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Una historia del destino: Edwards y Charlton

El partido de vuelta de cuartos de final de la Copa de Europa entre el Estrella Roja y el Manchester United llega a su fin. Es el miércoles 5 de febrero de 1958. Tras una cómoda ventaja de 0-3 al descanso, los yugoslavos fueron capaces de empatar el partido después de una segunda parte soberbia. Habían rozado la hazaña, pero el empate (3-3) era insuficiente para levantar el 2-1 en contra de la ida. La estrella del partido es el inglés Bobby Charlton, que en su tercer partido europeo marca dos soberbios goles. Charlton apenas tiene 20 años y juega de mediapunta. Sus espaldas están resguardadas por un mediocentro colosal, el estandarte de la selección inglesa. Se trata de Duncan Edwards, otro joven valor, en este caso de 21 años, con un presente esplendoroso y un futuro prometedor.

Nada existe por el azar al igual que nada se crea de la nada. Eso era el destino para los griegos. Decía Aristóteles que la naturaleza humana está orientada hacia un fin, y ese fin último es la felicidad. La pregunta que teólogos y filósofos de entonces, de después y del mañana se hacen es resolver el porqué. ¿Por qué no todos podemos disfrutar de ese fin? ¿Por qué si el destino no está prescrito, no es concebible y es vivible, se ceba en unos y no en otros? Supongo que preguntas como esta rondaron día tras día la vida de Bobby Charlton. Digo rondaron en pasado porque, aunque Charlton sigue vivo ya pasados los 80, el alzhéimer hace tiempo que se ha encargado de destrozar sus recuerdos. Esta leyenda del fútbol no lo hubiese sido si el destino no lo hubiese querido. Porque Bobby Charlton era bueno, muy bueno, pero dicen que no era tan bueno como Duncan Edwards.

Quiso el destino que Edwards dejara este mundo antes de tiempo.

Mucho antes de tiempo.

Al acabar el partido la plantilla del United y del Estrella Roja confraternizaron alrededor de unas cuantas botellas. Tras una noche de alcohol a la mañana siguiente tocaba coger un vuelo rumbo a Londres, previa escala en Múnich. Era un vuelo chárter, algo inusual en la época, porque el día 8 el United tenía que jugar en Inglaterra ante el Wolverhampton un encuentro liguero. Busby, técnico y factótum de los Diablos Rojos, trato de atrasar el partido, pero la Federación Inglesa se negó, por lo que tuvo que alquilar un avión para poder llegar a tiempo a Inglaterra tras jugar apenas 48 horas antes el citado encuentro europeo frente al Estrella Roja.

Edwards y Charlton se conocieron en el verano de 1956. Duncan Edwards había sido colegial en los cuarenta y era adolescente en los cincuenta. Pertenecía a esa generación feliz que dejó atrás la guerra. Edwards cumplía con todos los tópicos. Era honrado, superlativo, fuerte y simpático. Era la encarnación de las fantasías infantiles. El niño bueno que a base de trabajo, talento y esfuerzo había logrado su sueño siendo humilde y excelente persona. En el campo era un box to box. Un hombre que tenía tanto talento y estilo como fuerza y serenidad.

Tras la resaca, la expedición del United se dispuso a desayunar y a abandonar el hotel. Era la mañana del jueves 6 de febrero. Subieron a un autobús y pusieron rumbo al aeropuerto de Belgrado. Eran 44 personas entre futbolistas, técnicos, directivos y periodistas. Cuando llegaron al control de pasaportes tuvo lugar el primer inconveniente. Johnny Berry, un hábil extremo derecho, no encontraba su pasaporte. Buscaba y rebuscaba sin suerte en su maleta hasta que cayó en la cuenta de que el pasaporte había quedado olvidado en su habitación. Una hora después un empleado del hotel aparecía en taxi con el susodicho visado. El vuelo a Londres, con parada para repostar en Múnich, salía con una hora de retraso.

Como Robben, Bobby Charlton era tímido y eternamente calvo. Hijo de minero y de una madre de porcelana que hasta el matrimonio fue una fenomenal futbolista, Charlton combinaba elegancia y espectacularidad. Un trescuartista capaz de silenciar a una multitud a la espera de un pase, un cambio de dirección, un disparo o una decisión. Uno de esos futbolistas capaz de levantar del asiento a periodistas y aficionados de mirada triste.

El Airspeed Ambassador, que era el nombre de aquel pájaro de hierro, aterrizó en el aeropuerto de Múnich a eso de las 14.00 horas. Había una soberana capa de hielo en la pista y los copos de nieve caían sin cesar. Tras el repostaje el comandante intentó despegar, pero un extraño ruido en el motor y el asfalto helado le hicieron rectificar. Tras unos minutos hubo un segundo intento. Las sensaciones fueron las mismas y a los contratiempos hubo que añadir una fuerte ventisca. Se ordenó a los pasajeros tomar un café en la terminal mientras se revisaban los motores y se echaba sal a la pista de despegue.

Aquel equipo era conocido como los ‘Busty Babes’. Matt Busby había reclutado a unos adolescentes extraordinarios a inicios de los 50 que tocaron el cielo al ganar la Liga en 1956. Duncan Edwards lideraba un equipo que seguía la máxima de que el balón es redondo y debe rodar por el césped, algo poco frecuente en aquella Inglaterra. Jugaban a un toque y con un desparpajo sin igual. En 1957 aquellos imberbes habían caído ante el todopoderoso Madrid en las semifinales de la Copa de Europa, pero para 1958 el objetivo era ganarla. Edwards, que sumaba 18 internacionalidades con 21 años -un récord estratosférico de la época-, había acogido bajo su ala a Charlton, de 20 años recién cumplidos, y que aquella temporada se había ganado un puesto en el once titular tras dos años alternando la cantera y el primer equipo. “Deja de pedir un puesto en el equipo y robalo”, le había dicho Edwards a Charlton el verano anterior.

Por tercera ocasión, a las 16:05 del 6 de febrero de 1958, el comandante, que respondía al nombre de James Thain, se dispuso a intentar el despegue que creía definitivo. Por entonces el miedo ya estaba presente entre los pasajeros. La mayoría hubiese preferido hacer noche y esperar al día siguiente, pero el compromiso ante el Wolverhampton era ineludible si el United no quería hacer frente a una sanción y a la pérdida del partido. El caso es que el avión se deslizó por la pista incapaz de coger la altura suficiente. Se estrelló en una colina cercana en la que había una casa deshabitada. Pronto las llamas hicieron su aparición. El avión se había partido en dos.

Por entonces Charlton aún no había sido internacional. Lo sería meses más tarde, pero le costó alcanzar la madurez. Eres incapaz de meter la pierna, le decían. Un jugador al que se admira, pero al que los niños no deben imitar. La pelota puede rebotarle en el estómago que se mantendrá indiferente, se comentaba. Duncan Edwards llevaba desde los 18 siendo una estrella. “No recuerdo ningún jugador tan grande que se mueva a tal velocidad”, diría de él Stanley Matthews, el mito viviente, el primer Balón de Oro de la historia.

En el mismo momento en el que el avión se partió en dos las llamas comenzaron a brotar por todo el fuselaje. El horror hace su aparición. Muchos quedan calcinados en sus asientos, otros saltan por los aires con algún miembro partido. Alguno de los supervivientes es incapaz de soltar el cinturón de seguridad mientras agoniza a la espera de una ambulancia.

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El infierno con alas

Fueron 23 los fallecidos. Hubo periodistas, técnicos y directivos. Entre los futbolistas perecieron Geoff Bent, Eddie Colman, Mark Jones, Bill Whelan, David Pegg, Roger Bryne y Tommy Taylor. Los tres últimos eran internacionales con Inglaterra. Todos ellos estaban comenzando a disfrutar de la vida.

Entre los supervivientes destacaba Bobby Charlton. Milagrosamente quedó intacto a pesar de que su asiento saltó por los aires hasta topar con la nieve. Impresionado y aturdido, fue incapaz de ayudar a sus compañeros. Quien sí lo hizo fue Harry Gregg, el portero del United, que ayudó a sacar del avión tanto a Matt Busby como a Duncan Edwards.

Aquello dolió lo indecible, pero la conmoción adicional de la tragedia la iba a traer Duncan Edwards. Justo una semana después, Matt Busby respondía, sin que se le esperase, a los estímulos de los médicos cuando horas antes le habían dado la extremaunción. Tendría que seguir hospitalizado en Múnich, aunque se recuperaría. Los futbolistas supervivientes también iban a poner rumbo a Londres con la excepción de uno. Duncan Edwards tenía un riñón perforado y había sobrevivido a un trasplante de urgencia hecho a través de uno artificial. Pero el invento no funcionaba y la sangre de Edwards se coagulaba.

Fueron quince días lo que el héroe de los tres leones estuvo luchando entre la vida y la muerte. Aquel gigante con pies de funambulista y corazón de león expiró a los 21 años causando un dolor nacional. 5.000 personas acudieron a su entierro en la pequeña aldea de Dudley, en cuyo cementerio su padre ejercía de jardinero. En la iglesia del pueblo una hermosa vidriera con su imagen mantiene vivo el recuerdo de un jugador brillante y con coraje que dejó una sensación de obra incompleta.

Días antes de volver a Inglaterra Jimmy Murphy, segundo técnico del United, visitó a Edwards obviando la verdad sobre su estado. En la charleta, Edwards le dijo a Murphy que estaría listo para jugar contra los Wolves, pero que si no conseguía llegar a tiempo tenía que ser Charlton el encargado de liderar al equipo.

Lo cierto es el partido ante el Wolverhampton se volvería a aplazar, pero el 19 de febrero, dos días antes del fallecimiento de Edwards y apenas 13 días después del accidente, el Manchester United tendría que jugar sí o sí ante el Sheffield Wednesday. La idea es no jugar, pero a las oficinas del United llegan miles de cartas y de sobres de dinero para que el club pueda seguir participando tanto en la Liga como en la Copa de Europa, en un tiempo en el que un futbolista tenía el mismo sueldo que un carpintero. Finalmente, un United plagado de juveniles derrota al Sheffield en un encuentro donde el programa del partido se dejó en blanco y en el cual no se nombró por megafonía a ninguno de los nuevos jugadores. Todos, juveniles y fallecidos, eran parte del United.

Bobby Charlton vería desde el palco aquel encuentro, Había decidido no volver a jugar al fútbol impactado por la tragedia y avergonzado por no auxiliar a sus compañeros. El United sólo ganaría un encuentro de Liga de los 14 disputados de ahí a final de temporada. Quedó eliminado de manera honrosa (2-5 en el global) ante el AC Milan en las semifinales de la Copa de Europa. Charlton no jugaría ninguno de esos encuentros. Tardó semanas antes de volver a calzarse las botas.

Matt Busby tardaría un lustro en recuperar a los Diablos Rojos. El United ganaría la Liga en 1965 y 1967 y al año siguiente se convertiría en el primer conjunto inglés en ganar la Copa de Europa. Por entonces una nueva generación comandada por George Best y Denis Law lideraba a un grupo maravilloso. De los supervivientes de la tragedia de Múnich de diez años atrás se mantenía el portero, entonces suplente, Harry Gregg, el defensa Bill Foulkes…y el por entonces capitán Bobby Charlton.

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Bobby Charlton (sentado a la izq de Matt Busby)

Meses después de la tragedia de Múnich, Charlton debutó con Inglaterra y su trayectoria no tendría picos de sierra siguiendo una línea continua con un punto álgido en el Mundial de 1966. Quiso el destino que Charlton ocupase el lugar de Edwards como el futbolista más importante de la nación más importante del deporte más importante jamás inventado. Pocos como él pueden presumir de ser campeones de Europa de clubes, del mundo con su selección y tener el Balón de Oro.

Y ninguno de todo eso y de haber sobrevivido a un accidente de avión.

Y mientras todo esto sucedía Duncan Edwards acumulaba malvas en un pequeño cementerio de los midlands ingleses.

Duncan Edwards era mejor jugador que Bobby Charlton. “Era bueno con la derecha, bueno con la izquierda, con un extraordinario remate de cabeza y muy sólido en defensa. Era capaz de ponerte un balón a sesenta metros de distancia”, diría de él Charlton. “Tan sólo Edwards y Pelé me han hecho sentirme inferiores en un campo de juego”, contaría en otra ocasión. Quizás el recuerdo exagere el comentario, pero los hechos y los datos recogidos de aquel joven centrocampista reafirman lo pensado.

Quiso el destino que Edwards fuese un sueño y Charlton su realidad.

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