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Paavo Nurmi

Ya pasaba con holgura los 60 años cuando Paavo Nurmi accedió a que le hiciesen una entrevista. Era harto extraño. Taciturno, arisco, serio, pesimista y sin amigos conocidos, Nurmi huía de los focos como de la peste. Una vez llegó a declarar que “la fama y la reputación son menos valiosos que un arándano podrido”. Así que conseguir una entrevista con el atleta más laureado de los Juegos Olímpicos, el hombre al que en 1996 la revista ‘Time’ nombrará el mejor olimpista del siglo XX, era una bomba mediática. Tras un repaso a su exitosa carrera, Nurmi declaró: “Cuanto mayor sea el nivel de vida de un país, peores serán los resultados en los eventos que piden trabajo y problemas. Me gustaría advertir a esta generación, a los países con mayor bienestar, que no dejen que esta vida cómoda los haga perezosos. No dejen que los nuevos medios de transporte maten sus instintos de ejercicio físico”.

La premonitoria entrevista data de tan temprana fecha como 1962. Paavo Nurmi había nacido en 1897 en Raunistula, una aldea costera del suroeste de Finlandia y hoy un barrio de la ciudad de Turku. Nurmi formaba parte de un mundo que en Occidente ya no existe. El mundo de la agricultura de subsistencia. La única alternativa al trabajo duro y mal recompensado estaba en los sueños que hace aflorar el deporte. En la Finlandia de inicios del siglo XX había que arrancar el sustento gracias a los muslos de un caballo para mantenerse vivo a base de sopas de cebolla y pescado seco a lo largo del duro y frío invierno. Como tantas otras familias, los Nurmi se trasladaron a la ciudad para malvivir en un diminuto apartamento con cinco hijos mientras compartían la cocina con otra familia.

Al igual que sus hermanos, Paavo hubo de abandonar la escuela para ponerse a trabajar tras la temprana muerte de su padre. Era un niño de piernas largas y unos ojos enormes. Era un crío famélico, delgado como el palo de una fregona y con la mirada del hambre siempre presente en su rostro. Nurmi se convirtió en repartidor y empujaba carretas por las empinadas cuestas de Turku a la vez que fortalecía sus piernas.

Por entonces los atletas escandinavos eran los favoritos en las pruebas atléticas de los Juegos Olímpicos. El ídolo del momento era el finés Hannes Kolehmainen y Nurmi decidió que su forma de salir de aquella vida era convirtiéndose en el nuevo Kolehmainen. Comenzó a realizar una serie de entrenamientos espartanos. Añadía pesos a sus botas para dificultar la zancada o se agarraba al parachoques trasero de los trenes obligándose a correr a su mismo ritmo. Su estoicidad llegó al extremo de desfilar con una mochila llena de piedras a la espalda por voluntad propia mientras ejercía el servicio militar.

Así pues, no era de extrañar que en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920, Paavo Nurmi se alzase con tres medallas de oro (10.000 metros, cross campo a través -8.000 metros- y fondo por equipos) y una medalla de plata en los 5.000 metros). Un éxito sin paliativos que, a mayores de gloria y notoriedad, le permitió dotar de luz eléctrica la casa de sus padres y, esencialmente, obtener una beca del gobierno finés para poder estudiar.

Y así Paavo Nurmi debería estar feliz. Pero no lo estaba. Era incapaz de asimilar la derrota en los 5.000 metros. Si ya era un obseso del entrenamiento, ahora se iba a convertir en un exaltado.

A casi 100 años Paavo Nurmi sigue siendo el rey del atletismo de fondo |  Deportes Más Deportes | TUDN Univision
El rey de la media distancia

Si ya de por sí era callado, de un día para otro se convirtió en antipático. Nunca sonreía ni admitía entrevistas. Su metodismo creció hasta límites insospechados. Hasta entonces los atletas corrían a todo gas desde el pistoletazo de salida intentando aguantar su potencial hasta la llegada. Nurmi compró un cronómetro y desde entonces lo convirtió en un anexo de sus dedos. A partir de ese instante competiría siempre con un reloj en la mano, en una época donde no existía el paso por vuelta ni los tiempos por kilómetro. Empezó a entrenarse por intervalos utilizando para ello los postes telefónicos que encontraba en los caminos, combinando intensidad larga y series explosivas.

Todo lo hizo con una reserva desorbitada. Convirtió esa zancada harmoniosa y regular en el arquetipo del corredor de medio fondo que desde entonces ha llegado a nuestros días. Pero corría siempre solo y, en caso de que alguien fuera lo suficientemente atrevido para acompañarle, aumentaba su ritmo y rápidamente lo agotaba. Sus propios compañeros de la selección finesa admitieron que tenían poco más que espiarlo para aprender algo de él. “Nunca fue real ni para sus compañeros. Era enigmático, un fantasma, como un dios en una nube”, escribirían de él.

Así llegó a París para los Juegos Olímpicos de 1924 como el gran favorito y dispuesto a reventar todos los récords existentes. Y vaya si lo hizo. Fue un suceso sobrehumano. Obtuvo cinco medallas de oro olímpicas (fondo por equipos, 1.500 metros, 3.000 metros, 5.000 metros y cross campo a través -8.000 metros-) en seis días. Pero más allá de las preseas, lo que lo convirtió en un mito es cuando logró el doblete en 1.500 y 5.000 en poco menos de una hora.

Aquella semana de julio fue una de las más calurosas de la historia parisina con máximas que rondaron los 40 grados. Bajo ese sol acuciante Paavo Nurmi venció en la prueba de los 1.500 metros marcando un nuevo récord olímpico. Apenas una hora más tarde, exactamente 55 minutos después, tenía lugar la final de los 5.000 metros cuando el termómetro se acercaba peligrosamente a los 43 grados. Los rivales de Nurmi asumieron que estaría exhausto y corrieron a ritmo de récord del mundo desde el inicio para acabar con el finés. Viendo que sus rivales se distanciaban, Nurmi tiró su cronómetro al suelo, se dejó de pamplinas y protagonizó una remontada que lo llevaría a ganar el oro sumando un nuevo récord olímpico. “Todo reside en la mente. Los músculos no son más que piezas de un engranaje. Todo lo que soy, es gracias a mi cabeza”, declaró poco antes de la ceremonia del pódium.

Pero es que al día siguiente el termómetro en París se fue hasta los 45 grados, que en una metrópolis y con alta humedad daba una sensación térmica cerca de diez grados a mayores. Era la jornada en la que tendría lugar la prueba de campo a través. De los 38 participantes tan sólo 15 consiguieron finalizar la prueba. Las crónicas dicen que hubo un atleta que, aunque logró terminar, cayó al suelo desmayado. La cantidad de colapsos que hubo entre espectadores y atletas hizo que el COI suspendiese por perpetuidad la prueba de campo a través del programa olímpico. Jamás se ha vuelto a disputar. Pero Paavo Nurmi ni se inmutó. Logró la victoria con una ventaja de más de un minuto sobre el segundo clasificado. Lejos del cansancio, clamaría más tarde que la eliminación de la disciplina era una injusticia inclasificable.

Paavo Nurmi, el atleta finlandés de oro - Michan en Finlandia
Campo a través

Pero ni así Nurmi quedó saciado. Quería uno más. Su intención era correr los 10.000 metros, pero ni el COI ni la delegación finesa estaban dispuestos a que la vaca sagrada del atletismo acabase enferma, por lo que se le prohibió competir. Furioso, Nurmi saltó a la pista del estadio olímpico de Colombes cuando ya era noche para correr en solitario los 10.000 metros. Según atestiguaron los pocos privilegiados que presenciaron el momento, Nurmi lo hizo en seis segundos menos que su compatriota Ville Ritola, quien horas antes se había proclamado campeón olímpico de la distancia.

Aquella exhibición, y su pasión por el cronómetro y el entrenamiento especializado y quirúrgico, lo convirtieron en un Frankenstein. En una época donde las máquinas se evangelizaron como el símbolo de la modernidad, Nurmi se convirtió en el fiel reflejo de la unión de máquina y ser humano.

Nurmi pasó a ser un icono y el mejor embajador posible de su país. Se embarcó en una gira internacional que le llevó a participar en diversas pruebas en Estados Unidos e incluso a trabar una buena amistad con el presidente Herbert Hoover. “Su célebre zancada era inconfundible para los espectadores. Cuando apareció, las oleadas de gritos aumentaron de un rugido a un trueno”, dirían sobre él en ‘Sports Illustrated’. Cuando una década más tarde Paavo Nurmi se convierta en la estrella de la delegación finesa que acometerá una gira por Estados Unidos buscando financiación para ganar la guerra contra la Unión Soviética, esa amistad se tornará en fundamental.

Antes, ya como celebridad, pero lejos de sus mejores años y plagado de lesiones musculares, Nurmi acude a los JJ.00 de Ámsterdam de 1928. Allí conquista otra medalla de oro en los 10.000 metros y un par de preseas de plata (5.000 y 3.000 metros). Su récord de nueve medallas de oro olímpicas tan sólo ha sido igualado por la gimnasta Larisa Latynina, el nadador Mark Spitz y el atleta Carl Lewis. Y hubo que esperar a 2008 para que el nadador Michael Phelps lo superase.

Pero a Nurmi aún le faltaba un reto que completar. Camino de los 35 años se propuso ganar el maratón en los Juegos Olímpicos de 1932. Sin embargo, una información periodística destapó que durante su gira por Estados Unidos había percibido beneficios económicos. Por entonces los atletas debían ser amateurs, y aunque se podía hacer la vista gorda si ejercían otros trabajos, lo que nunca era aceptado es que cobrasen por el hecho de su práctica deportiva. Medio mundo pidió clemencia para Nurmi, pero el COI no dio su brazo a torcer. No habría traca final. Paavo Nurmi decidió retirarse y cambiar las zapatillas por el traje y la corbata para convertirse en un promotor inmobiliario.

Su velocidad le hizo poseedor del apodo de ‘Finlandés volador’, pero su esquiva personalidad también le granjeó el seudónimo de ‘Finlandés fantasma’ y ‘El gran silencioso’. Sus métodos de entrenamiento y su estilo de zancada regular influenciaron a generaciones posteriores, como al checo Emil Zatopek, rey del medio fondo en la década de los 50 y que desde niño quiso emular a Nurmi coleccionando artículos e imitando el sistema de entrenamiento de su ídolo. Siete décadas más tarde el marroquí Hicham El Guerrouj proclamaría que se volvió atleta para repetir los logros del gran hombre del que su abuelo le hablaba. Fue El Guerrouj el hombre que igualó la hazaña del finés al vencer en 2004 en la prueba de 1.500 y 5.000 metros en los mismos Juegos Olímpicos. Desconozco si más impresionante fue igualar el récord o que desde el lejano Marruecos un niño que luego sería abuelo tuviese como referencia a un finés del que poco a nada sabría a comienzos del siglo XX.

Cuando en 1952 los Juegos Olímpicos tuvieron lugar en Helsinki el COI le exoneró de toda culpa por aquellos cobros en Estados Unidos. Por supuesto, Paavo Nurmi fue el elegido para entrar en el estadio olímpico con la antorcha. Era la primera vez en muchos años que aquel hombre taciturno volvía a estar en boca de todos. Cuando el héroe apareció en la pista, con menos pelo, más arrugas, pero con idéntica zancada y una forma física envidiable para un hombre de 55 años, los allí presentes entonaron un rugido atronador y una retahíla de pasos acompañó a aquella zancada legendaria.

Archivo:Paavo Nurmi sytyttää olympiatulen 1952.jpg - Wikipedia, la  enciclopedia libre
Nurmi en Helsinki 52

Falleció en 1973, a los 76 años, y fue despedido con un funeral de Estado. Hoy su figura, plasmada en una estatua, custodia el Estadio Olímpico de Helsinki. La estampa muestra a Paavo Nurmi exprimiendo su zancada. La zancada que convirtió en leyenda al ‘Finlandés volador’.

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