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Benito Floro

Por entonces el hombre de moda era Silvio Berlusconi. Il Cavaliere representaba todo lo que la opulencia del capitalismo podía ofrecer. La historia de un hombre hecho a sí mismo que había triunfado a base de kilos de trabajo, una cucharada de fortuna y una pizca de corrupción. Dinero y mujeres a espuerta, todo lo que se le podía pedir a la vida a finales de la década de 1980. El momento dorado del vale todo. Berlusconi añadió una muesca más a todo ello. Se compró el AC Milan al mismo tiempo que invertía en un canal de televisión. Era el amo. Luego se meterá en política. Y siempre triunfará. Siempre. En España estuvo Jesús Gil. En Francia Bernard Tapie. Ninguno de ellos le llegó ni a la punta de la punta del dedo meñique del pie izquierdo a Don Silvio.

El caso es que Berlusconi aterriza en Milán (no es una metáfora dado que descendió en helicóptero en el circulo central del tapete verde de San Siro) en 1986. Ocurre que los rossoneri llevan casi una década sin lograr un título. Por el camino habían tenido que pasar por la vergüenza de descender a la Serie B. La tarea que Berlusconi tiene es hercúlea y en su primera campaña como dirigente el AC Milan cae en una primera ronda de la copa italiana frente al Parma FC, por aquel entonces un modestísimo club de la tercera categoría italiana. Entrena a aquel equipo un joven técnico llamado Arrigo Sacchi, quien propone un achique de espacios al formar con una línea adelantada de cuatro defensores que buscan permanentemente el fuera de juego y con dos puntas que siempre apoyan al centro del campo acortando el campo de una forma nunca antes vista.

La temporada siguiente el AC Milan gana la Serie A y después suma dos Copas de Europa consecutivas. Es el equipo de moda. El Milán de los holandeses. El Milán de Sacchi.

Todo el mundo entonces pretende reconstruir el modelo que ha llevado al AC Milan a dominar el fútbol europeo. El Real Madrid es uno de esos equipos. Los blancos viven una época de éxitos. Ganan cinco ligas consecutivas a lomos de la Quinta del Buitre y lo hacen con un fútbol precioso y ofensivo que cautiva al aficionado.

Pero pinchan en Europa. Año tras año. Dos veces consecutivas ante el AC Milan. Una de ellas con un 5-0 de por medio. Y se acercan irremediablemente a las tres décadas sin conseguir una Copa de Europa. El estrés es incesante y las críticas elevan el tono.

Esos fracasos europeos le cuestan el puesto en el banquillo a Leo Beenhakker. Se contrata en su lugar a John Benjamin Toshack, quien repetirá éxito en España y fracaso más allá de los Pirineos. Se tira de remedio casero al llamar a filas a Alfredo Di Stéfano para luego contratar a Radomir Antic para ser despedido, sorprendentemente, cuando marchaba líder en Liga. Por entonces la situación había cambiado. Y había cambiado como calcetín dado la vuelta. Butragueño y compañía han iniciado lo que será un rápido y brusco declive y en Barcelona germina un equipo espectacular con sello propio que cambiará para siempre la historia del club. Es el llamado Dream Team que, dirigido por Johan Cruyff, llevará la primera Copa de Europa a la Ciudad Condal.

La Copa de Europa en color. El Madrid tiene seis. Pero las seis son en blanco y negro.

Toca hacer algo. Y toca hacerlo rápido.

AC Milan 5-0 Real Madrid 1989

Benito Floro había colgado las botas apenas rebasada la veintena. No pasa de futbolista de Tercera, al igual que Arrigo Sacchi. Comienza a entrenar a equipos de la zona levantina acumulando algún que otro ascenso en categoría regional hasta que en 1989 lo contrata el Albacete Balompié, que entonces ocupaba el tercer escalón del fútbol español conocido como Segunda División B.

Floro logrará dos ascensos consecutivos y en la temporada 1991/92 realizará una soberbia campaña con el Albacete que a punto estuvo de otorgar a los manchegos la oportunidad de jugar competición europea. Todo se torció por un mal final de temporada donde se perdieron seis de los últimos ocho encuentros. El juego de aquel equipo se asemejaba, con las limitaciones de los jugadores disponibles, con los de aquel AC Milan. No es de extrañar que saliesen aplaudidos en campos de tronío como San Mamés y de otros más modestos como Vallecas.

En aquella escuadra destacaba José Luis Zalazar, un mediocentro uruguayo con un desplazamiento de balón fabuloso y fortísimo disparo y Luis Conejo, un guardameta costarricense de los primeros que salía jugando al primer toque funcionando como un líbero. Pero lo más llamativo de aquel conjunto bautizado por la prensa como Queso Mecánico era su psicólogo. Benito Floro había decidido contratar a un profesional médico para que enseñara a aquellos chicos a gestionar la presión de ser futbolistas de élite.

Con esa carta de presentación el Real Madrid se interesa por Benito Floro. Lo hacen ya tiempo atrás cuando el técnico aun dirige al Albacete en Segunda División. Ramón Mendoza, presidente merengue, no llega a un acuerdo para firmar a Floro a mitad de temporada cuando Di Stéfano aparecerá como apagafuegos y, finalmente, se acabará apostando por Radomir Antic. Lo más curioso del caso es que Mendoza firmará al colombiano Pacho Maturana para el banquillo blanco, pero los buenos resultados de Antic harán que se cancele el contrato de Maturana y se le pague una indemnización. El caso es que Antic nunca fue santo de devoción de Mendoza (de ahí que fuese despedido siendo el Madrid líder) y en 1992 el presidente blanco podrá por fin fichar a Benito Floro. Para Mendoza esté tendrá que ser su Arrigo Sacchi.

Benito Floro

Lo primero que hace Benito Floro es recolocar a Fernando Hierro como centrocampista. Esa había sido la posición inicial del malagueño, aunque Antic lo había convertido en central. Volverá al centro del campo (allí jugará también el Mundial de 1994). Hierro no tenía agilidad para girar rápido, siempre según Floro. Ocurre que era el hombre ideal para funcionar como pistón, al estilo de Ruud Gullit, y hacer de box to box para tocar el balón y encimar al contrario al inicio de la presión. Floro se reúne con Mendoza y es claro y rotundo. No había competitividad suficiente. Había jugadores buenos individualmente, pero el grupo era inexistente. La Quinta del Buitre estaba de vuelta de todo y tanto Hugo Sánchez como Gordillo estaban en el ocaso de sus carreras. Para Floro tan sólo Lasa y Villarroya podían pegar un grito en ese vestuario, pero ambos eran jugadores con ascendencia irrisoria sobre los demás.

Venía el Madrid de perder una Liga en el último minuto en Tenerife, tras lo que vendría la conquista de la Copa de Europa azulgrana. Aquel equipo estaba tocado y hundido.

Y fue entonces cuando Benito Floro pidió contratar a un psicólogo.

Aquello no gustó.

El Real Madrid era un brontosaurio. Un gigante anclado en el pasado. Si ya era raro contar con un psicólogo, mucho más en Concha Espina. En el Real Madrid, el club de la furia, de la caballerosidad y donde todo buen jugador debe dejarse los cojones luchando, aquello era un sacrilegio. A los hinchas no les gustó y la prensa sacó el cuchillo. Tras la primera derrota ante el Barça Floro llamó a los jugadores a capilla. Les dio un papel a cada uno con un test para que marcaran respuestas con una cruz. No había que firmar ni escribir nada. Había varias cuestiones sobre distintos aspectos, pero en lo que a la presencia del psicólogo se refiere, salvo dos o tres futbolistas todos los demás estuvieron de acuerdo. De puertas para afuera se decía eso, otra cosa era lo qué sucedía dentro.

Y no sólo eso. Los entrenamientos entonces eran a puerta abierta y se permitía de tanto en tanto la presencia de los aficionados. La prensa tiene acceso, aunque parcial, a las sesiones. Floro ensaya jugadas de estrategia tras saque de banda. No se entiende. Esta veinte o treinta años adelantado a su tiempo. Fuera de toda onda. No pintaba nada bien.

Y es que hubo derrotas. Y unas cuantas. Y cabreos con la directiva. Floro pidió mantener a Gica Hagi. Hubo que venderlo por cuestiones económicas. Pidió a Klinsmann y le ficharon a Zamorano. Y solicitó a un central que jugase bien el balón desde atrás como Roberto Solozábal y en su lugar vino un centrocampista técnicamente buenísimo, pero de vida disoluta como Rafael Martín Vázquez.

Benito Floro tuvo un problema a mayores. El mundo del deporte vivía entonces una guerra mediática entre José Ramón de la Morena y José María García. Sí estabas con uno estabas contra el otro. Floro decidió no conceder entrevistas a ninguno como objetivo de mantenerse imparcial y lo que consiguió fue que desde las ondas le lloviesen palos a un lado y otro de las ondas hertzianas.

Con todo, el apodado Benito el Breve resucitó tras una derrota en Sevilla en la decimoquinta jornada. A partir de ahí el Madrid no vuelve a perder en Liga hasta que en la última jornada toca visitar Tenerife por segundo año consecutivo. Se vuelve a caer y el título viaja in extremis a Barcelona como había ocurrido la temporada anterior.

Si ya antes pocos creían en el psicólogo, ahora ya no hay quien defienda a Benito Floro…

El milagro ocurre al vencer una semana después al Real Zaragoza en la final de Copa del Rey. Floro consigue una bombona de oxígeno y podrá comenzar la siguiente campaña.

Temporada 1993/94.

Solicita a David Ginola, Cafú y a Roberto Carlos. Le traen a Petr Dubovsky y a un brasileño desconocido llamado Vitor.

No hay un duro. Luego se sabrá que entre finales de 1990 e inicios de 1992 la plantilla del Madrid estaría sin cobrar. La situación económica es tan mala que no hay presupuesto para cambiar el césped del Bernabéu. Habrá un 0-0 ante Osasuna a mediados de diciembre que se jugará en un patatal. Toca tirar del siempre lesionado Robert Prosinecki y de la vieja guardia.

Una vieja guardia que no hace mucho caso a lo que dice ese advenedizo que nunca llegó a ser futbolista profesional.

Los comienzos son malos y se agravan con una eliminatoria copera ante…el Tenerife. El Real Madrid queda eliminado y en el descanso del partido de ida Floro tiró de testiculina para alentar a sus jugadores. Dio un portazo…y nadie lo siguió.

La situación se había quebrado.

Ramón Mendoza

Por aquel entonces Canal Plus había cambiado para siempre la forma de entender el fútbol. Las retransmisiones dejaron de ser planas para ser filmadas desde ángulos diversos y se apostó por meter los micrófonos dentro de los vestuarios o incluso en las solapas de los árbitros. Ocurría que el periodista era visto como amigo y clubes y jugadores vieron una buena forma de hacer negocio antes de que las marcas se expandieran globalmente y las redes sociales minimizasen la labor del periodista como transmisor entre deportista e hincha.

Existía un programa semanal deportivo conocido como El Día Después. Era revolucionario. Si hasta entonces los programas de deportes se centraban en presentar los goles y los resúmenes de los partidos de la jornada, El Día Después hace mucho más que eso. Pone el foco en las gradas, da voz a los aficionados y se preocupa por asuntos que van mucho más allá de los goles o de las polémicas arbitrales. Importa lo que tal jugador dijo o si a fulanito le apretaban las botas o si a menganito le agarraban en cada saque de esquina.

El Madrid cae ante el Paris Saint Germain en casa en encuentro de Recopa de Europa y el fin de semana siguiente visita al recién ascendido y modestísimo UE Lleida con el que caerá por 2-1.

En el descanso, con el Madrid perdiendo, un micrófono de El Día Después, el programa de Canal Plus, recoge unas palabras que pasarán a la pequeña historia del fútbol español.

“¿Dónde están esos cojones y la calidad y las ganas de jugar? ¡He dicho, maricón el que la pierda! Poniéndolos, poniéndolos, y nada más. Y lo demás son tonterías. Un día uno, un día otro, un día el equipo, pero estoy viendo… ¡Qué lamentable! ¿Dónde está el equipo? A tomar por culo el balón y las cagaditas, el pelele y lo otro y lo otro y quiero hacer mucho, total… ¡Joder, que sois el Real Madrid, hijos! Un montón de almas, un montón de cariño, un montón de déficit en el club”.

Aquello fue un shock. Mendoza llamó a sus despacho a Floro. Le dijo que no podía hablarles así a futbolistas internacionales. García y De la Morena lo masacraron. El profesor, el hombre que entrena con un psicólogo, no es más que pura fachada. El individuo que mira a los demás por encima del hombro es más soez que el que despotrica de su equipo con seis cervezas en el gaznate sentado en un taburete de un tugurio de mala muerte.

El martes hubo reunión de la Junta Directiva blanca. Todos eran conscientes de las carencias del equipo, de que no había el dinero necesario para contratar a dos o tres buenos jugadores y que, a pesar de todo, faltando diez jornadas para el final estaban a dos puntos de un Barça que aún tenía que visitar el Bernabéu. En un cara a cara con Floro la Junta Directiva votó mantener a Benito Floro en el cargo.

Pero Mendoza fue tajante.

El despido era consecuencia de aquella frase. Benito Floro estaba en la calle.

A Floro lo sustituyó en el cargo Vicente del Bosque, en la que fue la primera experiencia del luego campeón del mundo como técnico blanco. No fue buena. Únicamente ganó cinco de los once encuentros que dirigió. Al año siguiente Jorge Valdano le daría al Madrid un título liguero un lustro más tarde del anterior tras hacer debutar a Raúl, colocar para siempre a Fernando Hierro como central y abrirles la puerta de salida a sus antiguos compañeros Michel y Butragueño.

Benito Floro retornó a Albacete donde no pudo reverdecer laureles. Se convirtió en un trotamundos al entrenar en México, Ecuador, Marruecos, Costa Rica y Canadá y tuvo un último conato de éxito en el Villarreal CF de Juan Román Riquelme.

Benito Floro nunca fue Arrigo Sacchi.

Hoy todos los equipos de fútbol profesional cuentan con al menos un psicólogo en nómina.

Y muchos entrenan los saques de banda.

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