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Cuando Sterbik cambió una copa de vino por una medalla de oro

Contaba España con un par de excepcionales porteros en la búsqueda de su primer título continental en balonmano. Uno, hijo de Castilla, obedecía al nombre de Gonzalo Pérez de Vargas. El otro, vástago de Galicia, respondía como Rodrigo Corrales. Ambos repartían con exactitud sus minutos en pista para exprimir al máximo unos cuerpos de baloncestista capaces de contorsionarse como si funambulismo practicasen.

La idea funcionaba a la perfección hasta que alemanes y españoles se vieron las caras buscando el pase a semifinales. España logró la victoria, pero por el camino se dejó a Pérez de Vargas, el abanderado de la portería. En balonmano es inviable afrontar dos partidos exigentes con un solo cancerbero disponible, por lo que urgía un remiendo. La organización lo sabía y por eso, por extraño que parezca, está permitido llamar a un jugador de repuesto en medio de la competición. La selección española tenía menos de 48 horas para buscar un sustituto. Menos de dos días para llamar a Arpad Sterbik.

Con 39 años a sus espaldas, Arpad Sterbik estaba disfrutando de sus vacaciones. Llevaba más de un mes sin jugar un partido y hacía ya unos cuantos más que había decidido abandonar para siempre la selección nacional. Nacido en Serbia a finales de los 70 (por entonces Yugoslavia) se encontraba en su residencia familiar de Skopje, a medio camino entre un buen vino, una bolsa de patatas fritas, un agradable sofá y unos cuantos paseos a ninguna parte.

Decía que Sterbik estaba viendo el Europeo en el sofá de su casa de Skopje, porque entonces (y hablamos de enero de 2018) su equipo era el RK Vardar, uno de los conjuntos más potentes de Europa con sede en la capital de Macedonia. Sterbik se había nacionalizado español en 2008 (jugó y triunfó en el BM Ciudad Real –donde cultivó su afición por los viñedos-), Atlético de Madrid y FC Barcelona) y desde entonces había sido buque insignia de los ‘Hispanos’, pero había dejado los compromisos internacionales para estirar al máximo su vida profesional. El caso es que recibió la llamada del seleccionador y presto cogió un vuelo rumbo a Ljubliana. Desde allí, coche de alquiler, y tras dos horas de carretera llegada a Zagreb.

Al día siguiente tocaba partido de semifinales ante Francia. La gran favorita. El equipo de Nikola Karabatic, sin discusión alguna el mejor jugador del momento y uno de los líderes en el ranking histórico de todos los tiempos.

Sterbik apenas tuvo tiempo para preparase, pero aprovechó lo poco que tenía al máximo. Durante el viaje en avión analizó jugadas claves de sus rivales y dispuso una chuleta con las características de todos los lanzadores franceses. Hincar los codos valió la pena, porque fueron tres penaltis parados en cinco intentos, y, aunque las felicitaciones fueron efusivas, Sterbik estaba cariacontecido por los dos que le colaron. Había hecho caso a sus anotaciones y se lamentaba por ello. Si hubiese prestado más esmero a su intuición hubiesen sido cinco las penas máximas atajadas. Tampoco hizo falta más. España venció por 27-23 y se plantó en la final.

“Qué va, a mí me gusta, no me molestan los balonazos. Me da mucha fuerza ver a mis compañeros felices cuando paro el balón. Nosotros jugamos un partido diferente a seis metros de distancia, y eso a mí me encanta”,  comentaba este bonachón, grande como un oso pardo pero dulce como uno de peluche. Ganador de todo y elegido mejor jugador del mundo en 2005, Sterbik confesó que con el paso de los años notaba que los jugadores tenían más miedo de él que él de ellos. A decir verdad su sola presencia intimida. Es uno de esos porteros que se conoce las cuatro esquinas de la portería y que es capaz de hacer cambiar el giro de muñeca de un lanzador para que falle un tiro fácil a siete metros y a 120 kilómetros por hora.

Y es que en el balonmano los cancerberos son tan o más importantes que los finalizadores. Un buen portero es capaz de aniquilar psicológicamente a un equipo rival. Sterbik llevaba diez años sin correr, pero poseía una agilidad, un salto y una colocación inigualable. “Bajo palos me puedes dejar 12 horas, pero si hay que levantar pesas o correr prefiero no hacerlo”, dijo en cierta ocasión. Sterbik lo hacía todo dando un par de pasos a derecha y otro par a izquierda, y, aun sí, era capaz de comerte la moral y poner el pie por encima de la cabeza como si de un recién nacido se tratase. Eran dos metros de humanidad y casi 125 kilos de agilidad.

Pero Sterbik no iba a interrumpir sus vacaciones para lograr una medalla de plata. Estamos en 2018, y aunque España ya sabe lo que es ser campeona mundial, acumula un total de cuatro finales perdidas en Europeos. Sterbik buscaba añadir una muesca más a un palmarés envidiable. Superaba con creces al de su padre, que fue quien le inculcó la pasión por el balonmano. No obstante a su padre le hubiese gustado que el hijo fuese lateral como lo fue él. De hecho, cuando Arpad se puso bajo palos por vez primera a los ocho años, el mayor de los Sterbik lo abroncó porque consideraba que ser portero era sinónimo de ser un mal jugador. Al hijo, tan bonachón como socarrón, le entusiasma ponerse bajo palos para recibir balonazos y poderse reír de los niños mayores que él que siempre le desafiaban.

En la final España se enfrentó a Suecia. La primera parte de los hispanos fue mediocre con Suecia dominando al contragolpe. Tras el descanso Jordi Ribera, el seleccionador, situó a Sterbik en portería y apostó por una defensa 5-1 para jugar al contragolpe, justo como le gustaba actuar a los suecos. Sterbik hizo dos paradas antológicas al poco de comenzar los segundos treinta minutos y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. Del 11-14 al poco de finalizar la primera parte se pasó rápidamente al 20-15. El premio a interrumpir sus vacaciones fue una clara victoria (29-23) y el trofeo de mejor jugador de la final. “Me lo dieron porque pensaban que me iba a retirar”, comentó a los periodistas.

En la final también fue decisivo otro veterano como Raúl Entrerríos (36 palos) y Aitor Ariño, un chico del fondo del banquillo que había relevado a Ángel Fernández tras una lesión de este último en el primer partido del Europeo. Su historia no es tan de ensueño como la de Sterbik, pero Ariño pasó de jugar los minutos de la basura en la primera fase a anotar cuatro tantos en cinco lanzamientos en la final ante los suecos.

Sterbik se retiró en 2020, pero no por culpa de la edad, sino del dichoso coronavirus que acortó una carrera que aún esperaba ser estirada. Tiene un terreno a orillas de Lago Balatón y ahí se dedica a producir vino. Es amante del tinto, aunque en verano se lanza a los rosados y a los blancos. Eso sí, cualquier bodeguero se tiraría de los pelos si se enterase que cuando hace calor rebaja el caldo con una pizca de gaseosa.

Considerado un mito de la portería como David Barrufet, Thierry Omeyer o Tomas Svensson, Sterbik explicó el día que anunció su retirada que no se veía capaz de ponerse a tono para la vuelta al trabajo una vez el virus dejase retomar las competiciones. “Necesitaría un par de meses de trabajo intenso para volver a estar a un nivel competitivo”.

Curiosas declaraciones para un hombre que apenas necesitó 48 horas para ganar un Europeo de balonmano.

Europeo Balonmano 2018: El can-can de Arpad Sterbik | Marca.com
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