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Cuando el Atlético jugó una final de Copa de Europa de balonmano

En 1952 tuvo lugar el primer Campeonato de España de Balonmano en Sala a siete. El antecesor de la actual Liga ASOBAL. Es conveniente indicar que entonces había balonmano con once jugadores y muchos partidos se disputaban en campos de fútbol reconvertidos para la causa. No será hasta finales de la década de 1960 cuando el balonmano tal y como lo conocemos en la actualidad sea una realidad. Aquel primer torneo fue ganado por el Club Atlético de Madrid.

La sección de balonmano del Atlético sería cerrada por causas económicas en 1994 bajo mandato de Jesús Gil y Gil. Resurgiría efímeramente en 2011 para clausurarse definitivamente poco después. Fue Gil padre, quien accedió al cargo presidencial en 1987, el que desmanteló poco a poco el tema del balonmano. Hasta entonces el Atlético lideraba el balonmano nacional junto al BM Granollers y el CB Alicante, más conocido como Balonmano Calpisa por tema de patrocinio.

Era entonces el balonmano español un deporte semiamateur. El primer gran nombre fue Domingo Bárcenas, que compaginó baloncesto, beisbol y balonmano a partes iguales. Tras él apareció en escena Juan de Dios Román, un profesor de educación física que se hará cargo del Atlético en 1971 hasta que en 1985 pase a cubrir el puesto de seleccionador nacional.

Es en 1985 cuando el Atlético llega a su cénit. Desde inicios de la década de los 80 el Atlético se convierte en el dominador nacional bajo el liderazgo de Cecilio Alonso y del portero Lorenzo Rico, quien inicia una prolífica cantera de guardametas de elite españoles. El caso es que en 1985 el Atlético alcanza por primera vez una final de la Copa de Europa. Luego FC Barcelona, SD Portland San Antonio, CD Cantabria, CD Bidasoa-Irún y BM Ciudad Real convertirían en habituales los éxitos españoles en Europa. Significativo es que de los cinco campeones españoles hasta tres de ellos (Portland, Cantabria y Ciudad Real) han desaparecido. Pero entonces, en 1985, lo que iba a acontecer con el Atlético se tornaba en extraordinario.

En aquellos tiempos la Copa de Europa se jugaba en eliminatorias a ida y vuelta. La primera ronda fue un trámite saldado con éxito ante los israelís del Hapoel Rehovot. El problema apareció en octavos. Tocaba enfrentarse al SC Magdeburgo, por entonces doble campeón europeo y uno de los ogros del Continente. La ida en el Magariños fue apoteósica y los colchoneros dieron la sorpresa al vencer por doce goles de diferencia (28-16). Cuando todo parecía decidido, los alemanes demostraron que nunca se les puede dar por vencidos. A pocos segundos del final ganaba el Magddeburgo por once goles de diferencia. Un tanto bastaba para forzar la prórroga. Fue entonces, entrados ya en el último minuto, cuando Agustín Milián anotó el gol que daba la tranquilidad y finiquitaba el encuentro (25-15). Aquella agonía no llegó a verse en España, porque la señal de Televisión Española (La2) se cortó en el tramo final del encuentro. Para el recuerdo queda un fondo negro sobre la voz del narrador de TVE relatando el gol de Millán.

Los cuartos fueron otro paseo ante el Soborg danés, antes de que las semifinales emparejasen al Atlético frente al Dukla de Praga, vigente campeón europeo. De nuevo tocaba empezar en casa, donde el Atlético consiguió una exigua renta (16-14). Ese debería haber sido el tope de los madrileños en la Copa de Europa. El partido de vuelta se complicó desde el inicio, por lo que Juan de Dios Román decidió jugárselo todo a una carta y sacar en el segundo tiempo a aquellos que habitualmente eran suplentes. La moneda se tiró al aire, salió cara y el gol final de Quique García daba el pase a los colchoneros por un tanto de diferencia en el total acumulado (18-17). Las semifinales habían sido el tope al BM Calpisa en el año anterior y ahora por vez primera un equipo español se clasificaba para la finalísima europea.

La final era contra la Metaloplastika de Sabac. Una auténtica constelación de estrellas. Mirko Basic, Mile Isakovic y esencialmente Veselin Vukovic (no confundir con el también fantástico Veselin Vujovic). Para los entendidos la Metaloplastika no solo era el mejor equipo del momento sino de todos los tiempos. En soledad o en compañía esos chicos forman parte del mejor siete de la historia para cualquier entendido. Eran talentosos, pero sobre todo eran ambiciosos. Cuentan que los entrenamientos eran durísimos y la capacidad de sacrificio y esfuerzo cultivado tras años de régimen comunista daba sus frutos en un grupo perspicaz que desde niños jugaban juntos. Vukovic, pivote titular de la Yugoslavia campeona olímpica y mundial, acabaría fichando por el Atlético y luego ganando más títulos con el FC Barcelona una vez se iniciase la guerra en los Balcanes. Entonces, en 1985, el palmarés europeo de los serbios de Sabac aún estaba por iniciarse. Llegaban con hambre, puesto que habían perdido la final del año anterior en los penaltis.

Era Sabac una pequeña ciudad de poco más de 50.000 habitantes en el interior de Serbia. En época yugoslava se tornó en importante gracias a su industria química y fruto de esa pujanza en los años 80 la Metoplastika Sabac se convirtió en una potencia del balonmano. Durante esa década alumbró una generación de jugadores excepcionales que solo fueron abatidos por la desintegración de Yugoslavia. El ambiente lleno de banderas azules y blancas y el humo de bengalas del pabellón de Sabac también ayudaba a construir el mito.

Atlético 1985

No hubo final. El Atlético aguantó la primera parte del partido de ida. Y nada más. En Sabac la victoria fue local por 19-12 y eso a pesar de que Lorenzo Rico hizo el que para él fue el mejor partido de su vida. En Madrid aun fue peor el correctivo al vencer los yugoslavos por 20-30. Eran cazas contra biplanos. Pero era el inicio de un camino. El inicio de la explosión y posterior consolidación del balonmano español. Aquel equipo contaba con un problema profundo. No tenía extremo zurdo. Estaban obligados a jugar con un diestro (Agustín Millán) con constantes lanzamientos rectificados. Lorenzo Rico, para mayor problema, tuvo que jugar el partido de vuelta con unas décimas de fiebre por culpa de unas anginas. Claudio Gómez, por su parte, disputó el encuentro con un dedo roto.

Faltó convicción. Los yugoslavos eran mejores, pero si bien en Sabak el resultado fue justo en Madrid pesaron más los errores locales que los aciertos visitantes. La resistencia fue leve. El 5-1 intenso y agresivo de los colchoneros poco pudo hacer ante el 3-2-1 flexible y mixto de los yugoslavos que fue inabarcable para los de Juan de Dios. Aquella Metaloplastika puso la base para un balonmano que pasó de los tanteos que rara vez llegaban a los veinte dígitos a los que los superaban ampliamente.

Metaloplastika 1985

El resultado fue lo de menos. Y no es brindis al sol tal afirmación. El Atlético jugaba sus partidos en Magariños, un recinto con poco más de 2.000 localidades disponibles. Magariños estaba lejos de ser una pista de dimensiones internacionales. De hecho, no reunía las condiciones que exigía la EHF. Se decía que los extremos descansaban en la banda apoyándose en la valla que separaba la línea de los asientos del público. Era lo que había y era más que suficiente. Pero no para aquella histórica final. El partido de vuelta ante la Metaloplastika se iba a jugar en el Polideportivo de la Comunidad de Madrid, en la calle Goya de la capital. Hubo que montar un parqué nuevo que se trajo de Alemania, así que los jugadores ni siquiera pudieron habituarse a su nuevo tatami. Se iban a congregar 10.000 almas en el corazón de Madrid. Nunca antes un partido de balonmano había tenido semejante recibimiento. Ni siquiera los siete goles de desventaja habían echado para atrás la ilusión por la remontada.

El Atlético no pudo hacer nada, como comentamos fue arrollado (20-30) por los yugoslavos en la pista, pero logró una victoria monumental en las gradas. El Palacio de Deportes fue una caldera. Hubo pasillo de honor para los perdedores y una cantidad de banderas y pancartas jamás vistas antes en el mundo del balonmano español. Vujovic, sabedor de los rigores de jugar en Sabac y que luego haría grande al Barça, recordaba siempre con afecto aquella noche en la calle Goya: “La gente abucheaba y pitaba, pero luego nos ovacionaron. Ni en Yugoslavia había visto nada igual ni lo volvería a ver en el resto de mi carrera profesional. Ese día decidí que tenía que jugar en España”.

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