Brasil del 70 (50 aniversario) 1ª parte
Abril de 1970. Faltaban apenas un par de meses para el inicio del Mundial de México y la selección brasileña se disponía a jugar su penúltimo partido de preparación en Sao Paulo. El rival era la débil y desconocida selección de Bulgaria. Se esperaba una plácida y fácil goleada. El resultado final fue de 0-0, mismo marcador que el cosechado quince días antes en otro amistoso ante Paraguay. Las sensaciones no eran buenas. Pero la gota que colmó el vaso no fue el empate, sino que en aquel encuentro de preparación el seleccionador Saldanha dejó en el banquillo a ‘O Rei’ Pelé.
Hace justo ahora medio siglo una fugaz aparición en el planeta fútbol expresó la técnica en términos renacentistas. El Brasil del 70 es al fútbol lo que Picasso a la pintura o Mozart a la música. Hipérboles de los amantes del balón, pero que no son más que la admiración por un equipo que hizo del juego colectivo algo extraordinario a través de maravillosas individualidades. Su famosa delantera formada por cinco dieces era un conjunto de virtuosos técnicos enamorados del gol. Brasil desplegaba un juego que hoy en día sería considerado lento, pero con un nivel de desarrollo y confección de las jugadas estéticamente perfecto. Era hipnótico ver como los brasileños acariciaban el balón incluso cuando lo golpeaban con fiereza.
El Brasil del 70 es para algunos el mejor equipo de la historia del fútbol. Es mucho decir, porque, como nos hemos cansado de repetir en este blog, no es coherente comparar distintas épocas. Además, entre la prematura retirada de Pelé y las lesiones que castigaron a Gerson y a Tostao, ese equipo de ensueño no tuvo continuidad. Lo que sí que se puede decir sin discusión es que es el Brasil del 70 es el conjunto que ha unido la victoria con el brillo y la estética de forma más hermosa.
Al mito del Brasil del 70 lo ayuda la perfección del Mundial de México. Un Mundial único. Y es que México 70 representa el juego del fútbol más puro que se ha visto por plasticidad y por ejecución, junto a un nivel técnico superlativo. Todo era nuevo, todo era hermoso. Era la primavera del fútbol. Se usaron por primera ocasión las tarjetas para beneficiar a los futbolistas de ataque. Consintieron dos sustituciones por equipo, otorgando mayor riqueza táctica al juego y oxigenando a los futbolistas fantasistas. Se retransmitió el Mundial a color y vía satélite por vez primera, y se diseñó un bellísimo balón de fútbol de nombre Telstar compuesto por hexágonos blancos y pentágonos negros que desterraría al baúl de la historia a la bola de cuero de color marrón tradicional.
Preciosas también eran las camisetas de juego que inauguraron una década icónica y rompedora. Aquellos cuellos anchos, melenas al viento y ese color tan puro que percutía en el iris de la gente a través del televisor diseñó algunas de las indumentarias más recordadas del fútbol. Las primeras zamarras proporcionadas por marcas oficiales y que lucían resplandecientes en color y con la preciosa luz del verano mexicano. Nunca antes se habían fabricado camisetas diseñadas para evitar la acumulación de transpiración en el cuello. Elásticas hechas a medida como si de un traje de tweed se tratase.
Y por supuesto Mexico 70 fue el Mundial del partido del siglo. Una agónica victoria en la prórroga de Italia ante Alemania en una electrizante semifinal. La epopeya más grande jamás vista en cerca de cien años de historia de los mundiales de fútbol.
Pero volvamos al mes de abril de 1970. Al partido de Brasil ante Bulgaria. ‘O Rei’ saltó al campo en la segunda parte con el número 13 en la espalda. Si la suplencia ya hacía daño, lo del número 13 era de juzgado de guardia. Daba la sensación de que los jugadores, los mismos que en la fase de clasificación pasaron por encima de sus rivales, le hacían la cama al seleccionador. La prensa estalló. Se acusaba a Saldanha de loco visionario, pero también se culpaba a los jugadores por falta de carácter y por tener actitud de divos. Gerson, uno de los acusados, fue taxativo: “Este Mundial lo va a ganar Brasil. La única manera de que no lo ganemos será rompiéndole una pierna a Pelé, un brazo a Tostao, la cabeza a Rivelino o quebrando mis rodillas”.
Tres días después Joao Saldanha era destituido y se elegía como seleccionador a Marío Zagallo.
¿Qué había pasado?
Pelé y Brasil habían fracasado en 1966. ‘O Rei’ acabó el campeonato cosido a patadas y, viendo que la generación victoriosa de 1958 y 1962 se apagaba, decidió dejar la selección brasileña. 1966 fue el año en el que anotó menos goles. Apenas tenía 26 años, pero daba la sensación de que estaba cansado y había perdido la magia por el juego.
Por entonces Pelé era un animal de circo explotado por el Santos. En una ocasión el Santos FC realizó una gira por África con parada en Nigeria. Los nigerianos estaban enfrascados en una guerra con Biafra, una región que proclamaba su independencia. Fue llegar Pelé al país e inmediatamente se decretó una tregua de una semana para que ‘O Rei’ y su equipo pudiesen realizar la gira. Más estrambótico fue la parafernalia que rodeó a Pelé el día en el que marcó su gol número 1.000, con una cantidad de festejos que harían palidecer al carnaval de Río.
En aquellos años Brasil estaba regido por una dictadura militar. Como había restricción de libertades, el fútbol era uno de los pocos campos donde la crítica era libre. Y había motivos para criticar. No sería hasta 1968 cuando Pelé decidió volver, pero aun así Brasil no carburaba y pocos daban como favorita a la ‘canarinha’ para el Mundial de 1970. Uno de los más críticos era Joao Saldanha, un polémico ex entrenador y ahora periodista de filia comunista. Joao Havelange, entonces máximo mandatario de la federación brasileña, creyó que si le daba el cargo de seleccionador acallaría las críticas, e hizo suya la máxima bélica de que si no puedes con tu enemigo lo mejor es unirte a él.
Pelé nunca fue un hombre de política. Dicen que la diferencia entre Brasil y Estados Unidos, los dos países desarrollados más poblados del mundo con mayor porcentaje de población negra, radica en que los primeros tienen un deporte común para todos y los segundos tienen cosificados sus deportes según la raza. El caso es que el fútbol en Brasil es religión, y aun habiendo problemas raciales, existe un consenso comúnmente aceptado de que su éxito reside en que está ajeno de polémicas. Pelé siempre siguió al dedillo esa máxima. En su vocabulario sólo hubo fútbol. “Llegó donde los negros nunca llegan, pero nunca regaló un minuto de su tiempo ni nunca se le cayó una moneda del bolsillo”, dijo de él Eduardo Galeano.
Saldanha se reunió con Pelé y ofreció el reinado absoluto. Le juró que sería el alma del equipo como siempre había sido y le prometió un juego ofensivo total. También le dijo que al haberse establecido las tarjetas los defensas no serían tan duros. Pero lo que cambió la idea de ‘O Rei’ fue la posibilidad de ser el primer futbolista en ganar un tercer Mundial y poder hacerlo disputando todos y cada uno de los partidos. En 1958 empezó como suplente y tanto en 1962 como en 1966 acabó lesionado al poco de comenzar el torneo.
Brasil se clasificó para el Mundial arrasando a Paraguay, Colombia y Venezuela en la fase eliminatoria. Sumó 23 goles en 6 partidos. Faltaba aún un año para el Mundial pero parecía que todo marchaba sobre ruedas.
El problema radicaba en que Saldanha era una mosca cojonera. Y a una mosca le encanta la mierda. Empezó a soltar declaraciones gratuitas a la prensa. Se decía que los futbolistas eran tan buenos que jugaban solos (lo cual no era del todo incorrecto) y que se había vendido a los gerifaltes de la federación brasileña. Así que empezó a decir lindezas. Primero sostuvo que Leao, el portero suplente, era un deformado y tenía los brazos cortos. En otra ocasión criticó los actos de rabia de Gerson y le recomendó públicamente que fuera a un psicólogo. Pero la traca fue cuando dijo que Pelé ofrecía un bajo rendimiento porque era miope. Pelé ya era miope cuando con 17 años asombró al mundo en el Mundial de 1958 pero, ahora, siempre según Saldanha, su miopía le impedía rendir a buen nivel.
Y Saldanha tenía otro problema a mayores. En una entrevista, el general Medici, presidente de Brasil, manifestó que su jugador favorito era Darío, un delantero del Atlético Mineiro que aquella temporada había anotado más goles que el mismísimo Pelé. Cuando fue preguntado si Darío iría al Mundial, Saldanha fue rotundo: “El presidente dirige al país y yo dirijo a la selección”.
Así que cuando a Saldanha le da un ataque de entrenador y decide poner de suplente a Pelé ante Bulgaria ya había cavado su propia tumba. Mario Zagallo sería el nuevo técnico.
— LOS CINCO DIECES —
Zagallo había sido campeón del mundo en 1958 acompañando a Pelé en la delantera y también había resultado victorioso en 1962, aunque relegado ya al rol de suplente. Zagallo era un hombre honesto pero inexperto en tácticas, y escogió como segundo a un veinteañero desconocido, pero obseso por el fútbol, llamado Carlos Alberto Parreira, y que décadas después sería un célebre entrenador. El caso es que Zagallo tenía la autoridad moral y la cercanía necesaria para mandar sobre aquellas estrellas, pero también sabía que a las estrellas no se les manda. En medio de un ambiente enrarecido, y a escasas semanas del inicio del Mundial, Mario ‘Lobo’ Zagallo llamó a seis de sus jugadores a una habitación del hotel Das Palmeiras de Río de Janeiro. Jairzinho, Gerson, Pelé, Tostao, Rivelino y Clodoaldo. Los cinco cracks y el cerebro. Y allí, tras un par de horas de debates técnicos, se produjo el gran pacto. Los cinco dieces de Brasil jugarían todos juntos para formar la delantera más célebre y temible de todos los tiempos. El talento de Jairzinho se desplazaría al extremo derecho, Pelé de interior derecho, Tostao de punta, Gerson de interior izquierdo y Rivelino en el costado izquierdo. Clodoaldo, que era un ciclón y había pasado unas semanas en la NASA aprendiendo técnicas límites de entrenamiento, quedaría relegado a labores de contención.
Era una revolución. Eran cinco mediapuntas creativos y goleadores que ocupaban la misma posición en sus clubes y realizaban el mismo papel de líderes y genios. Eran cinco dieces. Pelé en el Santos, Gerson en el San Paulo, Tostao en el Cruzeiro, Rivelino en el Corinthians y Jairzinho en el Botafogo. Todos eran ‘10’. Eran cinco galácticos.
El esquema era simple, que no es lo mismo que sencillo. En la portería estaba Félix, que como buen portero brasileño del siglo XX era de todo menos buen portero. Los laterales eran más bien extremos profundos que aguijoneaban continuamente los costados del enemigo. Por la derecha percutía Carlos Alberto, un malabarista de técnica exquisita que además ejercía de capitán tanto en el Santos de Pelé como con la ‘canarinha’. Carlos Alberto era por la derecha lo que años después sería Roberto Carlos por la izquierda. Por la siniestra penetraba Everaldo, más disciplinado defensivamente, pero igual de molesto en la ofensiva. En el centro de la zaga se mostraba Piazza, que en realidad era un volante pero que en el Brasil del 70 iba a ser un central que rivalizaría en clase con Beckenbauer. Su acompañante era Brito, el jugador más criticado de toda la selección, porque era el más parco en técnica. Brito era contundente y duro y aportaba la fiereza que todo grupo necesita.
Por delante, con toda la zona ancha para sí, se situaba Clodoaldo, el de la NASA, que tenía la obligación de ejercer de apagafuegos mientras los laterales atacaban sin cesar. Tostao quedó como el delantero centro, sacrificando su creatividad para jugar de pivote, continuamente de espaldas, ejerciendo de fijante de los centrales. Pelé alternaba de organizador y de delantero, realizando funciones de interior derecho e inmolando su posición de hombre dominante en detrimento de Gerson, que ejercía la misma función desde el centro o desde el carril izquierdo. Jairzinho, escorado a la banda, fue el más feliz de todos, porque Rivelino tenía que pisar el freno cada vez que intentaba asomarse a la zona de creación.
Brasil formó una estructura invencible. Tan sólida e impenetrable y de una potencia ofensiva tan descomunal que hasta podía haber jugado sin arquero.
En la citada reunión en el hotel Das Palmeiras se determinó también que Carlos Alberto sería el capitán, y que todas las decisiones que se tomasen tendrían que estar aprobadas tanto por él, como por Pelé y por Gerson. Un trío que sería conocido como ‘los cobras’. Cualquier disposición que tomase Zagallo debería contar con el beneplácito del trío elegido.
Cuentan que en una de las primeras noches que la selección pasó concentrada en México antes del inicio del Mundial, ‘los cobras’ pidieron permiso a Zagallo para hablar. Éste accedió y se dispuso a escuchar. Hubo un debate filosófico de varias horas con el objetivo de concienciar al grupo de la importancia del reto, del objetivo de lograr que Brasil fuese el primer país en lograr tres títulos mundialistas. Pero no lo iban a conseguir de cualquier forma. Debatieron sobre fútbol. Según ‘las cobras’ había tres tipos de fútbol; el físico, el resultadista y el fútbol arte, el llamado ‘jogo bonito’. Expresaron que ganarían realizando un fútbol arte, y que, de ninguna manera, iban a cambiar de estrategia.
Pasaron tres semanas en México para acostumbrarse a la altura y al calor. En general todo fueron risas y buen ambiente, pero como en toda buena historia hubo un momento desagradable. Una mañana se despertaron con la noticia de la detención de dos venezolanos que la noche anterior fueron cazados preparando el secuestro de Pelé. Pasado el susto, volvió la alegría.
Zagallo había formado un equipo de genios, pero ahora esos genios tenían que funcionar cual línea de ensamble. Jarzinho, Pelé, Tostao, Gerson y Rivelino, todos ellos números ‘10’, todos ellos mediapuntas, que tenían que demostrar una coordinación y una capacidad de adaptación extraordinarias en apenas 540 minutos de juego.
El Brasil del 70 fue un cometa fugaz que pervive en el recuerdo y al que se le espera su regreso. Ningún otro equipo dejó tal marca en tan poco tiempo. Una disposición táctica única que tuvo que prescindir del delantero centro para ser una trama ofensiva inigualable. Y es que Zagallo no tenía los arrestos de Saldanha y convocó a Darío. El punta del Atlético Mineiro se proclamaría campeón del mundo, eso sí, sin llegar a disputar ni un mísero segundo en todo el Mundial.
Pero eso, quedará para la segunda parte.