Todos somos un poco del Joventut
La Penya Spirit of Badalona, nombre original del Joventut, ha estado a punto de desaparecer. Realmente sigue estando a punto de desaparecer. No es un estar a punto en plan me crucé con un pibón y estuve a punto de acostarme con ella. No. Está a punto de desaparecer en plan, me despeñé con la bici por un barranco di tres vueltas de campana y estuve a punto de no contarlo. Así, sí. En ese punto está el Joventut. En ese punto de que están la cosas ´mu mala´, como diría el malogrado Chiquito. Como cualquier otra sociedad anónima, por muy deportiva que sea, el Joventut tiene que presentar una cuenta de resultados, que año tras año es negativa. La deuda aumenta, los patrocinadores escasean y sólo acuerdos arriesgados con administraciones públicas y entidades bancarias le permiten sobrevivir. Parece que lo va a hacer una vez más, pero el acuerdo pende de un hilo por cuestiones deportivas. Al Joventut le queda algo menos de dos meses para evitar el descenso y dejar de formar parte de la élite del baloncesto español por vez primera en 90 años de historia.
El Joventut es un poco de todos. Como el Estudiantes. Es la esencia del deporte amateur que se vuelve profesional. De unos niños jugando en el patio de un colegio que acaban viajando por Europa jugando en pistas infectadas de bengalas y de odio. El Joventut es el equipo de los abuelos y de los nietos. De fotos en blanco y negro, de recortes de prensa en color sepia y de cintas VHS de imagen granulada. Es el baloncesto como caos. El contraataque y los tiros en el último segundo. De la garra y la lucha y los fallos decisivos en la última jugada. Del jugamos como nunca y perdimos como siempre.
Cuando llegó la época de patrocinios nunca hubo nombre mejor que el del anunciante del Joventut. Ron Negrita. Hoy estaría prohibido por ley, y si no fuese por ley lo estaría por la moral, la decencia y lo políticamente correcto. Un club de cantera fomentando el botellón, leeríamos en twitter. En los 80, en la época del todo vale, no había club más molón. Las camisetas eran preciosas. El negro, poco usado en España en comparación con el resto de Europa, da un toque de seriedad y aplomo en una zamarra tan poco lustrosa como la del baloncesto. Una camiseta escotada y sin mangas, propia de usar durante una semana en tus vacaciones en la Costa del Sol y meterla en el trastero hasta el año siguiente. El verde y el negro son poderosos, y aquellas letras de Ron Negrita le quedaban como un guante.
Con el viento de cola de los Juegos Olímpicos de Barcelona, el Joventut tuvo un lustro dorado en el que se codeó con los mandamases del baloncesto europeo. Abandonaron el viejo y frio pabellón Ausiás March (hoy pabellón de los Països Catalans) por el grandioso Palau Olímpic, donde Larry Bird, Magic Johnson, Michael Jordan y compañía cabalgaron hacia el olimpo de la posteridad comandando al Dream Team. ¡Hasta estuvieron a minutos de derrotar a los Lakers en un partido de pretemporada, cuando los equipos de la NBA parecían espectros del espacio exterior!
El cénit llegó en 1994. Faltaban 16 segundos para el final y los verdinegros perdían por un punto ante el Olympiakos. Final de la Copa de Europa. 56-57. Eran los tiempos del basket control. Corney Thompson se elevó por encima de sus 2,03 metros de altura y clavó un triple que parecía definitivo. 59-57. Era Thompson uno de esos americanos buenazos que te imaginas sentados en el sofá con un whopper de queso y que de no haber sido tan alto seguro que hubiese acabado trabajando en la General Motors y arreglando el porche de su jardín los domingos ataviado con una camisa de cuadros. Quedaba tiempo para que el Olympiakos buscase el triunfo. Parecía que la victoria sería para los que siempre ganan, pero la historia le tenía reservada un pedazo de gloria a aquel equipo de chavales. Paspalj tuvo un par de tiros libres, pero el pívot serbio falló. El rebote salió disparado y Tomic aún tuvo una última oportunidad. Pero el dios del baloncesto se había empeñado en que ganara la Penya y el título europeo viajó a Badalona.
El Joventut es uno de esos equipos que ante las adversidades pone la otra mejilla. El equipo de la anarquía organizada. El del modelo de cantera que sirve para reforzar a otros equipos. De los 7 jugadores que disputaron aquella final, exceptuando a los 2 norteamericanos, los otros 5 eran chicos de la zona (Juan Antonio Morales, actual presidente, nació en Bilbao pero se formó en la cantera del Joventut).
Ahora, entre rumores de disolución, el Joventut se aferra a la vida en las catacumbas de la ACB, llorando por conseguir un euro extra allá donde lo halle. Y puede que sobreviva. Y todo porque invierte más de 1 millón de euros en cantera, en formación y en educación de miles de niños. Por eso las empresas y los políticos escuchan las súplicas y les permiten pagar las deudas en plazos muy flexibles. Por eso debe sobrevivir. No por aquella Copa de Europa, ni por los lanzamientos de Margall, los pases de Rafa Jofresa, los tapones de Ferrán Martínez, los triples de Villacampa, las fintas de Ricky Rubio o los mates de Rudy Fernández. No. Debe sobrevivir por su labor pedagógica y por sus 90 años de historia en defensa de los valores del deporte y de la educación.