Cuando Montero anotó una bandeja y Vrankovic le puso un tapón
En el extenso museo del FC Barcelona hay espacio para infinidad de trofeos. Es lo que ocurre al ser el club polideportivo más exitoso del mundo. En la sección dedicada al baloncesto se exponen las, hasta el momento de escribir estas líneas, dos Euroligas (2003 y 2010). Junto a ellas aparece un balón de baloncesto adyacente a la reproducción de una carta que reza lo siguiente: “La FIBA admite, en razón de las anomalías producidas, el derecho que asistía al Barcelona en la reclamación ante el juez único a pesar de que fuera rechazada por este. La FIBA desea con esta declaración ofrecer una compensación moral por el posible perjuicio causado por los errores cometidos en la medida que podrían haber afectado al resultado final”.
Dicha carta irrumpe el hueco que debería ocupar el trofeo de la Euroliga de 1996. Fue tan flagrante el error arbitral y tan espantosa la aplicación del reglamento que un mes después de los acontecimientos la FIBA (Federación Internacional del Baloncesto) tuvo que admitir que el Barça debía haber sido el campeón. Ese reconocimiento le da a los catalanes un vano triunfo moral, pero ni devuelve a Montero la honra ni le quita a Vrankovic la suya.
Esta es la historia de la bandeja de Montero. O la del tapón de Vrankovic. Las dos caras de una misma moneda.
Dirigido por Aíto García Reneses, a mediados de los 80 el Barça acabó con la tiranía del Real Madrid en la competición doméstica. Entrada la década de 1990 los azulgranas repitieron regicidio en el fútbol a lo que añadieron la ansiada Copa de Europa. La Copa de Europa en color frente a las seis en blanco y negro del eterno rival. En el básket pasaba tres cuartos de lo mismo. Por muchas ligas ACB que se lograsen la obsesión era conseguir el primer cetro continental. Una herida agrandada por las ocho coronas que poseían por entonces los de la capital del reino.
El Barça acumulaba unas cuantas Final Four y tres finales perdidas en una década. Y uno de los protagonistas de tales derrotas era José Antonio Montero. Se trataba de un base moderno. Superaba el 1’90, gran penetrador y defensor y eminentemente físico. Procedía del Joventut y había sido el segundo español tras Fernando Martín en ser elegido en el draft de la NBA. Tenía problemas con el tiro exterior, lo cual hoy sería una contrariedad para un jugador exterior pero entonces era irrelevante, pero cargaba con fiereza el rebote ofensivo y era capaz de hacer mates.
Conviene recordar este último apunte. Que un base de raza blanca hiciese mates era en aquel tiempo extravagante.
Stojan Vrankovic pertenecía a la fantástica generación yugoslava del momento. Con 2’18 era un pívot intimidador y algo lento que destacaba en la faceta defensiva. Había probado fortuna sin suerte en la NBA y, aunque quizás era el menos talentoso de los pívots yugoslavos, su envergadura y su intimidación no tenían parangón en Europa.
A pesar de sus problemas en ataque su capacidad para rebotear y taponar era maravillosa. También conviene recordar este apunte.
El caso es que en París, allá por la primavera de 1996, el FC Barcelona se presenta en una nueva Final Four. El rival en semifinales es el Real Madrid. Los blancos fueron por delante durante casi todo el encuentro hasta que a minutos del final un triple de Ferrán Martínez y varias acciones de mérito de Karnisovas y Salva Díez voltearon el partido y dieron la victoria a los catalanes (76-66). En la otra semifinal el Panathinaikos venció con facilidad al CSKA de Moscú.
En una época donde sólo se podía tener a dos extranjeros por equipo, los griegos eran los grandes favoritos. Los helenos (Ekonomou, Alvertis, Giannakis) estaban un punto por encima de los cuatribarrados (Xavi Fernández, Montero, Andrés Jiménez), pero la diferencia estribaba en los foráneos. El Barça contaba con el extraordinario alero lituano Arturas Karnisovas, pero su pívot titular era un norteamericano blanco de muy bajo rango llamado Dan Godfread.
Además del citado Vrankovic, el Panathinaikos contaba con Dominique Wilkins, un alero anotador con muelles en los pies que fichara por el conjunto griego con 35 años, pero tras firmar 18 puntos por partido la temporada anterior en los Boston Celtics. Wilkins fue ocho veces ‘All-Star’ y una de las más rutilantes estrellas de la NBA en los 80. Su fichaje por el Panathinaikos fue una de las últimas ocasiones en las que Europa consiguió subyugar a la NBA para atraer a una ‘primma donna’ a golpe de talonario.
El favorito tomó pronto ventaja y al descanso ya ganaba de amplia diferencia al Barça (35-25). Gracias a la dirección de Galilea, el acierto exterior de Xavi Fernández y a algún destello de calidad de Karnisovas, los catalanes consiguieron llegar con vida a los últimos cinco minutos de partido. Entonces Wilkins decidió asumir la responsabilidad y tras un robo de balón, una bandeja y una suspensión situaba el 65-53 con tres minutos por disputar.
Aíto decide poner a dos bases y hacer presión a media pista y, no se sabe bien como, los experimentados griegos empiezan a perder balones sin ton ni son. De repente, parcial de 2-13 para el Barça y se ponen a un punto a falta de 36 segundos (67-66 para los griegos).
Faltan 36 segundos y la posesión es para el Panathinaikos. Korfas marca jugada. En 1996 son 30 los segundos de posesión. Korfas estira la posesión tanto como puede y penetra asustado por lo que decide enviar el balón a Vrankovic que recibe en el poste alto. El gigante de 2,18 no sabe qué hacer con el balón y busca a Giannakis que recibe una doble ayuda defensiva, se trastabilla y cae al suelo.
El balón rueda sin dueño.
En la marabunta el balón aparece como por arte de magia en las manos de Montero. Está sólo. Solísimo. Y está en campo griego. Quedan siete segundos de posesión. Montero sólo tiene que echar a correr y anotar una bandeja.
En aquel momento Montero suma 0 puntos en el partido. Había lanzado un triple y lo había fallado en apenas 10 minutos de juego. Recoge el balón encorvado, besando el suelo, y se eleva zancada a zancada hasta que se adentra en la zona helena. Un pie para coger impulso y otro para mantener el equilibrio con el codo y la muñeca. Es una bandeja fácil. Y detrás, por si acaso, sólo por si acaso, aparece como flecha Xavi Fernández ante un poco probable rebote ofensivo.
Montero suelta la bandeja. Quedan 4 segundos y 9 décimas.
Justo entonces aparece Vrankovic. Aquel pívot lento y pesado se las ha arreglado para cruzar la pista con sus 2,18 y llegar el primero. ¿Cómo? No se sabe. El caso es que el balón toca el tablero y Vrankovic con una zarpa lo barre alejándolo del aro. Los integrantes del banquillo azulgrana saltan como un resorte y piden la validez de la canasta. Los miembros de la mesa, los que llevan las cuentas de las faltas, los tiempos muertos y el cronómetro del partido se ponen nerviosos y, vete tú a saber el porqué, paralizan el reloj de posesión.
Con el crono congelado, Xavi Fernández recoge el balón y se lo envía a Galilea que, ante la parálisis del tiempo, no sabe si arrancar o quedarse quieto. En esta está el base del Barça cuando el crono vuelve a moverse. Galilea arranca e intenta a penetrar mientras una jauría de lobos se lanza sobre él. No hay falta. La bocina aúlla.
El Panathinaikos consigue la primera Euroliga de su historia. El MVP de la final es Dominique Wilkins (16 puntos y 10 rebotes) pero el héroe del partido es Stojan Vrankovic que, al igual que Montero, acabará el encuentro sin anotar un solo punto. Pero aportando la acción defensiva que decidió la final.
Reuven Virovnik de Israel y el afamadísimo colegiado francés Pascal Dorizon son los encargados del despropósito. Montero liderara la frustración, los gritos y las duras protestas, pero todo será en vano. La decisión está tomada. La confusión es generalizada.
La primera duda está en el motivo de la paralización del cronómetro. Al haberse agotado los 30 segundos de posesión que tenían los griegos, la mesa decidió paralizar el tiempo. Si ese fuese el caso, todo lo que sucedió desde que Korfas perdió la bola tendría que haber sido anulado y la posesión pasaría a ser del Barça. Por otro lado, en la alocada penetración de Montero se cuentan hasta tres pasos antes de elevarse para realizar la bandeja, por lo que la canasta nunca tendría que haberse permitido. Después, cuando Galilea inicia un último intento a la desesperada es barrido en una clarísima falta por Wilkins.
Y lo más desvergonzado. Si uno analiza el vídeo de la final se dará cuenta que aquellos 4,9 segundos fueron en realidad 12.
Pero todo ello son nimiedades ante el escándalo mayúsculo acometido al dar como válido el tapón de Vrankovic. La normativa es clarísima. Se considera tapón ilegal cuando el balón está en trayectoria descendente. Si, además, el balón impacta con el tablero ya no hay ningún tipo de duda. Una vez choca con el tablero, cualquier intento de taponar o impedir que el balón se introduzca en el aro se considera ilegal. La canasta siempre será válida. Incluso aunque hipotéticamente el balón no llegase a entrar.
Inexplicablemente ni Virovnik ni Dorizon fueron capaces de apreciar la infracción. No había ningún tipo de impedimento visual. De hecho, uno de los colegiados se encuentra justo detrás de los dos protagonistas. Lo que hubo fue miedo o incompetencia. Sobre lo segundo los hechos hablan por sí mismos. En relación a lo primero hay mucha tela que cortar.
Una vez sonó la bocina, una marabunta de griegos ocupó el parqué del Omnisport de París-Bercy para que a nadie se le pasara la cabeza rearbitrar la jugada o discutir el triunfo final. La confusión fue total y absoluta. El Barça hizo todo lo posible para cambiar el 67-66 final, pero de nada sirvieron todas las alegaciones. El presidente de la sección de básket del Barça, por aquel entonces Salvador Alemany, presentó un recurso justo después del encuentro que fue estudiado hasta las cuatro de la madrugada en el hotel Concorde Lafayette, donde tenía instalado su cuartel general la FIBA.
De nada sirvió que los árbitros admitieran su error delante del secretario general de la FIBA. La decisión estaba tomada. El tapón de Vrankovic era válido.
Aunque fue eliminado del acta arbitral.
¿?
El Barça había perdido a la griega.
Después de que Grecia ganase el Eurobasket de 1987 un boom por el baloncesto sacudió la península helena. El AEK, el Aris de Salónica o el Olympiakos estuvieron a punto de conseguir la Euroliga pero, por h o por b, se quedaron en el camino. De repente, en los 90 el dracma griego parecía el dólar estadounidense y los clubes griegos se convierten en los mejores del continente. Fichan a norteamericanos de renombre, atraen con casa, coche y buen clima a jugadores del bloque del Este y buscan abuelos y bisabuelos griegos a yugoslavos para nacionalizarlos en tiempo récord.
Son tiempos donde se vuelve habitual perder a la griega. Pabellones que incumplen las normativas con exceso de aforo, lanzamiento de objetos, sirenas y pitidos en medio del partido, acoso y amenazas a los árbitros, paradas sospechosas de los cronómetros…es el llamado infierno griego que durante décadas fue permitido y protegido por la FIBA. Hoy, en Grecia, Turquía o la antigua Yugoslavia el ambiente sigue siendo intimidante, pero sólo beneficia al equipo local en el aspecto moral.
El FC Barcelona impugnó el partido y desplegó toda su maquinaria. Consiguieron incluso la intermediación de Juan Antonio Samaranch, entonces presidente del Comité Olímpico Internacional. No sirvió de nada y la apelación fue rechazada. El club no aceptó la derrota. El Barça encargó una reproducción de la Copa de Europa para entregársela a cada jugador y los directivos del club mantuvieron el discurso victimista hasta conseguir que la FIBA admitiese su error y declarase al FC Barcelona campeón moral tal y como vimos en la carta citada al inicio del artículo.
El error arbitral fue admitido, la reparación moral aceptada, pero el campeón era el Panathinaikos. Las aguas se calmaron y de la indignación hacia los árbitros se pasó a la incomprensión por la acción de Montero. Le llovieron palos por todos los lados. ¿Se acuerdan que Montero era un base que hacía mates? Ya daba igual que los árbitros se hubiesen equivocado o que la FIBA hubiese prevaricado. La cuestión era; ¿por qué c*** Montero no hizo un mate?
El FC Barcelona repetiría final la temporada siguiente. Perdería con justicia y claridad ante el Olympiakos, el otro gran equipo griego. En esa final Montero no jugaría ni un minuto. Estaba relegado al fondo del fondo del banquillo. Decidió probar fortuna en Francia y poco después retirarse. Tenía 33 años. Tras el verano Vrankovic volvió a probar fortuna en la NBA, nuevamente sin demasiada suerte, mientras el Panathinaikos se instalaba en la elite y ganaba Euroliga tras Euroliga.
El Barça hubo de esperar a 2003 para romper el maleficio, pero el fantasma de la canasta de Montero sigue apareciendo de cuando en cuando.
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