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Bahamontes (2ª parte)

Mi anécdota favorita sobre Bahamontes ocurrió en su último Tour. Julio de 1965. En la primera etapa de los Pirineos se deja 50 minutos con Julio Jiménez, vencedor del parcial, y está a punto de llegar fuera de control. El siguiente día, camino del Port d’Aspet, Bahamontes ataca de salida antes de alcanzar siquiera el primer kilómetro de la ruta. En la tercera curva pronunciada se coló entre unos matorrales por no apearse y abandonar a la vista de todos. Un fotógrafo lo cazó, pero Bahamontes lo mandó callar y el pelotón estuvo 20 o 30 kilómetros persiguiendo su sombra, pensando que el bueno de Fede se había escapado. Hubo de pasar cerca de media hora hasta que fue corriendo la noticia de su abandono, primero un rumor, dado que la mayoría pensaba que era un truco del astuto de Fede.

Es esa mi anécdota favorita porque no era entonces Bahamontes un crío. Contaba con 37 castañas, pero seguía comportándose como un lazarillo. La gracia de Bahamontes es que era impredecible. El caos en movimiento. Después de una gesta tocaba una vergüenza. Tras tocar fondo subía a los altares. Siempre con la queja. Siempre con el lloro. Valía más que todos sus compañeros juntos, pero no sabía pedir ayuda. No sabía lo que significaba el verbo compartir, ni conocía lo que quería decir el verbo dar.

Bahamontes era un águila en los ascensos. Un alma libre. Un verso suelto. Era un ciclista, pero desconocía como había que competir. No tenía táctica. Los primeros años de su carrera, aquellos en los que el físico era extraordinario, los perdió en batallas inútiles en el llano, naufragando en las bajadas y perdiendo minutadas en las contrarrelojes. Tras la primera semana del Tour, siete días de kilométricas etapas llanas, Bahamontes ya acumulaba media hora de retraso frente a los favoritos. Luego llegaba la montaña y Fede se exhibía coronando puerto tras puerto y saltando puestos en la clasificación general de diez en diez, ganaba una etapa, la clasificación de la montaña y ahí quedaba la cosa. No era suficiente para batir a Anquetil o a Poulidor, mucho más completos y mucho más eficientes.

Llegó entonces 1959. Semanas atrás, en diciembre de 1958, Bahamontes invitó a Fausto Coppi a una cacería con galgos en una finca toledana. Habían trabado amistad años atrás. Coppi había sido el último gran escalador, aunque ahora ya estaba retirado. Cinco Giros de Italia y dos Tours de Francia ensalzaban a Coppi quien, además de as de las cumbres, dominaba todas las artes del ciclismo y poseía un colmillo depredador del que carecía Bahamontes. El caso es que el piamontés y el manchego almorzaron migas, fueron de caza y se comieron un buen cocido. En los postres Coppi le pidió que fichase por su equipo, la escuadra de la que era director. La Tricofilina (productos capilares). Le permitió hacerse con Campillo y San Emeterio, los dos únicos gregarios en todo el pelotón que tenían afinidad para con Fede. Coppi le convenció de que podía ganar el Tour. Le prometió protección del equipo en el llano y un entrenamiento específico para la contrarreloj. A cambio solo le pidió una cosa; compromiso y mentalización. Autoconvencerse de que podía ganar el Tour.

Las célebres locuras de Fede, las del capricho de pasar el primero todos los puertos de los Pirineos para luego dejarse ir, debían quedar para mejor vida. Tenía 30 años. Era un ahora o nunca. La cosa va bien. Gana en Suiza y hasta finaliza segundo en los campeonatos de España contrarreloj. Pero hay un problema. Por entonces el Tour se corre por selecciones nacionales, por mucha tricofilina que lleves en el maillot. Dalmacio Langarica, seleccionador nacional, decide que Antonio Suárez, vigente vencedor de la Vuelta, sea el líder de la selección en el Tour. Bahamontes quedará como número dos y Loroño como gregario. Jesús Loroño, mucho más querido entre compañeros y aficionados, se rebela y exige ir como líder. No habrá cambio de planes. Loroño se queda en casa y Bahamontes irá a Francia con galones, aunque sin el apoyo de ningún compañero de equipo.

El Tour arranca en Mulhouse, cerca de la frontera con Alemania, y se corre en el sentido contrario a las agujas del reloj. Las nueve primeras etapas son llanas. Fede cumple. En la crono Jacques Anquetil le dobla pero, en vez de dejarse ir, Bahamontes aprieta los dientes y aguanta a su rueda. Cuando llegan los Pirineos está a seis minutos del líder, distancia muy asumible para El Águila de Toledo. Y lo más importante. Antonio Suárez está por detrás en la general. Bahamontes pasa a ser el jefe de filas del combinado español.

Fede

Llegan los Pirineos. Y dan calor. Al gusto de Bahamontes. Se espera toque de corneta de Fede. No lo hay. Coppi le dice que use la cabeza. Bahamontes entra en los Pirineos en decimoséptima posición de la general y sale el cuarto y líder de la clasificación de la montaña, no obstante, no hay chaladuras ni cabalgadas sin ton ni son. Pero elimina rivales tanto externos como internos. Charly Gaul, vigente ganador del Tour, pierde diez minutos. Suárez llega fuera de control en una etapa y se ve obligado a abandonar. El viernes 10 de julio hay una cronoescalada al Puy de Dôme. Son apenas 12’5 kilómetros. Con una bici de 13 kilos y sólo cinco marchas. Lo que hace Bahamontes vale tanto o más que alguna de sus locuras, como aquella del día que se sentó a comer un helado. Le mete 1’26’’ a Gaul, el mejor escalador del momento junto al toledano, 3’ a Anglade, 3’37’’ a Riviere y 3’44’´ a Anquetil. Fede se coloca líder virtual, segundo real, a cuatro segundos de un belga intrascendente que se había colocado días atrás en una escapada.

En los Alpes llueve. A Bahamontes no le gusta el agua. A Gaul sí. Llegan a un pacto. El luxemburgués se lleva la etapa y el español se viste de amarillo con cuatro minutos sobre el ogro Anquetil. Cuando salga de los Alpes serán más de nueve minutos sobre Anquetil, quien le recortará la mitad de la renta en la crono final de 70 kilómetros. Será insuficiente. Habrá paseo triunfante en Paris y eso que Bahamontes, siempre desconfiado, dormirá la noche anterior al paseo parisino con la bici al lado de la cama por miedo a que alguien, amigo o enemigo, le quiera montar una desfeita.

Es 18 de julio, fecha muy esperada entonces, no tanto por ser aniversario del Alzamiento Nacional, sino porque ese día se cobraba la paga extra del verano. Bahamontes sonríe en los Campos Elíseos. En España la gente se coloca un pañuelo amarillo en el bolsillo de la chaqueta. Federico Martin Bahamontes había ganado el Tour de Francia. Lo había hecho sin ser él mismo. Sin sus locuras. Pero había ganado el Tour. Había aprendido a correr. Era tarde. Llegó a quedar segundo y tercero en un par de ocasiones más camino de los 35 años. La pena es que no hubiese usado el cerebro siendo más joven.

Cierto. Como cierto es que, si lo hubiese hecho, no hubiese sido Bahamontes.

Camino del Puy de Dôme

“Si no me buscas en la montaña, no me encontraras nunca. Nadie de los que hay en la actualidad podría seguirme en la montaña. Yo era el mejor subiendo, pero además me echaba agua en las zapatillas por el calor, arreglaba el sillín a martillazos, me metía con 6 o 7 en una bañera después de una etapa y en los avituallamientos comía uvas pasas y pasteles de higos. Hoy el ciclismo ha cambiado para el bien del ciclismo, pero para mal del espectáculo”. Bahamontes en 2015.

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