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Talant Dujshebaev

En 1992 no existía la Unión Soviética. El día de Navidad de 1991 se puso fin a la utopía comunista. Ya estaba herida de muerte tiempo atrás, aunque los clavos en el ataúd se habían puesto al caer el Muro de Berlín. Con todo, la retrospectiva es ventajista y ni los analistas ni los servicios secretos de medio mundo podían esperarse semejante colapso en apenas un puñado de años. El caso es que en 1992 se celebran los Juegos Olímpicos de Barcelona. Lituania, Letonia y Estonia compiten como países independientes. Rusia y otros estados de nuevo cuño lo harán bajo una bandera ficticia de color azul bautizada como CEI (Comunidad de Estados Independientes).

La CEI ganará decenas de medallas en Barcelona. Entre ellas la del balonmano masculino. Su jugador estrella es un hombre compacto de ojos rasgados que en vez de eslavo semeja asiático. Se llama Talant Dujshebaev y es nativo de Biskek, capital de Kirguistán. Se trata de un país de Asia Central, lugar de tránsito en la antiquísima ruta de las especias y que en la actualidad ha recobrado el pulso por la circulación de mercancías por tierra entre China y Europa. Antiguo hogar del Imperio Mongol, Kirguistán fue conquistada por la Rusia zarista y luego convertida al comunismo por los herederos de Lenin. Ocurre que, a la altura de 1992, Kirguistán no tenía suficiente fuerza como para volar por sí misma y rechazar el paraguas de la CEI.

Con todo a Dujshebaev no le importaba en demasía. Talant era un convencido comunista. Lamentó mucho la caída de la Unión Soviética. Residía en Moscú desde que fichara por el CSKA en 1986 y allí esperaba finalizar su carrera. De hecho, consumada la hecatombe, Dujshebaev pide la nacionalización como ruso, dado que entiende que es la Federación Rusa la que continuará con la idea de grandeza de la URSS. No será el único. Otro caso muy conocido es el del futbolista Valery Karpin quien, estonio de nacimiento, abrazó también la nacionalidad rusa.

No obstante, los planes no salen siempre como uno desea. La Rusia postcomunista es un caos. La mafia compró a precio de saldo los bienes del Estado y los nuevos ricos movieron miles de millones en efectivo y activos fuera del país en una enorme fuga de capitales. La depresión de la economía condujo al colapso de los servicios sociales y la corrupción extrema y el crimen organizado camparon a sus anchas. Talant es un personaje público y tiene miedo. No en vano un hermano suyo muere en un sospechoso accidente automovilístico mientras compite en Barcelona.

Ese fue el punto de inflexión definitorio para abandonar Moscú. Recibe una jugosa oferta procedente de una modesta ciudad española. Santander. Ciudad de la que, por supuesto, Talant no sabe absolutamente nada.

Dujshebaev

En 1975 se funda un equipo con el nombre de Club Balonmano Cantabria. Inmediatamente pasa a denominarse Club Balonmano Teka, gracias a la inyección de 25.000 pesetas de un empresario llamado José Gómez, gerente de Teka España. Se trataba de una empresa suiza de productos de cocina cuya fábrica y sede en España estaba sita en Santander. Los miles de pesetas pasarán a ser millones y a inicios de la década de 1990 el Teka es una potencia del balonmano. Contratan al portero sueco Mats Olsson y quedan dos veces subcampeones de la Liga Asobal. Para 1992 se sube la apuesta. Caja Cantabria pasa a formar parte del club y tres años después acabará comprándolo. A la larga eso será el fin y desaparición del equipo en 2008. Al Club Balonmano Cantabria le sucederá como a tantos otros equipos; vivirá del dinero público y la crisis financiera de 2008 acabará con el grifo infinito de billetes a coste cero. Pero antes de todo eso, a mediados de la década de 1990, tocarán días de vino y rosas.

Ese año entran en el equipo Mateo Garralda, Alberto Urdiales y se ficha a Talant Dujshebaev, quizás el mejor jugador del mundo. Con Talant en el equipo se ganan dos ligas y se alzan con el triunfo en la Copa de Europa de 1994. Se hacen fuertes en casa, en el pabellón de La Albericia, una pista de apenas 3.000 espectadores, con espacio reducido en los fondos y con un ambiente cargado proveniente del humo del tabaco de los allí presentes. Otros tiempos.

Urdiales, Garralda, Hombrados…todos jugaron en Santander y los tres eran imprescindibles en la selección española. Los resultados eran modestos. Muy modestos. Los cuartos de final eran una barrera infranqueable. Pero entonces Talant tiene un hijo. Su esposa es rusa. Su hijo cántabro. Con el tiempo tendrá otro. Ambos son españoles. Y ambos son jugadores de balonmano. El caso es que Dujshebaev padre solicita la nacionalidad española. El escogido como mejor jugador del mundo en 1994 y 1996 y quien será seleccionado como el segundo mejor balonmanista del siglo XX por la IHF (Federación Internacional de Balonmano) va a ser español. Y todo cambia. Subcampeones europeos en 1996 y 1998 y medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de 1996 y 2000. Con el tiempo, ya sin Dujshebaev, se logrará el máximo al conseguir el Mundial (2005 y 2013).

El 10 de España

Y no fue fácil. Nada fácil. Dujshebaev no comprendía a los españoles. Y aún hoy, con hijos y con media vida en tierras hispanas sigue sin comprenderlos. Echa de menos la disciplina, el poder de lo colectivo. El honor, la lealtad y el respeto son primordiales para su ser.

Talant nunca cuestiona a su entrenador y arquea los ojos cuando otros compañeros lo hacen. No entiende las quejas, no entiende la sobreprotección a los jóvenes y no comprende el aumento de unos salarios que nada tienen que ver con los ingresos. Cuando en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 se formalice el romance entre Iñaki Urdangarín y la Infanta Cristina solicitará que el nuevo miembro de la Familia Real se aleje del foco para bien del grupo. Y no era una cuestión personal. Considera a Urdangarin un amigo. Pero el colectivo está por encima de cualquier interés propio. Cuando le preguntaron por la entrada en la cárcel del que había sido su compañero fue tajante. Lo que diga la justicia se acata y se acepta. Los chismorreos son cosa de los enemigos. Talant es amigo y cree en la justicia. Ni lo defiende ni lo critica. Calla, comprende y nunca reprocha.

Sus declaraciones, y mucho más cuando años después se convierta en entrenador de éxito (ganador de cuatro Copas de Europa con Balonmano Ciudad Real y KS Kielce), lo han tildado de dictador. Se desprende una añoranza por el orden y la disciplina soviética. Sin ninguna de esas dos cosas no se consigue nada en la vida, según comenta por activa y por pasiva. La democracia tiene cosas positivas y también negativas. Hay un punto de democracia que se transforma luego en anarquía.

Considera que España es un país de maleducados donde todo el mundo puede decir lo que quiera. Afirma que en la Unión Soviética todos eran iguales y no tenían preocupación alguna por no llegar a fin de mes. Para Talant, y para millones de soviéticos, el capitalismo es contrabando y desprotección. No es más que el reflejo de la Rusia de la década de 1990.

Y por todo ello Talant chocaba con todo y con todos. Pide mano dura en la vida y en el deporte. Es un hombre de palabra que exige una lealtad y un compromiso hercúleo. Una energía y una fe total a sus ideales. O estás con Dujshebaev o estás contra él. Como entrenador nunca ha tenido contrato. Ni cuando triunfó en el BM Ciudad Real ni cuando el club desapareció y se convirtió en Atlético de Madrid. Confiaba en Domingo Díaz de Mera, presidente de ambos clubes, y tenía un pacto de palabra que se renovaba año a año. Honor y fidelidad, palabras en peligro de extinción.

Considera que habría que obligar a cada juvenil a aprenderse diez o quince nombres de balonmanistas de todas las décadas. Aquel querubín que no fuese capaz de hacerlo no debería ascender al primer equipo. Talant guarda con una reliquia una cinta VHS de apenas veinte minutos con las imágenes de Hrvoje Horvat, un jugador croata campeón de Europa en los años 70. Para Dujshebaev ver esa cinta una y otra vez con 18 años le valió para no cagarse en los pantalones y asumir el mando de los partidos.

Ese carácter único lo ha hecho inconfundible. Lo ha hecho ser uno de los poquísimos jugadores de balonmano conocidos por el gran público. También le ha dado problemas, kilómetros de problemas. Ser un alma libre le ha servido para ser reconocido, pero también para no ser especialmente querido. Y Talant es consciente de ello. Muy consciente. Su sueño es ser seleccionador nacional. Su palmarés como técnico es colosal.

Pero la llamada nunca llega.

“Cuando era juvenil en el CSKA hubo un accidente disciplinario y como castigo nos enviaron a Siberia en pleno invierno, a finales de febrero. Tres días de tren sólo de ida, durmiendo de pie. Cuando llegamos había como tres o cuatro metros de nieve. Pasamos sólo dos noches, pero fueron suficientes. A nuestro regreso a Moscú, yo había pasado de niño a hombre. Me pareció lo correcto”. Talant Dujshebaev.

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