Jack McKinney
En 1979 un químico que había amasado una inmensa fortuna en el mercado inmobiliario compró una franquicia de baloncesto de la NBA. El empresario se llamaba Jerry Buss y la franquicia eran Los Ángeles Lakers. Buss, por entonces un treintañero mujeriego empedernido, frecuentaba locales de la noche californiana. Su favorito era un club conocido como The Horn. El club atraía una exclusiva clientela hollywoodiense y contaba con la presencia de sensuales cuerpos femeninos danzando de forma pecaminosa. Las chicas salían a bailar al son de la música, siendo presentadas por un maestro de ceremonias que iniciaba el acto con un grito del que sobresalía una palabra.
It’s showtime.
Showtime. Tiempo de espectáculo.
En la década de 1980 Los Ángeles Lakers acumularon cinco títulos de campeón en ocho finales disputadas de la NBA. Ocurre que no fueron los títulos lo que llevaría a ese equipo al olimpo. Los Lakers de los 80 son conocidos como los Lakers del Showtime, un conjunto de juego dinámico, ofensivo y en cierto punto alocado que fue el pilar que usó la NBA para expandirse más allá de las fronteras de Estados Unidos. El equipo estaba liderado por Earvin Magic Johnson quien con su sempiterna sonrisa se convirtió en el yerno y en el novio que toda americana deseaba tener. Además de un baloncesto que primero miraba al ataque y luego a la defensa, el Showtime también eran las despampanantes cheerleaders de los Lakers, las fiestas postpartido, los actores de cine a pie de pista y las luces de colores en el pabellón.
Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar eran las caras visibles del equipo. No obstante, había una organización dentro de esa aparente desorganización. El hombre que ponía límites al desenfreno y coordinaba y combinaba jugadas de contraataque y velocidad era Pat Riley. De 1982 a 1990 Riley llevó a los Lakers a cuatro títulos de la NBA y, de paso, se convirtió en un hombre empoderado. Riley había sido un mediocre jugador de los Lakers en la década de 1970. Riley era un cachitas, un tipo desaliñado con bigote y patillas kilométricas. Ocurre que Riley era de esas personas que llenan una habitación con su sola presencia. Comprendió enseguida que Magic Johnson era la gallina de los huevos de oro y que Buss tenía una visión sobre los Lakers que iba más allá del baloncesto. Pat Riley accedió al cargo de entrenador e hizo algo más. Dejó los vaqueros, se compró carísimos trajes italianos y pasó a engominarse el cabello para atrás en todas y cada una de sus presencias públicas. Riley, guapo y alto, se convirtió en un icono. En la viva imagen del Showtime.
Tras los Lakers, Pat Riley llevó a los New York Knicks a la que hasta la fecha es su última final de la NBA para luego ganar otro título con los Miami Heat. Lo hizo con un estilo ultradefensivo que, no obstante, nunca puso en tela de juicio su labor como arquitecto del Showtime.
Con 80 años ya cumplidos, Pat Riley actualmente es el jefe de operaciones de los Miami Heat. El CEO. El que hace y deshace a su antojo. Como jefe ha ganado dos títulos más. Tiene la caballera repleta de canas y las entradas son ya considerables, mas sigue usando la misma capa de gomina de cuatro décadas atrás. Su imponente figura coronada por trajes carísimos de Armani sigue siendo más que respetada. No en vano, además de como arquitecto del Showtime, a Pat Riley se le considera el Godfather de la NBA.
Y así ha sido.
Pero así no tenía que haber sido.
Pat Riley tenía que haber sido Jack McKinney.

Cuando Jerry Buss compra los Lakers se encuentra con un regalo. Se trata de Magic Johnson, escogido por los Lakers en primera posición del Draft de aquel año. Necesita entonces un entrenador. Dado que tanto él como Magic apuestan por el baloncesto ofensivo, necesitan a alguien que secunde sus ideas. Intenta contratar a Jerry Tarkanian, un técnico universitario de reputada fama. No lo consigue. Buss se decanta entonces por un tal Jack McKinney, quien había sido segundo entrenador en Portland y en Milwaukee, en donde había coincidido con Kareem Abdul-Jabbar. Éste tiene buenas palabras sobre McKinney. El apadrinamiento de Abdul-Jabbar es más que suficiente para ser contratado y que así tenga su primera experiencia cómo técnico jefe en la NBA.
Nada más llegar a los Lakers, Jack McKinney se da cuenta de que le tiene que dar el timón del equipo a Magic Johnson. Los Lakers tenían entonces a un excelente base llamado Norm Nixon y McKinney decide poner a los dos como titulares, a uno de base y al otro de escolta. La idea es simple. Correr, correr y correr. Y en caso de no poder correr, balón dentro de la zona para Abdul-Jabbar. Comentaba que la idea es sencilla, pero requiere de automatismos perfeccionados para funcionar en su plenitud. Funciona. Arrancan mal en las primeras dos semanas, pero durante el siguiente mes de competición los Lakers ganan y divierten creando una ola de admiración allí por donde pasan.

Jack casaba bien con el espectáculo angelino. Comprendía el potencial de Magic. Un día, en agosto de 1948, cuando Jack tenía nueve años, fue a ver una película. Esa tarde, Paul, inspector de policía en Pensilvania y padre de Jack, recogió a su hijo a la salida del colegio para llevarlo a un cine. Allí estaban echando una película biográfica sobre Babe Ruth. Ruth, el mejor jugador de béisbol de siempre, acababa de fallecer. Paul quería que su hijo supiese que clase de hombre era Babe.
Paul salió llorando del cine. Jack estaba impactado. Su padre era dios y estaba llorando. Para un niño de nueve años su padre siempre es dios. El caso es que a la mañana siguiente Paul cogió el coche, subió a su hijo a su lado y condujo durante dos horas y media para acercase a la Catedral de San Patricio de Nueva York. Allí iba a celebrarse la misa funeral en memoria de Babe Ruth.
Durante el viaje en coche el hijo preguntaba y el padre contestaba. Babe Ruth tuvo una complicada infancia de la que salió gracias al béisbol. Primero en los Red Sox y luego en los Yankees de Nueva York. Babe Ruth se convirtió en el mejor jugador en la historia de su deporte y en un mito que aún hoy en día es venerado. El padre de Jack era un enamorado de los deportes y frecuentaba partidos de béisbol, combates de boxeo o encuentros de fútbol americano. En la cima de todos esos mitos en pantalón corto estaba Babe Ruth. Si era un dios para el padre de Jack, también tendría que serlo para Jack.
El caso es que cuando llegaron a la catedral de San Patricio la marea humana era de dimensiones históricas. Filas y filas de chicos, chicas, blancos y negros aguardaban pacientemente el momento de darle un último adiós al cuerpo y al alma de Ruth. El padre de Jack tiró de placa para saltarse la cola y poder acercarse junto a su hijo a los pies de ese hombre por el que habían derramado un mar de lágrimas.
Jack McKinney nunca olvidó ese día. Los sonidos, la tristeza, la agitación y sobre todo la energía mágica de su padre. El poder emocionante y mítico del deporte. Lo cautivador y lo embriagador de formar parte de una misma idea, de una misma esperanza.
McKinney se dijo a sí mismo que se iba a dedicar a eso. Baloncesto y atletismo. Consigue una beca universitaria como saltador de altura y se gradúa en Historia. Lo intenta en el baloncesto, pero es mediocre. Sin embargo, es listo y aplicado, se saca el título de entrenador y comienza a dirigir a un equipo de un instituto. Accede luego como asistente a las ligas universitarias para más tarde dar el salto a la NBA como segundo entrenador. Llega entonces la oportunidad de los Lakers.
Jack McKinney había aprendido de niño que no sólo hay que ganar, también emocionar. Inmediatamente se dio cuenta de que Magic Johnson era Babe Ruth y diseñó un sistema pensado para vencer y enamorar al mismo tiempo. Para convertir a Magic en ganador y en mito al mismo tiempo.
Era el Showtime.
Apenas fueron cuatro semanas de enamoramiento.

Era una mañana del 8 de noviembre de 1979. Los Lakers, tras una racha triunfante de buen juego, presentaban un balance de 14 victorias por 10 derrotas. Aquel 8 de noviembre los Lakers jugaban en casa, por lo que esa mañana tenían libre. McKinney había quedado para jugar un partido de tenis a las 10.00 de la mañana en unas pistas que había cerca de su casa. Su oponente sería Paul Westhead, amigo y segundo entrenador de los Lakers. Westhead llegó a las 10.00 en punto a la pista de juego. Pasó una hora y McKinney seguía sin aparecer. Por entonces no había teléfonos móviles y Westhead simplemente pensó que McKinney se habría olvidado de la cita o que quizás se hubiese entretenido en su despacho repasando el plan del partido. A eso de las 12.00 decidió plantarse en casa de McKinney y fue entonces cuando la esposa de éste le contestó que había salido en bicicleta en dirección a la cancha de tenis poco antes de las 10.00.
Se llama a la sede de los Lakers. Nada. Se llama luego a los hospitales de Los Ángeles.
Bingo.
Jack McKinney apretó los frenos para disminuir la velocidad en una pequeña bajada con tan mala suerte que la cadena se bloqueó al instante, la rueda delantera frenó en seco y McKinney salió disparado contra el asfalto. Se golpeó duramente el cráneo con el suelo durante varias veces fruto de la inercia del golpe. Tenía la cara destrozada, hematomas en todo el cuerpo y sangrados internos en el bazo.
Permanecería tres días en coma.
Durante el resto de la temporada Paul Westhead se haría cargo del equipo. McKinney era un tipo decente, fiable, resolutivo. Un buen tipo. Había criticado y matizado a Abdul-Jabbar y el pívot aceptó de buen grado que McKinney le diese las llaves del equipo a Magic Johnson. Todo el mundo se movía en ataque, incluido Kareem, y se jugaba a correr salvo en los momentos importantes en donde Kareem podía pedir el balón dentro de la zona.
Westhead no tocó nada del sistema a la espera de que McKinney volviese.
Los Lakers acabaron ganando el título tras derrotar a los Philadelphia 76rs con Paul Westhead en el banquillo.
McKinney jamás volvió.
En la temporada siguiente, la campaña 1980-81, Paul Westhead se convirtió en pleno derecho en entrenador jefe de los Lakers. Se segundo sería un comentarista televisivo que había sido un jugador residual de los Lakers.
Se trataba de Pat Riley.
La cosa fue mal. A Westhead le dio un ataque de entrenador. Decidió poner su sello en el equipo y cambiar de arriba a abajo lo que McKinney había creado. Cortó de raíz las transicciones y decidió parar el juego en beneficio de Kareem Abdul-Jabbar. A Magic Johnson no le gustó e inmediatamente subió al despacho de Jerry Buss para exigir la cabeza del técnico. Lo interesante del tema es que a Kareem tampoco le gustó. Abdul-Jabbar era el mejor y también era el antidivo. Estaba encantado con que fuese Magic el que se llevase todos los focos.
Paul Westhead no seguiría la siguiente temporada en los Lakers.
Pat Riley se convirtió en técnico de los Lakers. Riley retomó la idea del Showtime y la perfeccionó al dotarle de rigor defensivo y presión a media pista.
Pat Riley se convirtió en el padre del Showtime…
…aunque no le era.

¿Qué fue de Jack McKinney? Recibió su despido de los Lakers con acritud. Se encontraba bien y lo consideró una puñalada por la espalda. Indiana Pacers le hizo una oferta aquel verano y pasó a dirigir al equipo de Indianápolis en la temporada 1980-81. Lo hizo bien. Muy bien. Era la primera vez en un lustro que los Pacers se clasificaban para los playoffs para el título. Lo hizo tan bien que fue galardonado con el premio al mejor entrenador de la temporada.
Todo era pura fachada. Al empezar la siguiente temporada Jack comenzó a tener serias lagunas mentales. Fueron a más. Acabó esa campaña poniendo pegatinas con el nombre de los jugadores en las camisetas de entrenamiento para saber quien eran y poder nombrarlos. El problema se agravaba durante los tiempos muertos de los partidos, donde McKinney alternaba cuestiones tácticas con silencios gigantescos en los que su segundo tenía que interceder mientras Jack intentaba retomar la conversación.
Aquello no tenía mucho más recorrido y hubo que abandonar los banquillos por prescripción médica. Tras visitas y más visitas a neurólogos volvería al ruedo meses más tarde. Sin embargo apenas pudo dirigir en nueve partidos a los New York Knicks antes de tener que abandonar de forma definitiva el baloncesto profesional.
Pat Riley es una leyenda de la NBA.
Jack McKinney es un completo desconocido.
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