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Antes de que Nápoles amase a Maradona

La historia es conocida incluso para buena parte de la gente a la que no le interesa el fútbol. Maradona es un dios terrenal y no hay lugar del mundo más sagrado para su culto que Nápoles. Existe un mural con su rostro en el barrio de Teduccio, conocido como ‘el Bronx de Nápoles’, con una leyenda que reza ‘Dios umano’. En la ciudad italiana, descrita por el escritor Jimmy Burns como “una Babilonia sin salida al mar, tan mística como pagana”, Diego Armando Maradona compite en popularidad y en devoción con San Genaro, el patrón napolitano. Pudo haber escogido cualquier otro destino pero se decantó por una ciudad maltratada por la historia y por un equipo sin pedigrí. En sus siete años en Nápoles, Maradona consiguió 2 títulos ligueros, 1 copero y 1 Copa de la UEFA. No es un palmarés extraordinario para un futbolista de ese calibre, pero su valía no se mide en trofeos. ‘El pelusa’ otorgó a los ‘terroni’ italianos vanidad, orgullo y dignidad, adjetivos con los que no estaban familiarizados.

Empero, lo que los napolitanos no suelen o no quieren recordar es que hubo un tiempo en el que no estaban enamorados de Maradona. Un tiempo en el que perdieron la ilusión por sus andanzas. El ‘10’ argentino tuvo un cuatrienio glorioso (1986-1990), pero en sus dos primeros años en Italia (1984-1986) las muestras de que fuera el genio que se presumía que era se exhibían en dosis chicas.

Maradona fue presentado en el estadio San Paolo de Nápoles el 5 de julio de 1984. Hizo su aparición cual estrella hollywoodiense al aterrizar en helicóptero en el centro del terreno de juego. Otros dirían que había sido un mesías que había bajado del cielo. Había tal cantidad de curiosos y periodistas en el aeropuerto que hubo que preparar un señuelo para despistarlos. Mientras el cebo marchaba dirección Capri, Maradona y su séquito avanzaba por carreteras secundarias hasta dar con el descampado donde estaba el helicóptero. Una vez en tierra bajó al vestuario. Ataviado con un chándal anti glamuroso, una camiseta Puma y una bufanda del Nápoles, subió las escaleras del foso que llevaban al césped y más de 70.000 personas observaron con atención como daba toques de balón de un pie a otro. Antes, con el estadio aún vacío, había estado jugueteando con un globo terráqueo. Quizás una metáfora de lo que pretendía conseguir.

Maradona había dejado el FC Barcelona con veladas percepciones de problemas con la cocaína. Había espantando a entrenadores y directivos azulgranas por su falta de disciplina y por lo que se dio en llamar ‘el clan Maradona’, un grupo de familiares y amigos que vivían con el astro en su mansión de Pedralbes y que eran conocidos por sus incidentes nocturnos en la noche barcelonesa. Solo con esos antecedentes era entendible que un jugador de esa dimensión no firmase por uno de los grandes transatlánticos europeos y tuviese que fichar por un modesto como el Nápoles. Días antes de su presentación, Maradona dijo que lo único que sabía de la ciudad es que se comía pizza.

Lo que es más difícil de explicar es de dónde sacó el club napolitano los 13 millones de euros (cifra récord en la época) para fichar a Maradona. El mismo día de la presentación un periodista francés hizo esta misma pregunta. Por supuesto obtuvo evasivas como respuesta. ‘Vox populi’ era sabido que la Camorra, la mafia napolitana, había financiado el fichaje con dinero conseguido de la extorsión, negocios inmobiliarios fraudulentos y con ‘donaciones voluntarias’ de los napolitanos.

Gracias a la visión de su representante, Maradona era de los pocos futbolistas que poseía el beneficio y explotación de sus derechos de imagen. Pero eso no iba a suceder en Nápoles. Había miles de objetos del ‘10’, desde llaveros a esculturas a tamaño real, a la venta en las calles de la ciudad, así como camisetas y vídeos con sus mejores jugadas. Cyterszpiler, representante de Maradona, tuvo que llegar a un acuerdo con la Camorra. Los derechos de imagen serían del jugador en el mercado internacional. En el mercado nacional sería cosa de la mafia.

Así es como se iba a pagar su fichaje.

En Nápoles Maradona pudo dar rienda suelta a su vida disoluta con total tranquilidad. Sus amigos se mezclaron con naturalidad en los bajos fondos napolitanos. Nadie cuestionaba sus salidas nocturnas e incluso se sentía integrado en el barrio de primerísimo nivel en el que vivía. Una pareja de policías locales le abrían paso cuando viajaba en coche y los locales de ropa o de restauración adaptaban sus horarios en función de sus necesidades. Cuando un turista argentino era víctima de uno de los frecuentes robos que asolan a la ciudad de Nápoles tan sólo tenía que acudir a la policía. Por el simple hecho de ser argentino se le ponía en contacto con Gabriel ‘El Morsa’, cuñado de Maradona, que al cabo de unas horas se hacía con lo sustraído y se lo devolvía a su compatriota.

En Barcelona era visto como un niño rico e ignorante en las vecindades colindantes. En Nápoles sus compañeros de parcela solían ocultar secretos más turbios que los suyos.

Pero la paciencia tiene un límite. Maradona era un genio, pero entrenaba poco y estaba pasado de peso. A mitad de su primera temporada el Nápoles estaba en puestos de descenso. Comenzó a ser criticado en la prensa y los aplausos de los aficionados se tornaron en indiferencia. Dado que los periodistas no se atrevían a hablar de sus asuntos con la droga y con la Camorra, comenzaron a publicitar sus escarceos amorosos. Sea como fuese, Diego le vio las orejas al lobo y consiguió remontar el vuelo en la segunda vuelta y colocar al Nápoles en mitad de la tabla. Además acabó siendo el tercer máximo goleador del Calcio.

Había salvado un ‘match-ball’, pero estaba lejos de conseguir lo que los napolitanos esperaban de él. Era el verano de 1985. Maradona rompió con Cyterszpiler, quien además de representante era su amigo desde la infancia, y contrató como nuevo representante a Guillermo Coppola, un empresario argentino de pasado turbio y que inmediatamente claudicó con la Camorra. La temporada comenzó y el rendimiento del Nápoles, si bien mejor que el del año anterior, seguía siendo mediocre. En la prensa se empezó a publicar sin tapujos sobre la vida social de Maradona y sus fiestas regadas de excesos. La gente lo seguía queriendo, pero en las segundas partes, cuando Maradona era víctima del cansancio y de la mala preparación, llegaba el runrún de la grada.

La Camorra, viendo peligrar a la gallina de los huevos de oro, mandó a dos emisarios al entrenamiento del Nápoles. Era enero de 1986. Se le comunicó que estaba invitado a una fiesta que organizaba Luigi Giuliano, el padrino de la mafia napolitana. Por supuesto que a Maradona no le quedaba otra alternativa que acudir a esa celebración.

Nunca se supo que pasó aquella noche. Años más tarde Maradona negó relación con Giuliano y sostuvo que no sabía quién iba a acudir a aquella fiesta y que la Camorra se había aprovechado de su fama para sacarse fotos con él. Sea como fuere, todo cambió a partir de esa noche. Maradona comenzó una relación extramatrimonial con una joven napolitana llamada Cristina Sinagra, con la que años más tarde tendría un hijo ilegítimo. La relación fue breve pero la chica consiguió que ‘el Pelusa’ dejase la cocaína, abandonase temporalmente el alcohol y volviese a entrenar con fiereza.

Por su parte la prensa dejó de criticar a Maradona, presumiblemente por influencia del clan de los Giuliano. Y así, con ‘el 10’ centrado y sin injerencias externas, el Nápoles acabó la temporada 1985/86 en una excelente tercera posición. Aunque Maradona había bajado su producción de goles y de asistencias, se había convertido en referente y en líder de un equipo, que a pesar de ser inferior a sus rivales, ya creía en sus posibilidades de éxito.

Y por supuesto la afición lo adoraba.

Aquel verano Maradona se vistió de superhéroe y ganó el Mundial con Argentina en la mayor demostración de dominio personal que se ha visto en la historia de la Copa del Mundo. Desde entonces, y hasta su debacle en el siguiente Mundial celebrado en Italia cuatro años más tarde, Maradona fue con una insulsa superioridad el mejor jugador del planeta, dejó las drogas y el alcohol para ocasiones especiales y jamás fue criticado hiciese lo que hiciese por el público napolitano.

Luego vendría la segunda caída. Pero esa sería otra historia.


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