron liberados de los gulags poniendo fin a dos décadas de campos de concentración, represión, muerte y trabajos forzados. Para Nikolai Starostin, con 53 años, comenzaba una nueva vida. Una vida que pasaba por y para el fútbol.

Nikolai fue recibido por miles de personas a su llegada a Moscú y hábilmente fue rehabilitado. Fue nombrado presidente del Spartak de inmediato y se le dio el cargo de entrenador de la selección soviética de fútbol.

El Spartak había quedado desmantelado durante la guerra y no volvió a ganar una Liga hasta 1953, justo el mismo año de la muerte de Stalin y de Beria. A pesar todo, Nikolai demostró tener cintura y comprender que sin perdón no habría paz. Cuando en 1956 la URSS se proclame vencedora en el torneo de futbol de los Juegos Olímpicos de Melbourne, el once inicial estará formado por una mezcla de jugadores del Dinamo, liderados por Lev Yashin y del Spartak, comandados por Igor Netto. Esos dos jugadores serían la base del equipo que ganaría la primera Eurocopa de la historia cuatro años más tarde.

Starostin había vuelto de la muerte y con la victoria en los JJ.OO se había convertido en un héroe nacional. Pidió permiso para centrarse en la presidencia de su Spartak y abandonó el cargo de técnico de la selección con el visto bueno de un Kruschev que vio en Starostin una forma de afianzar su poder delante del pueblo.

Nikolai Starostin fue presidente del Spartak de Moscú hasta 1994. Tuvo tiempo de sufrir un descenso, pero también de disfrutar con la hegemonía de su equipo en los años finales del comunismo y en los primeros del postcomunismo liderados por la última gran generación ‘spartakista’ de Dasaev, Mostovoi, Popov, Radchenko, Onopko o Karpin. Tuvo además la visión de transformar a un club amateur en uno capitalista, y de hecho, el Spartak fue el único club soviético que mantuvo su estructura ejerciendo un dominio en la nueva Liga rusa hasta que en el siglo XXI los millones del gas y el petróleo hicieron su aparición.

En 1996, a los 94 años de edad, Nikolai Starostin falleció. A pesar de ser el mayor fue el más longevo de sus hermanos. En una de sus últimas declaraciones afirmaba que “los futbolistas de hoy tienen dinero pero no cultura. Sólo se interesan por los vídeos y el rock. En mi época yo me codeaba con la élite cultural, dramaturgos, bailarines y pintores”. Palabras que recogen lo mejor del ciudadano soviético dichas por un hombre que sufrió la represión comunista.

Una estatua suya de bronce preside hoy la entrada del Spartak Arena, el flamante estadio del Spartak de Moscú construido con motivo de la celebración del Mundial de Rusia de 2018.


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