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One club man

El Athletic Club de Bilbao es un club especial. No es un club cualquiera. Cada uno de nosotros podríamos decir lo mismo del equipo de nuestros amores, pero estaríamos faltando a la verdad. El Athletic cuenta con una filosofía propia que trasciende más allá del rectángulo de juego. No por admirada es querida. El Athletic cuenta con unas cuantas legiones de rechazo a lo largo de los cuatro puntos cardinales de la geografía española. Son vascos. Y ya se sabe que lo vasco tiene más detractores que admiradores. Pero los odios también se ciñen a las fronteras de lo que ellos dan en llamar Euskalherria. El Athletic es un león que devora piezas menores y esquilma a base de talonario las canteras de los demás equipos vascos.

Las propias limitaciones del modelo hacen indispensable el dinero para mantenerlo en pie. El Athletic sobrepaga a sus jugadores con la única finalidad de retenerlos. Salvo Barça, Madrid o Atlético nadie paga tanto como el Athletic. Un suplente bilbaíno gana con facilidad el doble que cualquier chupabanquillos de otro conjunto de Primera. Sí, por el contrario, el Athletic decide fichar a un jugador conoce que debe pagar un sobrecoste extra a sabiendas de que su demanda es muy elevada y su oferta limitada. Muchos de esos gastos son sufragados con dinero público vasco, hecho que incita recelos y protestas de sus vecinos de San Sebastián y del resto de equipos de Euskadi.

Esa política, tan suicida como racista y tan valiente como romántica, hace del Athletic un club especial. A nadie le importa ganar un título con once futbolistas de origen más allá de los Pirineos y a nadie le importa que se equipo consiga ascender a Primera con once deportistas del otro lado del Atlántico. A nadie. Pero si tu sino es ver pasar los domingos con la única aspiración de entrar en Europa de tanto en cuando, de lograr la permanencia un año tras otro o de pasar una insulsa vida en Segunda per saecula saeculorum, siempre es mejor hacerlo con chicos de la casa. Con chavales que sabes que fueron criados en tu barrio, en tu ciudad o en tu comarca y que comparten un sentimiento de apego hacia el club al que con fervor sigues desde tu infancia.

Es digno de elogio lo que hace el Athletic y mucho más desde que a mediados de los 90 el fútbol abrió fronteras y se eliminaron las restricciones para la compra venta de jugadores. A pesar de que el Athletic paga generosos sueldos fuera de mercado es incapaz de retener a sus mejores futbolistas, en especial si son de corte ofensivo, los más demandados por los grandes equipos. Si antes Barça (Garay, Zubizarreta, Salinas, Alexanko, Goicoetxea, Iñigo Martínez…) y en menor medida Madrid (Alkorta o Karanka) echaban sus redes en Bilbao, ahora la pesca es de altura. Javi Martínez (FC Bayern), Ander Herrera (Manchester United), Fernando Llorente (Juventus), Kepa (Chelsea FC) y Laporte (Manchester City) son ejemplos de ello.

Dado que el Athletic no puede competir ni en sueldos ni en palmarés con semejantes transatlánticos, debe entonces apelar a los sentimientos. El Athletic hace mucho que ha dejado de ser un grande. Sí hoy, 5 de abril de 2024, me están leyendo sabrán que los leones llevan cuatro décadas sin sacar la gabarra. Sí me leen dentro de un par de días es muy probable que estén celebrando un título. Sería suceso extraordinario, porque el Athletic elogia un sentimiento y poco más que eso.

Por todo esto a la directiva del Athletic Club se le ocurrió en 2015 una feliz idea. Dado que solo pueden apelar a los sentimientos para que sus jugadores decidan hacer carrera en Bilbao se inventaron el One Club Man. Se trata de un premio que está cogiendo una cierta notoriedad a nivel internacional por innovador y por su carga simbólica. Anualmente se recompensa a un futbolista (masculino y femenino) ya retirado cuya longeva carrera siempre haya trascurrido en el mismo equipo.

El ganador recibe un homenaje, con entrevistas incluidas, durante un fin de semana y la entrega del premio se realiza en el descanso de un partido que el Athletic dispute en San Mamés. Ese día se invita al campo a todos los jugadores del Athletic, desde los del primer equipo, quienes ya están en el estadio, como a todos los integrantes de las categorías inferiores cuyos compromisos les permitan acudir. La idea es homenajear a esa estrella internacional que con su presencia da renombre al premio, pero, al mismo tiempo, la intención es que esos futbolistas comprendan que se puede tener una larga, feliz y exitosa carrera defendiendo únicamente al club de tus amores.

José Ángel Iribar, el futbolista que más partidos ha disputado con la camiseta del Athletic, y el niño más joven que forme parte de la cantera de Lezama, acompañan al homenajeado al centro del campo para hacerle entrega de su trofeo. A Iribar, por cierto, nunca le han dado el trofeo porque los futbolistas del Athletic están excluidos del mismo.

One Club Man Award

Futbolistas que hayan jugado en un mismo club toda su carrera no hay muchos. Según la Wikipedia su número ronda los 300. Y esa cifra tiene algunos matices. En primer lugar, muchos de esos jugadores son semiprofesionales y pertenecen a ligas menores que pueden ir desde Guatemala a Japón o a una categoría secundaria de una liga potente. Y en segundo, y más relevante lugar, muchos de esos futbolistas son de inicios del siglo XX cuando cambiar de equipo era una quimera. De esos los hay a patadas.

El Athletic cuenta con un buen ramillete de ellos. De esos de los que poco sabemos, pero retumban en nuestra memoria. Rafael Moreno ‘Pichichi’, José María Belauste (el de ¡A mí Sabino, que los arrollo!) o Piru Gainza son los más destacados. Sagi-Barba del Barça o Santiago Bernabéu, el tiempo después factótum blanco, pasaron su vida futbolística con la misma escuadra. Guillermo Eizaguirre, el segundo de Ricardo Zamora en la selección, pasó su carrera en el Sevilla FC y Antonio Emery, el abuelo del afamado entrenador, defendió toda su vida la elástica del Real Unión de Irún. Ya tras la II Guerra Mundial, contemporáneo a Gainza, Antonio Puchades pasó su carrera en el Valencia CF y José María Zárraga ganó cinco Copas de Europa con el Real Madrid. En el ámbito internacional Gianpiero Boniperti defenderá en más de 450 ocasiones la zamarra de la Juventus, Antonio Rattin sumará cerca de 400 partidos con Boca Juniors y Lev Yashin tendrá una larguísima carrera que inicia en 1949 para finalizar en 1971 a los 42 años protegido por el escudo del Dinamo de Moscú. Incluso podríamos destacar a Bob Paisley, leyenda de los banquillos con tres Copas de Europa con el Liverpool FC, pero antes de esos logros fue futbolista red entre 1939 y 1954.

Hay unos cuantos más de esos cuya grandeza ha sido magnificada por relatos heroicos en tiempos donde la pluma y el papel enaltecían hazañas y derribaban hombres. Jugadores como José Piendibene (Peñarol), Gyula Birö (MTK Budapest), Giampero Combi (Juventus), Frantisek Planicka (Slavia Praga), Angelo Schiavio (Bolonia FC), Fernando Peyroteo (Sporting Lisboa), Billy Wright (Wolverhampton), Jozsef Bozsik (Hònved), Bill Foulkes (Manchester United) o Max Morlock (FC Nuremberg) forman parte de la mitología. Si hay alguno de estos nombres que les suenen de oídas me daré por satisfecho. Eso querrá decir que han leído y han prestado atención a alguno de los artículos que llevo escribiendo desde el año 2017.

Lev Yashin (Dinamo de Moscú)

Si nos vamos a los tiempos modernos, considerando modernos el inicio de la década de 1960 cuando la televisión ya está asentada y las competiciones continentales de clubes recién creadas empiezan a volar, el número de futbolistas de un solo club es más limitado. Aun así seguimos encontrando fieles a un mismo escudo. En la cuna del fútbol hallamos un par de ejemplos que coinciden con los años gloriosos de los equipos cuyos colores defienden. Jack Charlton (1952-73) en el Leeds United o Billy McNeill (1957-75) en el Celtic de Glasgow. Lo mismo sucede más allá del Telón de Acero con Eduard Streitsov (1954-70) en el Torpedo de Moscú, el ganador del Balón de Oro Florian Albert (1958-74) en el Ferencvaros o con el héroe de la Alemania comunista Jürgen Sparwasser (1966-79) en el FC Magdeburgo.

Alemán, de los autodenominados buenos, fue Uwe Seeler (1953-72) leyenda del Hamburgo SV que goleó en cuatro mundiales, pero no ganó ninguno. Si triunfaron con Alemania el defensa del Borussia Mönchengladbach​ Berti Vogts (1965-79), el extremo del Eintracht Frankfurt Jürgen Grabowski (1965-70) y los futbolistas del gran Bayern tricampeón europeo Sepp Maier (1966-79) y Hans-Georg Schwarzenbeck (1966-80).

Tricampeón europeo también fue el Ajax neerlandés gracias a jugadores como Sjaak Swart (1956-73) o Piet Keizer (1960-75). Bicampeón fue el Inter milanés de Sandro Mazzola (1960-77) y Giancinto Facchetti (1961-78). Décadas más tarde también cumplió toda una vida en el Inter Giuseppe Bergomi (1979-99) al igual que su contemporáneo Franco Baresi (1977-97) lo hizo en el AC Milan. Por cierto, tanto Facchetti como Baresi fueron además de jugadores, directivos y presidentes, al estilo Santiago Bernabéu. Otros como Manuel Pellegrini (1973-86) hicieron carrera como jugador y entrenador en su club de siempre (Universidad de Chile), aunque alcanzaron la fama en otras latitudes.

En clave española encontramos jugadores que forman parte de la mejor época de sus equipos, sean éstos modestos o con pedigrí. Tonono (1962-75) y Joaquín (1976-92) formaron parte de la UD Las Palmas y del Sporting Gijón respectivamente. Pepe Claramunt (1966-78) ganó una Liga con el Valencia CF e Iribar (1962-80) y Txetxu Rojo (1965-82) vivieron los penúltimos coletazos de grandeza del Athletic. Mención especial merece la Real Sociedad campeona de Liga en 1979 y 1980. Su éxito se fomentó en un grupo de canteranos que permanecieron fieles al club durante más de una década. Su fidelidad es digna de admiración. Kortaberría (1971-85), Satústregui (1973-86), Zamora (1974-89), Gájate (1977-92), Górriz (1979-93), Larrañaga (1979-94) y el gran capitán y fenomenal guardameta Luis Arconada (1974-89).

Aquella Real gobernó el ámbito doméstico, pero fue incapaz de alcanzar el éxito internacional. Si lo hizo Ricardo Bochini (1972-91) con Independiente de Avellaneda, Jôao Pinto (1981-97) en el FC Porto, Michael Zorc (1981-98) con el Borussia Dortmund o Marcos Bode (1989-02) con el Werder Bremen. No lo consiguió Nené (1967-86), sucesor de Eusebio en el SL Benfica, ni Klaus Augenthaler (75-91) con el FC Bayern. Charly Rexach (1964-81) se tuvo que conformar con una Recopa con el FC Barcelona. A Chendo (1982-98) le dio para ganar al límite una Copa de Europa con el Real Madrid, mientras que Manolo Sanchís (1983-01) levantó un par de ellas en el descuento de su carrera.

Manolo Sanchís (Real Madrid)

Los especímenes más especiales son aquellos que han conseguido ser fieles a un mismo club en el siglo XXI, cuando es prácticamente imposible resistirse a los cantos de sirena de la globalización y del poder de persuasión del dinero. Cierto es que hay alguno de ellos cuyo nivel futbolístico estaba más que exigido. Desde Aitor Larrazábal (1990-04) o Carlos Gurpegui (2002-16) en el Athletic, a Xabi Prieto (2003-18) en la Real Sociedad, Paco Soler (1990-04) en el RCD Mallorca, Juanma López (1990-01) en el Atlético de Madrid, Bruno Soriano (2006-20) en el Villarreal FC, Lars Ricken (1993-09) o Marcel Schmelzer (2008-22) en el Borussia Dortmund, Ledley King (1999-12) en el Tottenham Hotspur o Igor Malafeev (1999-16) en el Zenit. Mención especial merece el teutón Thomas Schaaf (1978-95), quien tras ser futbolista en el Werder Bremen fue entrenador hasta 2013. Más de tres décadas ligado al Werder sumando tres de las cuatro ligas y cinco de las seis copas que tiene el club fundado en la ribera del río Weser.

Luego hay otro tipo de futbolistas que fueron fieles a unos mismos colores desoyendo cantos de sirena. El más emblemático es Matthew Le Tissier (1986-02) que vivió una cómoda vida en el Southampton FC ya que despreciaba el estrés de pertenecer a un gran club. Le Tissier no ganó nada en su carrera al igual que Julen Guerrero (1992-06) no ganó nada con el Athletic. La diferencia es que Guerrero tuvo pie y medio fuera de Bilbao, pero fue regado con una lluvia de millones para permanecer fiel a la causa. Lo mismo le pasó a Fran (1987-05) en el RC Deportivo o a Francesco Totti (1993-2017), aunque ambos lograron títulos con el club de sus amores. Totti incluso ganó un Mundial y si no fue Balón de Oro fue porque la AS Roma no es club de campanillas.

Por último, están aquellos que no podían haber estado en mejor sitio que en el que estaban. ¿Para qué cambiar de equipo si es el de mis amores y además es uno de los mejores del mundo? Eso fue lo que le sucedió a Tony Adams (1984-02) en el Arsenal FC o a Jamie Carragher (1997-13) en el Liverpool FC. Si aún encima tu carrera en el club de tus amores coincide con el dominio mundial de tu equipo, el éxtasis debe estar asegurado. Eso fue lo que le tuvo que ocurrir a Ryan Giggs (1991-14), Gary Neville (1992-12) y Paul Scholes (1993-13) en el Manchester United, a Carles Puyol (1999-14) en el FC Barcelona y, especialmente, a Paolo Maldini (1985-09) toda una vida de victorias en el intimidante AC Milan ganador de cinco Copas de Europa.

Paolo Maldini (AC Milan)

La lista irá agrandándose con el paso del tiempo, aunque las vicisitudes del fútbol actual harán cada vez más difícil sumar adeptos a la lista. A las puertas de ser One Club Man están, en el momento de escribir estas líneas, el barcelonista Sergi Roberto (improbable), el madridista Nacho Fernández (posible) o el castellonense Manu Trigueros (previsible). En el teatro europeo acabarán siendo One Club Man Igor Akinfeev con el CSKA de Moscú y, a menos que los cantos de sirena de algún país emergente no le hagan sucumbir, también formara parte del listado el mediapunta del FC Bayern Thomas Müller.

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