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La montaña mágica de Cañardo

Cataluña es Barcelona. Barcelona es Cataluña. Situada en un punto privilegiado del globo terráqueo, enclaustrada entre en el mar y la montaña, cerca de todo por tierra y por mar y bendecida con un clima benigno, Barcelona ha sido siempre vanguardia comercial, industrial y cultural. También deportiva. Ciudad olímpica. Hay y ha habido campeonatos mundiales en disciplinas tan diversas como el atletismo, la natación, el patinaje o el polo y otras como el fútbol, el baloncesto o el balonmano cuentan con seguimiento internacional semanal.

El pistoletazo de salida de Barcelona como icono vanguardista deportivo tuvo lugar el día de Reyes de 1911. Narcís Masferrer, director de El Mundo Deportivo, ponía en marcha la Volta a Catalunya, la que hoy es la tercera, tras Tour y Giro, carrera ciclista por etapas más antigua del mundo. La primera edición salió de la barcelonesa plaza de Sarriá para, tras tres jornadas, arribar a escasos metros del anfiteatro romano de Tarragona. La prueba, hoy centenaria, recorre los cuatro puntos cardinales de Cataluña beneficiándose de los hercúleos puertos montañosos de los Pirineos y de las turísticas estampas costeras que van desde la Costa Brava a la Dourada pasando por las tierras del Maresme y del Garraf.

Ocurre que antes de que la Volta fuese un evento internacional, antes de que el Barça fuese mès que un club y mucho antes de que Barcelona quedase siempre ligada a Michael Jordan y a su Dream Team, estaba Montjuic. La montaña mágica de Barcelona.

Dejar la llanura barcelonesa para encaramarse a los 170 metros de altura de Montjuic fue siempre a la vez reto y a la vez hechizo para el paseante. El ciclismo convertirá esos dos mil metros de ascensión en míticos y los vehículos a motor desnudarán su dificultad. Ocurre que antes de esos progresos, Montjuic era un reto. Era una quimera. Un ideal que las bicicletas convirtieron en deporte.

Al fondo…Montjuic

Al costado de Barcino se levantaba el Monte Júpiter. Así lo llamaban los romanos. En el medievo comenzó a conocerse como Monte de los Judíos y de ahí la derivación del topónimo a Montjuic. Ocurre que allí, en lo alto, y con mirada franca al mar, el homo sapiens encontró un lugar ideal para asentarse. Entre el Besós y el Llobregat, aquel promontorio era idóneo para repeler amenazas externas y controlar el llano en caso de revueltas. Con el tiempo sus imponentes cañones apuntarán amenazantes al corazón de la Barcino medieval.

De la montaña de Montjuic se extrajo la piedra del gres, un tesoro autóctono con el que se construyeron los principales edificios barceloneses, la muralla romana o la catedral. De esos talleres salió la piedra que edificó la impresionante Basílica de Santa María del Mar, construida por los ciudadanos de lo que hoy es conocida como la Barceloneta y la Ciudadela.

La magia de Montjuic radica en que está tan cerca como lejos. No queda a pie de paseo como El Retiro y celebrar una tarde bajo su falda requiere dedicación exclusiva. No solicita prisa, más tampoco permite pausas. Y no solo eso. Montjuic imponía. Durante siglos su castillo funcionaba como cazador de espíritus y sus paredes y muros como enclaustradores de ideas. Tras los Juegos Olímpicos de 1992 la ética de la montaña se transformó para siempre en un gran parque temático que se ha rendido al deporte y a la cultura con una oferta museística tanto arqueológica como ilustradora.

Eso es Montjuic. Es también una ascensión de 2,6 kilómetros al 6’5% con picos del 13% de desnivel. Una montaña que siempre estuvo en la psique de los barceloneses y que el ciclismo convirtió en mágica a inicios del siglo XX. Pocos años después de inaugurarse la Volta a Catalunya, allá por 1929, se construyó al pie de la montaña y enfrente del Museo Nacional la fuente de Montjuic. La joya de la corona de una explanada que muere en la Plaza de España y que marcará el pistoletazo de una subida que alcanzaría dimensiones de leyenda una tarde de septiembre de 1939.

— LA SEPTIMA DE MARIANO CAÑARDO —

Terminada la Guerra Civil el 1 de abril de 1939, el deporte pasaba a convertirse en un fundamental instrumento de propaganda del Franquismo. Atraída por su prestigio y su antigüedad, la Volta a Catalunya era pieza clave para fomentar la vuelta a la normalidad. Conviene recordar que si la prueba catalana llevaba en funcionamiento desde 1911 la Vuelta a España hubo de esperar más de dos décadas para ponerse en marcha. La Vuelta había tenido su primera edición en 1935 antes de que las balas y las bombas le pusiesen un pronto final.

Como es de imaginar el estado de las carreteras era paupérrimo. Sólo en Cataluña se contabilizaban la destrucción de más de cien puentes de los que menos de la mitad habían sido reconstruidos al llegar el verano de 1939. Fue el alcalde de Hospitalet y presidente de la Unión Deportiva de Sants, Wenceslao Marín, el que se puso manos a la obra. Consiguió que en septiembre se pusiese en marcha una carrera marcada por la austeridad, aunque su alegría duró apenas unos meses. Poco después fue destituido de la alcaldía acusado de fraude en la venta de material de obra para la reconstrucción del ayuntamiento. Fallecería en la cárcel, lugar que ya había ocupado en tiempos de guerra acusado de colaboracionista por los republicanos. Marín, además de reinventor de la Volta, pasará a la historia por besar barrotes acusado por rojos y también por nacionales.

El caso es que en septiembre de 1939 se pondría en marcha una Volta a Catalunya dulcificada con etapas de un máximo de 170 kilómetros en una época donde la distancia diaria se acercaba habitualmente a los 300, sin grandes puertos de montaña, al evitar los Pirineos, y con apenas cuarenta participantes, todos ellos de nacionalidad española. El claro favorito para llevarse la victoria en una de las más prestigiosas vueltas de una semana del calendario internacional era Mariano Cañardo.

¿Y quién era Mariano Cañardo?

Mariano Cañardo era catalán. Un catalán nacido en Olite. Pasó su infancia entre Navarra y Huesca jugando a fútbol y pelota vasca y dando vueltas a los patios de los Salesianos castigado por los curas. Quiso el destino que a los siete años quedase huérfano de padre y seis años después de madre. Al fallecer el pater familias tuvo que ponerse a pastorear cabras hasta que con 13 años hubo de trasladarse a Barcelona para vivir a cargo de su hermana mayor. Sus pertenencias cabían en una caja de zapatos.

Se instala en el barrio de San Andrés de Palomar (hoy Sant Andreu), sito al noreste de Barcelona e importante centro febril del momento. Cañardo descubre el oficio de carpintero, aunque su sueño es ser conductor de locomotoras. Sin embargo, para 1926, apenas con la veintena cumplida, se compra una bicicleta que debe pagar a plazos. Se enamora. Se apunta a una carrera a la que llegará en calzoncillos y alpargatas dado que no tiene ropa deportiva. Le obligan a ponerse su pantalón de pana y tendrá un accidente al meter la rueda trasera en las vías del tranvía a la altura de Vía Laietana. Dio igual. Quedó entre los quince primeros y nunca más dejaría la burra. Poco después ganó una carrera en Cantabria y acabará tercero en su primera participación en la Volta a Catalunya.

Pronto se convertirá en el primer profesional de la bicicleta. Será segundo en la primera Vuelta a España de la historia, alcanzará por dos veces el séptimo puesto en el Mundial de ciclismo cuando ningún ciclista al sur de los Pirineos se atrevía siquiera a participar, fue el primer español que corrió el Giro de Italia y fue vencedor de etapa en el Tour (únicamente otros dos ciclistas lo habían logrado antes que él) además de amasar un sexto puesto en agosto a finales de julio de 1936, cuando ya la Guerra Civil había estallado. Con el paso del tiempo se convertirá en director deportivo y tendrá cargos en la administración, tanto catalana como española, relacionados con el ciclismo. Su fama como gestor igualará a la de su carácter volcánico. Sirva como anécdota que, en 1946, cuando era director de la Volta a Catalunya, se acercó con su coche a la altura de Miguel Poblet quien, con la pierna llena de sangre tras una caída, estaba a punto de abandonar. Cañardo lo llamó maricón de mierda y se lio con Poblet a puñetazos ofendido por no querer volver subirse a la burra.

Pese a una segunda posición en una Vuelta a España, sus grandes gestas llegaron en su Volta, que ganó en siete ocasiones, aunque Cañardo siempre defendió que lo dejaron sin una octava corona por una sanción injusta, cuando le sorprendieron tomando cerveza un día en que el calor era insoportable. Entonces los ciclistas se detuvieron en plena etapa para tomar algo, en bares en los que era normal encontrar una fotografía de Cañardo, el único deportista capaz de rivalizar con los futbolistas Zamora o Samitier en fervor popular. Hijo del hambre, su salida del anonimato había tenido lugar en 1928, cuando disputó su primer Tour de Francia. Tuvo la oportunidad de competir por la baja de un compañero el día antes del inicio de la prueba. Cañardo se pasó la primera semana sin siquiera salir en las clasificaciones oficiales y en la penúltima etapa se le rompió el cuadro de la bici y tuvo que acabar la etapa con una de paseo que un aficionado tuvo bien en prestarle. Sin comer y sin lavarse, el director de su equipo le hizo dar marcha atrás e ir en busca de la montura destrozada. De esta guisa se presentó en la línea de salida del último día convertido ya en leyenda en toda España y especialmente en Cataluña. Llegó a Paris a base de sidras, medio borracho, y esa noche de gloria acabará quedándose dormido en el ascensor de su hotel.

Mariano Cañardo

Para 1939 Cañardo es, pues, una leyenda próxima al retiro al que la Guerra Civil le ha privado de alguno de los mejores años de su carrera. Son ya más de dos años sin competir en los que Mariano Cañardo ha hecho equilibrismo para pasar de ser un simpatizante republicano a un franquista convencido. Al igual que Ricardo Zamora, Mariano Cañardo vivirá toda su vida con el sambenito de cambia chaquetas. A fin de cuentas, eso era lo de menos. Todo se olvidaría con una nueva victoria.

Las dos primeras etapas de la Volta 1939 fueron muy similares y fueron ganadas al sprint por Cañardo liderando un grupo de primeros espadas. La primera, entre Barcelona y Valls. La segunda entre Valls e Igualada. La tercera etapa empezó a dar forma a la general, aunque Cañardo ya era líder sin sorpresas. Su grupo, de unos quince corredores, estaba al frente al salir de Igualada. Pero al paso por Manresa tomaron un camino incorrecto y recorrieron hasta nueve kilómetros por donde no tocaba. Al darse cuenta, se vieron obligados a dar media vuelta, con un Cañardo malhumorado por la equivocación y que, incluso, hubo de ser convencido para que no abandonara. El de Olite fue quien tomó la iniciativa en la persecución llevando un ritmo altísimo. Por delante, Santiago Ezquerra marchaba de líder virtual, hasta que en el descenso del Alto de Sant Hilari (a 1.000 metros de altura entre el Montseny y Savassona) se va al suelo, rompe la clavícula y debe de abandonar. Eliminado Ezquerra, y a pesar de que Cañardo flaquea en la contrarreloj de San Feliu de Guixols en otra etapa pasada por agua y donde abundan las caídas, Mariano se planta como líder indiscutible con seis minutos de ventaja sobre Diego Cháfer y sobre Fermín Trueba.

El séptimo y último día el pelotón llegaba a Barcelona vía Manresa, tras pasar por Molins del Rei. Era 24 de septiembre y Barcelona celebraba las fiestas de la Mercé. Los corredores dieron ocho vueltas por el circuito de Montjuic en una exhibición de Cañardo que ganaba cuatro etapas y se alzaba a sus 33 años con su séptima Volta a Catalunya, récord aun no superado. En el pódium recibió su jersey de líder, el cual ese año lucía de color azul marino en homenaje a Falange. Luego, en presencia de los generales Luis Orgaz y José Moscardó en calidad de Capitán General de Cataluña y Delegado Nacional de Deportes respectivamente, los 50.000 presentes escucharon el himno nacional y Cañardo depositó un ramo de flores por los caídos en la guerra por la gloria de Dios y de España.

Un trienio atrás en el calendario, en 1936, Mariano Cañardo había logrado su victoria más estruendosa. Competían el belga Frans Bonduel, un grande de la época, y Federico Ezquerra, más joven que Cañardo y considerado su sucesor. En la segunda etapa, camino de Girona, Cañardo perderá 16 minutos por culpa de una avería. Ambos, Ezquerra y Cañardo, competían por el mismo equipo y lo que ocurrió a partir de entonces fue una guerra en toda regla. Al día siguiente Cañardo atacó a Ezquerra contraviniendo las órdenes de equipo y ambos acabaron a mamporros al finalizar la jornada. Luego, en un día de lluvia de 250 kilómetros entre Figueras y Manresa, atacaría en el descenso de Santigosa jugándose la vida en una etapa donde hubo decenas de caídas y abandonos. Al llegar a la meta, con Esquerra perdiendo más de veinte minutos, Cañardo llamó a los periodistas y les reclamó a gritos su trono como mejor ciclista español del momento. Con todo hubo que esperar a la etapa final con subida al circuito de Montjuic para ver si Cañardo o Bonduel se llevaban el triunfo, dado que apenas un puñado de segundos separaban a ambos competidores. Unos 60.000 barceloneses se amontonaron en las faldas de Montjuic para presenciar siete vueltas a la montaña mágica subiendo por la cascada del Font del Gat (en unos meses volvería a ser Fuente del Gato) hasta el estadio y bajando por el Poble Espanyol. En las primeras vueltas, Cañardo tomó las riendas del grupo forzando el ritmo y provocando una selección de un grupo con ocho corredores, entre los que no estaba Bonduel. En el sprint final Esquerra levantaría las manos, pero la gloria sería nuevamente para Cañardo. Lluís Companys, presidente de la Generalitat, otorgaba el trofeo a Cañardo mientras los presentes entonaban con orgullo Els Segadors, el himno catalán cuya letra evoca un levantamiento de campesinos catalanes contra la política expansionista del rey Felipe IV en 1640.

De 1936 a 1939 habían cambiado muchas cosas, pero Montjuic seguía juzgando en silencio a todos aquellos que osaban ponerle un pie encima.

Una vista de BCN desde Montjuic

“Si contemplas la ciudad desde las colinas, ves su lógica, la ciudad cerrada de las antiguas murallas, la ciudad racionalista de la burguesía. Para mí es un modelo de ciudad inexplicable en cualquier lugar que no sea el Mediterráneo (…) En un día de sol, las colinas enfrentadas del Tibidabo y Montjuic aparecen respaldadas por un Mediterráneo que prolonga la sangre de los ribereños hasta los límites de los cuatro puntos cardinales más propicios del mundo. Una fe mediterránea en la vida se apoderó de sus músculos cansados y al llegar a la salida del cinturón de Ronda a la Travesera de las Corts equivocó voluntariamente la ruta de casa para buscar la de la Diagonal (…) Desde el monte Carmel, los inmigrados han podido ver una ciudad con historia, a manera de mancha concentrada alrededor del puerto, a la sombra del castillo de Montjuic que les vigilaba a ellos de forma especial, y una ciudad amable y confiada, la de la mesocracia liberal e individualista que se fue apoderando de todos los ensanches extramuros, subiendo progresivamente hacia las laderas de Collserola y el Tibidabo dominante”. Manuel Vázquez Montalbán.

Otras historias del ciclismo de esa época

El infierno en vida (el brutal Tour de Francia de 1926)

100 años del maillot amarillo (de cuando se ideó la túnica sagrada del Tour de Francia)

El secreto de Gino Bartali (el Schindler de las bicicletas)

Delio Rodríguez (el campeón olvidado)


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