La investidura del Rey
Machacado. Aporreado. A Pelé le habían cosido a patadas en el Mundial de 1966. Primero el búlgaro Zhechev y después el portugués Morais, en el caso del luso con dos entradas que hoy equivaldrían a cadena perpetua. Entonces pasaron por alto. Al acabar ese Mundial la FIFA decidió introducir las tarjetas para reducir el juego violento. Para la edición de México 1970 por primera vez se protegería a las estrellas. Pelé resurgía para volver a coronarse como rey del fútbol.
Lo de 1970 pocos lo esperaban. El Santos FC había ganado su último título en 1968. Coutinho, Pepe o Zito ya no formaban parte de la época dorada del club paulista. Pelé seguía siendo un atractivo imán como vedette, pero su desempeño se asemejaba más a un payaso de circo que a una estrella del balompié. Pasó de meter 64 goles en partidos oficiales en 1965 a 69 entre 1966 y 1968. Prácticamente la misma cifra en tres temporadas que en una sola. Lo paradójico es que, si en 1965 había jugado 21 partidos amistosos, en 1968 la ya de por si escandalosa cifra se elevaba a 32. El guarismo rozará lo indecoroso en 1972 cuando alcance la cuarentena de encuentros amigables.
El circo del Santos se puso en marcha en 1969 con unos partidos en el Congo y otros en Nigeria. Fue entonces cuando el famoso partido en Biafra en el que la guerra civil nigeriana se paralizó durante un par de días para disfrutar de las andanzas de Pelé. Luego vuelta a Brasil a razón de un partido cada tres o cuatro días. Entre medias una prestigiosa victoria de la canarinha ante Inglaterra, entonces vigente campeón mundial, y otra del Santos ante el Internazionale para dar la victoria en la Supercopa Intercontinental, trofeo de breve existencia que pasó sin pena ni gloria por el historial del fútbol.
El caso es que entre finales del verano e inicios del otoño Edson Arantes do Nascimento iba camino del gol 1.000 desde que en 1956 había jugado su primer partido. La cuenta sumaba partidos oficiales y amistosos. Pero eso era lo de menos. Nunca antes nadie había llegado a semejante cifra. Hoy se sabe que hubo un puñado de ellos antes que Pelé, aunque ni las fuentes ni los números son del todo fiables. El más fabuloso de todos es el austriaco Josef Bican, quien entre la década de 1930 y 1940 acumuló 806 tantos en partidos oficiales (Pelé anotó 770) y pasó con holgura del millar contando amigables. Hoy también sabemos que Cristiano Ronaldo es el máximo goleador de todos los tiempos y acabará su carrera superando los 900 tantos en encuentros oficiales.
Pero ninguno de ellos era o es Pelé.
Y eso es lo más importante.
En el otoño de 1969 no se hablaba de otra cosa. Hordas de periodistas internacionales comenzaron a cubrir cada encuentro del Santos. En octubre Pelé anotó cuatro tantos ante la Portuguesa FC para alcanzar los 993 goles. Luego vinieron dos tantos ante el Coritiba FC, un encuentro sin mojar y otro chicarro ante el CR Flamengo. Iban 996.
Era ya noviembre cuando Pelé anote dos goles ante Santa Cruz de Pernambuco. Quedaban dos. El feliz acontecimiento se podía dar ante el modesto Botafogo de Joao Pessoa (no confundir con el Botafogo FR de Río de Janeiro). Miles de personas esperaban en el aeropuerto la llegada de Pelé. Había quienes afirmaban que cuando anotase el gol 1.000 se volvería inmortal y ascendería a los cielos. Varios políticos de la zona fueron departir con Pelé para felicitarle por algo que aún no se había producido. El Santos ganaba por 0-2 con suma facilidad cuando el árbitro pitó un penalti a favor de los paulistas. Pelé no había anotado ninguno de los dos tantos iniciales y el público empezó a corear su nombre. El encargado de tirar los penaltis era el legendario Carlos Alberto quien, ante el tumulto ocasionado, se acercó a Pelé para darle el balón y que fuese él el que lanzase la pena máxima. Pelé lanzó y anotó. Gol. 999.
Entonces ocurrió algo totalmente inesperado. El guardameta del Santos cayó desplomado en el suelo y hubo de abandonar el terreno de juego. Por entonces no había cambios y un jugador de campo tendría que ponerse bajo palos. El escogido fue Pelé, quien era el teórico portero suplente del Santos. No hay que olvidar que Pelé soñaba de joven con ser guardameta y que en los entrenamientos de la selección brasileña y en las giras mundiales del Santos solía ponerse los guantes.
La decepción en Joao Pessoa fue terrible. El circo se trasladó entonces a Bahía. Estadio Fonte Nova. Allí se programó un desfile de carnaval excepcional para recibir a Pelé y se celebraron varias homilías pidiendo al Altísimo poder presenciar el gol milenario de O Rei. Tuvo Pelé varias oportunidades, todas ellas marradas y en todas ellas la afición la tomó con el club local por impedir que Pelé anotase el tanto. En la más clara el 10 del Santos hace una jugada maravillosa regateando a varios rivales y al propio portero. Sin embargo, al disparar a puerta, uno de los defensores salva el gol bajo palos. El sujeto se llamaba Nildo. Pelé se le acercó y le comentó al oído: “Eres un tío con personalidad”. Nildo tuvo que salir del estadio a escondidas. La situación surrealista se coronó con una sonora pitada al Bahía por sus propios seguidores tras haber ganado el partido.
Quiso pues el destino que el siguiente partido se jugase en el estadio de Maracaná. El marco era inmejorable. El templo del futbol brasileño. El partido liguero iba a enfrentar al Santos con el Vasco da Gama. Allí no cabía ni un alfiler. 140.000 almas según cifras oficiales. Unos cuantos más en cifras extraoficiales. Era el 19 de noviembre de 1969. Día Nacional de la Bandera de Brasil. Banda militar en el campo. Himno nacional y suelta de globos.
Pelé tuvo una buena ocasión. Un remate de cabeza que salvó un defensa de Vasco ante la línea de gol. Poco después el astro brasileño se internó en el área como una ráfaga que no toca el suelo y fue derribado. Penalti. En realidad, el derribo no lo fue tanto. Manuel Amaro, el colegiado, confesaría años después que estaba deseando pasar a la posteridad como el árbitro que había facilitado el gol 1.000 de Pelé. Pero eso era lo de menos. Penalti. Y está vez nadie tuvo que decirle nada. Pelé cogió el balón y se acercó a los once metros.
Por vez primera en toda su carrera se sintió nervioso. No en la final de un Mundial. Sí el día del gol milenario. Al menos eso fue lo que dijo y quedó para la posteridad. En la meta un argentino, un tal Andrada. No estaba por la labor. No tenía especial aprecio por Pelé. Los compañeros del Santos se alejaron de la escena y se plantaron cerca del círculo central para presenciar el feliz suceso. Nadie esperaba un rechace. Todos esperaban acontecimientos.
Eran las 23.11 horas del 19 de noviembre de 1969. Era cerca del minuto 40 de la segunda mitad. Nadie respiraba en el bullicioso Maracaná.
Pelé se acercó al balón. Lo hizo en cámara lenta.
Paradinha. Balón al palo derecho de Edgardo Andrada.
Andrada roza el esférico.
Gol.
La multitud volvió a respirar.
Pelé corrió hacia la portería, cogió el balón del fondo de las mallas y finalmente lo besó mientras un par de lágrimas caían por su rostro. De repente sus compañeros aparecieron encima de él. Luego los flashes, los micrófonos, las cámaras. Más tarde los globos, los petardos y los fuegos artificiales. Extasiado, Pelé dedicó el gol a los niños de Brasil, en otra muestra más de su ser reflexivo y políticamente correcto. Varios aficionados saltaron de las gradas y le dieron a Pelé una camiseta con el número 1.000 serigrafiado. El presidente del Vasco da Gama le hizo entrega de una placa conmemorativa que ya tenía preparada de antemano. Hubo quien le entregaría después una corona.
El partido hubo de pararse durante cerca de media hora. Pelé fue manteado por propios y extraños y luego tuvo que dar una vuelta de honor mientras saludaba a todo el respetable. Pelé había metido muchísimos goles en Maracaná, incluido uno en 1961 donde cogió el balón en su propia área, recorrió todo el campo regateando a siete rivales antes de sentar al portero y depositar el balón en la red rival.
Pero ninguno podría igualar al gol milenario. La noche del gol 1.000 de Pelé.
Fue la investidura de O Rei.
“Un penalti es una manera cobarde marcar un gol”. Pelé, quien irónicamente marcó su gol número 1.000 de tal forma.
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