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Explicando a Pelé (2ª parte)

Coruña 1959. Riazor. Junio. Trofeo Teresa Herrera. Partido único. Santos FC vs Botafogo FR. Pelé frente a Garrincha. Siete campeones del mundo sobre el campo. Se cuenta que había gente situada encima de la torre de maratón. Otros parecían gravitar sobre el voladizo de la grada de preferencia. 38.000 fue la cifra oficial. De 50.000 no bajaba según las crónicas. El Santos ganó por 4-1 incluyendo un soberano gol de Pelé deshaciéndose de varios contrarios. Fue lo nunca visto. El mejor partido de la historia del torneo. Días antes el Santos había colgado el cartel de no hay billetes en el Bernabéu en el que fue el único enfrentamiento entre Di Stéfano y Pelé y que acabó con victoria del Real Madrid por 5-3.

Paris 1960. Colombes. Junio. El Santos viene de jugar cinco amistosos en diez días. Está en Paris. Es un triangular. Los paulistas frente al Stade Reims y el Racing de Paris. Pelé está lesionado. No puede jugar, pero tiene que jugar. Su caché es el que le da vida al equipo. Dorval tiene una idea. Es joven y es negro como ‘O Rei’. Junto a Mengalvio, Coutinho y Pepe formaban la delantera del ballet blanco del Santos. Todos excelentes, pero sin Pelé el brillo del ballet se desvanece. El caso es que Dorval sugiere ponerse el ‘10’ pensando que la multitud será incapaz de reconocer a un garoto al que solo han visto en fotos. Dicen que hay 80.000 personas apiladas, el doble de la capacidad permitida. Dorval salta al campo, el juego se inicia, pero hay que pararlo. La pitada es demencial. No hay distrito de Paris que no se estremezca ante tales silbidos. Pelé salta al campo. El embuste es descubierto. Juega lesionado los noventa minutos. El Santos domina por 5-3. Dos días después vuelve a ganar, en este caso al Racing de Paris, por 4-1. Pelé juega ambos choques.

Era y es Paris capital del mundo. Lugar multicultural, brillante, vanguardista, donde el fútbol no es nada, apaciguado por la infinidad de ofertas que la megalópolis ofrece a los sentidos. Era Coruña ciudad pequeña, modesta, arrojada en una esquina del Atlántico para uso mundano, donde el fútbol es lo más importante de lo menos importante. Pero el efecto de Pelé fue el mismo, tanto en una ciudad como en la otra. Aquel atleta de velocidad sostenida, sonrisa perenne e ingenio máximo, ejercía la misma fascinación por grande o pequeño que fuese el escenario preparado para sostener su grandeza.

Una galaxia llamada Riazor
7 campeones del mundo en Coruña

Pelé era un circo. Desde que con 17 años fue coronado como ‘O Rei’ tras salir victorioso en Suecia, fue transformado en mito viviente. Para los brasileños Pelé es el summum. Es el hombre que hizo que un país pobre y olvidado pasase a ser conocido en todo el mundo. Pelé fue y será el embajador más trascendental del país del orden y el progreso. El fútbol en Brasil lo es todo, porque solo en fútbol puede presumir Brasil de ser vanguardia. Y lo es porque aquel chico de 17 años proclamó a Brasil campeón por encima de todos en 1958. Luego vendrían otras dos veces más. Y desde entonces Brasil es el rey del planeta fútbol. El rey del ‘jogo bonito’.

Pelé fue explotado hasta la saciedad. Llegó a jugar dos partidos en menos de 24 horas. Y no ocurrió en una ocasión aislada. Hasta nueve veces tuvo lugar tal aberración. Pero el culmen del paroxismo fue cuando se le contabilizaron tres partidos en 48 horas. En 1959 se le contaron 22 partidos amistosos con el Santos en 14 países diferentes en el plazo de seis semanas.

Y no eran partidos amistosos. Eran partidos a muerte. Partidos en los que había que salir a ganar. Pelé no jugaba en Europa. Pelé no jugaba la Copa de Europa. La oportunidad de ver a Pelé frente a Di Stéfano, Cruyff, Eusebio o Best era fascinante. Lo era para los aficionados, para el espectáculo, para el negocio y para los propios jugadores. Si Pelé quería demostrar que era el mejor, sólo tenía el Mundial y los amistosos para ejercer su dominio.

Y tenía que jugarlo todo. Todo. Los noventa minutos. No eran amistosos. Eran compromisos ineludibles. En todos y cada uno de los partidos que el Santos de Pelé jugó por medio mundo, en más de 300 partidos amistosos, siempre se colgó el cartel de no hay billetes. Perenemente. Pero siempre tenía que estar Pelé presente. Pelé no se podía permitir un descanso. Tenía que jugar y tenía que jugar bien. Ese chico que había ahorrado hasta el último céntimo para poder ver a Pelé no iba a tener otra oportunidad en su vida. Y Pelé lo sabía. Era una responsabilidad que llevaba grabada a fuego en su corazón.

Pelé forjó su leyenda sobre campos embarrados, secos o pelados. Con patatas redondas como balones, como leí acertadamente en la prensa en estos días. Y lo hizo cada cuatro años con la selección brasileña, pero también semana tras semana con el Santos. River, Boca, Benfica, Anderlecht, Sporting Lisboa, Inter, Real Madrid o Barça. Todos se midieron a Pelé, un abrepuertas de alcance internacional. En 1959 fueron hasta 36 los partidos amistosos con solo cuatro derrotas a cuestas. El Santos venció a la selección de Bulgaria (2-0), al Anderlecht (4-2), al Feyenoord (3-0) o al Inter (7-1). La victoria ante los italianos corregía una derrota acontecida apenas quince días antes. Aquel día a Pelé le dio por meter cuatro goles en apenas un cuarto de hora de juego.

Pelé había marcado en el Bernabéu, aunque había claudicado ante el entonces tetracampeón europeo. También anotó en el Camp Nou, donde el Santos bailó a un Barça sin Ramallets y Luis Suárez por 1-5. Como el caballo de Atila. Así pasaba Pelé por los campos europeos. La experiencia española se repitió en 1960. Aquí fueron menos amistosos, un total de 20, saldados con únicamente dos derrotas. Se venció a la selección de Polonia (5-2), a la de Bélgica (3-1) o a la Roma (3-2). Una de las dos derrotas tuvo lugar en el Camp Nou. En la revancha del año anterior el Barça se puso 4-0 al descanso con goles de Luis Suárez y Kubala. Era el cuarto partido del Santos en ocho días. Estaban muertos. El Camp Nou pitaba a los brasileños en una noche veraniega pasada por agua. ‘O Rei’ no podía consentir la afrenta y en la segunda parte descargó un torrente de fútbol que los más veteranos aun consideran de lo mejor que han visto en el coliseo azulgrana. Pelé cogió el balón y empezó a trazar jugadas imposibles. Le dio dos goles hechos a Pepe y metió el 4-3 a diez minutos del final. Solo los postes impidieron que el Santos empatase el partido. Pero daba igual. El Santos perdió, pero la ovación a Pelé fue escandalosa.

Durante el primer quinquenio de la década de 1960 Pelé fue de largo el mejor futbolista del mundo. Fueron unos años brutales donde Pelé jugaba cerca de noventa partidos anuales a razón de noventa minutos por choque. El caché de Pelé duplicaba al del resto del equipo y no podía ser sustituido salvo que hubiese lesión de por medio. El Santos era un equipo pequeño. Vila Belmiro, el lugar donde Pelé construyó su mito y donde fue velado en su entierro, apenas acogía a 20.000 almas, palideciendo ante bestias de hormigón y cemento como Morumbí, Porto Alegre, Mineirào o Maracaná. Ante Corinthians, Flamengo, Fluminense, Palmeiras o Botafogo.

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‘O Rei’

Extenuado, Pelé duró hasta 1966. Ese fue el año en el que pensó en dejar el fútbol. Tenía 26 y había sido cosido a patadas en el Mundial de Inglaterra. Allí fracasó, pero con el Santos viajó por vez primera a Estados Unidos para jugar un triangular ante el Benfica y el Inter, los dos colosos europeos del momento. Salió victorioso. Pelé era ‘O Rei’.

A partir de entonces los amistosos pasaron de ser duelos a cara de perro a jornadas festivas. Pero tampoco podemos entender la magnitud de Pelé sin esos viajes por medio mundo. Fueron 72 países y 17 pasaportes distintos. En mayo de 1967 se fueron de gira por el África subsahariana para partir más tarde a Italia y Alemania. En 1969 regresó a África por una nueva gira en la cual estuvo esta vez en el Congo y Nigeria. Allí en Biafra llegó a parar una guerra. Hubo que decretar un día de tregua para que el Santos pudiese jugar. Rodeado de soldados, Pelé jugó un extraño partido en Lagos. Verlo jugar valía una tregua y mucho más. En otra ocasión fue expulsado por un árbitro en un amistoso en Colombia. Habían anulado un gol a Pelé y ‘O Rei’’, enfadado, insultó al trencilla. De repente hubo que parar el partido ante la cantidad de objetos que el respetable lanzaba al césped. Pelé salió de los vestuarios y volvió al campo. El colegiado hubo de marcharse del recinto. El partido continuó hasta el final sin árbitro de por medio.

En 1967 visitó Gabón, Congo y Costa de Marfil antes de volar a Alemania e Italia, para luego ir a Estados Unidos y regresar a Europa. En 1969 estuvo en Yugoslavia antes de volar a Marruecos. Fueron cuatro partidos en seis días. La locura era la misma. Pero el rendimiento no lo era tanto. Pelé era entonces un objeto de feria, pero seguía llenando estadios, colapsando aeropuertos y deslumbrando a rivales. No eran partidos colapsados de magia, pero siempre había un destello, una finta, un gesto, un gol, que cambiaba todo lo antes conocido. En esos años Pelé también ejerció de portero. Cuando el rival era débil, especialmente si era africano, a Pelé le daba por jugar un tiempo como guardameta. Y era excelente. El Santos nunca tuvo portero suplente. Pelé, que debe su ‘apelido’ a Bilé un arquero brasileño al que Edson idolatraba de niño, era un fantástico guardameta. Celebre es una semifinal de copa ante el Gremio en la que Pelé tuvo que jugar de portero por la expulsión de Gilmar. En la primera parte como delantero ‘O Rei’ metió dos goles. En la segunda como portero salvó un par de ellos al poco del final.

Por el camino llegó el gol 1.000. En otro elogiado encuentro. Santos vs Vasco. Maracaná. Penalti. Los compañeros de Pelé esperaban en el centro del campo para felicitarlo. A nadie se le pasaba por la cabeza que pudiese fallarlo. Nunca antes estuvo tan nervioso. Ni en un Mundial. El árbitro confesaría más tarde que pitó el penalti porque deseaba ser protagonista de la historia. Pelé no quería tirarlo. Quería que el gol 1.000 fuera mágico, que los defensas se dieran la vuelta y miraran a la red para contemplarlo. No quería que fuese desde el punto fatídico. Pero 100.000 personas se lo reclamaron. Se hizo silencio en el estadio más bullanguero del mundo. Fueron doce pasos eternos hasta que el mundo saltó de alegría.

O milésimo": la historia detrás del gol 1.000 de Pelé
El gol 1.000

Para la temporada del 73 Pelé acababa contrato con el Santos. Contaba con 33 años, y tras su advenimiento como leyenda a color en México, apuraba sus últimos partidos. El Santos se embarcó en su última gira. Durante esos últimos doce meses el Santos se propuso que ningún país del mundo se quedase sin ver a Pelé. Se viajó a Sudamérica, Caribe, Norteamérica, Europa, Asia y finalmente Australia. Volvieron a Brasil para jugar compromisos oficiales y luego vuelta al avión. Viajaron por el Golfo Pérsico, África, Alemania, Bélgica, Francia e Inglaterra. Luego cruzaron el Atlántico a Estados Unidos para jugar ante el Baltimore Bays. En ese partido Pelé anotó el único gol olímpico de toda su carrera. En otro encuentro un defensa alemán sacó un tiro de Pelé bajo palos. La afición local reprochó el desagravio. Pitado y hundido, el teutón pidió a su entrenador salir del campo apenado por osar contradecir a su majestad.

Luego vino el último partido en España. Trofeo Carranza. Barça vs Santos. Cruyff contra Pelé. Ganaron fácil los azulgranas por 4-1. Pelé anotó de penalti. Cuando era joven aborrecía tirarlos. El lanzador era Pepe, aquel fino volante bautizado como José Macia hijo de ourensanos. “El penalti es el gol de los cobardes”, decía ‘O Rei’. Ahora ya no lo era. Cansado, viejo, destrozado por viajes y patadas, Pelé debe aferrase al más cobarde de los actos para dar brillo a sus actos.

Pelé tenía 17 cuando se convirtió en rey. Una veintena cuando fue declarado tesoro nacional y se impidió su exportación. Ganó tres Mundiales. En su apogeo era un cuchillo y los defensas se perdían en los laberintos que su trazo dibujaba. “Antes del partido pensé que era de carne y hueso como yo. Luego comprendí que estaba equivocado”, diría Burgnich tras aquel gol ante Italia en México en el que Pelé se suspendió en el aire como si en una escalera se apoyase. Todo eso es Pelé. Pero si queremos entender como Pelé hizo universal su corona, no existe mejor forma que explicando el porqué de aquellas exhaustas giras del Santos por todo el planeta.

“Pelé te hacía las tres. La fácil, la difícil y la imposible”. Roberto Perfumo, defensa argentino.

“Nunca habrá otro Pelé, porque mis padres cerraron la fábrica”. Edson Arantes do Nascimento ‘Pelé’.

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