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El porsche de Paulo Futre

Como un trueno. Como un funambulista. Recibió el balón algo más allá de la línea del centro del campo, lo cosió a su pie izquierdo y se dispuso a bailar sobre el césped. Y es que Paulo Jorge dos Santos bailaba. Quizás porque cuando iba a entrenar a Lisboa desde su Montejo natal lo hacía tras un viaje en ferry en el que daba patadas a latas de refresco mientras intentaba mantener el equilibrio sobre la cubierta de la nave. El caso es que Kögl se le tiró a los pies sin suerte y, luego, fue el pequeño de los Rummenigge el que trato de salirle al paso. En un abrir y cerrar de ojos, Paulo hizo una pared con Magalhaes y dejó descolocado a Flick. Entonces Paulo decidió dejar la banda y adentrase en el área, donde le esperaba el temible Andreas Brehme. Con uno de sus aspavientos lo engañó y, mientras Brehme se tiraba al suelo, Paulo recortaba hacia su exterior y, antes de que llegase Plufgler, lanzar un suave disparo con la zurda al poste derecho de la portería defendida por Jean Marie Plaff.

La pelota deambuló por el área pequeña hasta que, tozuda, se escapó por la línea de fondo. Daba igual. El FC Porto vencía al FC Bayern por 2-1 y conseguía su primera Copa de Europa. Paulo no marcó ningún gol, pero su excelencia se vio premiada con el trofeo al mejor jugador de la final. No había hecho más que lo que estuvo haciendo durante toda la temporada. Deslumbrar a la Europa futbolística con poco más de 20 años. Ese año ganaría el Balón de Plata. Su nombre completo era Paulo Jorge dos Santos Futre. Paulo Futre.

Cuando aquella jugada maradoniana un hombre pegó un respingo en el sofá de su casa. Era un tal Jesús Gil y Gil. Un empresario de la construcción, que en su día había pisado la cárcel por un delito de homicidio involuntario al desplomarse el comedor de un restaurante del cual era el promotor. A la altura de 1987 había rehecho su imperio con pisos turísticos y viviendas de lujo por todo el Mediterráneo. Son años de dinero en A y dinero en B, del pelotazo y del yuppismo con estudios y del yuppie que antes de traje y corbata mezclaba cal, arena y agua.

El caso es que apenas un par de meses antes de la celebración de la final de la Copa de Europa había fallecido Vicente Calderón, presidente del Atlético de Madrid durante dos de las décadas más gloriosas del conjunto rojiblanco. Habían de celebrarse elecciones a la presidencia y Jesús Gil decidió presentarse. No había motivos románticos. Gil había formado brevemente parte de la junta directiva de Calderón, pero sus exabruptos lo condenaron a la expulsión. No era aficionado al Atlético. Simplemente vislumbró que acceder a la presidencia de un club de fútbol era una forma de conseguir prestigio y notoriedad.

Así que Gil, que de fútbol no tenía gran idea, se levantó del sofá y decidió que ese era su hombre. Estamos a finales de mayo de 1987, a falta de un mes exacto para la celebración de las elecciones. Llamó a su hijo, Gil Marín, y a su mano derecha en la candidatura, el promotor cinematográfico Enrique Cerezo y fletó un avión privado para el día siguiente, entonces 28 de mayo, presentarse en Milán.

Y es que, aunque la final había tenido lugar en el Prater vienés y la comitiva del FC Porto volvía a Portugal a celebrar el increíble éxito, Paulo Futre estaba en otras cosas. Hubo de viajar a un hotel de Milán para cerrar su pase al Internazionale. Los italianos venían de una temporada gris en la que se había dado carpetazo a Karl Heinz Rummenigge, el excepcional mediapunta alemán que a los 32 años había iniciado una preocupante cuesta abajo en su carrera. El Inter consideraba a Futre uno de los futbolistas más decisivos del momento y candidato a mejor jugador del mundo al cabo de un par de temporadas.

Era entonces el Calcio la liga más poderosa del mundo. Y había dudas. Las había porque el gran Eusebio nunca salió de Portugal y ningún jugador luso había destacado fuera de su país. Fernando Chalana no pasó del Girondins de Burdeos y Fernando Gomes, ganador de dos Bota de Oro, tuvo una modesta experiencia en Gijón antes de volver al FC Porto a levantar la Copa de Europa. Futre era un excepcional futbolista, pero había que esclarecer las dudas en un fútbol de primer nivel como el italiano.

Así que allí estaban Futre y Pinto da Costa, presidente del FC Porto, para cerrar un acuerdo más bien humilde con el Inter. Futre iba a cobrar mucho menos que Rummennige e incluso menos de lo que el Inter pensaba ofrecerle a Enzo Scifo, el belga del Anderlecht que estaba en la recámara como segundo plato por si fuese necesario.

Fue entonces cuando Gil y Gil arribó en el hotel. Futre y Pinto da Costa compartían habitación. Cerradas las negociaciones dormían una siesta a la espera de volver a Oporto una vez finiquitado el acuerdo. Entonces Jesús Gil se presenta en recepción y exige ver a Paulo Futre. El astro luso se levantó de la cama al recibir la llamada en su habitación, pero no quiso bajar. Fue Pinto da Costa el que le pidió que se mostrase educado y que bajase a escucharlo.

Así que Futre y su presidente decidieron bajar al hall del hotel. En pantalón corto, con melena ochentera a lo ‘Miami Vice’ y unas chanclas en los pies, Paulo Futre se presenta ante Gil. El orondo empresario soriano solo acierta a preguntar a aquellos dos hombres donde está el famoso Futre y sólo cae en la cuenta de quien es el afamado futbolista cuando baja la cabeza y ve unas chanclas serigrafiadas con el nombre del astro portugués.

Futre, está entre molesto e incrédulo ante este desconocido que ni siquiera sabe quién es, pero decide escucharlo. Gil le habla de Madrid, del Atlético y de que va a ser el presidente que lleve a los rojiblancos al éxito. Son unos veinte minutos en los que Gil, tan tarugo como bonachón, utiliza su don de gentes para ganarse el afecto de Futre.

Pero Futre no lo ve claro. Acaba de ganar la Copa de Europa. El Inter es un grande que juega competición europea. El Atlético finalizó octavo en la Liga española. Duda. Por lo que pide a Gil un par de minutos en privado con Pinto da Costa y decide tirarse un farol. “Mira, si este tío ha cogido un avión privado para venir hasta aquí es que tiene mucho dinero. Yo le voy a pedir el doble para mí y tú el doble para el club”.

Dicho y hecho. Futre le espetó a Gil que quería el doble de lo que le daba el Inter y Pinto da Costa hizo lo propio. Eran 450 millones de pesetas por el fichaje (2,7 millones de euros) mucha tela para la época y mucho más para el Atleti.

Gil ni pestañeó. Habría acuerdo.

Entonces Futre, que además de gran futbolista era un tipo espabilado (y lo sigue siendo), decidió subir la apuesta. Tras un pequeño silencio se abrió la veda.

“Quiero una casa en Madrid”, le dijo Futre.

“Hecho”, contestó Gil y Gil.

“Una casa con piscina”, remató Futre.

“Hecho”, volvió a contestar Jesús.

“Quiero un coche”, fue la última petición del portugués.

“¿Qué coche quieres?”, preguntó Gil.

“Un Porsche”, reclamó Paulo.

“Hecho”, finalizó Jesús.

Fumata blanca. Hubo que ir al Inter con la contraoferta y los italianos dijeron que naranjas de la china. Activaron el plan B y viajaron a Bruselas para cerrar el fichaje de Scifo. Esa historia salió mal. Pero esa historia es otra historia.

Historias del fútbol: Gil presenta a Futre en la Sala Jácara (1987) - AS.com
Futre y Gil

Gil soló pidió una cosa. Futre tendría que subirse a su avión y trasladarse inmediatamente a Madrid antes de ir a Oporto. Quería presentar a su fichaje en sociedad y con eso asegurarse su victoria presidencial. Futre aceptó, pero a medida que el vuelo se acercaba a destino las dudas parecían corroerle. ¿Y si Gil y Gil no ganaba las elecciones? Pinto da Costa trataba de tranquilizarlo, pero Futre no las tenía todas consigo. Le había dicho a su padre que no tendría que volver a trabajar en su vida, pero lo que era un futuro asegurado en Milán se había convertido en un futuro incierto en Madrid.

Así que Futre volvió a tirar de pillería, se levantó de su asiento y se acercó a Gil y Gil. Le dijo que querría el Porsche nada más aterrizar en Barajas. Sino tenía el coche ese mismo día cancelaría inmediatamente el acuerdo.

Jesús nuevamente accedió. La idea de Futre era buena. Si Gil gana las elecciones, genial, y sino las gana por lo menos me vuelvo a Oporto con un Porsche. Así que nada más aterrizar, la comitiva se desplaza a un concesionario Porsche de la capital y preguntan cuál de los Porsche que hay allí se puede llevar Paulo al momento. El único disponible era un deportivo de color amarillo. Dicho y hecho, una vez más. Gil sacó la chequera y Futre salió de allí en un llamativo Porsche color pollo.

Jesús Gil y Gil ganó aquellas elecciones de calle. Y todo gracias a Paulo Futre. El empresario trilero se la había jugado todo a una carta. Los 450 millones del fichaje, la casa con piscina, el Porsche y el salario de Futre había corrido a cargo de su cuenta corriente. ¿Qué habría pasado si no hubiese ganado las elecciones? Nunca se sabrá. El caso es que Gil y Gil se mantuvo como presidente durante más de una década hasta que, acusado de estafa al club por simulación de contratos, acaben echándolo del Atleti, al igual que fue desalojado de la alcaldía de Marbella por corrupción.

El padre de Paulo Futre no volvió a trabajar. Futre se convirtió durante siete temporadas en un dios rojiblanco. Sólo ganó dos copas mientras que fracasó temporada tras temporada en Europa. Tampoco tuvo éxito con la selección portuguesa y acabaría apagándose antes de llegar a los 30 machacado por las lesiones. Pero todo eso da igual. Una de aquellas Copas del Rey fue lograda frente al Real Madrid en el Santiago Bernabéu, en lo que fue una inyección de orgullo mayúsculo para un club que vivió y vive atormentado y acomplejado por el enorme éxito de su rival capitalino. Con el tiempo Futre acabó pintando su Porsche de rojo para que no llamase tanto la atención y se asentó en Madrid donde sus dos hijos se han criado y en donde se ha convertido en la leyenda rojiblanca por excelencia, con permiso del finado Luis Aragonés.

“A nivel sentimental le doy tanta importancia a la Copa de Europa con el FC Porto que a aquella Copa del Rey con el Atlético de Madrid. Nunca he tenido un orgasmo como aquel gol”, Paulo Futre hablando sobre la victoria del Atleti ante el Real Madrid en la Copa de 1992.

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