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Swing low, sweet chariot

Rugby. Deporte de bárbaros jugado por caballeros. Quizás no exista deporte tan decimonónico como el rugby. No fue hasta finales del siglo XX cuando se profesionalizó y aun hoy no hay jugador que ose discutir a un árbitro decisión alguna por muy errónea que fuese. La tecnología y el rugby siguen sin casar y, a pesar de los tímidos intentos por globalizar el deporte del balón ovalado, las competiciones tradicionales siguen siendo coto cerrado de las naciones con más pedigrí. Todo este coctel se retroalimenta con un calendario exiguo para lo que el mundo televisivo exige. No es viable jugar más de un partido de rugby a la semana dado el brutal desgaste físico de los jugadores.

El santo sactorum del rugby es el Six Nations Championship, antiguo torneo de cinco naciones y mucho antes torneo de cuatro naciones. En el Seis Naciones compiten Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda (unidas bajo una misma bandera en uno de esos milagros que el deporte realiza de cuando en cuando), Francia y la advenediza Italia. Durante mes y medio estas seis orgullosas naciones compiten entre sí para ser consideradas como la mejor selección del hemisferio norte. Todo lo que rodea a estos partidos está plagado de tradiciones y rituales los cuales son tan o más importantes que lo que ocurre en el rectángulo de juego.

Seis Naciones

Inglaterra es la plusmarquista del torneo en dura competencia con Gales. Los ingleses siempre han tratado a los galeses con condescendencia. Escocia es a Inglaterra como Cataluña es al resto de España, mientras que Irlanda es a Inglaterra como Euskadi es a España. Gales es Galicia. Un territorio diferente a la vez que sumiso, que los ingleses siempre han tratado con migajas al considerarlos inofensivos. Es en el rugby donde Gales luce orgulloso su dragón celta sabedores de que al menos son tan superiores como los crecidos ingleses.

Es pues normal que los galeses entonen un himno patriótico cuando el Millennium Stadium de Cardiff se viste de gala para recibir a su orgullosa selección de rugby. El cántico (Hyd) exalta la supervivencia de la lengua y la nación galesa “pese a todo y pese a todos, todavía estamos aquí” tal y como reza el estribillo. El resto de la canción hace referencia a Magno Máximo, emperador romano del siglo IV que nació en tierras galesas.

El caso es que Inglaterra no contaba con una canción oficial que lucir para sus partidos de Twickenham más allá del himno nacional. Ocurrió que en 1988 Inglaterra perdía por 3-11 en casa ante Gales, la cual se encaminaba a lograr un nuevo trofeo. Nada extraño dado que en los veinte años anteriores Inglaterra sólo sumaba dos títulos. La sangría era aún peor debido a que Irlanda, tradicionalmente inferior a los ingleses, sumaba 15 triunfos en los últimos 23 encuentros contra los ingleses. Nunca fueron peores los tiempos para el rugby inglés. Así pues, tras aquel desastre contra Gales tocaba cerrar el torneo de 1988, ya sin nada en juego, en Twickenham, al suroeste de Londres, frente a Irlanda.

Los ingleses llevaban tres partidos sin anotar siquiera un ensayo. Era el 19 de marzo de 1988. Al descanso Irlanda vencía por 0-3. Tras el interludio Inglaterra lograba un ensayo. ¡Un milagro! Había sido anotado por Chris Oti, el primer jugador negro de la selección en 80 años. Fue entonces cuando un grupo de universitarios comenzaron a cantar Swing Low, Sweet Chariot para animar a Oti. Y Oti marcó su segundo ensayo y entonces muchos otros espectadores sentados cerca de aquellos chicos se unieron a la canción. Para cuando Oti anotó su tercer ensayo de aquella tarde, todo Twickenham cantaba Swing Low, Sweet Chariot. Inglaterra había aplastado a Irlanda por 35-3 y aquella canción se convertía en himno oficioso del XV de la Rosa.

¿De dónde había salido esa canción? Hubo que retraerse hasta 1849. Sweet Chariot (Linda Calesa) era la canción que solían entonar los esclavos afroamericanos de Estados Unidos y que pronto se propagó entre los que aun atravesaban el Atlántico con grilletes en los tobillos desde África. La canción tiene una curiosa historia. Cuenta la vida Harriet Tubman, una esclava que vivía en Maryland con sus diez hijos y que una noche de 1849 escapó en su carreta guiándose por la Estrella Polar para buscar el Norte, es decir la libertad, a pesar de atravesar peligrosos caminos repletos de cazarrecompensas en busca de esclavos en fuga. Pero no contenta con ello, regresó en quince ocasiones al Sur en busca de esclavos a los que salvar en su carroza camino de la liberación. La cabeza de Harriet Tubman llegó a valer 40.000 dólares de la época.

La melodía y su letra fue compuesta años después por Wallace Willis, un esclavo negro, que, una vez liberado, consiguió trabajo en una parroquia bajo órdenes de un reverendo al que le encantaba la música coral. A inicios del siglo XX aquel himno de libertad afroamericano era un éxito de ventas y en la década de 1960 se convertirá en referente en la lucha por los Derechos Civiles. Luego alcanzará el estatus de mito al sonar en el festival de Woodstock de 1969 gracias a las cuerdas vocales de Joan Báez.

Swing Low, Sweet Chariot se trata de un cántico simple, apenas un estribillo, que sonaba indefectiblemente durante la puesta de sol en los enormes campos de algodón de Estados Unidos. Mécete suave, dulce carruaje/ que vienes a por mí para llevarme a casa. Apenas eso, un par de versos que se repiten. La letra original es algo más larga y refuerza el contenido religioso con alusiones al río Jordán y a los ángeles. Elvis, Johnny Cash, Eric Clapton o Beyoncé la incluyeron a su repertorio. También Mocedades, un grupo famosísimo en la España de la década de 1970.

El caso es que, sin un motivo razonable, aquella canción de esclavos se convirtió en el himno oficioso de Inglaterra. Una curiosa ironía, dado que todas las demás naciones de Gran Bretaña consideran de un modo u otro a los ingleses como sus opresores. Fuese como fuese, el éxito de Sweet Chariot fue vertiginoso hasta instalarse en la tradición colectiva del rugby. Incluso se hizo una versión para la Copa del Mundo de Rugby de 1991, y a esa siguieron más versiones para otras ediciones del Mundial grabadas por el grupo UB40 o el cantante británico Russell Watson.

Hoy, Swing Low, Sweet Chariot está en tela de juicio. En 2013 se inició una investigación por parte de World Rugby, la federación internacional, para dictaminar si el uso de la canción debería ser prohibido por sus connotaciones racistas. La presión popular evitó el fin de la melodía. Pero lo cierto es que hay amplios sectores ajenos al rugby que consideran que la canción no debería ser entonada, dado que es una melodía triste que recuerda el sufrimiento y las penurias de los esclavos en busca de la libertad. Mientras, la comunidad negra no se muestra especialmente cómoda al ver entonar uno de sus himnos por un público, el del rugby, cuya inmensa mayoría es blanca.

Por de pronto, a la altura de 2025, el XV de la Rosa y sus fieles seguidores seguirán entonando el Swing Low, Sweet Chariot cada vez que el equipo juegue un partido del Seis Naciones.

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