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Al siglo de la primera San Silvestre

Fue en el año 313. La historia se mezcla con la leyenda. Aún hoy se debate cuánto había de decisión política y cuánto de fe religiosa. Al parecer en el año anterior, durante la batalla de Puente Milvio, el emperador Constantino tuvo una visión y vio aparecer una cruz en el horizonte. Cautivado, Constantino ordenó pintar una cruz en el escudo de sus soldados y aquella batalla fue ganada por quien había de dirigir al Imperio Romano en el que sería su último momento de esplendor. Un año después de la batalla, en el citado 313, Constantino promulgó el Edicto de Milán donde permitía la libertad de culto y consideraba al cristianismo la religión oficial del Imperio. Hizo entonces Constantino su acto de conversión y pasó a bautizarse. Para ello llamó al Papa, cuyo pontificado respondía al nombre de Silvestre.

Silvestre I fue el primer dirigente de la Iglesia que no hubo de esconderse. Hasta entonces los cristianos oraban en sus casas, en las catacumbas o en el bosque. Ahora ya no. Durante dos décadas (314-335) Silvestre I inició las obras de algunos de los templos más representativos del cristianismo. Se proyectó la iglesia de San Pablo Extramuros y la primigenia iglesia de San Pedro en el mismo lugar donde se levanta la Basílica del Vaticano. Constantino también le regaló a Silvestre una tiara, una especie de sombrero con triple corona que en la actualidad se usa para la ceremonia de coronación del papado.

Silvestre I no fue un santo mártir y es difícil calificarlo de santo confesor. Silvestre fue el primer papa oficial, dejando atrás la clandestinidad. Y si hoy es recordado como San Silvestre lo es quizás por su componente político. Y es que lo más relevante de su pontificado es haber logrado por parte del emperador Constantino un documento en el que le da a la Iglesia Católica la propiedad de unos terrenos que pasarían a ser conocidos como Estados Pontificios. Aunque hoy los historiadores consideran el documento como apócrifo, otorgó al Papa el control sobre la región del Lazio y en su máximo apogeo, durante la Edad Media, el control de ciudades como Roma, Ancona, Perugia, Parma, Módena, Rávena, Ferrara y hasta la francesa Avignon. Hoy, el minúsculo y anacrónico Estado del Vaticano, sólo puede ser comprendido en su totalidad conociendo la historia de aquel documento supuestamente sellado entre Constantino y Silvestre I.

La construcción de la Iglesia de San Pedro

El caso es que Silvestre falleció el 31 de diciembre de 335. Una vez ascendido a los Cielos y convertido en San Silvestre quiso ese ser el último día del santoral anual. Lo es así para la Iglesia Cristiana dado que se rige por el calendario gregoriano. Para los ortodoxos, en gran medida el este de Europa, San Silvestre se celebra el 2 de enero, ya iniciado el siguiente año.

Esto último tiene relevancia para la historia que voy a contar. No podía haber ocurrido en país que no fuese católico. Y así tuvo lugar. Ocurrió un 31 de diciembre de 1925, hace ahora cien años. Ocurrió en Brasil, país con profundas raíces católicas y que apenas un siglo antes se había independizado del aún más católico Portugal.

Tal y como había sucedido y sucederá con multitud de pruebas deportivas, la idea surgió del cerebro de un periodista. El plumilla obedecía al nombre de Casper Líbero, quien además era abogado y, por lo que a nosotros nos afecta, era director y propietario de A Gazeta de Sâo Paulo, un rotativo vespertino. Líbero había adquirido el periódico en 1918 y lo había modernizado endeudándose para comprar una nueva rotativa y modernizándolo hasta el punto de crear un suplemento deportivo independiente del diario original.

Así fue que para conmemorar el lanzamiento del nuevo suplemento deportivo tuvo la idea de crear una carrera por Sâo Paulo con el gallo de la celebración del Fin de Año. Es por ello que la carrera fue conocida como la San Silvestre, en correspondencia con el santoral cristiano. Aquella primera carrera constó de poco más de seis kilómetros y, en realidad, año a año fue cambiando de distancia dado que no había nada establecido. La única premisa de Líbero era disputar una carrera por el centro de Sâo Paulo sin considerar distancia ni recorrido. Su idea primigenia era que la carrera finalizase exactamente a las 00.00 horas del día de Año Nuevo y para eso calculaba la hora de salida en función de los kilómetros a recorrer.

Durante sus tres primeras décadas de vida la San Silvestre de Sâo Paulo osciló entre los 5.000 y los 8.000 metros de longitud. Será en 1945, cuando por primera vez se permita la inscripción de extranjeros, cuando se establezcan los 7.000 metros como distancia oficial. A partir de entonces, lustro a lustro, la distancia fue aumentando progresivamente hasta los 9 y los 12 kilómetros para, finalmente, en 1991 hacer oficiales los 15.000 metros como recorrido definitivo. Leyendas del atletismo como Emil Zátopek, Frank Shorter o Paul Tergat han salido victoriosos en el recorrido paulista.

San Silvestre 1925

A decir verdad, Líbero había sido un imitador. El día de Año Nuevo de 1925 Casper Líbero estaba en Paris. Allí contempló una carrera en la que los participantes llevaban antorchas para iluminar sus pasos en la noche parisina. De ahí cogió la idea Líbero para la celebración de la San Silvestre y la promoción de su periódico. Se trata pues de una carrera distinta. Festiva. Los corredores llevan atuendos navideños y antes o después de la prueba se toma una copa y se engullen dulces navideños. Eso siempre ha sido así, aunque en los últimos años la tendencia se ha agudizado y junto a los atletas profesionales también hay los corredores de domingo que aparecen en la línea de salida ataviados cual carnaval y llegan a la línea de meta tras hacer decenas o centenas de eses por el camino.

En aquella primera prueba de 1925 participaron 600 atletas. Hoy la cifra se acerca a los 20.000 inscritos. La liturgia corredora de fin de año se extendió paso a paso por el resto del mundo. En un primer lugar fueron diferentes ciudades de Brasil para luego cruzar el charco y que la tradición se asentase en Portugal. Luego la plaga se extendió por diferentes países católicos. Después se cambió de fe y lugares como Londres, Tokio o Estambul pasaron a tener Su San Silvestre. En todo caso la usanza festivo religiosa hace que, además de la San Silvestre de Sâo Paulo, el pódium las más famosas sean las de Oporto o Funchal (Portugal), Bolzano (Italia), Barranquilla (Colombia) y, especialmente, la de Madrid en España.

La primera San Silvestre realizada en España tuvo lugar en Galdácano, en el Gran Bilbao, en el año 1961. Tres años después en el barrio madrileño de Vallecas comenzó a celebrarse la San Silvestre por excelencia. Fue concebida por Antonio Sabugueiro, un orensano emigrado a Madrid que practicaba atletismo con asiduidad en la pista del antiguo estadio de Vallecas. La idea era celebrarla al caer la noche, pero antes de la cena, en contraposición a la brasileña que se disputaba camino de la madrugada. En aquella primera prueba los hombres corrieron 2.700 metros y las mujeres 400 metros. Al vencedor masculino le dieron 15.000 pesetas y a la femenina una cubertería y un picardía de color rojo para celebrar la Nochevieja. En la actualidad la prueba consta de 10.000 metros y 40.000 inscritos entre varones y hembras, que compiten en igualdad de dificultad y de premios. Con todo, en la San Silvestre de Sâo Paulo hubo que esperar hasta 1975 para que se permitiese la presencia de la mujer como motivo de ser ese el Año Internacional de la Mujer.

En la actualidad, sólo en España, hay más de dos centenares de carreras de San Silvestre a celebrar el 31 de diciembre. Ya no se regalan cuberterías ni se montan fiestas con regalos tras la carrera, dado que la propia carrera es una fiesta. En la primera edición de la Vallecana el vencedor fue el madrileño Jesús Hurtado, plusmarquista español de 10.000 metros, pero un completo desconocido en el panorama internacional. El último vencedor fue el etíope Berihu Aregawi, medallista olímpico en Paris 2024.

Los tiempos cambian, la tradición se mantiene.

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