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Cuando Juary fue vaca camino de la subasta

Un día del verano de 1966 once desconocidos norcoreanos batieron a Italia, por entonces doble campeona mundial. Aquello fue una debacle que recorrió la bota de norte a sur. Los aficionados, azuzados por la prensa, clamaron por una solución ante la afrenta. Los directivos, en tiempos de chovinismo nacionalista, quisieron encontrar la respuesta cerrando las fronteras nacionales. Tirando de intervencionismo y aislacionismo a lo Donald Trump, en la temporada 1966/67 se prohibía la contratación de futbolistas extranjeros con el objetivo de potenciar al jugador nacional.

Para sus defensores la medida fue efectiva. Fueron 14 años de prohibiciones en los que Italia vitoreó en la Eurocopa (1968), fue subcampeona del Mundial (1970) y tanto el AC Milan como la Juventus de Turín lograron títulos europeos. Para sus detractores el nivel del fútbol italiano cayó en picado. De los títulos europeos logrados por clubes transalpinos ninguno era la Copa de Europa e Italia había caído en la primera fase del Mundial 1974 y ni siquiera se clasificó para la Eurocopa de 1976 tras perder ante Países Bajos y Polonia. El nivel de juego era paupérrimo y los equipos difícilmente podían competir con la potencia de los equipos ingleses y alemanes. Así pues, en el verano de 1980 se reabrió el mercado internacional y se permitió fichar un futbolista extranjero por equipo.

En aquella temporada 1980/81 uno de los 16 contendientes de la Serie A era la Union Sportiva Avellino. Se trataba de un club muy modesto que había ascendido a la primera categoría en 1978 por vez primera y donde se mantendrá durante una década hasta nunca más volver a reverdecer laureles. Avellino es una pequeña ciudad de 50.000 habitantes del interior de la Campania. Se trata de una zona volcánica a escasos 40 kilómetros de Nápoles, capital de la región y su nombre, como es fácil de presuponer, se debe a la multitud de avellanos que pueblan la zona.

Avellino

La vida de Juary da para un libro. Bautizado como Jorge Dos Santos Filho en 1959, al pequeño Juary se le daba bien al fútbol. Entre favela y favela jugaba a la pelota con tanto ímpetu que día tras día acababa con las uñas rotas. Ocurre que, aunque con buenas condiciones, era pequeño y liviano (apenas 1’68 de adulto) y tenía otras inquietudes. Un tío suyo había sido asesinado por un par de policías que buscaban a una banda de delincuentes y, por equivocación, abatieron a la persona equivocada. Había sido un homicidio, involuntario, pero homicidio, pero el policía salió indemne sin ni siquiera realizarse un juicio. Fue entonces cuando Juary decidió estudiar con el objetivo de convertirse en abogado. Sus padres eran muy humildes, pero Juary era buen estudiante y con sus notas podría optar a una beca de estudios.

Pero quiso el destino que en uno de sus múltiples partidos en descampados un tal Babá, jugador del Santos FC, viese a Juary driblar defensas y marcar goles a diestro y siniestro. El tal Babá convenció al padre de Juary para llevarlo a hacer una prueba a las instalaciones del club que Pelé había hecho grande. Así, pues, sería la primera vez que Juary fuese una vaca camino de la subasta. Su padre lo cogió del brazo, tomaron un autobús y allí se presentaron sin que Juary supiese ni a dónde iba ni qué iba a hacer.

Destacó y allí quedó en el internado del Santos. Tampoco tuvo opción alguna. Su padre lo dejó y marchó para nunca más volver. De hecho, no volvió ni a su casa. Abandonó a Juary, mas también a su esposa y al resto de su prole. Escapó para nunca saber más sobre él.

Tras destacar en Brasil, lo mandaron un año cedido al Universidad de Guadalajara mexicano en una jugosa operación financiera para ambos clubes y nunca para el pobre de Juary. A lo poco de volver a Sao Paulo lo llamó el presidente del Santos. Le ordena que haga la maleta y que lo acompañe en un viaje a Italia. Le comenta que quiere ver a un par de jugadores y le pide su ayuda para detectar talento. A Juary, entonces un chaval de apenas 20 años, le resulta sumamente extraño, pero la posibilidad de disfrutar de unas vacaciones pagadas en Italia le convence para subirse al avión.

Total, que en aquel vuelo Sao Paulo-Roma van Juary, y el presidente y el secretario técnico del Santos. Al poco de subir beben un vaso de vino y Juary comienza a hacer preguntas. El mutis por respuesta. Segundo vaso de vino. Silencio. Tercer vaso. Nada. Cuarto. Ni mú. Así que Juary se bebe un par de botellas y borracho perdido agarra al presidente por la pechera y exige una explicación. El secretario del Santos lo agarra por un brazo y le dice que lo han vendido al Avellino por una suma descomunal de dinero. Juary no sabe dónde está Avellino. No sabe ni si eso es un club de fútbol y pide volver a Brasil. El presidente, con voz calmada, le dice: “No hay paracaídas. No puedes escapar. Eres jugador del Avellino”.

Una vaca camino de la subasta.

Juary

La fama de Juary provenía de un triplete que le había metido al Sao Paulo. Eso le había dado la posibilidad de jugar un amistoso con Brasil para después formar en un encuentro de la Copa América. Era rápido y menudo, un segundo delantero más que apañado, pero no tan llamativo como para llamar la atención de una prima donna. Para el US Avellino era un futbolista accesible teniendo en cuenta el poder de la lira italiana frente a los reales brasileños.

Juary llega a una ciudad que no tenía ni idea de quién era Juary. Mucho peor. Antonio Sibilia, presidente del US Avellino, también desconocía su existencia. Y es que Antonio Sibilio era dueño del club como un anexo a otros muchos quehaceres. Sibilia era un patrón. Era Don Antonio. Había llevado el equipo a la Serie A tras múltiples ascensos con un método, al menos, extravagante. Traje oscuro, camisa abierta con pelo al pecho, bigote de galán de telenovela barata y barriga más que interesante, Sibilia era un don nadie que había pasado de ser paleta en la obra a hacerse dueño de la ciudad. Era íntimo amigo de Raffael Cutolo, capo de la Camorra, y se daba por hecho que Sibilia era el hombre encargado de blanquear los asuntos de Cutolo. El empresario Sibilia paseaba siempre custodiado por dos guardaespaldas y era un imán para los problemas y para el dinero a partes iguales.

Así pues, Sibilia no tenía idea alguna de quien era Juary. Seguramente el fichaje fuese una que otra forma de Cutolo para blanquear dinero. El caso es que cuando Sibilia reciba a Juary en el despacho su sorpresa será morrocotuda al ver a aquel escuálido brasileño de piernas torcidas. Allí, Sibilia, mirará a su entrenador y a sus guardaespaldas y les preguntará en dialecto napolitano si ese chico era de verdad un futbolista. Según se supo después dijo que si en tres meses no funcionaba echaría a técnico y futbolista y les reclamaría a los dos los 800.000 dólares de la época del traspaso. 

Pero funcionó. Y funcionó muy bien. En el segundo partido ya era el ídolo del Avellino. Y aquella gente necesitaba alegrías. La tarde del 23 de noviembre de 1980 la tierra tembló, después se abrió y lo engulló todo. Murieron 3.000 personas y muchos miles más perdieron sus casas. Fue justo después de una victoria del Avellino ante el Ascoli. Juary salvó la vida dado que buscó refugio tras escuchar un estruendo a lo lejos. Luego salió corriendo de casa y se metió en el coche pensando, bendita ignorancia, que estaría más a salvo que dentro de sus cuatro paredes. El caso es que resultó ileso y se lo agradeció a la vida dándole felicidad a todo Avellino. Las siguientes jornadas marcó domingo tras domingo dejando una icónica celebración en la que bailaba en círculos alrededor del banderín de córner.

Juary es a pequeñísima escala lo que Maradona será en la cercana Nápoles. Sibilia lo sabe y ahora lo trata como a un hijo. Un día el presidente sube a su pupilo a un Mercedes. Al igual que el día que se subió a un avión para cruzar el Atlántico obtiene el silencio como respuesta. En esta ocasión no hay vino ni preguntas. Pasan los kilómetros y al llegar a Nápoles observa cómo van camino de los juzgados. Comenzaba el juicio contra Raffaele Cutolo (con el tiempo a su organización se le acusara de tráfico de drogas y cientos de asesinatos) y a éste le interesaba la presencia de Juary como amigo de cara a la opinión pública. Hubo besos entre Sibilia y Cutolo, intercambio de agasajos y fotografías con Juary.

Nuevamente como vaca que va camino de la subasta.

Entre visitas al juzgado y asesinatos varios, entre ellos el de Luigi Necco, periodista de la RAI que comentaba los partidos de SSC Nápoles y de US Avellino y quien denunciaba públicamente a Cutolo y Sibilia, Juary sigue marcando goles para ayudar a la permanencia de su equipo en la Serie A. Así llegamos al verano de 1982 cuando es traspasado al Internazionale. La transacción fue acometida poco antes de que Juary fuese al despacho del presidente a pedir un aumento de sueldo por su buen rendimiento. Sibilia le contestó posando un revólver encima de la mesa mientras asentía con la cabeza.

En el Inter ganó paz y estabilidad, pero deportivamente fue un fracaso. Apenas anotó cuatro tantos y encadena varias cesiones antes de ser traspasado en 1985 al Porto FC. Allí alterna titularidades con suplencia y, aunque tiene un buen desempeño, no alcanza nunca la excelencia que llegó a mostrar en Avellino. Con todo formará parte de la historia dorada del club del norte de Portugal por su buen hacer en la Copa de Europa.

Fueron dos estallidos. La primera vez al poco de llegar. En noviembre de 1985. El Barça había ganado en octavos de Copa de Europa al Oporto por 2-0. Tocaba la vuelta en Das Antas. Juary saltó al campo en el minuto 60 y en media hora le hizo un hat-trick a Urruti en medio de una lluvia torrencial. Lástima que un tanto de Archibald a última hora clasificara al Barça camino de la final a celebrar en el Sánchez Pizjuán. Camino de las cuatro décadas, a la hora de escribir estas líneas, sigue siendo la última victoria del Oporto ante los azulgranas.

El destino le reservaba un momento mucho mejor.

Mayo de 1987. Estadio Práter de Viena. Juary es otra vez suplente. Entra en el descanso. Gana el Bayern por 0-1. Es la final de la Copa de Europa. El modesto Oporto contra el Bayern de Matthäus y Rummenigge. A falta de un cuarto de hora para que muera el encuentro un quiebro de Juary dentro del área sirve para darle el balón a Madjer que lo convierte en un precioso gol de tacón. Tres minutos después el argelino le devuelve el favor con un pase medido que Juary convierte en un tanto que le da al Oporto su primera Copa de Europa.

Gol de la victoria

El héroe del Práter había conseguido lo máximo tras una vida digna de película. Ahí se acabó su historia. Tenía apenas 28 años, pero apenas jugaría tres partidos más con el Oporto. Una grave lesión prácticamente lo inhabilitó para el fútbol. Volvió a Brasil a intentarlo, pero acabo colgando las botas poco después. Con el tiempo se convertirá en entrenador de categorías inferiores hasta que en 2010 se haga cargo de los juveniles del US Avellino, con el equipo deambulando en la Serie C.

Por entonces Antonio Sibilia, el presidente que lo hubo fichado treinta años atrás, era un anciano de 90 años que pasaba sus últimos días en una suntuosa mansión. Cuando se enteró del retorno de Juary a Italia le hizo llegar una invitación para que lo visitase en su casa.

Juary declinó amablemente el ofrecimiento.

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