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El puto amo

Si. Lo sé. Cualquiera que me conozca o cualquiera que me lea estará en estos momentos arqueando las cejas. Menudo titular. No le pega nada. Si éste es como un boy scout y se lava la lengua con jabón a cada escupitajo que suelta. La verdad es que me ha costado decidirme por el titular, pero tiene un porqué que será desvelado. El caso es que podía resultar conservador, pero anda que no se habrán repetido por activa y por pasiva los titulares convencionales esta semana. El obvio es el de Káiser. Corría el año 1971. El FC Bayern jugaba un amistoso de pretemporada ante el Austria de Viena. Por entonces Beckenbauer, de 26 años, ya era la cara visible de un equipo respetable. Un elegante central, siempre con la cabeza alta y con una precisión milimétrica en el pase a 40 o 50 metros. Un fotógrafo le propuso hacerle una instantánea junto a una estatua del káiser Francisco José en el palacio Hofburg vienés. El artículo posterior comparó al káiser de la realeza con el káiser del fútbol. Si Pelé era el rey, Beckenbauer será el emperador. Será Der Káiser.

También podía haber titulado con un sencillo Beckenbauer. Era brillante, invencible. Jugaba con simpleza, buscando el dominio del partido e indagando en el pase perfecto. Su fama trascendió los límites habituales del futbol. En su época compartía fama con Emerson Fitipaldi, un excelente piloto de F1. Pronto se puso de moda entre sus contemporáneos tildar de Fitipaldi a aquel que corría en demasía por la carretera. Con el tiempo, una nueva generación vio las hazañas de Fernando Alonso y donde antes los padres insultaban a los Fitipaldi los hijos pasaron a increpar a los Alonsos. Con Beckenbauer no ha sido así. Baresi, Maldini, Puyol o Ramos. Sergio Ramos, de largo el mejor central de las últimas dos décadas, con un altavoz mediático gigantesco ha sido incapaz de tumbar al mito Beckenbauer. Y es que Beckenbauer sigue siendo a día de hoy sinónimo de fiabilidad y de organización, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Ser un Beckenbauer aun hoy es un adjetivo usado en partidos de alevines cuando un niño corta una jugada sin dar una patada y levanta la cabeza para dar un pase al pie.

Otro titular más que aceptable habría sido el de Franz. El niño Franz. El niño que nació en un Múnich famélico nueve días después del fin de la II Guerra Mundial. Su juego era la calle. Su juguete un balón. Su sueño jugar en el TSV 1860 Múnich, el gran equipo de la ciudad. Tuvo una prueba con 13 años. El equipo cadete de azul del 1860 frente a once chicos de la calle muniqueses vestidos con peto. En medio del partido Beckenbauer le hizo un caño a uno del 1860 y éste se revolvió y le propinó una bofetada. Nadie del 1860 le reprochó al chaval el incidente y el niño Franz lo tuvo claro. Jugaría de rojo. Jugaría en el FC Bayern. Y aun así nunca pudo olvidar su infancia azul. En 2011 llegaría a ser imagen del TSC 1860 solicitando fondos para evitar la bancarrota del, ahora, segundo club de Múnich. Que Beckenbauer fuese imagen del rival ciudadano del Bayern ilustra la semejanza del personaje. Del puto amo.

Der Káiser

Pero no tendría que haber sido chabacano. Había más titulares. El hombre que inventó el puesto de líbero, podría haber escrito. El Mundial 1966 vio la puesta de largo en televisión por satélite de aquel veinteañero elegante que parecía llevar traje y pajarita sobre el césped. Contaba con las medidas perfectas para jugar al fútbol (1’82 y 77 kilos). Era apuesto, activo, tenía presencia, restaba con acierto, distribuía con destreza y llegaba al área rival con pericia. Jugaba de organizador y en aquel nuevo mundo de la televisión acaparaba todas las miradas y todos los minutos al estar presente tanto en defensa como en ataque. Marcó un par de goles de tirazos descomunales.

Cuatro años después Beckenbauer estaba en México. El hombre que admiraba a Di Stéfano y a Charlton, aunque quien más le impresionaba era Pelé, dio un paso atrás. Beckenbauer se convirtió en el defensa por antonomasia. Se convirtió en el líbero, pero no resguardado en defensa de cinco componentes. No. Beckenbauer jugaba de líbero con Alemania y en el Bayern sin red, en defensa de cuatro. Barria y luego marcaba el ritmo de la salida fuese en corto o en largo. Su desplazamiento era perfecto. Y no tenía dos que lo guardaran. Solo uno. Una elegancia y un trato del balón que alguien definió como empalagoso. En México jugo el partido del siglo. Alemania vs Italia. Brazo en cabestrillo. 40 grados de temperatura. No se quejó. No sudó. Nunca sudaba. Siempre estaba despeinado porque nunca se peinaba. Lo suyo era jugar y punto, aun cuando en los 70 la imagen ya importaba. Sin artificios. Era pura seda. El Bayern no jugaba bonito. Pero era bello desde la efectividad. Beckenbauer dotó de distinción la secuencia despejar, levantar la cabeza y pasar en largo. Ser defensa era sucio y feo. Bebía de los ecos del catenaccio. Beckenbauer le dio prestigio y lo convirtió en arte. Jugó de una manera que sólo se hizo común décadas más tarde como un hombre del futuro, solo que con balones y botas pesadas en campos encharcados.

Otra opción habría sido escribir Beckenbauer: míster Bayern. Y es que Franz es el Bayern. Junto a Gerd Müller y Sepp Maier convirtió a los muniqueses en un gigante. Cuando debutó los bávaros militaban en segunda. Se fue con tres Copas de Europa y convirtió al FC Bayern en el único equipo capaz de rivalizar en estatus de grandeza con el Real Madrid. Su impacto en el Bayern fue absoluto y abarca todas las facetas. En 1969 ganó su primera Bundesliga. Desde entonces el Múnich 1860 no ha ganado ninguna. El FC Bayern supera la treintena. No sólo inventó el puesto de defensa central elegante. Hoy el FC Bayern infunde respeto. Hoy Alemania infunde respeto. Los germanos son más grandes, más fuertes, más técnicos y ganan siempre. Desde Beckenbauer. Antes no era así.

Había más opciones. Suprema elegancia sería un titular literario. Beckenbauer era un jugador ofensivo que jugaba de defensa. De hecho, es su legado, pero también es su pero. Su paso atrás. ¿Por qué un jugador de su clase se refugió en la defensa? Tendría que haber sido castigado por ello. ¡Pero cómo castigarlo! Si los Peles hacen del engaño un arte, Beckenbauer hizo de la prevención del engaño una maestría. No existe futbolista con mayor colección de antelaciones ante ataques, regates y fintas. Su sentido de la anticipación eliminaba las tretas e interrumpía las embestidas rivales. Le bastaba una mirada, a veces angelical otras furtiva, para ordenar un avance o cuatro zancadas para vaciar la defensa y asomarse al mediocampo. Con un golpe seco y certero cortaba el centro del campo y unía su área con el área rival. Dicen que durante un partido de Bundesliga Franz le grito a Müller que ayudase a defender, a lo que el Torpedo respondió que lo haría cuando Franz metiese los goles. Un par de jugadas después Franz disparó un obús de 30 metros. No fue gol, pegó en el larguero. Müller echó una sonrisa, pegó un par de carreras hacia atrás para no contradecir al jefe y cinco minutos después recibió un pase de 40 metros al pie que convirtió en gol. Todos contentos.

Beckenbauer ganó en elegancia hasta el día del cabestrillo. Jamás se le vio una mueca desagradable. Ejecutaba sus jugadas gracias a un físico y una ética de trabajo intachable. Se movía al compás de la música que su cerebro diseñaba y hacia mover a sus compañeros de equipo como el ilusionista que mueve sus marionetas. “No daba patadas”, dijo de él Di Stéfano admirado ante un central que puso su talento y su imaginación al servicio de la contención. Siempre receptivo, durante el lustro que va de 1971 a 1976 convirtió en un desfile las victorias del Bayern y en una fuerza imparable las exhibiciones alemanas.

Die Mannschaft

Podía haber titulado también con un simple y sencillo el mejor defensa de la historia. Un defensa que lanzaba faltas con el exterior del pie, tan bello como funcional. Como un buen Mercedes. Contundente y técnico. No hacía amigos en el campo, muchos, muchísimos fuera del mismo. Un placer para la vista en sus movimientos. Era rápido con balón y lento sin él. Dominaba los tiempos y gobernaba los espacios. Su alter ego fue Johan Cruyff. “Johan era mejor, pero el campeón fui yo”, declaraba cuando habla de la icónica final del Mundial 74. Ajax y Bayern. Holanda y Alemania. Ideas enfrentadas, aunque ambas adelantadas en la concepción de que cada parte del juego estaba entrelazada entre sí.

En cualquier clasificación Franz Beckenbauer forma parte de los diez mejores jugadores de todos los tiempos. Sube más puestos si juntas elegancia, estética y eficacia. Es, sin discusión alguna, el mejor central de la historia. Pero es algo más que eso…y es por eso que es el puto amo.

Nadie influyo más en el futbol europeo en el medio siglo que va de 1960 a 2010. Cincuenta años de omnipresencia. Refundó el FC Bayern y fue símbolo de la reconstrucción y el poderío de la Alemania de posguerra, de la Alemania unificada y de la Alemania multicultural del siglo XXI. Campeón del mundo como jugador y capitán, campeón del mundo como entrenador y seleccionador y organizador del, hasta la fecha, único Mundial que se ha celebrado en Europa en el presente siglo (Putin mediante). Ningún futbolista ha traspasado más niveles ni en el plano deportivo, ni en el social ni en el político.

Es cierto que los pioneros ejercieron todas las facetas posibles en el mundo del futbol. Santiago Bernabéu fue futbolista, directivo, presidente y organizador de competiciones. Y como Bernabéu hubo muchos más a caballo entre el siglo XIX y el XX, pero lo de Beckenbauer sucedió en la época moderna y con un éxito extraordinario. Tras colgar las botas fue columnista del Bild en el Mundial de 1982. Sus acertados artículos lo auparon al cargo de seleccionador nacional en 1986. Al igual que Zidane, su ascendencia ante los jugadores era tal que importaba más su mano izquierda que sus conceptos tácticos. Y los hubo. Convirtió a la Alemania unificada en un conjunto prosaico, funcional y defensivo, pero los aficionados y los jugadores lo adoraban. Sacó a Lotthar Matthäus del centro del campo y lo convirtió en un ‘10’ que jugaba de líbero. Lo convirtió en un káiser cuando al káiser no le llegaba ni a la altura de los botines.

Fue así campeón de corto y tras la línea de cal. Sólo Zagallo y Deschamps pueden decir lo mismo y ambos son futbolistas menores en comparación con Beckenbauer. Sólo Cruyff puede tutear al Káiser tanto en palmarés como en influencia tanto dentro como fuera del terreno de juego. Si Cruyff dejó un legado de belleza que traspasó fronteras, Beckenbauer lo haría proyectando una imagen de superioridad, arrogancia y fiabilidad que ha acompañado al Bayern y a la selección alemana desde entonces hasta la actualidad. Una supremacía que genera odios y envidias, pero también la seguridad de sus compañeros y el orgullo de sus compatriotas. Y digo bien compatriotas y no aficionados, porque lo que hizo Beckenbauer por los alemanes va más allá del terreno de juego. Beckenbauer forma parte de la primera generación alemana inocente. La primera nacida tras la derrota. La primera desnazificada. Y la primera que hizo que Alemania se abriese al mundo.

Pero aún hay más. Y por eso Beckenbauer es el puto amo.

En 1991 es subcampeón de la Copa de Europa con el Olympique de Marsella. Falta dar el último paso, pero recibe una llamada. Es la DFB (Federación Alemana de Fútbol). Alemania es un país nuevo. Unificado. Pero no es feliz. Sangrantes diferencias económicas entre este y oeste. Desmantelamiento de empresas. Bolsas de emigración. La DFB pretende organizar un Mundial que unifique al país como hizo el de 1974. El de 1998 será en Francia por lo que hay que esperar a 2006 para que el Mundial vuelva a Europa. Beckenbauer acepta, pero antes tiene otro reto por delante. Necesita experiencia como gestor. Entra en la directiva del FC Bayern y de vez en cuando baja a los banquillos para hacer de apagafuegos. Gana la Copa de la UEFA de 1996. Primer título europeo en dos décadas. Y da el salto a la presidencia. El Bayern, cuyos años 90 son tortuosos, recupera el esplendor y con Beckenbauer de presidente gana en 2001 su cuarta Copa de Europa tras las tres ganadas en los 70 con el Káiser vestido de corto. Luego se centró en el Mundial y a base de carisma consiguió que Alemania organizase el de 2006. Un exitazo. Cuatro años después dejó la presidencia del Bayern y se convirtió en presidente honorario hasta su fallecimiento en enero de 2024.

Triunfador como jugador, entrenador, presidente y organizador de eventos deportivos. Cambió el destino del FC Bayern y dotó a la selección alemana de unas cualidades futbolísticas victoriosas que permanecen inalterables al paso del tiempo. Juntando todas las facetas, mezclando todo lo que ha hecho tanto dentro como fuera del campo y su influencia en las instituciones a las que perteneció, no existe futbolista más trascendental que Franz Anton Beckenbauer.

Der Káiser. El puto amo.

“Franz sabía exactamente cuándo podía pasar el balón con el interior o cuándo tenía que mandarlo a las gradas. Para ello, la cabeza tiene que dar la orden correcta. La de Franz era una cabeza que siempre dio la orden correcta”, Johan Cruyff, rival y coetáneo de Beckenbauer.

“Parecía caminar sobre las aguas”. Sepp Maier, compañero en el FC Bayern y en la selección alemana.

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